Martes y Miércoles, 19 y 20 de Enero de 2010 (caminando entre pingüinos)
Cuando nos despertamos, la suerte de nuevo no está de nuestra parte. El día está totalmente cubierto y nuestras ansiosas miradas nuevamente se ven frustradas ante la imposibilidad de poder ver con claridad las Torres del Paine. ¡No queda otra que resignarse!
Sin más, cogemos nuevamente nuestro vehículo y seguimos con el Rally por las pistas del Parque. Decidimos coger una que nos deje lo más cerca posible a las Torres. Sin embargo, para cuando llegamos a nuestro destino el día está aun más oscuro y apenas vemos las montañas más cercanas de nuestro frente. Si el destino nos quería enseñar las imponentes Torres del Paine desde luego que no sería el día.
Frustrados, regresamos nuevamente por las pistas dirección a Puerto Natales. El tiempo empeora por momentos y los parabrisas no dan abasto para evacuar el barro de los cristales. La conducción se hace cada vez más pesada, ya que no puedes relajarte lo más mínimo. En todo momento tienes que estar contravolanteando para corregir los irremediables derrapes que hace el coche en cada curva.
Finalmente, una de las desgracias que teníamos presentes que pudieran pasarnos termina por presentarse. El coche comienza a ladearse más de lo normal ante los volantazos de Pablo por intentar hacerse con el control del vehículo: – Hemos pinchado, lo que nos faltaba.
Para sumarle a nuestra suerte, llueve más que nunca y nos ponemos de barro, aceite y agua hasta arriba intentando cambiar el neumático. La rueda ha quedado totalmente reventada e inservible.
Después de un rato, totalmente calados, reanudamos la marcha hacia Punta Arenas. Una vez allí, regresamos al hostal cutre donde estuvimos días atrás (más vale lo malo conocido). A la tarde regresamos a la empresa de alquiler a devolver lo que queda de coche. Entre risas y algo avergonzados por el estado en el que se lo devolvemos, adornado con alguna pegatina de más y con una capa de barro que impide ver su color original, entregamos la llave; no sin antes tener que abonar la suma del destrozado neumático que hemos entregado.
La tarde la dedicamos a pasear un poco por el pueblo, comprar algunos detalles y dormitar un poco en la habitación del hotel. Curiosamente por la noche, mientras revisábamos el correo y escribíamos las correspondientes crónicas, Juan se pone a trastear por internet. El Google es todo un tesoro y se encuentran cosas realmente sorprendentes. Buscado el nombre de los checos con los que compartimos expedición en el Vinson, nos quedamos totalmente perplejos. Pavel Bem, el compañero con el que nos reímos, bromeamos, vacilamos y compartimos buenos momentos durante el transcurso de la expedición, resulta que es el mismísimo alcalde de Praga. No terminamos de creerlo pero las informaciones son clarísimas, ahora comenzamos a cuadrar cosas. Entre otras, lo cauto que era al decirnos en que trabajaba, cosa que nunca terminó de dejar claro. Entre risas de asombro, terminamos por quedarnos dormidos.
A la mañana siguiente intentamos ser puntuales con los despertadores, pero una vez más nos hacemos los remolones en la cama. A las 10:00 cogemos nuevamente el autobús dirección a Punta Arenas. Tres horas más, que las pasamos dormitando como medianamente podemos en el bus. Cuando llegamos a la ciudad austral, lo primero es buscar un alojamiento que se ajuste al bajo presupuesto con el que contamos.
No muy lejos de la misma parada de bus encontramos uno. No andamos muy bien de tiempo para buscar uno mejor, así que dejamos los trastos y salimos hacia la agencia situada en la Plaza de Armas. En poco menos de hora y media parte el barco que te lleva a la Isla Magdalena. Esta pequeña isla situada en mitad del Estrecho de Magallanes, se caracteriza por tener una colonia con cerca de 150.000 pingüinos patagónicos. No nos lo pensamos lo más mínimo, compramos los boletos y nos vamos al puerto. A duras penas nos da tiempo a comprar un picoteo en un supermercado. Ya en el puerto, nos toca esperar un poco antes de poder embarcar en aquel barco que de turístico tiene bien poco. Se trata de un barco de carga que lo han “adaptado” un poco para el transporte de personas.
Dos horas de navegación, con un curioso vaivén originado por el fuerte oleaje, nos acercan hasta la inhóspita y aislada isla. Ésta, apenas cuenta con un faro en el centro. Sin puerto donde poder atracar, el barco se acerca hasta encallar en la mismísima orilla. Desembarcamos del barco ante la mirada atónita del espectáculo que se abre ante nuestros ojos. Miles de pingüinos campan a sus anchas por la isla con ese gracioso caminar. Entre las madrigueras escavadas en la tierra del islote asoman cientos de cabecitas asombradas ante la visita. Cámara en mano, comenzamos el paseo disparando a cada segundo. Algunos de los pingüinos que se encontraban en el agua, comienzan a saltar entre las olas hasta llegar hasta la mismísima orilla, donde se incorporan sobre sus patas, e intentan guardar el equilibrio hasta que consiguen salir a tierra firme.
El espectáculo es increíble, algunos de ellos apenas posan a unos centímetros de nuestras cámaras, otros se nos cruzan correteando frente a nuestro camino, el resto asoman sus vergonzosas cabecillas de las madrigueras simplemente para curiosear. Apenas estamos allí durante una hora, la guía no para de meternos prisa en regresar y finalmente embarcamos de regreso.
La vuelta se hace bastante más dura. El oleaje está embravecido y el barco se mueve vertiginosamente de arriba abajo, y cuesta trabajo no marearse. Finalmente, conseguimos llegar a tierra y de ahí nuevamente a nuestro hostal, no sin antes pasar a recuperar el material de la expedición, el cual lo habíamos dejado en el hotel donde nos habíamos alojado anteriormente días atrás. Nos tocó portearlo hasta nuestro humilde hostal y pegarnos una merecida ducha antes de salir a cenar. Tenemos la suerte de haber conocido en el barco a una española que viaja sola por la zona y quedamos con ella para la que será la última cena en la ciudad más austral de continente americano, en un restaurante bastante curioso.
Juan y Pablo, contando pingüinos para poder dormir.