Miércoles, 6 de Enero de 2010 (y vinieron los Reyes Magos con los regalos)

Hoy es el gran día y tan sólo por el hecho de pensarlo ha sido complicado pegar ojo en toda la “noche”. A primera hora de la mañana Pablo se quita uno de los tapones de los oídos, que se solía poner para evitar que el sonido del viento le dejara dormir. Sin embargo, un más que abrumador silencio rodea el entorno. Juan, a su lado, se quita los varios pares de guantes que cubren su mano izquierda y comprueba que su dedo congelado no ha empeorado durante la “noche”, con lo que tendrá opciones de afrontar este nuevo reto. Parece que ha llegado el momento de demostrar de lo que somos capaces. Suena el crujido de la cremallera de la tienda y ambos salimos al exterior, siempre con la mirada hacia arriba, hacia las huellas que conducen a la cumbre del Monte Vinson. El cielo está tan claro como la pureza del aire que respiramos y el viento está tan estático como los cientos de glaciares que descienden hacia los valles. Esto debe de ser la señal que esperábamos. Salimos hacia la tienda comedor, donde todos nos aguardan. Los nervios hacia el desafío que nos espera hacen que Pablo no coma lo debido, quizás uno de los errores más comunes que suele tener. Juan, por el contrario, se atiborra todo lo que puede para reponer energías. No quiere que le ocurra la “pájara” que sufrió durante la subida al Campo II.

A las 9:45, vestidos como auténticos astronautas comenzamos a andar en busca de nuestra gloria personal. Son 4 las expediciones que ya han partido y podemos observarlas en su vago caminar ladera arriba. El ínfimo tamaño con que les vemos serpenteando en la lejanía hace que nos demos cuenta de las más que grandes distancias que nos esperan. Encordados nuevamente, comenzamos a dar los primeros pasos. Las distancias son tan largas como la jornada que nos queda por delante. Con paciencia, paso a paso, vamos ganándole terreno a la montaña a la vez que acortando las distancias con las expediciones que nos preceden.

Hora y media más tarde conseguimos coronar la primera pala de nieve y dar alcance a una numerosa expedición. Es entonces cuando conseguimos ver por primera vez la cima del Vinson. Sola en la lejanía, sobre un majestuoso farallón rocoso, imponente y tan alejada que da vértigo pensar todo lo que nos queda por delante. Sin embargo, el verla por fin tan accesible acompañados de tan hermoso día, es como un nuevo chute de motivación; así que seguimos caminando por el inmenso plató que apenas tiene inclinación. Al final de éste hacemos la primera parada, llevamos 2 horas desde nuestra partida. Ni siquiera podemos acercarnos para el descanso, pues debemos guardar la distancia a la que estamos encordados. Nunca se sabe donde puede haber enterrada una traicionera grieta, que con el peso de nuestros cuerpos colapsase la zona y vernos engullidos por el abismo del glaciar. Así que: un par de tragos y algunos geles energéticos y vuelta a la faena.

Tras este largo plató comienza nuevamente la pendiente, esta vez con más fuerza que la anterior. Tan solo se escucha el crujir de nuestros crampones al pisar el milenario hielo antártico. En ocasiones este sonido varia dependiendo de la dureza del mismo y en otras ocasiones caminamos en vilo ante el crujido hueco que nos desvela que caminamos sobre una amplia y profunda grieta tapada por una fina capa de hielo.

Hacemos una muy larga tirada donde adelantamos a otros cuatro miembros de una expedición. Poco después, extasiados y deshidratados hacemos una nueva parada. Llevamos 4 horas desde nuestra partida y estamos extenuados. Dicen que la sequedad del ambiente hace que la altitud se sienta como si estuviéramos 500 metros más arriba de donde realmente nos encontramos.

La larga distancia que llevamos recorrida, sumada a los 4500 metros a los que nos encontramos y al desnivel acumulado que llevamos, hacen que lleguemos muy justitos a esa parada. Sin embargo, el tiempo acompaña y la temperatura no es excesivamente baja, con lo que demoramos esta parada hasta habernos repuesto e hidratado correctamente. A nuestros pies, observamos la hilera de escaladores que hemos ido adelantando por el camino. A nuestras espaldas, el farallón rocoso y la cima que casi parece estar al alcance de nuestras manos.

Reanudamos nuevamente la marcha hasta un nuevo plató con poca pendiente, dejando la cima a mano derecha. El paso se ha visto claramente ralentizado por la altitud y el cansancio acumulado. Sin embargo, continuamos con nuestra lucha personal por llegar hasta lo más alto. Una nueva pendiente con mucha mayor inclinación hace que dejemos de lado los bastones y agarremos el piolet, en previsión de una posible caída. Progresamos a pasos laterales para ir avanzando progresivamente por la fuerte pendiente. Paramos cada pocos pasos a intentar recuperar el aliento, hasta que por fin conseguimos llegar hasta al collado cimero, a apenas 50 metros de desnivel de la cima.

Ahí hacemos una última parada para intentar hacer el último aporte energético que nos acerque hasta la cumbre. También nos equipamos con nuestras más cálidas vestimentas y nos preparamos para el frio de la arista cimera. Los últimos metros que distan a la cima, discurren por una vertiginosa y escalofriante arista colgando al vacío. Ésta tiende a estar expuesta a los fuertes y fríos vientos, así que dado que nos encontramos en un lugar “cómodo” a pocos metros de la misma, nos equipamos en previsión.

Pablo se siente algo aturdido por la altitud. Estamos a las puertas de los pasajes más técnicos de la ruta y encontrarse en ese estado no es muy conveniente, por lo que se plantea bajar. Sin embargo, la sed de gloria, triunfo y recompensa a todos estos días de sufrimiento, no hacen mermar sus esperanzas y brinda sus últimos esfuerzos en beneficio de la ansiada cumbre. A diferencia de la subida al Campo II, Juan se encuentra con muchas fuerzas, tanto mentales como físicas, ante el reto venidero. La subida la ha hecho a buen ritmo, comiendo y bebiendo lo adecuado para no sufrir otro decaimiento, y se encuentra ahora realmente exultante, en su punto álgido de forma.

Acortamos las distancias de cuerda entre Pachi y nosotros para tener una mayor cercanía y seguridad. Los últimos pasos tienen una fuerte pendiente y con toda la vestimenta, que no hace más que sentirnos patosos, se hace muy difícil progresar. Con paso lento, pero firme, zigzagueamos por unos filos rocosos hasta que por fin coronamos la arista cimera. Nos encontramos muy contentos. Sin embargo, aún quedan 200 metros para conseguir llegar hasta el mismísimo culmen del Continente Antártico; 200 míseros metros sin apenas desnivel. El tiempo ha ido empeorando y la zona cimera se encuentra cubierta por nubes que nos impiden ver el paisaje circundante. Pero si que nos percatamos claramente del autentico abismo se abre ante nuestros pies, llamándonos con ferocidad a cada lado. La única cordada que no hemos conseguido adelantar, Rob-Peter-Steve, se encuentran en la cima y nos dan gritos de aliento desde la lejanía. Cada paso se hace un suplicio, un logro, todo un desafío a paso de tortuga. El olor de la victoria ya se encuentra cerca y las primeras lágrimas de emoción comienzan a brotar por el rostro helado, un paso más, otro…

– Pablito, estamos en la cumbre, grita Juan entre sollozos!!!! Para entonces Pablo ya no puede argumentar palabra alguna, la emoción le tiene inundado. Con un paso más, la cordada se une en la cima de la montaña más alta del Continente Antártico, a 4897 metros de altitud. Un nuevo logro, una victoria nuevamente compartida que se funde en un abrazo de emoción. Entre lágrimas que comienzan a solidificarse como la historia que escribimos día a día con nuestro proyecto.

Apenas somos capaces de expulsar palabra alguna, quizás sea porque no existan esas palabras, quizás aún no se hayan inventado. Estamos en la cima del Monte Vinson, más que un sueño hecho realidad. Tras muchos años de trabajo, hemos conseguido hacer una fantasía realidad y ahí estamos, con un Continente tan mágico como éste rendido a nuestros pies, arrodillados sobre el hielo eterno, sumidos en un abrazo.

Después de 7 horas de ascensión, luchamos porque las lágrimas no se congelen sobre nuestros rostros desencajados por el cansancio. ¡Qué grande es la vida en la que luchamos por sobrevivir, qué grande la vida en la que luchamos en cuerpo y alma por conseguir un sueño y que grande es lograrlo en compañía! Aquí es donde todas las preguntas encuentran su respuesta. Es el momento sublime que estábamos buscando, con un camino lleno de obstáculos que hemos ido sobrepasando, como aventureros que buscamos más allá de nuestros límites, adentrándonos en lo desconocido para conocer, para sentir, para admirar con otros ojos, desde las alturas, el mundo que nos rodea.

Como buenamente podemos, entre la maraña de cuerdas, nos levantamos para compartir nuestra alegría con Pachi, nuestra guía, que nos ha ayudado a alcanzar la gloria y ahora comparte nuestra victoria con alegría y emoción.

En el día de hoy, todo ha conspirado en nuestro beneficio: la temperatura, el viento, las grietas que aguantaron a nuestro paso la congelación del dedo de Juan que pareció detener su evolución durante este día y nuestras fuerzas que nos mantuvieron en pie hasta lo más alto. Sin embargo, no queremos subestimar nuestra fortuna, Pablo aún sigue resintiéndose de la altitud y es preferible perder altura cuanto antes.

Con la victoria en un bolsillo, cualquier error durante la bajada podría hacer que perdiéramos nuestra fortuna. Así que bajamos prestando cuidado a cada paso, con pies de plomo.

Finalmente salimos de la vertiginosa arista y comenzamos a caminar por las pendientes que horas atrás habíamos pisado. Tres horas más tarde, llegamos nuevamente al campamento, donde los miembros de las demás expediciones nos felicitan y abrazan a nuestra llegada. Lo conseguimos, lo conseguimos…….

Pablo, Pachi y Juan meciendo la victoria entre sus brazos.