Crónica 6. Lunes-Martes, 14-15 de Diciembre de 2015: (Obra solidaria en el Chimborazo)
Esta es una de las crónicas que más ilusión me hace compartir con vosotros. Cuando viajo por el mundo escalando montañas, veo con mis propios ojos que muchas veces existen grandes necesidades y requerimientos en muchos de los pueblos situados en los alrededores de las montañas que asciendo, con grandes diferencias económicas, culturales, sanitarias y educativas, comparados con la sociedad occidental de la que procedo. Por ello, desde hace muchos años llevo comprometiéndome a fondo tratando de aportar un granito de arena para ayudar, en la medida de lo posible, a aquellas omunidades o pueblos de los alrededores de las montañas que asciendo. No hay que olvidarse que muchas veces son gente con falta de recursos, grandes olvidados, y un pequeño aporte de obra solidaria puede suponer una gran ayuda en estas personas. Como forma de ayuda siempre he pensado que lo mejor es tratar de fomentar la educación, verdadero motor de las sociedades, y para ello mi apoyo se centra principalmente en aportar material escolar en aquellas escuelas u orfanatos de los pueblos montañeros. Es mi forma de entender la labor solidaria que siempre va ligada indisolublemente a mis proyectos montañeros.
El día 14 de diciembre despierto en el refugio Carrel, a 4.800 m. Me he quedado una noche más para tratar de ver el atardecer del que apenas disfruté la noche anterior. Sin embargo, la montaña se cubrió con una fastidiosa nube y no vi nada. Al amanecer, al mirar por la ventana, veo que las nubes siguen tapando la montaña, pero un manto níveo cubre los alrededores. Ha nevado esta noche. Recojo la mochila, desayuno y al salir, durante ciertos intervalos la nube se marcha y me permite ver asombrado como la montaña se ha cubierto por un precioso manto blanco. La visión dura poco y aprovecho para sacar algunas fotos antes de que se esfume como si fuera un espejismo.
Por la mañana suben al refugio John y Alexandra, los dueños del refugio y de la agencia Andean Adventures. Les comento mi idea de hacer una labor solidaria en alguna pequeña escuela de los alrededores del Chimborazo y acceden gustosamente a ayudarme a buscar un lugar adecuado e incluso deciden colaborar en parte con la obra solidaria. Les parece una idea estupenda y se comprometen a ayudarme. ¡Da gusto encontrar gente como ellos! Bajamos con el jeep, salimos de la Reserva Chimborazo y descendemos por la carretera dirección Riobamba. Al poco tiempo llegamos a un pequeño asentamiento donde antes había una pequeña escuela. Sin embargo, ahora está abandonado y no hay niños. ¡Habrá que seguir buscando! Más debajo de la carretera paramos en un pueblo, y preguntando a la gente del lugar, conseguimos encontrar una escuela. Sin embargo, de forma insólita, a pesar de estar en la puerta y llamar repetidamente para que nos abrieran, nadie nos hace caso, ni siquiera los niños que andan en el patio, y decidimos marcharnos.
Por fin, en el pueblo de Santa Teresita de Guano, situado dentro de la Reserva del Chimborazo encontramos una pequeña escuela que cumple con mis expectativas. Entramos en el patio donde un profesor de educación física está dando clases a unos 20 niños de unos 3-4 añitos. Le comento la posibilidad de hacer una ayuda solidaria, lo hablamos también con el director del colegio y quedamos en que mañana nos presentaríamos con material escolar para repartir entre los niños. Contentos de haber encontrado el sitio ideal nos marchamos a Riobamba. Dejo mis cosas en un hotel, descanso un rato, y quedo a comer con John y Alexandra, junto con su hija Casandra, de 3 años, y María, su contable. Después de disfrutar de una agradable comida ecuatoriana, nos vamos por la tarde de compras por Riobamba. Tras mucho callejear y no encontrar ninguna librería abierta, por fin damos con una. Entramos, y empezamos a pedir a diestro y siniestro material escolar. No reparamos en gastos y vamos pidiendo todo lo que se nos ocurre que puedan necesitar los niños. Entre el material escolar comprado figuran cartulinas grandes, distintos tipos de cuadernos, lápices, lápices de colores, borradores, sacapuntas, tijeras, pegamentos, temperas y pinceles, plastilina, puzzles, reglas, y un sinfín más de materiales que pudieran necesitar en el día a día de las clases. Todo en gran cantidad, para que cada niño pueda disponer de al menos un producto. Nos volvemos un poco cansados después de un intenso día de compras por la ciudad, y por la noche salgo a tomar unas copas con John para celebrar el éxito del Chimborazo y la futura ayuda solidaria.
El 15 de diciembre amanece lloviendo a cántaros. Es el peor día desde que estoy en Ecuador. A las 7:30 salimos de Riobamba en dirección a la escuela. Sin embargo, John y Alexandra tienen una reunión a las 10:00 con la policía de Riobamba y primero tienen que subir al refugio Carrel a abastecer de material y llevar a algún empleado. Por lo tanto decidimos ir a la escuela una vez que ellos acaben con sus planes previos. Así, nos vamos hacia el refugio Carrel bajo un manto de lluvia constante, donde la carretera apenas se ve, aunque el limpiaparabrisas no para de funcionar. Las nubes están muy bajas y apenas se ve el paisaje circundante. En la parte final, ya en la Reserva Chimborazo, circulando por la pista empieza a nevar. Llegamos al refugio sobre las 9:00 y estamos una media hora, con un tiempo horrible fuera. Luego bajamos a Riobamba, donde John y Alexandra, a los cuales acompaño, se reúnen con 3 coroneles de la policía de Riobamba para hablar sobre la organización de unos eventos deportivos con bicicleta que harán en los próximos meses. Por fin, tras desayunar un poco, subimos de nuevo hacia el Chimborazo. La lluvia ya no es tan cesante y ahora apenas chispea.
Llegamos a la escuela del pueblo de Santa Teresita del Guano sobre las 12:00 y los niños nos reciben con los brazos abiertos. Descargamos las innumerables bolsas llenas de material escolar que hemos comprado y como si fuéramos reyes magos nos metemos en una pequeña aula donde la profesora está dando clase a los niños más pequeños, de entre 3 y 4 años de edad. Es un momento lleno de ternura y muy gratificante, donde ves como los niños son tan felices al ver que alguien ha venido a ayudarles. Les explico mi proyecto montañero solidario y aplauden y sonríen encantados. Acto seguido, entre John y yo les vamos enseñando todo el material escolar que les hemos comprado, y lo vamos amontonando delante de ellos para que lo vean. Sin embargo, están tan descontrolados y excitados que cada vez que sacamos algo se abalanzan a cogerlo con las caras asombrados y la boca abierta de sorpresa. Es increíble, no paran de pegar botes y gritos de alegría.
No paramos de sacar fotos y grabar en vídeo para inmortalizar el momento, aunque se quedará grabado a fuego para siempre en mi retina. Estos instantes son fundamentales en mi forma de entender el viaje por el mundo mientras escalo montañas. No debemos olvidarnos de que las montañas son algo más que meras acumulaciones de roca y nieve, sino que son un entorno donde vive gente, muchas veces muy necesitada. Cualquier ayuda siempre será bienvenida. Al ver las caras de alegría sincera de estos niños mientras les entrego mi pequeño granito de arena, mi corazón da un vuelco y tengo un nudo en la garganta mientras trato de contener mis lágrimas. Para mí el regalo no se los he hecho yo, sino que me lo hacen ellos a mí, al demostrar con sus sinceras sonrisas que otro mundo es posible. Debemos comprometernos con los más necesitados y no hay nada más bonito que ver un niño feliz. Ello también les hace ver que la solidaridad es importante, el compartir, el dar.
El verdadero motor de un país es la educación de sus nuevas generaciones y debemos hacer todo lo posible por ayudar en aquellos sitios que lo necesitan. Espero que este gesto insignificante y minúsculo pueda servir como acicate para que la gente se comprometa más en labores solidarias. Yo lo seguiré haciendo. No hay montaña en mi objetivo futuro que no implique mi ayuda solidaria.
Juan, repartiendo ilusiones solidarias en los alrededores del Chimborazo.
Club Deportivo 7 Cumbres