7-8 de diciembre de 2017: Tikal, en busca del corazón maya
Una vez completada la ascensión al Tajumulco y la obra solidaria, sería un delito irse de Guatemala sin visitar uno de los lugares más impresionantes del país y de toda Centroamérica: las espectaculares ruinas mayas de Tikal. Así que nuestras inquietas mentes ya tienen un nuevo plan en marcha previo al siguiente desafío montañero.
Nos levantamos a las 4:30 muertos de sueño y un transporte nos acerca al cercano aeropuerto de Ciudad de Guatemala. Facturamos y a las 6:30 despegamos en un pequeño avión de hélices, con apenas 30 asientos, dirección a Flores, la ciudad con aeropuerto más cercana a Tikal. El vuelo es impresionante, y absortos contemplamos el espectáculo por las ventanillas del avión, desde donde divisamos la larga hilera de volcanes que recorre Guatemala. En primer lugar los volcanes Agua, Fuego y Acatenango, cercanos a Antigua, que sobrecogen con su belleza y altura. Luego los volcanes que rodean el bello lago Atitlán, y otros tantos cercanos a Quetzaltenango. Y en la lejanía, el imponente Tajumulco y el cercano Tacaná. Nos parece increíble pensar que hace 2 días estábamos en su cima, y ahora la contemplamos desde el aire, sentados desde la comodidad de un avión. La silueta de tan bellas montañas es como un imán que nos atrapa irremediablemente, mientras sobrevolamos colinas boscosas que sobresalen entre el mar de nubes presente en los valles, hasta que alcanzamos una enorme planicie selvática.
Tras 1 hora aterrizamos en Flores. Contratamos un transporte, y realizamos algunas gestiones antes de dirigirnos a Tikal, como acercamos al hotel de Flores a dejar las mochilas, y comprar algo de comida y bebida. Por fin, tras un trayecto de 1:30 horas llegamos a la entrada de Tikal, con la impenetrable selva bordeando la carretera. Nos disponemos a recorrer el lugar cual niños pequeños disfrutando con un deseado regalo.
Tikal fue una de las ciudades mayas más importantes de su tiempo, con una extensión considerable y donde llegaron a vivir unas 100.000 personas. Entre el 600 a.C y alrededor del 700 d.C moraron en la región y levantaron cientos de templos y pirámides en medio de la selva. Luego desaparecieron misteriosamente y durante muchísimos años el lugar permaneció oculto hasta que a finales del siglo XIX fue redescubierto. Las palabras se quedan cortas para describir este lugar y cualquier descripción difícilmente podrá transmitir lo que uno siente al caminar por sus avenidas cubiertas de altos árboles, al divisar las imponentes pirámides escalonadas y sus bellas plazas, o al subir a una de las altas pirámides y contemplar el dosel forestal bajo tus pies.
Iniciamos la ruta sobre las 9:30 y nos planificamos para tratar de ver la gran mayoría de lugares importantes del vasto complejo. ¡El ansia viva puede con nosotros! Hay tantos templos y hay que caminar tanto que difícilmente en un solo día se puede visitar todo. El lugar se compone de varios templos, conectados entre sí por amplias calzadas de caliza cubiertas de densa vegetación. Comenzamos a andar en dirección a uno de los templos, yendo en solitario, sintiendo los sonidos de la selva conforme nos adentramos en la misma. El terreno es resbaladizo, y hay que andar con cuidado. En un momento que voy andando sin mirar el suelo, mientras grabo con el vídeo, me resbalo y me doy un golpe en la cadera. No es grave, pero hace que andemos con más cuidado. De repente, tras un recodo del camino, nos encontramos de bruces con la primera pirámide que surge entre la espesura. Es algo mágico y nos sentimos como aquellos exploradores que descubren un tesoro. La vista es increíble, con la pirámide elevándose sobre la selva, con inscripciones mayas sobre la pared. Es el denominado Templo VI, pero para nosotros siempre será el templo I, el primero que vimos.
Continuamos la ruta adentrándonos en la espesura y explorando nuevos templos en ruinas, visitando los recovecos de antiguos palacios que se encuentran en reconstrucción. Los vastos edificios de piedra gris contrastan con el verde de la selva dibujando un entorno sobrecogedor. Tras un rato alcanzamos la Gran Plaza, uno de los lugares más espectaculares de la ciudad de Tikal. Es una amplia plaza abierta en medio de la selva que alberga dos de las pirámides más impresionantes de Tikal, los templos I y II, de alrededor de 50 metros de altura. Nuestros ojos se quedan petrificados ante tanta belleza. Cerca de 1300 años de historia nos contemplan. Ambas pirámides se enfrentan una a otra y a ambos lados dos vastos complejos de edificios y palacios enmarcan la gran plaza. Nos duele el dedo de tomar tantas fotos y grabar en vídeo. Subimos a lo alto del Templo II y las vistas desde las alturas son dignas de elogio. El día acompaña, aunque nunca nos abandonan el calor y la humedad típicos de la selva.
Continuamos la ruta visitando otras pirámides y templos como el restaurado Templo V, una alta pirámide solitaria en medio de la espesura que el gobierno español ha ayudado a excavar y restaurar. Hay muchos templos y pirámides cubiertos por la selva y el sacarlos a la luz no es tarea fácil. Muchos años de abandono desde la desaparición de los mayas han hecho que la selva haya engullido la zona y literalmente colonizado los templos, fusionándose con ellos. Los montículos que observamos entre la selva no son colinas, sino pirámides escalonadas cubiertas por la vegetación. Cual arqueólogos aventureros continuamos nuestro periplo maya y subimos hasta la cima de otra pirámide (Mundo Perdido), desde donde contemplamos como emergen muchas de las pirámides entre la espesura, como si fueran icebergs flotando en medio de un mar en calma.
Y como colofón nos vamos al templo más lejano y alto, el famoso Templo IV, una pirámide de 64 metros de altura que nos deja sin aliento mientras subimos por sus empinadas escaleras. Desde su cúspide disfrutamos enormemente de las bellas vistas, con el interminable dosel forestal sobre el que emergen muchas de las pirámides de Tikal. ¡No hay palabras para describir lo sublime del lugar! Aquí paramos a descansar y comer algo. Durante un largo rato nos quedamos solos, y las sensaciones de paz y armonía que transmite el paisaje nos embargan.
Bajamos de las alturas y seguimos con la ruta visitando más pirámides. Hay tantas que abruman, y ya cansados nos dirigimos a la salida. Sin embargo, para completar el día la lluvia hace su aparición cayendo con fuerza, aunque por suerte no dura mucho. A las 17:00 salimos del complejo y regresamos a la ciudad de Flores, donde descansamos después de un día largo.
El viernes 8 de diciembre lo pasamos de descanso en la ciudad de Flores, que se asienta en una isla pequeña, en medio de un lago. Llevamos tantos días sin apenas parar, que un día tranquilo nos vendrá bien para recargar las pilas. El día lo pasamos recorriendo sus pintorescas callejuelas empedradas y haciendo compras. Por la tarde cogemos el vuelo de vuelta a Ciudad de Guatemala, adonde llegamos sobre las 20:00. Y de ahí directos al hotel, pues mañana madrugamos para volar a México. ¡El Orizaba nos espera!