Sarmiento de Gamboa (1579-80)
Mª Justina Sarabia Viejo
Bibliografía: “Exp. españoles olvidados de los siglos XVI y XVII” SGE.2000 “Viajes al Estrecho de Magallanes”. Ed. de María Justina Sarabia Viejo.
La extensa región americana que va desde el Perú hasta el sur de la República Argentina , pasando por Chile, constituyó un territorio difícil de incorporar a la Corona española durante el siglo XVI. La llamaron Terra Australis y los “finales del mundo” pero atrajo también la atención de ingleses y holandeses, tanto en la citada centuria como en la siguiente. A ella se llegaba desde que Perú y Chile y desde España, cruzando el Océano Atlántico.
Esta zona bañada en su mayoría por el Pacífico, y fue descubierta por los hispanos en 1513. Desde entonces el Pacífico sería denominado “mar español” o “lago español” debido a la cantidad de expediciones y posteriores asentamientos realizados por los navegantes, desde fechas tempranas, en sus archipiélagos y costas. En los últimos años han aparecido libros como los de Hugo O’Donnell ( España en el Descubrimiento, conquista y defensa del mar del Sur ), Salvador Bernabeu ( El Pacífico ilustrado: del lago español a las grandes expediciones ) e incluso el de temática más general de Mario Hernández Sánchez-Barba ( El mar en la historia de América ), que nos acercan al conocimiento histórico de la presencia hispánica en este océano. También es muy útil la reedición ampliada de la obra de Javier Oyarzun, titulada Expediciones españolas al Estrecho de Magallanes y Tierra de Fuego.
El famoso viajero alemán Alejandro de Humbolt en su Ensayo político sobre el reino de Nueva España, publicado por primera vez a principios del siglo XIX, valoraba esta acción en el Pacífico a través de una pregunta y posterior respuesta suya:
“¿Será si tenemos presente pues justo decir que los españoles han atravesado el gran océano sin reconocer ninguna tierra, la gran masa de descubiertas que acabamos de citar y que fueron hechas en una época en que el arte de la navegación y la astronomía náutica estaban muy distantes del grado de perfección que han adquirido en nuestros días? Vizcaíno, Mendaña, Quirós y Sarmiento merecen, sin duda, ser colocados al lado de los más ilustres navegantes del siglo decimoctavo”.
De acuerdo con los intereses oficiales españoles de esa época, el estrecho de Magallanes, que recibió como nombre el primer navegante que dio la vuelta al mundi, se convirtió en un estratégico lugar de paso entre los océanos Atlántico y Pacífico, también llamado éste último “mar del Sur”. Lógicamente, su dominio sería un objetivo constante, siempre difícil de mantener, al que desde fechas tempranas se dedicaron muchas expediciones, fondos y, por encima de todo, vidas humanas. A estos problemas contribuía la lejanía de Chile, tanto respecto de la metrópoli y su centro organizador, Sevilla, como de la ciudad de Lima, capital de toda América del Sur, pero estaba orientado económicamente hacia el pacífico central, vía Panamá.
Con estas limitaciones, y enfrentados a la poderosa organización inglesa de los últimos años del siglo XVI, y a la de Holanda en la centuria siguiente, pueden entenderse las dificultades, fracasos y abandonos que tanto abundaron en las expediciones que, desde España y desde el Perú y Chile, se dirigieron hacia el estrecho de Magallanes, la mayoría de ellas con la idea de poblar y afianzar esa zona austral. De hecho, hasta finales del siglo XVII Chile no tendrá comunicación directa con España ni con otros países europeos, al desarrollarse la navegación por el estrecho, y por el cabo de Hornos, ya en el XVIII.
DESDE ESPAÑA Y CHILE HACIA EL ESTRECHO
Cuando la expedición de Magallanes y Elcano llegó al estrecho que luego llevaría el nombre del viajero portugués, el 31 de marzo de 1520 tocaron en un puerto situado a 49º sur, al que dieron el nombre de San Julián. Durante los cinco meses que permanecieron allí se produjeron enfrentamientos, sublevaciones, muertes y abandonos pero también se exploró la boca del estrecho. Juan Serrano descubrió el estuario de Santa Cruz y fue por entonces cuando la nao San Antonio desertó de la flota y volvió a la península.
El italiano Pigafetta, autor de la crónica más famosa sobre este viaje y que formaba parte de él como sobresaliente, recoge el momento final de ese recorrido:
“Habíamos entrado en el canal SO con los otros dos navíos y continuando nuestra navegación llegamos a un río que llamamos de las Sardinas a causa de la inmensa cantidad que vimos de estos peces. Anclamos allí para esperar a los otros dos navíos y pasamos cuatro días pero durante este tiempo se envió una chalupa muy bien equipada para que reconociese el cabo de este canal que desembocaría en otro mar. Los marineros de la chalupa volvieron al tercer día y nos comunicaron que habían visto el cabo en que terminaba el Estrecho y un gran mar, esto es, el Océano. Todos lloramos de alegría.”
Tras el retorno de Elcano y los supervivientes de la primera vuelta al mundo, se decidió organizar una expedición que debía partir desde La Coruña. Su objetivo era dirigirse hacia la Especiería (islas Molucas) y afianzar allí el dominio español frente a Portugal. Zarpó en 1525, integrada por siete naves y unos cuatrocientos cincuenta hombres, al mando del comendados frey García Jofre de Loaysa, de la orden militar de Rodas, que llevaba a Elcano como segundo (en los cargos de piloto mayor y guía), junto a tres hermanos y un cuñado suyo, y a tres participantes en el viaje magallánico. Otros navegantes conocidos eran el vasco Andrés de Urdaneta y el clérigo Juan de Aréyzaga, futuro cronista de este viaje e informante de Gonzalo Fernández de Oviedo, autor de la Historia natural y moral de las Indias.
Durante la travesía del Atlántico, una tempestad provocó la pérdida de la nao capitana y la dispersión de los otros barcos, algunos de los cuales volvieron a juntarse en el estrecho. Hay que reseñar aquí que una de estas naves, la llamada San Lesmes, al ser arrastrada por el temporal, llegó hasta la punta meridional de América, a los 55º de latitud sur, que luego sería bautizada como cabo de Hornos. También son de gran interés las informaciones que recogió Oviedo sobre los indios patagones: “Son hombres de trece palmos de altura y sus mujeres son la misma altura”, y los marineros vieron que al abrazar a las mujeres en señal de amistad “no llegaban con las cabezas a sus miembros vergonzosos en el altor con una mano, y este padre –el clérigo Aréyzaga- no era pequeño hombre, sino de buena estatura de cuerpo”. Por eso los consideraron unos gigantes.
Navegando en el Pacífico, la expedición sufrió graves reveses, incluso las muertes de Loaysa, Elcano y su sucesor en el mando, el hidalgo montañés Toribio Alonso de Salazar; pero tocó lugares tan alejados entre sí como Cochim (factoría portuguesa en Asia), Tidore (una de las Islas Molucas) y las costas mexicanas. Después de muchos viajes y aventuras, Urdaneta consiguió llegar a Valladolid en 1537, doce años después de haber salido de España.
Interesan mucho las informaciones sobre este viaje aportadas por el vasco Urdaneta –más conocido como el fraile agustino, piloto de la expedición de Miguel López de Legazpi, que descubrió el tornaviaje o viaje de vuelta de las islas Filipinas a México en 1565, asegurado así la ruta del famoso galeón de Manila, que se dirigía anualmente a Acapulco-, autor de la Relación de la Armada de Loaysa, de 1525; tambien es interesante el Derrotero del viaje y navegación de la armada de Loaysa desde su salida de La Coruña , hasta 1 de junio de 1526; sucesos de la nao Victoria después de separada de la armada, y descripción de las costas y mares por donde anduvo: dirigido todo al Rey por Hernando de la Torre ; y, por último, la Relación diaria que dio Juan de Aréyzaga, clérigo natural de Guipúzcua, sobre la navegación que hizo la armada de S.M. de que iba por capitán el Comendador Loaysa hasta la desembocadura del Estrecho de Magallanes el año 1525.
Al descubrir el paso, Urdaneta indica que encontraron buenos puertos y que la mar era como un río manso, pero también había sierras grandes y nevadas. Le impresionó la abundante flora y fauna, entre ella un árbol de hoja parecida al laurel pero cuya corteza tenía el mismo sabor que la canela, y la gran cantidad de mejillones con aljófar –perla pequeña y asimétrica- en su interior. Por su parte, el relato de Hernando de la Torre , más detallado y práctico, al mismo tiempo que ameno, incluye consejos para los pilotos que pudieran pasar después por allí y cita muchos puertos situados en el estrecho magallánico, la mayoría con nombre de vírgenes y santos, muy difíciles de localizar actualmente debido a las deficiencias geográficas del siglo XVI y a los cambios de nombre.
El siguiente viaje conocido fue el de Simón de Alcazaba, un portugués que alegó su conocimiento de los mares y tierras de Asia por haber navegado siendo niño con su padre al servicio del rey don Manuel de Portugal, para solicitar de Carlos I la merced de organizar una expedición bajo bandera española. Por fin, en 1529, firmó con la emperatriz Isabel, esposa de Carlos I, una capitulación o contrato para recorrer por mar las costas desde Chincha hacia el estrecho de Magallanes durante doscientas leguas, con el fin de fundar en el sur al menos un pueblo de unos ciento cincuenta vecinos, en un plazo de año y medio. Recibirá a cambio el cargo de gobernador vitalicio y un salario de mil quinientos ducados obtenidos del producto que diese la nueva población, pero no de las arcas reales.
Dos naves –llamadas Madre de Dios y San Pedro – y un total de unas doscientas cincuenta personas partieron de Sanlúcar de Barrameda en septiembre de 1534 y, después de una dura travesía por el Atlántico, entraron en el estrecho. Gracias a las descripciones del escribano Alfonso Veedor y de Juan de Mori, podemos tener impresiones directas y vivas de lo que encontraron. El primero recoge el impacto ante la ferocidad de las vacas marinas, a las que describieron como leones de cintura para arriba, pero con las manos y pies “como manera de alas y señalados cinco dedos cada uno con sus uñas”, la visión de una cruz y otros restos de la expedición magallánica, la preparación de una entrada por tierra para poblar, dificultada por el hambre, la sed y las informaciones equívocas de algunos indios, e incluido una sublevación, encabezada por Juan Arias y Gaspar de Sotelo, en la que se llegó a matar al gobernador Alcazaba, aunque luego fueron sometidos aprovechando las disputas entre ellos.
Juan de Mori, que ocupó cargos importantes entre los navegantes, entre ellos el de tutor de Hernando, hijo bastardo menor del gobernador asesinado, escribió una Relación de lo ocurrido en la expedición de Simón de Alcaçaba al estrecho de Magallanes, desde que salió de Sanlúcar de Barrameda hasta que llegó a Santo Domingo . Curiosamente, escribió su relato, mientras estaba preso en la citada isla caribeña en 1535. No obstante parece que lo hubiera hecho en la proa de uno de los barcos por la viveza con que va contando cuanto ve. En primer lugar, los restos de viajes anteriores:
“Entramos en el estrecho y a la entrada del sobre mano derecha hallamos una cruz muy alta con letras que dezían en el tiempo que se havía puesto y por ello vimo que hera de quando vtra. Md. Avia pasado con Magallanes y, junto con ella, en un rio que alli se hace, hallamos una nao perdida con los masteles (sic) della junto a la cruz puestos sobre maderos, esta nao creo que era de las del comendador Laoysa{…} .“
Respecto al interés por poblar, después de elegir el puerto de Leones o de Lobos por ser seguro, plantaron las tiendas y chozas:
“{…} y dixeron que querían entrar por la tierra adentro y descubrir poblado de indios, y el capitán visto esto dixo que hera muy bien y que el mismo queria yr con ellos, e hizo luego muchos aparejos de armas para la entrada y unos sacotes aforrados de lana para la gente que no tenían harmas de su persona para que las flechas no les hiziesen mal”
Mori también narra el motín y la muerte violenta del comendador Alcazaba, cuyo cadáver fue arrojado al mar; pero le interesa mucho la pobre alimentación indígena, pese a la abundancia y gran tamaño de los peces, así como las montañas y ríos que iban encontrando, entre ellos “un río que iba entre dos sierras y parecía el agua como la del Guadalquivir”. La expedición, que continuó con problemas y nuevos enfrentamientos, fue un fracaso y tuvo que volver, a través del Brasil, a la isla de Santo Domingo, donde Mori fue detenido y encarcelado a causa de las denuncias presentadas contra él por los supervivientes.
Del viaje siguiente se conserva, curiosamente, mucha documentación sobre los preparativos, mientras que son escasas y cortas las descripciones del trayecto en sí. Incluso es extraño el nombre con el que es conocid, el de “las naves del obispo de Plasencia”. Se conservan de él dos textos: la Relación del viaje que hicieron las naves del Obispo de Plasencia desde la altura del Río de la Plata para el estrecho de Magallanes y la Relación del suceso de la Armada del Obispo de Plasencia que salió de España. Año de 1539.
Compuesta de cuatro navíos para la Especiería por el Estrecho de Magallanes, adonde llegaron a mediados del mes de enero de 1540. La primera relación, anónima, es de 1539,mientras que la segunda está sacada de una carta de Cristóbal Rayzen a Lázaro Alemán, fechada en Lisboa el 19 de julio de 1541.
Este poderoso eclesiástico –don Gutierre de Vargas Carvajal- pertenecía a una ilustre familia que tenía por entonces a otro miembro en el cargo, recién establecido, de virrey de la Nueva España : se trataba de Antonio de Mendoza, cuñado del citado obispo, que ocupó la máxima jerarquía política mexicana entre 1535 y 1550.
La expedición trataba de seguir la ruta en la que había fracasado Alcazaba y estaba integrada por cuatro barcos (algunos historiadores se refieren sólo a tres), al mando de Francisco de Camargo, hermano del eclediástico. Irían a través del Atlántico hasta el estrecho magallánico, pese a que la distancia era mayor que si se atravesaba el istmo de Panamá, debido a la gran vuelta que tenían que dar. El pariente del obispo sería sustituido por el comendador Francisco de la Rivera , que encabezó la expedición desde su salida de Sevilla en agosto de 1539, y tardó cuatro meses en llegar a la boca del estrecho, después de luchar contra vientos y tempestades. Pronto avistaron uns cruz depositada por Loaysa y también sufrieron el frecuente problema de perder la nao capitana, pero consiguieron que al menos se salvatan los que iban en ella.
Es interesante constatar que los náufragos de la nave perdida, lo mismo que en el caso de la expedición de Loaysa, pronto se dejaron cautivar por la llamada “leyenda de los Césares”, que se refería a las fabulosas riquezas de una urbe situada en las tierras patagónicas y que recibió su nombre de los compañeros de Francisco César que se perdieron durante el viaje de Magallanes y Elcano pero, curiosamente, no en esa área sino en la de las Molucas. Se entremezclaban así las tierras y los navegantes, siempre a la busca de míticas ciudades.
La dureza del clima les hizo buscar un lugar donde invernar y eligieron el puerto de las Zorras, llamado así porque había abundancia de estos animales. Su impresión inicial entre las ensenadas, montañas e islas, fue de desolación. E cronista escribe incluso:
“Toda esta tierra es rasa, sin ninguna arboleda, y muy ventosa e demasiado fría, porque ocho meses del año siempre nieva, y los más ventosos que allí avientan son sudueste, e oeste, e oesnornueste, porque muy pocas veces vientan otros vientos {….} y aquí dura el verano no más de cuatro meses, enero y febrero e marzo y abril y en mayo comienza la fuerza del invierno e nieva mucho hasta la fin de diciembre”.
Los seis meses de estancia forzosa les hicieron ver las pocas posibilidades de la zona, que en la crónica se describen brevemente:
“En toda esta tierra había muchos patos, ansí de la montaña como de la marina, e ansí hay muchos lobos marinos en que habrá cuero de ellos en 36 pies de largo, y hay en esta tierra mucha madera de cedro {…} hay mucha caza, patos y zorras, y lobos marinos.”
A finales de 1540 se embarcaron de nuevo los expedicionarios, y al respecto hay diferentes versiones. Mientra algunos autores indican que las peripecias sufridas en esos meses debieron aconsejarles volver desde el estrecho otra vez hacia el Atlántico, para alcanzar el Río de la Plata , otros afirman que siguieron hasta el Perú, tocaron en Erequipa y Lima e incluso se vieron mezclados en las guerras civiles entre los Pizarro.
Con los mismos objetivos, se decidió aprestar en Sevilla cuatro naves, al mando de Francisco de Rojas, que después de atravesar el Atlántico, llegaron al estrecho de Magallanes el 20 de enero de 1540. Las dificultades provocadas por tempestades y vientos al salir del Pacífico dieron lugar a la desaparición de dos de las naves, mientras la tercera alcanzó el Perú y la cuarta pudo volverse a España. No se conocen diarios o relaciones que nos den más información acerca de esta expedición.
Más tarde y desde Chile, el gobernador Pedro de Valdivia también se interesó en patrocinar varias empresas hacia las regiones del extremo sur, con un objetivo geográfico y de obtención de un mejor conocimiento de aquella tierras. En 1544, con un barco procedente de Lima, envío al genovés Juan Bautista Pastene, asompañado por Jerónimo de Alderete y Juan de Cárdenas, este último como escribano. Sólo llegaron hasta Chiloé, pero encontraron varios puertos seguros.
Después se sarmó una expedición de tres naves, dirigida por el capitán Francisco de Ulloa, la que al parecer llegó hasta el estrecho, aunque es poco conocida por carecer de crónicas sobre ella.
Como consecuencia de estos viajes tan difíciles y de pocos resultados, lavisión oficial que se tenía a mediados del siglo XVI sobre la navegación a través del estrecho de Magallanes mostraba dos caras didtintas: por un lado, se seguía pensando en consolidar la presencia española para evitar el establecimiento, y consiguiente dominio, de otros países y, por otro, no se tenían grandes espectativas sobre esta colonización austral, a causa del clima y la pobreza de aquellas tierras, que tampoco atraerían mucho a otros colonizadores europeos.
El siguiente gobernador, García Hurtado de Mendoz, se preocupó igualmente por las tierras australes y, en 1557, mandó organizar el viaje de Juan de Ladrillero, uno de los más relevantes. Partió de la ciudad de Valdivia con dos navíos, aunque uno de ellos –mandado por Francisco Cotés de Ojez- tuvo que regresar a causa de una tormenta. Dirigido por el propio Ladrillero, el ltro barco recorrió las costas e islas del Pacífico sur hasta penetrar en el estrecho y, a través de él, salir posteriormente al Atlántico, dando la situación del paso en relación con ambos océnos.
La Descripción de la Costa del Mar Océano desde el sur de Valdivia hasta el Estrecho de Magallanes inclusive, fimada por Ladrillero en 1558 , recoge sus impresiones y las dificultades a las que tuvo que hacer frente. Por su parte Cortés de Ojea promovió su Relación diaria del Capitan Francisco Cortés de Ojea, capitán del bergantín San Salvador, escrita por el escribano Miguel de Goyzueta, de 1557-1558. Ambos textos, a modo de diarios de navegación, recogen con detalle el avance a través de las bocas, ensenadas y ríos, y describen lo que se va viendo: isla, ballenas, iceberg en marcha, así como los animales y los indios que habitaban escasamente aquellas tierras inhóspitas, y se mantenían de la perca. Los intentos de relacionarse conestos últimos derían lugar a encuentros curiosos, queu después deganeraton en enfrentamientos. Confirmaba todo ello la idea de que era muy difícil la vida en aquella regiones.
PEDRO SARMIENTO DE GAMBOA Y EL ESTRECHO DE MAGALLANES
Este navegante es más conocido, en el siglo XX, gracias a la publicación de varias biografías como las de Ernesto Morales ( Aventuras y desventuras de un navegante. Editorial Futuro, Buenos Aires, 1946), Amancio Landín Carrasco ( Vida y viajes de Pedro Sarmiento de Gamboa, poblador de las Islas Salomón, poblador y capitán general del Estrecho de Magallanes, almirante de la Guardia de Indias. Instituto Histórico de la Marina , Madrid 1946), Rosa Arciniega ( Pedro Sarmiento de Gamboa (el ulises de América). Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1956) y nuestra obra Pedro Sarmiento de Gamboa. Los viajes al estrecho de Magallanes .
Sarmiento de Gamboa es un personaje interesane la historia de su vida merece la atención de una lineas que nos muestren las facetas tandiversas en que puede ser estudiado: como humanista interesado por la historia, como hombre de mar, como un aventurero que recorre el continente americano antes de establecerse enel Perú, etc. Sobre sus orígenes hay descrepancias ya que durante siglos se mantuvo la creencia, basada en varios textos, se su nacimiento en Pontevedra (Galicia), hasta que el historiador chileno José Toribio Medina encontró y publicó en el siglo XIX un documento donde el propio Sarmiento, al declarar en un proceso de la Inquisición que se le abrió en Lima en 1564, afirmaba “ser natural de Alcalá de Henares, hijo de Bartolomé Sarmiento, de Pontevedra, y de María Gamboa, de Bilbao”. En todo caso, no cabe duda que procedía de gente cercana al mar, que debió inculcarle el amor a la navegación y el interés por conocer otras tierras.
Respecto a la fecha de nacimieto, al no tenerse una información total, se establece un período entre 1532 y 1539. Tampoco hay constancia de sus estudios universitarios en Alcalá de Henares o en Sevilla o de una carrera militar en las guerras de Flandes y el Milanesado antes de pasar a América. Pero ambos aspectos se citarán después cuando muestre sus conocimientos de cosmografía, matemáticas, historia y lenguas clásicas (él mismo cuenta que habló en latín durante hora y media con la reina Isabel, cuando fue caprutado por los ingleses), a través de sus escritos, así como sus dotes para el mando y la acción.
Su presencia inicial en el Nuevo Mundo fue en el virreinado de Nueva España, nombre que recibió en aquellos tiempos la actual República Mexicana. Dentro de aquel extenso territorio, se indica como su lugar de residencia Puebla de los Ángeles, situada en el centro y que compitió en importancia con Ciudad de México desde finales del siglo XVI, cuando muchos habitantes de ésta última prefirieron establecerse en la villa poblana huyendo de las grandes inundaciones provocadas fracuentemente por el mal desaguë de la zona lacustre, sobre la cual se había asentado primero el centro azteca de Tenochtitlán y, luego, la capital de los españoles. De acuerdo con una de las maneras más repetidas de pasar a América, Sarmiento aparece como integrante del grupo que acompañaba a un importante cargo franciscano, fray Martín Sarmiento de Hojacastro, quizás pariente suyo, que llegaría a ser obispo de la diócesis de Puebla-Tlaxcala. Pese a tan buenas conexiones, este personaje tuvo problemas con la justicia y hacia 1557 decidió huir, y pasó primero a Guatemala, antes de dar el gran salto hacia el Perú a través de Panamá.
Como ya se ha indicado, en la sede del otro virreinato americano, Lima, de nuevo se abrió camino y llegó a ser criado del virrey, conde de Nieva, máxima autoridad del Perú entre 1561 y 1564, que murió asesinado en extrañas circustancias. Sarmine4to de Gamboa tuvo problemas nada menos que con la Inquisición. Los motivos eran oscuros y, por tanto, más peligrosos para la mentalidad de la época, ya que le acusaba de poseer anillos mágicos y realizar conjuros. Debió salir absuelto porque tres años más tarde nos consta que estuvo navegando bajo el mando de Álvaro de Mendaña, en una situación de mando, no como simple marinero.
¿Quién era este navegante? Álvaro de Mendaña había nacdo en el Bierzo, y llegó al Perú en 1564, como sobrino del gobernador interino Lope García de Castro, originario de la diócesis de Astorga y que incluyó a un grupo de bercianos en su séquito.
Al organizarse la expedición con el fin de dirigirse a Nueva Guinea, con una tripulación de unos ciento cincuenta hombre en dos naos, Sarmineto aparece como un experto cosmógrafo, pero durante el tiempo de este viaje hasta las islas Salomón, se observa la permanente tensión entre él y Pedro Ortega, el capitán de la nao almiranta, e incluso con el propio Mendaña. El motivo era el deseo de Sarmiento de avanzar, establecerse y poblar, frente a los temores del capitán general, sus amigos, los franciscanos y la mayoría de los expedicionarios, que queirían regresar al Perú. La vuelta fue duricíma purs tuvieron que navegar hasta Colima(México) y tras nuevos enfrentamientos en los que Mendaña llegó a destruir informaciones escritas por Sarmientos sobre el viaje y sobre él mismo, acusándole de cobardía e ineptitud, y evitó reunirse con el virrey de Nueva España, se embarcaron par “bajar” a través de Centroamerica, hasta el puerto de El Callao, en el Perú.
Las relaciones de Sarmiento no desaparecieron por completo, ya que existe una publicación titulada Páginas del descubrimiento de las islas Salomón (1568) según las relaciones del pontevedrés Sarmiento de Gamboa y de Álvaro de Mendaña , publicada en Pontevedra en 1964.
Con posterioridad a esa expedición, Mendaña dedicó varios años a preparar una segunda destinada a ampliar los descubrimientos españoles en el pacífico austral, mas no encontró apoyo en el nuevo virrey del Perú, Francisco de Toledo, y tuvo que esperar hasta 1595 para zarpar por fin de El Callao al mando de cuatro barcos. En esta expedición participaban varias mujere, entre ellas la esposa del capitán general, Isabel Barreto, y sus tres hermanas, y ha pasado a la historia porque al morir Mendaña en una epidemia, dejó ordenado que su cuñado le sustituyera al frente de la escuadra de tres barcos que quedaban y a su viuda como gobernadora de la colonia que acababa de fundarse. Al fallecer también Lorenzo Barreto poco después, doña Isabel reunió en su persona toda la autoridad de mar y tierra, con el doble título de gobernadora adelantada.
En la década de los setenta, Sarmiento se vinculó al gobierno de Francisco de Toledo como uno de los seguidoers importantes del intento de este virrey por reorganizar la administración y articular la sociedad indígena peruana dentro de los moldes cristianos y occidentales, respetando sólo aquellas instituciones prehispánicas que no se opusieran a la nueva organización. Toledo concedía gran importancia a la visita o recorrido por todo aquel territorio (actuales países de Perú y Bolivia), hecha por él o por sus colaboradores –entre ellos el mismo Sarmiento, al que había nombrada cosmógrafo mayor del Perú e historiador- y promovió una rica documentación de Ordenanzas (dedicadas a regir los aspectos más diversos) y de Informaciones. Estas últimas se hicieron preguntando a los indios más ancianos sobre la historia antigua, con el fin de buscar argumentos para afianzar el derecho de los reyes de España sobre aquellos lugares, demostrando que también los incas habían ocupado tierras, usurpado y matado a los legítimos herederos, con el fin de imponer luego formas tiránicas de gobierno, tributos, trabajos y servicios militares.
En apoyo de esta propuesta virreinal, Sarmiento escribio su Historia índica o Historia de los incas , obra actualmente polémica pero llena de datos, que formaba parte de un amplio proyecto de Historia general del Perú , en el que se incluirían adrmás una descripción geográfica con colección de mapas y una relación de los españoles en aquellas tierras. Gracias a sus múltiples facetas, Sarmiento también fue nombrado por su mandatario virreinal alférez real y secretario del ejército que se envió al Cuzco para combatir la sublevación de Tupac Amaru, otro tema en discusión historiográfica desde el siglo XIX.
Pero ni siquiera este arduo trabajo libró al navegante de problemas con la Inquisición , de nuevo por su relación con la astronomía y actividades mágicas, que le supusieron un castigo inicial de destierro, cambiado luego por el de cárcel en Lima. No mitigó todo esto su curiosidad de carácter científico, como lo demuestra la medición que hizo de la diferencia horaria entre los meridianos de Sevilla y Lima mediante la obsevación y descripcón de un eclipse en 1578. Sus escritos sobre los dos viajes en que participó muestran en todo momento observaciones, registros e hipótesis llenas de interés por la ciencia en su diversas acepciones. Por todo ello, su valedor Francisco de Toledo llegó a escribir a Felipe II que Sarmiento er “el hombre más hábil que yo he hallado en esta tierra del Perú”.
En medio de esta vida tan activa, las noticias sobre los asaltos de piratas procedentes de Inglaterra, que navegaban por el extremo sur, plantearon nuevamente la necesidad de afianzar la ruta del Pacífico a partir del virreinaro peruano en dirección al estrecho de Magallanes. El 15 de febrero de 1579, tres barcos al mando de Francis Drake amenazaban El Callao, después de haber atacado Valparaíso (Chile), y aunque se pudo en marcha la defensa de este puerto cercano a Lima, los ingleses saquearon las naves allí ancladas. Luego, pese a que fue perseguido hasta Panmá, Drake pudo volver a su país en 1580 con grandes ganancias.
El virrey Toledo decidió enviar una expedición al estrecho para hallar la mejor forma de atravesarlo entre sus múltiples bocas y canles y, al mismo tiempo, afianzar en aquellas difíciles tierras la presencia hispánica mediante la fundación de asentamientos que evitaran las actividades de piratas y colonos de otras naciones europeas. Se puso a Pedro Sarmiento de Gamboa como capitán superior al frente de dos naves, la Nuestra Señora de la Esperanza y la San Francisco , mandadas por él mismo la primera y por Juan de Villalobos, la otra, secundados por Antón Pablos y Hernando Alonso, pilotos de la nao capitana, y Hernando Lamero que lo era de la almiranta.
Las instrucciones respondían claramente al doble objetivo propuesto: descubrir y medir las bocas o abras del estrecho, ponerles nombre y escoger lugares idóneos para futuros establecimiento fortificados, sonde vivirían colonos españoles. Para todo esto debían fomentar las buenas relaciones con los indígenas que entraran; entre otras cosas habían de conseguir intérpretes para averiguar sus ritos y costumbres, y captar su atención mediante el obsequio de objetos metálicos y de colores, para que les informaran de las posibilidades económicas de la zona en cuanto a especias y metales preciosos, móviles casi obsesivos durante toda la hiostoria española en América. Sarmiento dio también instrucciones suyas a Villalobos de que no se distanciaran los dos barcos; le indicó lugares y plazos en que debían reunirse, así como el tiempo máximo de espera.
Partieron de El Callao el 11 de octubre de 1579 con poco más de cien hombres entre marineros y soldados, y teniendo el encargo expreso de que se fueran redactanto las descripciones del viaje, que el capitán leería diariamente en público para cotejarlas, y de evitar cualqueir enfrentamiento con piratas ingleses en las costa, aunque debían recoger el mayor número de datos posibles sobre ellos. La excepción era Drake, que tan mal recuerdo había dejado en su entrada anterior y el que se debía intentar “lo prender, matar o desbaratar, peleando con él, aunque se arriesgue cualquier cosa a ello, pues llevaís bastante gente, munición y armas para poderlo rendir conforme a la gente y fuerza que él lleve, o pueda llevar”.
Sarmiento empezó a observar que la San Francisco se adelantaba y, a veces, se distanciaba de ellos y averiguó que era debido a las distintas opiniones sobre la ruta que se debía seguir; tuvo que ordenar a Villalobos el cumplimiento estricto de sus instrucciones de navegar lo más cerca posible de la nao capitana, “so pona de privación de oficio”.
El 17 de noviembre llegaban al golfo de la Santísima Trinidad , a 50 º de latitud, pero al entrar por un canal empeoró el tiempo y, ante el temor de naufragar, Sarmiento envió por delante a Hernando Alonso con un batel y bandera blanca para que los conduera evitando las orillas. Así cinsiguieron alcanzar un puerto, al que llamaron Nuestra Señora del Rosario. A los cinco días desembarcaron y se llevó a cabo la ceremonia de toma de posesión, de la que el escribano redactó un testimonio. Desde una montaña cercana, Sarmiento pudo ver el conjunto de canales, ríos y brazos, entre los cuales contaron ochenta y cinco islas.
Este archipiélago fue el objetivo siguiente; lo exploraron con detalle con un barco pequeño, tal como lo refleja el capitán en su Relación y derrotero del viaje y descubrimiento del Estrecho de la Madre de Dios, antes llamado Magallanes, y el 28 de noviembre iniciaron el viaje de regreso a la base. En este trayecto iban encontrandose árboles, aves de varias especies, mejillones con aljófar e indios “desnudos y colorados los cuerpor porque se untan éstos, según vimos después, con tierra colorada”, entre los cuales consiguieron un intérprete a cambio de regalos y comida. Cuando hubieron pasado la actual isla de Cambridge y la ensenada de Roca Partida, empeoró el tiempo y los arrastró hasta entrar a oscuras en una ensenada que bautizaron con el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe, ya que se habían encomendado a esta Virgen para salvarse de la tormenta.
El 24 de diciembre llegaban a Puerto Bermejo, donde estaban los barcos grandes y otro nuevo, ya casi terminado, que Sermiento había mandado construir. El capitán volvió a salir pronto en otro batel para varias exploraciones por canales e islas, hasta llegar al mar abierto. Allí bajaron a tierra, para otear la posible boca del estrecho. De vuelta al Puerto Bermejo, trataron sobre la futura ruta, siempre en busca de la ansiada entrada, y se dicidió avanzar por mar abiero, aunque Villalobos y un grupo eran partidarios de regresar.
Nuevamente zarparon el 21 de enero de 1580 y enseguida estalló una tempestad que les causó muchos problemas hasta llegar al puerto de la Misericordia , y allí vieron que se había perdido la nave almiranta San Francisco, mandada por Villalobos y Lamego que, después de ver cabiado su rumbo por la tormenta, optaron por regrasar. Los demás siguieron anclados durante diez días y luego dicieron continuar, a pesar de las quejas de muchos, en busca del puerto de la Candelaria , donde arreciaron las protestas, pero Sarmiento se mantuvo firme. De allí, por fin, entraron en el estrecho.
Fueron recorriendo canales e islas, avistando promontorios como el qe en el siglo XIX se denominaría Monte Sarmiento, hasta que le 13 de febrero se tomó posesión del que decidieron llamar estrecho de la Madre de Dios. Tres días después llegaron a la bahía de Gente Grande, llamada así porque encontraron unos indígenas que : “Eran gente grande, comenzaron a dar voces y saltar hacia arriba las manos altas y aleando y sin armas, porque las habían dejado allí junto”.
Pronto hubo enfrentamientos entre ambos bandos y el capitán recogío, en otra parte de su Relación, la observación de que aqullos indígenas eran “muy temidos de los indios que habían más al sur, poseyendo, como gente valiente, la mejor tierra de la que hasta aquí habían visto”.
El 18 de febrero alcanzaron el cabo San Vicente, que enmarca la segunda angostura del estrecho de Magallanes, cerrándola el cabo de Nuestra Señora de Gracia. A Sarmiento le pareció aquella zona un lugar apropiado para construir fortalezar. El clima volvió a empeorar, estorando la navegación por la segunda angostura hasta empujar el barco hacia unos bajos, que hacían peligrar la flotabilidad de la embarcación, lo que motivó a la asustada tripulación a encomendarse a la Virgen del Valle. Afortunadamente, cambió enseguida el viento y pudieron salir de allí.
El siguiente enclave al que llegaron fue la ensenada de las Once Mil Vírgenes, en la que aparecieron de nuevo unos indígenas a los que en principio intentaron atraer, pero más tarde acabarían peleando con ellos. Una flecha fue a parar a la frente del propio capitán de la expedición, aunque se vio después que la herida causada era leve.
Cuando el cielo estaba sereno resultaba muy fácil el uso de los instrumentos náuticos y la medición, empleando el Crucero (a 30º sobre el Polo Antártico) como punto de referencia. Por eso Sarmiento volvió a dedicarse a las mediciones e incluso buscó otra estrella polar que pudiera servir de utilidad para los futuros navegantes, aunque, quizás escarmentado por el juicio inquisitorial, concluía esta información escribiendo:
“Desta observación que a gloria y honra de Dios se hizo, y otras de este género para ciertas verificaciones de alturas de latitud y longitud, se dirá adelante parte, y lo demás en otra parte que será su propio lugar, que agora no parece buen prolceso mezclar Astrologías con Itinerario y Derrotero”.
Un viento fuerte del oeste empezó a soplar el 23 de febrero y, al ver el mal estado en que llevaban el cable que les quedaba, decidieron hacerse a la vela arrastrados por la marea y así pasaron la ensenada de San Felipe (actual bahía Felipe), y llegaron a la primera angostura, donde de nuevo por poco no se quedaron enun banco de poquísimo fondo. Siguieron adelante con mucho miedo, pero volvió a aumentar la profundidad y el viento oeste, que los empujó hacia la angostura, bautizada como Nuestra Señora de la Esperanza , y que actualmente se llama Primera Agostura.
Finalmente salieron al Atlántico el 24 de febrero, después de haber recorrido ciento diez leguas dentro del estrecho, desde el cabo del Espíritu Santo al de la Virgen María , y entonces todavía se lamentaba Sarmiento de que el regreso prematuro de Villalobos había impedido unas inspecciones más profundas de aquellas zonas.
El viaje hacia España, con una escala en las islas portuguesas de Cabo Verde, fue pesado hasta que, a fines de septiembre, la maltrecha espedición, que incluía a tres indios fueguinos, se presentaba ante la corte de Felipe II, que estaba entonces en Badajoz porque a la sazón se iniciaba la unión de España y Portugal, tras haber muerto el rey luso son Sebastián sin dejar heredero.
Sarmiento mostró al soberano los textos y mapas elaborados durante el recorrido y aprovechó la audiencia para solicitar ayuda con vistas a un nuevo viaje, pero el rey remitió el asunto al Consejo de Indias, con sede en Madrid e integrado por ilustres miembros. La respuesta del máximo organismo indiano sorprendió, ya que apoyaba la expedición, aunque bajo la condición de que estuviera dirigida por el asturiano Diego Flores de Valdés como general de la Armada del estrecho. Sarmiento, aunque no dejó de elogiar las cualidades del designado, protestó claramente ante Felipe II por lo que consideraba una injusticia:
“Y habiendo ya cumplido de mi parte esto que se me ordenó, en Lima, entiendo no soy más menester para lo que queda y asi suplico humildemente a Vustra Majestra se sirva darme licencia, para que con ella pueda volver a mi casa, que es en Lima y en Cuzco, porque allí podré ser de más provecho al servicio de Vuestra Majestad que aquí, demás que mis gastos y necesidad no sufren más ausencia, porque con ella se perderá lo poco que tengo, habiendo ya gastado lo que traje, y porque en despachar el navío de aviso de Cabo Verde, y en sustentar y entretener los soldados y marineros que conmigo vinieron, he gastado muchos millares de ducados, que me son muy necesarios para la vuelta, suplico a Vuestra Majestad mande que el Consejo tome mis cuentas y me pague el alcance, que no creo será Vuestra Majestad servido que yo haya trabajado tan a mi costa”.
La llamada de atención surtió efecto y nuestro navegante fue nombrado gobernador del estrecho, para cuando se fundasen allí las poblaciones, y general adjunto de la Armada , cargo impreciso que le traería más problemas que baneficios. El interés de la Corona se reflejó en una serie de consultas e importantes decisiones como la de poner a Sarmiento en relación con el ingeniero Juan Bautista Antonelli, pues éste último tenía una amplia experiencia en erigir fortificaciones en tierras americanas, para que ambos diseñaran los futuros enclaves en la zona magallánica, teniendo el cuenta la abundancia de madera como parte de los elementos constructores.
La nueva expedición se preparó en Sevilla, y se topó con problemas de tipo burocrático. En seguida surgieron los primeros enfrentamientos entre el general Flores de Valdés y el gobernador, quien criticó abiertamente la mala calida de los barcos, mientras empezaba a buscar pobladores en el sur de Extremadura y Andalucía occidental, hasta juntar doscientas cuarenta y ocho personas, entre ellos ciento catorce solteros y el resto distribuido en cuarenta y tres familias, todos ellos atraídos por el señuelo de enriquecerse en el Nuevo Mundo y sin saber adónde iban en realidad. Se gastó mucho en los preparativos, porque abundaban los intermediarios en el abastecimiento de comida, ropas, armas y pertechos. Los marineros tampoco fueron escogidos, ya que la flota de la Nueva España se llevaba los mejores y, para acabar de complicar la situación, Flores de Valdés se marchó a Sanlúcar de Barrameda dejándolo todo a medio organizar en manos de Sarmiento, quien protestó por ello ante la Casa de Contratación. Al llegar Sarmiento al puerto en el que estaban las naves, surgieron nuevos problemas entre ambas autoridades, y tuvo que mediar el duque de Medina Sidonia, como superrintendente.
Las presiones reales para que salieran fueron aplicadas por Medina Sidonia y el 27 de septiembre de 1581 zarpaban una armada de veintitrés naves, entre las cuales estaba la Nuestra Señora de la Esperanza , que ya había cruzado el estrecho en el primer viajes, y otras dieciséis privadas y alquiladas, como demostración de la perenne escasez de barcos oficiales. Iban un total de casi tres mil personas, de ellas, unos trescientos cincuenta como futuros pobladores y cuatrocientos soldados y seiscientos más que se debían quedar en Chile junto con el nuevo gobernador de aquella región, Alonso de Sotomayor, que también viajaba con ellos. Por supuesto, la expedición contaba con diez frailes franciscanos y con artesanos de las especialidades más necesarias, como albañiles, carpinteros y herreros.
En cuanto salieron al Atlántico, sufrieron la primera tempestad, que nuevamente provocó dimensiones entre los dos dirigentes sobre la manera de afrontarla y al final les obligó a regresar Sanlúcar. Se perdieron cinco barcos en esos pocos días, entre ellos el que ya había navegado por el estrecho.
El desatre no acabó ahí pues habían desaparecido ochocientas personas entre los ahogados y los que huyeron, (de ellos ciento setente y un futuro de pobladores y tres franciscanos), asustados por la tremenda impresión de su primera salida al mar. Sarmiento tuvo que hacer frente a mayores criticas por la forma de llevar la expedición y Flores de Valdés intentó dimitir, ante la impresión sufrida, pero el rey no lo admitió.
Otra vez hubo que reclutar marineros y pobladores, y pedir más dinero para los arreglos y nuevos abastecimientos. Por fin, el 9 de diciembre levaron anclas, con dieciséis barcos y dos mil quinientas personas que, después de parar en las islas de Cabo Verde, se encaminaron hacia Río de Janeiro con el problema de una epidemia de disentería que provocó ciento cincuenta muertos. Y todo ello con el telón de fondo de las disputas entre el general y el gobernador, pues Sarmiento se preocupaba mucho de “sus” pobladores mientras que Flores de Valdés pensaba básicamente en la expedición su carácter marítimo.
La actual famosa ciudad brasileña, que entonces sólo era una aldea, los recibió el 24 de marzo de 1582 y allí invernaron hasta el 2 de noviembre. Fueron meses difíciles ya que el clima no ayudó a curar a muchos de los que desembarcaron mal, además de que otros cayeron enfermos –según Sarmiento- “de un mal de seso, que es peste de aquella tierra, que es fácil de curar, entendiéndose, y si no se entiende o no se cura, pasados dos o tres días sin remediarlo, es incurable y mata con bascas, llámanle el mal de la tierra”. Además, la estancia en tierra mantuvo vivo el enfrentamiento entre los dos dirigentes, a veces por motivos menores, que el gobernador recogió con detalle en su escritos sobre este viaje. Otro problema fue la “broma” (un molusco de figura cilíndrica y serpenteada, que horada la madera, carcomiendo los barco), muy abundante en esa zona brasileña y que atacó todos los navíos, no sólo en las partes de madera sino incluso en las de hierro, hasta obligar a los expedicionarios a abandonar una de las naves y llevar varias muy deterioradas.
Para aprovechar el tiempo en Río, Sarmiento propuso hacer dos casas prefabricadas para almacenes de la fundación y, cuando ya tenían una preparada y organizaban la otra, Flores de Valdés les mandó parar el trabajo y también se negó a que se cargaran tejas para las viviendas. Sarmiento denunció entonces la compra y carga ilegal de palo brasil en los barcos, que ocupaba mucho sitio pero proporcionaría luego grandes beneficios. La corrupción aparecía entre los capitanes y marineros, que sólo pensaban en acabar el viaje con vida y con ganancias, llegando a sustituir las semillas guardadas en barriles por zapatos para vender o cambiar. Eran nuevos temas que se recogerían con detalle, a veces excesivo, en las relaciones y cartas sobre esta expedición.
Quizás para quitárselo de encima durante un tiempo, el general propuso que Sarmiento se adelantase al Río de la Plata para conseguir más alimentos frescos antes de entrar en el estrecho. Pero esto fue considerado absurdo por el gobernador, quien alegó que esa zona española no tenía excedentes alimenticios para vender además de que la Asunción (actual Paraguay) estaba muy en el interior “y no se podía ir con navíos grandes” hasta ella. Lógicamente, se vio claro que la pretensión era alejar a Sarmiento de la armada y éste se negó a irse. Ofreció a cambio la solución de contratar con el gobernador de Río el envío al año siguiente de un barco cargado de víveres, pero nada se acordó.
Quince naves,pues, salieron de Río el 2 de noviembre de 1582 y en su travesía hacia el sur perdieron un barco; Flores de Valdés varió entonces el rumbo lo que les hizo llegar al golfo de Santa Catalina, donde tuvieron noticias de corsarios ingleses. Todo aumentaba los temores del ganeral, que siempre planteaba volverse al Brasil y abandonar la idea del estrecho, para lo cual procuró poner de su parte a maestres y pilotos de varias naves. Lo más inhumano fue la decisión de echar a tierra a los pobladores que iban en tres de ellas, creyendo que así se desanimaría el resto antes de continuar adelante, y esos barcos fueron abandonados.
Al acercarse al Río de la Plata se contabilizaban ya sólo barcos y tres de ellos debían ir a Buenos Aires con los seiscientos soldados destinados a seguir por tierra con destino a Chile, lo cual suponía, por cierto, otro largo trayecto. En esta etapa sigió el tira y afloja entre partidarios y detractors de navegar por el estrecho y Flores de Valdés, después de una intentona fracasada de acercarse a éste, dijo que regresaba al Brasil y ordenó virar los barcos, sin escuchar a Sarmiento, que alegaba “el deservicio de Dios Nuestro Señor y de Vuestra Majestad”.
El 27 de marzo tocaban en la tierra brasileña de San Vicente (Santos) y de allí continuaron a Río de Janeiro. El paso definitivo, de momento, fue que Flores de Valdés navegara hacia España mientras Sarmiento se quedaba en Brasil preparando su viaje al estrecho con cinco bajeles. Estos zarparon el 2 de diciembre de 1583, con más de quinientas personas entre gentes de guerra y de mar y sólo sesenta y cuatro pobladores, incluyendo trece mujeres y diez niños. Repitieron la escala en Santos y San Vicente, donde desertaron algunos frailes y el famoso ingeniero Antonelli, quizás cansado de más de dos años de idas y venidas sin hacer su trabajo. El primero de febrero de 1584 estaban ante la boca del estrecho. Pese a los vientos fuertes, Sarmiento se mantuvo firme en el avance, pasaron las angosturas segunda y primer, pero el mal tiempo les hizo desembarcar en el extremo norte de la embocadura. Entonces, Sarmiento tomó posesión de aquella tierra y actuó por primera vez como gobernador efectivo. Al encontrar allí indios pacíficos y que ya hablaban algo la lengua española, decidieron fundar el asentamiento de Nombre de Jesús; para ello afectuaron el trabajo de delineación urbana alrededor de una plaza principal, en la que se situaría la iglesia, la casa del gobierno y el árbol de la justicia. Habría reparto de tierras y solares, y se nombró a los integrantes de un Cabildo local. El gobernador se preocupó de describir la vida en la ciudad recién nacida:
“Pedro Sarmiento echó gente por todas aquellas costas a buscar de comer, porque no lo había, ya que las naos no eran tornadas ni esperaban que tornarían; y hallóse cantidad de garbanzos en las matas, dulces como miel, menores que los de España, y mucho marisco de mejillones en un brazo de mar y estero que se descubrió cerca del pueblo, toyos y cazones, en seco de bajamar, que hubo día que los soldados todos hubieron parte {…}”.
Después se llevó a cabo una expedición terrestre a la punta de Santa Ana, que hoy supone una distancia mayor de trescientos cincueta kilómetros por carretera, con el objeto de conocer el terreno lo mejor posible. Por fin pudo Sarmiento afirmar que la única entrada al estrecho era la que él conocía, situada a 52,5º de latitud. El paso siguiente fue efectuar una segunda fundación cerca de la citada punta de Santa Ana, que tenía un buen puerto natural y mucha madera en sus alrededores, así como caza de aves y animales grandes, junto a la riqueza pesquera, encabezada por los mejillones.
El 25 de marzo de 1584 se tomó posesión de la tierra, se eligió a los regidores y alcaldes oridinarios, integrantes del primer Cabildo, y se trazó el pueblo de Rey Don Felipe alrededor de una plaza mayor, donde enseguida empezó a construirse una iglesiabajo la advocación de la Anunciación de Nuestra Señora, además de la casa real, un hospital y una vivienda para los franciscanos. Luego fueron distribuidos los solares de los vecinos, que empezaron a construir sus casas de madera con techos de paja menuda.
Sarmiento de Gamboa también nos aporta sus impresiones sobre la nueva villa:
“Quedó la plaza muy agraciada con la salidaal mar apacible; y entretanto que esto se hacía, se rozó campo junto a la ciudad para sembrar, y se sembró cantidad de haba y nabo y todas hortalizas y algunos granos de trigo, aguardando sembrar el maiz para tiempo caluroso (era el mes de abril y ya comenzaba el invierno), y luego engranó toda la semilla, que fue señal de fertilísima tierra, como lo es. Luego se cercó el pueblo de palizada y se alzó un bastión sobre la mar, para defender el puerto de los navíos y desembarcadero, y se plantaron seis piezas de a veinte quintales en planchadas cubiertas {…}.
Llegó el duro invierno y, al regresar a la primera fundación, vieron todo lo que habían sufrido sus habitantes, incluso enfrentamientos con los indígenas. Considerando que había cumplido su misión, Sarmiento organizó el regreso, con la idea de comprar provisiones para llevarlas a Nombre de Jesús y Rey Don Felipe. Nuevamente las tormentas fueron el principal obstáculo ya que un fuerte viento arrastró el barco sin que pudieran despedirse de los colonos de la primera ciudad, ni acabar de aprovisionarse. Aquel mal tiempo duró unos veinte días, hasta que llegaron al Brasil enfermos y medio muertos de hambre y frío. Recorrieron esta costa hasta Bahía de Todos los Santos, entonces capital del territorio brasileño ocupado desde 1500.
Pero Sarmiento no olvidaba a los colonos y decidió organizar otro viaje hacia el sur para llevar provisiones a las dos nuevas villas, partiendo del Río de Janeiro a principios de 1585.También esta vez una tempestad de vientos y trombas de agua les hizo regrasar a Brasil, por lo que desistieron de llevar el auxilio prometido a los habitantes del estrecho. El paso siguiente era volver a España para informar del resultado del viaje y pedir más ayuda.
A mediados de 1586 iniciaban un regreso que estuvo lleno de peripecias. Cerca de las islas Azores fueron atacados por ingleses que capturaron al gobernador y a tres oficiales; dejaron seguir a la embarcación, después de desvalijarla y llevarse los mapas e informes hechos por Sarmiento.
En Inglaterra los españoles fueron llevados desde Plymouth a las residencias reales de Hampton Court y Windsor, donde Sarmiento se relacionó con Walter Raleigh y tuvo la entrevista en latín con la reina Isabel a la que ya nos hemos referido. Parece ser que se le encargó al navegante una misión diplomática ante el rey de España y fue liberado. Salió de Londres el 30 de octubre de 1586, cruzó hasta Calais y luego pasó por París, donde se entrevistó con el embajador español en Francia. Pese a la recomendación de que siguiera la ruta por mar, ya que la guerra llamada “de los Tres Enriques” asolaba el sur, Sarmiento lo hizo por tierra y esto le supuso una nueva captura por parte del capitán al servicio de Enrique de Navarra. Otra vez perdió sus enseres y las cartas que llevaba, y quedó prisionero en Mont de Marsan, mientras sus capturadores se pensaban si hacían intercambio de prisioneros hugonotes por él o si lo liberaban a cambio de dinero y caballos.
Esta etapa en Francia duró casi tres años y supuso un auténtico regateo, hasta la oferta final de seis mil escudos y cuatro equinos. Entretanto, Sarmiento se dedicó a redactar nuevamente sus recuerdos del viaje y a escribir a Felipe II y al secretario de ésta, Idiáquez, solicitando que se pagara su recate a cuenta de lo que la Corona le debía. Al parecer, así se hizo.
Finalmente, a mediados de 1590, el gobernador del estrecho galopaba hacia El Escorial para encontrarse con Felipe II y allí dedicó otra vez las horas de espera a seguir escribiendo sobre el estrecho y sus colonos, a los que no podía olvidar. Su preocupación tenía fundamento pues el hambre, el frío y las enfermedades diezmaron a los habitantes de Nombre de Jesús y Rey Don Felipe, lo cual explica que el inglés Thomas Cavendish, en los años noventa, llamara a los restos del segundo asentamiento Puerto del Hambre, abandonándolo de inmdiato.
Sarmiento murió como un auténtico marino, a bordo de un barco, cuando era segundo de la armada que debía proteger el regreso de la flota de Tierra Firme y Nueva España. El suceso ocurrió a mediados de julio de 1592, a las puertas de Lisboa.
LOS NAVEGANTES DEL SIGLO XVII
Ante el avance dirigido por Jacob Le Maire y Wilhelm Schouten, que habían descubierto el estrecho que lleva el nombre del primero, se envió la expedición mandada por los hermanos Bartolomé y Gonzalo Nodal (1618-1619) para expulsar a los holandeses y afianzar en aquel lugar el dominio español. Los Nodal, o Nodales, eran naturales de Pontevedra y ya habían servido antes a la Corona en numerosas acciones marítimas, como puede comprobarse en sus relaciones de servicios, que los presentan como hombres curtidos y de amplia experiencia.
Las carabelas que inregraban la expedición se habían contruido en Lisboa e incluso fueron embarcados en ellas cuarenta portugueses reclutados a la fuerza. La partida fue del puerto de la capital lusa, en esos años de unión de las dos Coronas peninsulares, el día 27 de septiembre de 1618.
Dejando atrás la escala en Río de Janeiro, donde efectuaron varios arreglos, siguieron hasta el litoral patagónico. Por fin, el 3 de enero de 1619 vieron el caba Sardinas y, al día siguietne, el de Santa Elena. Más al sur encontraron una isla, que llamaron “de los Santos Reyes” por descubrirla el día de esa festividad, y desembarcaron en una bahía denominada los Nodales, en honor de ambos hermanos. Nueve jornadas después avistaban la desembocadura del río Gallegos.
De nuevo en marcha, fondearían en la boca del canal magallánico pero, en vez de penetrar en éste, siguieron costeando hacia el sur, y descubrieron un nuevo paso tras la isla Grande de la Tierra de Fuego. El 19 de enero volvieron a anclar en la bahía de San Sebastián, que confundieron con un canal. Como todos los viajeros, quedaron impresionados por las altas montañas cubiertas de nieve, que les recordaron a las de Asturias.
Después llegaron al nuevo estrecho, llamado de Le Maire y que ellos rebautizaron con el nombre de San Vicente, y hubieron de atravesarlo con dificultad por culpa de las fuertes corriente. El siguiente anclaje fue en la bahía del Buen Suceso, para hacer aguada y recoger leña. Allí encontraron a unos indígenas a los que trataron de evangelizar. Su impresión fue la siguiente:
“Como no les entendíamos, ni ellos a nosotros, los sacerdotes que iban en nuestra compañía haciendo como tales su oficio, les dijeron, y propusieron, los nombres dulcísimos de Jesús, María y la oración de Cristo enseñó a los suyos del Padre Nuestro. Los indios mostrando percibían lo que desean los nuestros, repetían las mismas palabras unos con más blandura, otros con más aspereza, y en los días siguientes venían saltando y brincando a su costumbre, repitiendo los nombres de Jesús, María, duplicando alguno de ellos la “r” de María, mostrando que nos daban gusto en ello. Cosa que nos causó maravilla, oir pronunciar tan delicadamente a aquellos bárbaros los nombres soberanos y divinos deste Señor y Señora”.
La navegación se reanudó el 27 de enero, en medio de fuertes vientos y corrientes, hasta doblar el cabo de Hornos, llamado por ellos “de San Ildefonso”. Llegaron a la isla de Diego Ramírez el 12 de febrero, en plena tormenta de frío y nieve. Siguieron rodeando la Tierra de Fuego, avistaron las islas de los Cuatro Evangelistas, en la entrada del estrecho, que recorrieron barcos franceses al acercarse a las costas brasileñas.
El 9 de julio de 1619 anclaban en Sanlúcar de Barrameda, después de haber circunnavegado la Tierra de Fuego; habían ampliado la información sobre la tierra austral e intentado rebautizar el estrecho Le Maire con el nombre de San Vicente, además de otros accidentes menos importantes; pero, en general, esos cambios no prosperaron.
Como era usual, también de este viaje existen dos derroteros o diarios de ruta, que se guardan en la Biblioteca Nacional de Madrid; uno es el Reconocimiento de los Estrechos de Magallanes y San Vicente mandado hacer por S.M. en el Real Consejo de Indias. Salieron de Lisboa el 27 de septiembre de 1618 y llegaron de vuelta al Sanlúcar a 9 de julio de 1919. Cabo de dos carabelas Bartolomé García de Nodal y capitán Gonzalo de Nodal. Cosmógrafo Diego Ramírez. Piloto Juan Manço. 1619; el otro es el discurso y derrotero del viaje a los Estrecho de Magallanes y Mayre por el cosmógrafo Diego Ramíerez de Arellano. 1618-1619.
OTRAS EXPEDICIONES EUROPEAS
En los años siguientes, en cuanto a las relaciones políticas entre los países europeos, los holandeses organizaron una escuadra poderosa destinada a ocupar el Perú y Chile, yendo a través del cabo de Hornos. En 1623 navegaban hacia las costas sudamericanas once naves mandadas por Jacobo l’Hermite que, después de atravesar el estrecho de Le Maire, atacarían diversos enclaves españoles en el Pacífico. Causaron fuertes pérdidas pero no ocuparon territorio alguno.
A ésta le siguieron varias expediciones holandesas más, que provocaron grandes temores en las ciudades costeras de Chile y Perú, lo que dio lugar al desarrollo del sistema de fortificaciones hispánico en la costa sudamericana bañada por el océano Pacífico, el que nada en absoluto hizo honor a su nombre durante el siglo XVII. José Antonio Calderón Quijano, en su obra póstuma titulada Las fortificaciones españolas en América y Filipinas, dedica muchas páginas a este impulso constructor, de carácter defensivo, ante la amenaza extranjera en América del Sur.
En la segunda mitad del siglo XVII Inglaterra mostró interés hacia aquellas tierras americanas y, entre otras navegaciones de menor importancia, destacó la de John Narborough, al que le rey Carlos II envió para fijar presencia inglesa en el estrecho magallánico, de creciente valor estratégico. El navío que llevaba a su mando, el Sweepstakes, de trescientas toneladas y treinta y seis cañones, con una tripulación de ochenta hombres, zarpó de las orillas del Támesis en el otoño de 1669 y, a través de escalas en los archipiélagos portugueses del Atlántico, llegó a Puerto Deseado sin ningun problema. Narborough tomó posesión de este enclave en nombre de su rey y siguió navegando mientras recogía observaciones sobre el paso del estrecho, del que salió con éxito para dirigirse hacia Valdivia (Chile), donde fue bien recibido oficialmente, gracias a la falsa información de que se dirigía a la China. Ante las sospechas del gobernador español, que llegó a retener a algunos tripulantes, Narborough regresó a su país, donde expuso una información detallada.
Como consecuencia del éxito anterior, en 1670 partía una nueva expedición inglesa, al mando del capitán Woods y cuidadosamente organizada, según crónicas de la época. Woods repitió prácticamente la ruta de su antecesor, volviendo a tomar Puerto Deseado en nombre de Inglaterra. Pasó el duro invierno en San Julián, aprochando ese tiempo para recoger informaciones diversas, lo que repetiría luego a través del estrecho. Su opinión final sería clarísima respecto a que las enormes dificultades de aquellas tierras hacían inviable la construcción y mantenimiento de fortalezas y pueblos en ellas, ideas planteadas por Felipe II y que ya se han comentado.
La etapa siguiente de Woods transcurrió en Chile, donde intentó relaciones y posibles tratados de comercio tanto con los españoles como con los indígenas. Otra vez surgieron problemas y las autoridades españolas llegaron a detener a la mayor parte de la tripulación de Woods, que dicidió volver a Inglaterra atravesando el estrecho en un viaje de dieciocho días, sin incidencia alguna.
Pese a que en la España de Carlos II no se veía gran determinación por afianzar el dominio español en tierras del estrecho, la máxima autoridad peruana, el virrey Baltasar de la Cueva , al recibir desde Chile informaciones sobre la creciente presencia inglesa, pensó en organizar una nueva expedición tras más de cincuenta años de abandono. El jefe a cargo de ella sería Antonio de Vea, experimentado en la defensa de Portobelo (Panamá), que recibió el cargo de gobernado r general de mar y tierra, mientras Pascual de Yriarte, natural de Oyarzun (Guipúzcua), era nombrado capitán del buque Nuestra Señora del Rosario y Ánimas del Purgatorio.
Zarparon de El Callao el 16 de septiembre de 1675, llevando ciento setenta hombres y vívers para ocho meses. Cada dirigente habría recibido intrucciones muy específicas. Mientras Vea debía reconocer las costas e islas cercanas a Chile con dos lanchones, que llevaban desmontados. Yriarte navegaría al mando del navío para ir costeando desde Chiloé hasta el propio estrecho. Un encargo superior era el de buscar españoles, náufragos de expediciones anteriores, o naturales de otros países europeos en las tierras magallánicas, así como los puntos más idóneos para futuras poblaciones en la zona. En sus posteriores relaciones de este viaje, ambos demostraron que habían cumplido las órdenes lo mejor posible.
Primero alcanzaron Chiloé, lugar donde encalló el navío, y alli descargaron el tablaje de los lanchones. Se montaron éstos y mientra Yriarte se quedaba para reparar el barco principal, a fines de noviembre, zarpaba Vea en las dos embarcaciones, más nueve piraguas. Llevaba un total de setenta españoles y sesenta indígenas. Yriarte, por su parte, había recibido el encargo de seguir a Vez una vez se hubieran finalizado las reparaciones. Navegaron sin incidentes hasta el 9 de diciembre, cuando se levantaron fuertes corrientes a la altura del paralelo 46. El propio gobernador describe estos problemas con maestría:
“Hay diferentes partes donde, aunque el viento sea a popa, no se puede largar la vela y es menester ir ciando, porque el surco del agua es tal que se se diese en una peña la embarcación (aun sin vela) se haría pedazos, porque no es tan veloz un caballo en la carrera como una embarcación con la marea a favor en algunos parajes y tan incomprensibles sus arrebatamientos que es imposible tomarle tino, pues en una bahía se encuentran infinidad de corrientes a diferentes rumbos {…}”.
Siguieron la ruta entre lluvia, ventisqueros de nieve y teniendo que atravesar a pie la península de Taytao, cargados con las piraguas y los bastimentos, Luego continuó adelante una parte del grupo, encabbezada por Vea, mientras otra parte se quedaba allí bajo las órdenes del capitán José de Torres y con el encargo de regresar si Vea y los suyos no se reunían con ellos de nuevo a principios de marzo. En piraguas, la avanzadilla navegó más al sur hasta la isla de San Esteban (actual Wellington) pero al alcanzar los 49º 19′ de latitud, Vea decidió que volviera al Perú un pequeño grupo, mandado por el capitán Dionisio de Urreta, con el fin de transmitir al virrey los resultados y la opinión de que en aquel lugar no había enemigos de España establecidos y era imposible el mantenimiento de núcleos habitables.
En enero, ante la dureza del viento, Vea mandó regresar desde un enclave al que se dio el significativo nombre de Purgatorio y, en constante lucha con las tormentas, navegaron hasta la isla de San Esteban, donde el gobernador decidió depositar un escrito dentro de un recipiente de vidrio sellado con brea, para información de los viajeros posteriores, con el texto siguiente:
“Reinado Carlos II, el Justo, el Grande, el temeroso de Dios y Devotísimo de su preciosa Madre la Virgen Santísima sin mancha de pecado original en el primer instante de su ser natural, Rey de las Españas: En continuación de la antigua y nunca diputada posesión de estos mares, Dominios y Reinos del Perú, gobernándolos en paz, justicia y tranquilidad. Y siendo Virrey, Lugarteniente y Capitán General de ellos, el Excmo. Sr. D. Baltasar de la Cueva Henríquez , Conde de Catellar, Marqués de Malagón, Gentilhombre de su Cámara, del Consejo, Cámara y Junta de Guerra de Indias; de orden y mandato de S.E. se puso y fijó esta inscripción por el Gobernador General Don Antonio de Vea, habiendo reconocido hasta 50 grados de altura del ancón sin salida, en la isla de San Esteban, a 13 de enero de 1676. Don Antonio de Vea”.
Al día siguiente se juntaron de nuevo los dos grupos, el de Dionisio de Urreta y el de Vea, para regresar al puerto de Chacao (Chiloé), donde tocaron sin novedad el 28 de enero. Allí permanecieron hasta marzo en cumplimiento de la cita convenida con Yriarte, el cual llegó el sía 6 de ese mes, pero con otro barco, llamado Santísima Trinidad.
¿Qué había pasado? Yriarte no pudo reparar en Chilié el barco que mandaba y tuvo que pedir otro a las villas chilenas de Valdivia y la Concepción. Gracias a las órdenes del capitán general Juan Henríquez, desde el segundo puerto le pudieron ofrecer el ya citado barco, con el que realizó el viaje que se le había encargado. Zarpó el 14 de enero de 1676, con unos cien tripulantes y llegaron hasta los 48º 19′ de latitud, y allí un grupo de ellos se dirigió a la costa, donde desembarcaron y tomaron posesión, dejando testimonio de ella dentro de una botija cerrada y sellada con brea, puesta al pie de una sencilla cruz fabricada por ellos mismos.
El siguiente punto de desembarco fue la isla de los Cuatro Evangelistas, a una latitud de 52º 40′ , situada en la desembocadura del estrecho de Magallanes, donde dejaron una lámina de bronce con una inscripción muy semejante a la de Vea antes citada, pero en la que se recogía la falsedad de que el barco era el original que partió del Perú y no el que realmente llevaban en su lugar.
En los días siguientes se desató una tempestad, con fuertes lluvias y vientos, que acompañó a los navegantes, y puso a prueba la resistencia de su barco. Tuvieron que dejar atrás un chinchorro de observación en el cual iba un hijo del capitán. Por fin, el juueves 13 de febrero alcanzaron el cabo Deseado pero al aumentar otra vez el mal tiempo, Yriarte decidió dirigirse hacia el norte, lo que implicaba dejar en aquellas tierras el cadáver de su hijo y los otros marineros. Dio por escrito justificación de ello:
“El viento era muy variable con aguaceros, y mucha mar que corría con fuerza para la boca del Estrecho, que apenas podíamos contrastar por el viento ueste y uesnorueste, y teniendo a los ojos nuevos amagos de temporales difíciles de vencer, los oficiales y gentes de mar y guerra de más suposición, que me representaron no se conveniente detenerme más en aquellos parajes a esperar el chinchorro, atento a que eran pasados nueve días sin esperanza de mejorar por ser tan adelantado el tiempo en aquella costa, falta de agua {…} y el navío tan maltratado por la proa que recelaba pudiese resistir a más tormentas, y estar la mayor parte de la gente enferma, quebrantados de los trabajos pesados{…}”.
Al regreso hubieron de afrontar nuevas tempestades, hasta el extremo de que la tripulación llegó a suplicar a Yriarte que varase el barco, porque estaban agotados. Por fin, el 6 de marzo llegaban puntualmente a la cita. Desde Chacao navegaron juntas ambas expediciones, que tuvieron que retificar ante el virrey del Perú las anteriores impresiones pesimistas sobre el poblamiento del estrecho.
Los últimos años del XVII presenciaron nuevas correrías por las tierras magallánicas de filibusteros de origen diverso, empeñados en repetir las acciones sobre los territorios españoles practicadas en la primera mitad de esa centuria.
Todavía al comenzar al última década del siglo XVII, Francisco de Seijas y Lobera, un interesante personaje que ya había tenido negocios en Holanda y recorrido los territorios americanos partiendo de México, publico una obra titulada Descripción Geográfica y Derrotero de la Región Austral Magallánica que se dirige al Rey nuestro Señor, gran Monarca de España y sus dominios en Europa, Emperador del Nuevo Mundo Americano y Rey de los Reynos de Filipinas y Molucas, en la cual se refleja su paso por el estrecho de Le Maire tres veces, pero sin haber estado ni navegado por el de Magallanes. Este mismo autor escribiría, entre 1702 y 1704, catorce libros destinados a informar al nuevo monarca Borbón del riesgo que corría la posesión de las colonias americanas si no se efectuaban profundos cambios en su gobierno y administración. Pablo Emilio Pérez-Mallaína ha publicado la parte de estos libros dedicada a México (Gobierno Militar y Político del Reino Imperial de la Nueva España ,1702), además de dar al conjunto de la obra el título, del cual carecía, de Memoria sobre el gobierno de las Indias españolas.
Así acaba el siglo XVII sin que hubiera podido consolidarse el precario dominio español en el Océano Pacífico que, al empezar la centuria ilustrada, todavía ofrecia muchas zonas enigmáticas, casi desconocidas, como el estrecho de Magallanes.