Texto: Pedro Páramo

Boletín 17 – Especial sobre el Mundo Maya
Los náufragos de Yucatán

El naufragio a principios del siglo XVI de Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero en las costas de Yucatán y su supervivencia durante años entre los mayas es una de las historias más emocionantes de la conquista Española del Nuevo Mundo. Es el primer encuentro entre dos mundos.

Los primeros días de marzo de 1519, la expedición mandada por el capitán Hernán Cortés se hallaba en el norte de isla de la Santa Cruz (Cozumel) frente a las costas de Yucatán abasteciéndose de agua y víveres. Era el primer domingo de cuaresma y Cortés estaba comiendo, después de haber oído misa, cuando le anunciaron que se acercaba a la isla una canoa a vela navegando por el canal que la separa del continente en dirección a donde estaban fondeados los barcos españoles. Salió el capitán a mirar y, como la embarcación desviara su rumbo, mandó a Andrés de Tapia que con algunos hombres vigilara aquella canoa y apresara a los ocupantes si ponían pie en tierra. Poco después regresaron los soldados conduciendo a siete indios casi desnudos, algunos con los cabellos trenzados anudados en la frente y armados con arcos y flechas. Cuando los cautivos llegaron ante Cortés, se sentaron en cuclillas frente a él. El capitán preguntó entonces a Tapia:

–¿Quién es el español?

–Yo soy –respondió un indio con el pelo trasquilado como el de los esclavos, que cubría sus vergüenzas con un rudimentario braguero y portaba un remo y un bulto en las manos envuelto en tela.

Cortés se dirigió a él, le ayudó a alzarse, le abrazó y le cubrió con su capa amarilla con guarnición carmesí. A continuación, ordenó que le dieran camisa, jubón, alpargatas y zaragüelles, los amplios pantalones propios de los marineros de aquella época. Allí mismo en la playa, bajo el despiadado sol del mediodía en el trópico, los soldados y marineros que luego dominarían la Nueva España escucharon, embargados por la emoción, la historia más sorprendente de las vividas hasta entonces por españoles en América. Según el relato que puede establecerse a partir de las distintas crónicas que refieren el hecho, así entraron en la historia de las exploraciones y conquistas Jerónimo de Aguilar, natural de Écija, que había recibido órdenes menores y estaba llamado a representar un destacado papel en la conquista de México, y de su mano, el marinero Gonzalo Guerrero, el primero que nació europeo y murió indio.

LA INCREIBLE HISTORIA DE AGUILAR Y GUERRERO

En 1511, España dominaba las Antillas y el Caribe. La América continental todavía era una gran mancha en blanco en los mapas que se actualizaban constantemente a partir de los testimonios de los navegantes llegados de los confines de lo conocido. Las islas La Española (Santo Domingo-Haití) y Fernandina (Cuba) actuaban como bases avanzadas para la gran conquista que se preparaba. Sus puertos recibían las flotas que venían de Sevilla y de ellos partían las expediciones para la exploración de nuevos territorios. El propio Hernán Cortés había salido de La Habana el 10 de febrero de 1519 y recalado en la isla de Cozumel antes de lanzarse a reconocer y conquistar la tierra firme que se hallaba al oeste. El piloto de su expedición, Antón de Alaminos, de Palos de Moguer, conocía bien aquella isla desde la que se veía el continente: había estado en ella en 1517, bajo el mando de Francisco Hernández de Córdoba, y en la primavera de 1518, con Juan de Grijalva.

Los indios mayas de la península de Yucatán habían hecho frente a las dos expediciones sin dejarse impresionar por los cañones y las armas de fuego más ligeras de los españoles. Hernández de Córdoba perdió veinte hombres –dos de ellos fueron sacrificados a los ídolos mayas– y él mismo falleció poco después en su residencia cubana como consecuencia de las 33 heridas recibidas durante su incursión en tierra continental americana. El año anterior a la llegada de Cortés, los indios yucatecos habían matado a dos soldados de la expedición de Grijalva y herido a medio centenar. Grijalva sufrió dos flechazos y salió de aquellos combates con dos dientes quebrados.

Además del piloto Alaminos, que había iniciado su carrera como grumete en el cuarto viaje de Colón, acompañaban a Cortés algunos veteranos de las expediciones anteriores, como el salmantino Francisco de Montejo –que tras la conquista sería el primer gobernador del Yucatán colonial– el vallisoletano de Medina del Campo Bernal Díaz del Castillo o el vizcaíno Martín Ramos, que conocían por experiencia la hostilidad y bravura de los indios mayas. Estos dos últimos habían contado a Cortes haber oído a los indígenas de Campeche mencionar varias veces la palabra “castilian” para referirse a los españoles, señal inequívoca de que habían visto a otros con anterioridad por aquellas costas. Uno de los cometidos asignados por el gobernador de Cuba a la expedición de Grijalva consistía precisamente en rescatar a posibles cautivos en poder de los indígenas.

Grabado de Theodor de Bry acerca de la aniquilación de los nativos para la Historia de la destrucción de las Indias.

Parte del mural de Bonampak. Autor Elelicht. Wikipedia.

La aparición en el horizonte de los barcos de Cortés hizo que los habitantes de la costa norte de Cozumel abandonaran los poblados y se refugiaran en la espesura. Los españoles los persiguieron por el monte y al encontrar a la mujer del jefe, al que los indios llamaban calachioni, la convencieron para que todos regresaran a sus casas con la promesa de respetar sus personas y sus pertenencias. Sirvió de intérprete en esta conversación Melchor o Melchorejo, que con los dos nombres aparece en las crónicas, un indio apresado por Hernández de Córdoba dos años antes y trasladado a Cuba donde había aprendido castellano. Melchor se uniría más adelante a los indios hostiles a Cortés y, conocedor de las fuerzas expedicionarias y de sus debilidades, les animaría y les guiaría para combatir a los españoles.

Cuando Hernán Cortés se reunió con los calachionis de la isla, les preguntó si habían visto a otros españoles antes de ellos. De nuevo con el auxilio de Melchor, los jefes le informaron que había hombres barbados en poder de los caciques de tierra firme, a dos soles (jornadas) de la costa y que, precisamente, unos días antes los habían visto allí algunos mercaderes que acababan de volver de allí. Cortés ofreció entonces a estos comerciantes numerosos regalos para que hicieran llegar a los cautivos una carta instándoles a acudir a Cozumel. Según la versión de Francisco López de Gómara, clérigo soriano que fue capellán de Hernán Cortés en los últimos años de vida del conquistador, la carta decía así:

“Nobles señores: yo partí de Cuba con once navios de armada y quinientos cincuenta españoles, y llegué aquí a Acuzamil (Cozumel), desde donde os escribo esta carta. Los de esta isla me han certificado que hay en esa tierra cinco o seis hombres barbudos, y en todo a nosotros muy semejantes. No me saben dar ni decir otras señas; mas por éstas conjeturo y tengo por cierto que sois españoles. Yo y estos hidalgos que conmigo vienen a descubrir y poblar estas tierras, os rogamos mucho que dentro de seis días que recibiereis ésta, os vengáis para nosotros, sin poner otra dilación ni excusa. Si vinieseis todos, tendremos en cuenta y gratificaremos la buena obra que de vosotros recibirá esta armada. Un bergantín envío para que vengáis en él, y dos naos para seguridad. Hernán Cortés”.

La carta salió hacia su destino oculta en el cabello de uno de los dos indios mensajeros y Cortés, por sugerencia de los calachionis, les entregó también ropas y cuentas para que pagaran rescate si lo exigían los caciques que los tenían esclavizados. A continuación, el capitán mandó apercibir los dos navíos de menor porte con veinte ballesteros y escopeteros a las órdenes de Diego de Ordás para que se dirigieran al cabo Catoche, en el extremo nororiental de la península de Yucatán, a unos cuarenta kilómetros de donde se hallaba el grueso de la flota y aguardara allí la llegada de los que se pudieran rescatar. Ordás esperó en vano ocho días y el noveno regresó a donde estaba la flota.

Al día siguiente, martes de carnaval, desesperanzado de dar con aquellos desgraciados, la escuadra española zarpó con rumbo Norte, siguiendo la derrota de la expedición anterior de Grijalva. Viajaban en once navíos quinientos ocho soldados –de ellos 36 ballesteros y trece escopeteros–, ciento nueve marinos, entre maestres, pilotos y marineros y dos capellanes. Estos efectivos, con dieciséis caballos, constituían el grueso de la armada que iba a conquistar México. Pero poco después de haber rebasado Isla Mujeres, navegando en dirección el cabo Catoche, uno de los barcos más grandes disparó un cañonazo que alarmó a la flota y los que viajaban a bordo de las naves más cercanas oyeron dar grandes voces. El bergantín mandado por Juan de Escalante, el que llevaba el cazabe, tenía una vía de agua que las dos bombas del barco no eran capaces de achicar. Cortés, sin dudar, dio orden a la flota de regresar a Cozumel y descargar aquel alimento para que no se estropease. El cazabe, que los españoles llamaban pan de las Indias, se hace exprimiendo y amasando pulpa de yuca hasta formar una torta que, asada luego en la plancha, se conserva durante un año. Altamente nutritivo, se había convertido en poco tiempo en el sustento básico de las tripulaciones que navegaban por el Caribe, donde el trigo escaseaba; la pérdida de aquel barco y de su carga hubiera representado un serio contratiempo para la expedición de Hernán Cortés.

Relieve centroamericano

La reparación de la nave hendida llevó cuatro jornadas. Fue al quinto día, con la escuadra lista para zarpar de nuevo, cuando se presentó en Cozumel Jerónimo de Aguilar en su canoa. El encuentro del de Écjia con los españoles de Andrés de Tapia ha sido narrado con gran emotividad por los distintos cronistas que recogen el hecho, aunque difieren en algunos detalles. Bernal Díaz del Castillo escribe que los indios que venían en la canoa se asustaron al ver a los españoles y querían volverse, pero que Aguilar los tranquilizó y que, después de saltar a tierra, se dirigió a sus compatriotas y “en español, mal mascado y peor pronunciado, dijo ‘Dios y Santa María y Sevilla’; e luego le fue a abrazar el Tapia”. López de Gómara, que dice que la nave averiada que motivó el regreso de la flota a Cozumel fue la de Pedro de Alvarado y no la de Escalante, refiere así aquel momento: “El otro (Aguilar) se adelantó, hablando a sus compañeros en lengua que los españoles no entendieron, que no huyesen ni temiesen; y dijo luego en castellano: ‘Señores, ¿sois cristianos?’ Respondieron que sí, y que eran españoles. Alegróse tanto con tal respuesta, que lloró de placer. Preguntó si era miércoles, pues tenía unas horas durante las cuales rezaba cada día. Les rogó que diesen gracias a Dios; y él se hincó de rodillas en el suelo, alzó las manos y ojos al cielo, y con muchas lágrimas hizo oración a Dios, dándole gracias infinitas por la merced que le hacía de sacarlos de entre infieles y hombres infernales, y ponerle entre cristianos y hombres de su nación’” Las horas a las que se refiere este cronista es un llamado ‘libro de horas’, especie de manual de oraciones que recogía las plegarias propias de cada momento del día. Estos libros eran los más frecuentes en los barcos españoles del siglo XVI y Jerónimo de Aguilar, que había recibido órdenes menores y había conservado esta obra religiosa durante todo su cautiverio.

Al encontrarse con Hernán Cortés, Jerónimo de Aguilar explicó los motivos de su demora en acudir a la cita. Los comerciantes de Cozumel le habían entregado la carta del capitán dos días después de haber sido desembarcados en la playa pero él, al conocer la presencia de los españoles en la costa, había corrido a llevar el mensaje a otro español, llamado Gonzalo Guerrero, que vivía en otro poblado más alejado. Luego se había presentado en el punto fijado para el encuentro en compañía de dos de los mercaderes de Cozumel, pero al no encontrar los barcos, se había vuelto a su poblado. Al ver que la flota regresaba a la isla fue cuando se embarcó en la canoa para presentarse ante sus compatriotas.

JERÓNIMO DE AGUILAR, EL PRIMER INTÉRPRETE DE CORTÉS

Jerónimo de Aguilar había nacido en Écija en 1489, hijo de Alonso Hernández “El Ronco” y Juana García. Desde muy niño había leído libros de historia que narraban las hazañas de persas, griegos y romanos. En 1509 se había embarcado con Diego Colón para La Española y en noviembre de ese mismo año se unió a la expedición de Diego de Nicuesa, enviada a descubrir y colonizar las costas de Veragua y el Darién (hoy en Panamá). Como consecuencia de los enfrentamientos de Vasco Núñez de Balboa con Nicuesa por el control de aquella porción de tierra firme, Aguilar embarcó dos años después para retornar a La Española. López de Gómara y Bartolomé de las Casas mantienen que salió en el barco de Juan de Valdivia enviado por Balboa a pedir al gobernador víveres y apoyo para su causa; pero parece ser que iba con Nicuesa y sus partidarios cuando fueron expulsados de Darién por Vasco Núñez de Balboa llevando diez mil (Díaz de Castillo) o veinte mil (Gómara) pesos en oro para el rey, porque Nicuesa nunca regresó a La Española. Lo cierto es que la embarcación de Jerónimo de Aguilar naufragó en unos bajos que unos llaman de los Alacranes (Solís) y otros de las Víboras (Gómara) cerca de Jamaica.

Veinte de los náufragos, entre ellos dos mujeres, consiguieron subirse a un bote “sin  vela, sin agua, sin pan, y con un ruin aparejo de remos”, escribe Francisco López de Gómara. En la relación de este cronista, Jerónimo de Aguilar cuenta en primera persona sus desventuras : “… y así anduvimos trece o catorce días, y al cabo nos echó la corriente, que allí es muy grande y recia, y siempre va tras el sol a esta tierra, a una provincia que llaman Maia. En el camino se murieron de hambre siete, y hasta creo que ocho. A Valdivia y otros cuatro los sacrificó a sus ídolos un malvado cacique, en cuyo poder caímos, y después se los comió haciendo fiesta y plato de ellos a otros indios. Yo y otros seis quedamos en caponera a engordar para otro banquete y ofrenda; y por huir de tan abominable muerte, rompimos la prisión y echamos a huir por los montes; y quiso Dios que topásemos con otro cacique enemigo de aquél, y hombre humano, que se llama Aquincuz, señor de Xamanzana; el cual nos amparó y dejó las vidas con servidumbre, y no tardó en morirse. De entonces acá he estado yo con Taxmar, que le sucedió. Poco a poco se murieron los otros cinco españoles compañeros nuestros”. Cortés quiso conocer entonces las características de aquellas tierras de Yucatán y el número de poblados de tierra firme y Aguilar le informó que sabía que había muchos pueblos, aunque durante su cautiverio sólo había hecho un viaje de unas cuatro leguas (unos veinte kilómetros) para transportar una carga tan pesada que no había podido con ella y que había enfermado en el camino; el resto del tiempo lo había pasado acarreando agua y leña y cultivando maizales.

Hernán Cortés utilizando a la Malinche como intérprete frente a Moctezuma en Tenochtitlán.

A continuación, Aguilar relató así, en versión de López de Gómara, la historia del otro superviviente de aquel naufragio de 1511: “No hay más que yo y un tal Gonzalo Herrero, marinero, que está con Nachancan, señor de Chetemal (Chetumal, hoy capital del estado de Quintana Roo), el cual se casó con una rica señora de aquella tierra, en quien tiene hijos, y es capitán de Nachancan, y muy estimado por las victorias que le gana en las guerras que tiene con sus comarcanos. Yo le envié la carta de vuestra merced, y a rogarle que se viniese, pues había tan buena coyuntura y aparejo. Mas él no quiso, creo que de vergüenza, por tener horadada la nariz, picadas las orejas, pintado el rostro y manos a estilo de aquella tierra y gente, o por vicio de la mujer y cariño de los hijos”.

GONZALO GUERRERO, EL PRIMER ESPAÑOL MAYA

La historia de Gonzalo Guerrero o Herrero resulta en nuestro tiempo más apasionante aún que la de Jerónimo Aguilar, pues se trata del primer renegado seducido por la cultura indígena americana, el primer español que se hizo maya y el padre de los primeros mestizos hispanoamericanos. De su vida se tienen muy pocas noticias. Algunos autores le consideran natural de Palos de Moguer; otros, como Gonzalo Fernández de Oviedo, dicen que había nacido en Niebla. Era hombre de la mar, no soldado, y al igual que Aguilar había llegado a América en las primera expediciones del siglo XVI. Algunos historiadores sostienen que Guerrero sobrevivió a la desastrosa expedición de Alonso de Hojeda a la Colombia actual en 1509 y fue rescatado por Diego de Nicuesa. Lo incuestionable es que formaba parte de la tripulación del barco que naufragó en los bajos próximos a Jamaica y que fue uno de los supervivientes que las corrientes arrojaron en las costas de Yucatán.

¿Llegó a recibir la carta de Cortés? ¿Habló Aguilar con Guerrero para instarle a que regresara con los españoles? El franciscano Diego de Landa, en su Relación de las cosas de Yucatán, escribe: “y que Aguilar contó allí su pérdida y trabajos y la muerte de sus compañeros y cómo le fue imposible avisar a Guerrero en tan poco tiempo por estar más de ochenta leguas de allí”. Los demás historiadores de la época refieren que Jerónimo de Aguilar aseguró haberle avisado. Bernal Díaz del Castillo hasta da una versión novelesca del encuentro: “Y caminó Aguilar adonde estaba su compañero, que se decía Gonzalo Guerrero, en otro pueblo, cinco leguas de allí, y como le leyó las cartas, Gonzalo Guerrero le respondió: ‘Hermano Aguilar: Yo soy casado y tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras; idos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas. ¡Qué dirán de mí desde que me vean esos españoles ir de esta manera! Y ya veis estos mis hijitos cuan bonicos son. Por vida vuestra que me deis de esas cuentas verdes que traéis, para ellos, y diré que mis hermanos me las envían de mí tierra’. Y asimismo la india mujer del Gonzalo habló a Aguilar en su lengua, muy enojada, y le dijo: ‘Mira con qué viene este esclavo a llamar a mi marido; idos vos y no curéis de más pláticas’. Y Aguilar tornó a hablar a Gonzalo que mirase que era cristiano, que por una india no se perdiese el ánima, y si por mujer e hijos lo hacía, que la llevase consigo si no los quería dejar. Y por más que le dijo y amonestó, no quiso venir”.

En la versión de Jerónimo de Aguilar que transcribe Díaz del Castillo se retrata a Gonzalo Guerrero como el instigador de la resistencia de los mayas a los primeros exploradores españoles de Yucatán y se recoge el desprecio de Cortés hacia aquel renegado, un desprecio que expresarán de una u otra manera todos los cronistas de la conquista y la colonia. “Los indios le tienen por esforzado –dice Díaz del Castillo–; y que había poco más de un año que cuando vinieron a la punta de Cotoche una capitanía con tres navíos – parece ser que fueron cuando vinimos los de Francisco Hernández de Córdoba– , que él fue el inventor que nos diesen la guerra que nos dieron, y que vino él allí por capitán, juntamente con un cacique de un gran pueblo, según ya he dicho lo de Francisco Hernández de Córdoba. E cuando Cortés lo oyó, dijo: ‘En verdad que le querría haber a las manos, porque jamás será bueno’”.

 

DOS HOMBRES Y DOS DESTINOS

La diferente elección tomada por los dos primeros españoles que pisaron las tierras de Yucatán ha marcado la también distinta consideración que los historiadores de uno y otro lado del Atlántico han tenido con estos personajes. Para los españoles, Jerónimo de Aguilar fue un héroe, fiel a su cultura e instrumento de incalculable valor en la conquista de Nueva España. La expedición de Cortés salió a la mar al día siguiente de haber recuperado al náufrago cautivo de los mayas. Navegó hacia al Norte como tenía previsto, hasta llegar a la actual costa de Tabasco, donde los españoles pudieron hacerse entender por los indígenas gracias a Aguilar, que hablaba con soltura su mismo idioma. Cuando más adelante los indios del istmo regalaron a Cortes varias nativas, entre ella Malintzin, “gran cacica e hija de grandes caciques y señora de vasallos”, los españoles se aseguraron la traducción fiel de sus propósitos durante toda su campaña de conquista de México. Malintzin (bautizada Marina) había sido apresada de niña por los mayas de Tabasco y hablaba perfectamente el idioma de Yucatán y el suyo, el nahuatl, propio de los aztecas y otras tribus del altiplano. A partir de entonces, hasta la toma de Tenochtitlan (la capital de México), Cortés se dirigía a Aguilar en castellano, Aguilar traducía sus palabras al maya y Marina las expresaba en el idioma azteca.

Jerónimo Aguilar tuvo una vida tranquila en el México colonial; según parece murió antes de 1531, “de bubas, mal vénereo”, de acuerdo con documentos del Archivo de la Historia de Yucatán, Campeche y Tabasco. Aunque clérigo, tuvo dos hijas con una india llamada Elvira Toznenitzin. En la historia indígena recogida en la Crónica de Chac-Xulub-Chen, Aguilar se unió a una hija del cacique Ah Maum Ah Pot y la abandonó al volver con los españoles. Años después de su muerte una de sus nietas contó episodios de su aventura en una de las informaciones de servicios y méritos que tenían lugar ante la administración colonial para obtener concesiones de la Corona.

Gonzalo Guerrero, el primer “hombre llamado caballo” en América, el primer “bailando con lobos” que luego ha popularizado el cine, es uno de los raros casos de aculturación en la que se impone la cultura menos compleja lo que confiere a su elección una aureola de romanticismo muy apreciada hoy día entre nosotros.

No son convincentes las razones que aducen los autores de la época, como Diego de Landa, para explicar su decisión, basadas en el afecto hacia su mujer indígena y sus hijos; como tampoco lo son las de los idealistas que creen que el andaluz se sintió embelesado por la belleza y armonía de un mundo que los europeos estaban a punto de arruinar para siempre. En aquellos tiempos las diferencias entre las dos culturas enfrentadas en América no eran tan profundas como las que hoy se dan entre los pueblos más avanzados y los más atrasados del mundo; para un español emigrado que huía del hambre, la “calidad de vida” de la civilización maya podía representar una aceptable vía de escape. Lo verdaderamente decisivo en este caso fue, sin duda, la intolerancia y fanatismo religioso que imperaba en la España del siglo XVI; Gonzalo Guerrero sabía que si regresaba con los españoles su vida podía ser un infierno, forzado al tener que explicar a la Inquisición una y otra vez sus marcas corporales, siempre bajo sospecha de apostasía. El episodio de Jerónimo Aguilar de rodillas en la playa de Cozumel haciendo profesión de fe y mostrando a Andrés de Tapia el libro de las horas como prueba de que en ningún momento había abjurado de su fe durante su cautiverio, ilustra mejor que nada los motivos de su compañero de infortunio para seguir indio.

Gonzalo Guerrero se hizo maya con todas las consecuencias, hasta el punto de que los cronistas destacan su papel activo como jefe militar de los indígenas. Diego de Landa dice que “es creíble que fuese idólatra como ellos” y señala que “se distinguió ganando muchas victorias contra los enemigos de su señor y les enseño a los indios a luchar, mostrándoles como levantar fuentes y bastiones”. Se sabe con certeza que encabezó las huestes mayas que combatieron a Alonso Dávila, enviado por el adelantado Francisco de Montejo a conquistar Bacalar y Chetumal en 1527. Entre 1533 y 1535 combatió con fiereza a los españoles que habían fundado una ciudad frente a la isla de Tamalcab, en la bahía de Chetumal, hasta que los obligo a retirarse, dejando abandonadas la iglesia y todas las construcciones. Así, entre batallas, vivió hasta su trágico final peleando con sus antiguos compatriotas. La última referencia que se tiene de él, figura en un documento del contador real de Honduras Andrés de Cerezeda, redactado después de la batalla librada en Puerto Caballos el 13 de agosto de 1536. “El cacique Cicumba, declaró que durante el combate que había tenido lugar dentro de la albarrada, un cristiano español llamado Gonzalo Aroca (Guerrero) había sido muerto de un escopetazo. Es el que vivía entre los indios de la provincia de Yucatán y además, es el que dicen que arruinó al adelantado Montejo. Ese español muerto en el combate –detalla el informe–, estaba desnudo, con tatuajes en el cuerpo y usaba los adornos que emplean los indios”. Jerónimo Aguilar es sólo un nombre en las historias de la conquista de América; Guerrero es, además, un mito y una leyenda en las tierras de la península de Yucatán: fue el primer español indio; documentadamente, el primer padre de mestizos por convicción o conveniencia y no como fruto de ultraje y la violación de las indígenas. Por ello, el nombre de Gonzalo Guerrero lo estudian hoy en las escuelas los niños yucatecos y figura en numerosas calles y monumentos de los estados mexicanos de Quintana Roo –que lo consideran uno de sus fundadores–, Campeche y Yucatán, asociado los valores de la libertad, la tolerancia y la lucha contra el imperialismo.