La necesidad de conocer Marruecos después de la guerra Murga (1863) y Gatell (1865)
Amalia Montes y Javier Gómez-Navarro
“Exploradores españoles olvidados del siglo XIX” SGE. 2001
Tan cerca estaba de Marruecos que parecía sencillo cruzar el Estrecho y descubrir todos sus misterios. Tan desconocido era que los que lo intentaron en el siglo XIX tuvieron que usar estratagemas burdas o sutiles, pero casi siempre peligrosas. Badía, Murga y Gatell utilizaron la misma: disfrazarse de árabes, mimetizarse con ellos incluso, a veces, convertirse en el propio personaje ficticio. Así, dejaron su nombre cristiano para “meterse en la piel” de Alí Bey, Hach Mohammed el Bagdady (llamado luego el moro Vizcaíno) y El Caid Ismail.
La historia de España en África comienza en el siglo XV cuando los marinos portugueses y españoles empezaron a navegar hacia el sur por la costa africana, para buscar vías comerciales que sustituyeran las del Mediterráneo oriental que los turcos habían clausurado. Los descubrimientos técnicos, el uso sistemático de la brújula y el astrolabio y el nuevo diseño de los barcos permitieron alargar la navegación hacia el sur buscando el oriente.
La política de los Reyes Católicos a final del siglo XV fue precisamente estimular la conquista de la costa noroeste de África, una vez tomada Granada y conseguida la unificación de España. Al fin y al cabo no era más que la continuación de las luchas entre moros y cristianos, a las cuales se podía dedicar la población desocupada y cuya profesión era la búsqueda de la riqueza a través de las mayores aventuras. En 1476, los españoles se apearon en la desembocadura del río Bohía, frente a las costas de Lanzarote y fundaron y construyeron un castillo muy famoso a lo largo de la historia llamado Santa Cruz de Mar Pequeña que posteriormente dió lugar a la posesión española de Ifni.
El testamento de Isabel la Católica era claro. Insistía a sus hijos en que no perdiean de vista África pero al poco tiempo acabó su vigencia.
El descubrimiento de América, la política imperial y las guerras religiosas en Europa de Carlos I encaminaron a España en direcciones opuestas a la de África. Solo la necesidad de frenar la piratería berberisca hizo que nuestros gobernantes se ocuparan de la costa norte de África y por esta razón en los siglos XVI y XVII se apoderaron de las plazas norte africanas que consideraban puntos de partida de los piratas que atacaban las costas españolas.
Solo el interés de los pescadores canarios y andaluces por la costa noratlantica donde hasta hoy han encontrado los caladeros para su trabajo, mantuvo a lo largo del siglo XVIII el interés de España por la costa africana para garantizar la actividad pesquera mediante la firma de tratados comerciales y de paz con Marruecos que tenían y tienen un muy dudoso cumplimiento.
ALÍ BEY: DOMINGO BADÍA LEBLICH
A comienzos del siglo XIX Europa tenía un total desconocimiento de Marruecos y del Noroeste de África y sólo algún relato de cautivo, como el de Mármol o el de Diego de Torres dieron una limitada información sobre esos territorios. Por otro lado la expedición napoleónica de 1799 a Egipto había levantado un enorme interés científico-político-militar, por el mundo musulmán. En el año de 1801 reinaba en España Carlos IV y gobernaba un político aventurero y ambicioso necesitado de gloria: Godoy. En abril de ese año Domingo Badía presentó a Godoy su “Plan de viaje al África con objetivos políticos y científicos”.
¿Quién era ese Domingo Badía?
Había nacido en Barcelona el 1 de abril de 1767, hijo de don Pedro Badía, secretario del Gobernador, Conde de Ofalia y de doña Catalina Leblich de familia originaria de Flandes. Su padre viajó como funcionario por diferentes destinos de España y se estableció en Madrid en 1786. Preparó a su hijo una buena base educativa, pero sin estudios organizados, que no eran necesarios para la carrera administrativa para la que estaba destinado.
Domingo Badía trabajó en diferentes puestos administrativos en Córdoba, y desde muy joven mostró interés por temas exóticos, como el proyecto de globos aerostáticos que le ocupó una parte importante de la década de los noventa.
En el citado plan de viaje que presentó a Godoy sostenía que el principal obstáculo para los viajeros era el profesar diferente religión. Por tanto un europeo que ocultara su religión y patria y se presentara en África con el aspecto de un musulmán podría visitar todas sus regiones, y para ello sólo era necesario hablar árabe, aprender algunas oraciones del Corán, vestir como uno de ellos, cumplir todas las ceremonias y tomar un nombre musulmán.
El primer plan de Badía era viajar a Fez, de allí hacía el sur a Marrakech, Agadir, Timbuctú y llegar a la costa de Ghana, para luego cruzar África de Oeste a Este hasta el norte de la costa de Kenia y por último atravesar Abisinia y llegar a Trípoli. Un trayecto de casi veinte mil kilómetros a realizar en tres años que le permitiría redactar un informe sobre política, comercio, producción, costumbres y artículos más deseados en cada región, así como elaborar mapas y reunir colecciones de botánica y geología.
El proyecto era absolutamente disparatado por su dimensión y por las zonas que había de atravesar y estaba inspirado en muchos aspectos en el viaje y el libro de Mungo Park.
Godoy recibió el proyecto con entusiasmo y lo envió a la Real Academia de la Historia , que nombró una comisión que con la máxima urgencia rechazó de manera tajante el proyecto, expresando en su informe que a España no le quedaba nada que hacer en África y que la buena voluntad y el celo de Badía era mejor emplearlos en América.
Badía insistió ante Godoy en el mes de agosto y consiguió al fin la aprobación de su proyecto enfocándolo hacia el aspecto político y sugiriendo la posibilidad de conquistas y anexiones territoriales. Godoy justificó en sus memorias el apoyo entusiasta al plan de la siguiente forma:
“ Un viaje que a la vista del extranjero pasase solamente por científico, al África y Asia, más cuyo efecto principal sería inquirir los medios de extender nuestro comercio en las escalas de Levante desde Marruecos al Egipto y hacer los planes e indagaciones para montar nuestro comercio en la región del Asia con entera independencia de las potencias de Europa………. era en mi una idea fija buscar el modo de adquirirnos una parte especialísima del comercio interior del África por el conducto de Maruecos. Multitud de artículos, poco o nada estimables en América y de valor también muy corto y nada cierto en los mercados de la Europa , podían hallar salida en los países africanos con preciosos cambios……… España solamente, por su posición geográfica, podía beneficiar este otro cabo del comercio africano, sin temer la competencia.”
Badía viajó a Cádiz y de allí pasó a Tánger el 29 de junio de 1803. En todo este tiempo Godoy había dado un aspecto mucho más político y claramente de espionaje al viaje de Badía. Se había montado una red de apoyo dirigida por el coronel Francisco Amorós, sostenida por los cónsules de Tánger, y de Mogador, y formada por otros agentes secundarios. Todos se comunicaban en cifra aunque la falta de discreción ocasionó que tanto ingleses como franceses estuvieran perfectamente informados de los planes.
Badía se hizo pasar por un musulmán de origen noble, llamado Ali Bey criado y educado en Europa, que quería instruirse en la religión de sus padres, príncipes sirios ya fallecidos. En años posteriores durante su residencia en Francia y en plena locura y megalomanía llegó a creerse descendiente de los Abasidas y añadió a su nombre El Abbassi. Ali Bey se presentó a si mismo como “un siríaco musulmán, educado en las ciencias desde la niñez en la Italia , Francia, España e Inglaterra, por lo que casi olvidó el idioma patrio, si bien guardó el orden del Corán”.
Badía pasa unos meses en Tánger y marchó en el otoño a Fez dónde intentó ganarse la confianza del entorno del sultán. El año 1803 fué de aprendizaje del árabe y la cultura marroquí y de aproximación y tomas de contacto; El año siguiente lo dedicó a la conspiración política para derribar al sultán y entronizar a un pariente o llegar él mismo a convertirse en sultán. Momento importante fue su estancia en Marrakech, donde contó que había realizado las alianzas precisas con tribus del Atlas para dar un golpe de estado y tomar el poder. Pidió armamento a Godoy que decidió facilitárselo y aprobar la operación. En el último momento Badía recibió contraordenes de Godoy, que este calificó como reparos morales de Carlos IV, por las que se suspendían sus planes de acción.
Para entender esta situación es necesario saber que Ali Bey llegó a Marruecos en unos momentos en que existían informes alarmantes de los confidentes marroquíes sobre un probable asalto a las plazas españolas en el norte de África.En 1803 el Sultán Muley Souleiman hacía planes para conquistar Ceuta y poco tiempo después pidió cañones a Inglaterra para poder cercarla.Todo este fresco político, económico y social, en un país desconocido en aquella época como era Marruecos, hace verosímil para Godoy y parte de los miembros de la red la conspiración imaginada por Badía. En cualquier caso los colaboradores del Sultán desconfiaban y le impidieron seguir su plan de ir hacia el sur y hacia el este desde Marrakech para contactar con las tribus potencialmente rebeldes. Badía solo pudo viajar hacía el norte del país y posteriormente a la costa occidental. Una vez cancelada la conspiración por Godoy, Badía partió para Fez y luego para Uxda donde fue detenido por tropas del sultán y puesto después en libertad, obligado a viajar hacia Larache dónde embarcó rumbo a Trípoli.
Sobre la realidad de la conspiración y la viabilidad del golpe de estado contra el sultán urdido por Badía, hay muy diferentes versiones. La más documentada es la de Salvador Barberá, que considera que todo es una pura fantasía sin ninguna base ni ningún contacto con las posible tribus rebeldes y solo se sustenta por el desvarío mental de un esquizofrénico y por la credulidad de un gobernante aventurero y sus agentes. Esta versión se contradice con la de Michael McGaha quien afirma que la trama política del viaje está ampliamente documentada en la correspondencia de Godoy con sus agentes y la del cónsul inglés Matra con el gobierno británico y acusa a Barberá de poco objetivo, de enfocar todo su análisis con el fin de desacreditar a Badía, al cual identifica como uno de los peores representantes del africanismo colonialista europeo.
Badía había pasado en Marruecos desde el 29 de julio de 1803 hasta el 13 de octubre de 1805. A partir de entonces continuó su viaje como un árabe marroquí, buen musulmán que realizaba su peregrinaje a la Meca y viajaba por Oriente. Conocemos el resto de su viaje por su famoso libro: “Voyages d’Ali Bey en Afrique et en Asie pendant les années 1803, 1804, 1805, 1806, 1807” , publicado en París en 1814, en tres tomos y un atlas con 83 láminas y 5 mapas. El libro fue publicado luego en inglés en 1816 y en ese mismo año en italiano en y en alemán. En español no se publicó hasta 1836, en Valencia en una mala traducción y sin el atlas. Tuvo un gran éxito porque abría una nueva orientación en la bibliografía: la del viaje científico entendido como la búsqueda de conocimientos nuevos, pensando en la utilidad que estos podían proporcionar. Pionero en ese aspecto, el libro de Ali Bey es reconocido por todos los viajeros posteriores y sobre todo por Charles de Foucauld.
En su libro, Badía nos cuenta su viaje a Trípoli y de allí a Alejandría. El barco fue desviado por una tormenta a Chipre donde permaneció dos meses, tiempo suficiente para hacer una estupenda descripción de la isla. Llegó por fin a tierra alejandrina en mayo de 1806, en plena guerra de intereses y de lucha por el poder entre turcos, ingleses y franceses y donde estaba surgiendo la figura política de Mehmet Alí. En diciembre de ese mismo año salió para la Meca , lo que le permitió describir la peregrinación de las grandes caravanas, los barcos que cruzaban el mar Rojo, el conflicto y el cambio que se estaban produciendo en Arabia con la llegada de los wahabitas al poder. Fue uno de los primeros europeos que entró en la Meca y que describió el templo, la ciudad, las ceremonias y las emociones de los peregrinos. Volvió a el Cairo el 14 de junio de 1807 y de allí viajó a Palestina, Jerusalén y Tierra Santa. El 19 de agosto partió de Jerusalén hacia Damasco y continuó luego a Constantinopla, donde pasó casi dos meses en la residencia del embajador español. Abandonó el imperio turco camino de Viena en diciembre de 1807.
En Badía conviven dos personajes totalmente diferentes: el primero, un escritor ilustrado con una excelente formación científica, una gran curiosidad, capacidad descriptiva y unas ideas cercanas al nacimiento de los sentimientos románticos. Esta es la versión del Badía escritor de viajes y la que muestra en su libro. Pero hay un segundo personaje, el Badía espía, intrigante, político y conspirador que se refleja en su correspondencia con Godoy y con los miembros de la red que le protege, las memorias de Godoy y los documentos de la época. Esta doble personalidad tuvo consecuencias sobre su vida, porque le condujeron a su estancia-exilio en Francia y a su viaje final, tan disparatado como el primero, que le llevaría a la muerte.
JOSÉ MARÍA DE MURGA Y MUGÁRTEGUI: HACH MOHÁMMED EL BAGDÁDY: EL MORO VIZCAÍNO
En 1863 apareció en la costa de Marruecos otro viajero con nombre árabe, Hach Mohammed el Bagdady, quien recorrió la mayor parte de aquel país, escribió un libro de observaciones y comentarios ( Recuerdos marroquíes del moro Vizcaino ), y resultó ser igualmente español disfrazado deseoso de conocer y dar a conocer a los españoles la realidad de un territorio tan próximo a España. El Bagdady adoptó el papel de un renegado pobre: vestía una chilaba con las piernas al aire, se apoyaba en un palo, viajaba en un burro por caminos polvorientos, todo ello para ofrecer una visión del pueblo llano y de la vida y costumbres marroquies. Vivió ejerciendo como médico o curandero y con esa profesión viajó y se mezcló con judíos, árabes y beréberes. Entró en las casas más humildes, rezó en las mezquitas y analizó a sus colegas, los renegados. De vuelta a su tierra, escribió su libro, lleno de reflexiones sobre el país que había visitado y las gentes con las que había convivido.
El Bagdády era José María de Murga, un noble vasco, nacido en 1827 en Bilbao, heredero de los mayorazgos de Ayala, Andonaegui y Mondragón, de familia ilustre y militar, emparentado con los Mazarredo. Estudió en los Escolapios de Madrid y en los Jesuitas de Loyola. En 1843 ingresó en el Colegio General Militar en el arma de caballería y ascendió a alférez en 1846. Tomó parte en las guerras carlistas en Cataluña. Viajó al extranjero como agregado a la comisión que tomó parte en la guerra de Crimea bajo el mando del coronel Pereira y Abascal , Marqués de la Concordia.
La expedición a Crimea significó para Murga una ilusionada liberación, iba a participar en una guerra importante y a conocer nuevos mundos, pero sobre todo, a viajar al misterioso Oriente. Este fue el comienzo de su deslumbramiento por el orientalismo. Todo permite suponer que Murga volvió de Crimea con la obsesión del África del Norte y de la atrayente vida del mundo árabe. Es la época en que decidió estudiar la lengua árabe y viajar numerosas veces a París. Luego se reincorpora al ejército en 1849 prestando servicios en el regimiento de Húsares de Pavía. En 1860 actuó con sus tropas en el maestrazgo y participó en la detención del pretendiente carlista Conde Montemolín, en quien había abdicado Carlos VI. A Murga le correspondió la misión de mandar la escolta de húsares que condujo a los detenidos a Tortosa. No pudo participar en la guerra de África (1859-60) y aquello representó para él una enorme frustración. En 1861 pidió su separación del servicio, que le fue concedida el 15 de mayo, terminando una vida militar que había durado dieciocho años.
Decide entonces servir a España en Marruecos y así lo expresa en la dedicatoria de su libro: “Es sólo el resultado de las observaciones que he hecho en mis largos y peligrosos viajes por el imperio de Marruecos: viajes que, aún cuando trate de ocultar el objeto, los emprendí con el único de dar a conocer la organización de aquel país y ser útil a la patria si otra vez llegase a suscitar una guerra como la que en 1859-60 hizo alcanzar tantas glorias al ejército español.”
Murga fue a Marruecos porque creía que España tenía allí una misión que cumplir y porque pensaba que era probable que hubiera otra guerra con el imperio marroquí. Se marchó sólo, con una gran libertad y con una independencia absoluta. Sirvió a España desde su intimidad, sin que nadie valorara su servicio y sin poder alardear de su mérito.
Decidió viajar como español renegado, ejerciendo el oficio de curandero, buhonero y vendedor ambulante y para ello se matriculó en la facultad de medicina de San Carlos de Madrid y realizó estudios de cirujano menor, ayudó en partos, asistió a las clases de anatomía y patología y se ejercitó en la práctica de sacamuelas. Al mismo tiempo leyó todo cuanto había publicado sobre Marruecos. Pasó a Tánger el 27 de febrero de 1863 donde tomó contacto y se informó minuciosamente de lo que podía interesarle y aprendió multitud de cosas que le podían ser útiles. De allí partío para Larache donde continuó su aprendizaje y sólo desde allí se internó solo en el Marruecos profundo bajo el nombre de Hach Mohámmed el Bagdády, en un viaje que terminó a finales de 1867.
En septiembre de 1864 Murga escribió: “Me divierto aquí como no lo he hecho en los días de mi vida, así hubiera conocido este país años atrás no hubiese pisado otros lugares…. Me he hecho un completo moro, he adaptado muchas de sus costumbres y en muchas ocasiones, pienso como ellos; y lo mejor es que me va perfectamente bien”.
Unos meses después escribía: “ El que tenga spleen no tiene sino venir a este país y conociendo esta gente, como yo la conozco, se ha de divertir grandemente, a no dudarlo.”
… “Una vez conocidos los moros, es la gente más buena que se puede dar y yo me he amoldado perfectamente a sus costumbres”.
… “Mis esperanzas no han sido defraudadas. He visto lo que deseaba y algo más, y he podido estudiar a un pueblo que, aunque hoy bien diferente a los de Europa, tiene encarnadas las ideas, las preocupaciones y hasta muchas de las costumbres que estos tuvieron al principio de la edad media y aún bastante después.
Entre los árabes he pasado algunos de los buenos días de mi vida.
Si por desgracia las vicisitudes políticas o los reversos de fortuna me obligases a buscar asilo fuera de mi patria, entre ellos se me habría de encontrar. Y nada me costaría, el adoptar su género de vida, que me es bien conocido, puesto que hoy, con medios de fortuna que me permiten vivir en medio de las comodidades que trae consigo la civilización, muy a menudo la tristeza se apodera de mi alma y hecho de menos los campos silenciosos de Berbería y la estera hospitalaria del aduar.”
Su libro publicado en 1868, contiene un estudio concienzudo y detallado de las razas que habitan en Marruecos: moros, árabes, beréberes, negros y judíos.
Los vicios de carácter de los moros los achaca a su sistema de gobierno, totalmente despótico pues el emperador es dueño de todo lo que tienen sus súbditos. El marroquí por tanto no puede tener pasión ni esmero por objeto alguno, pues amenazado siempre por la rapacidad del despotismo, no tiene seguridad de posesión.
En el capítulo de los contrastes entre españoles y berberiscos hay muchos y muy curiosos todos ellos explicados con una gran erudición. Uno de los más curiosos es el siguiente:
“ el español: mea en pié y su mujer en cuclillas”
“ el berberisco: hace todo lo contrario”
Y después explica de una manera absolutamente docta estas diferencias y la influencia que tienen en su legislación y como esto es una de las causas en que se funda su desprecio a los cristianos.
Murga volvió a su Vizcaya natal en1866, y se hizo cargo del Mayorazgo de Ayala. Fué elegido Diputado Foral en 1870, momento en que creó la Guardia Foral , dándole ese nombre en lugar de los exóticos de Miñones o Miqueletes que antes tenía.
En 1873 emprendió su segundo viaje a Marruecos, que fue muy breve, pues comenzó en abril y tuvo que volver en octubre debido a las heridas e infecciones que sufrió en las piernas. Las altas fiebres le obligaron a regresar a Tánger para ser cuidado por el médico de la legación española de esa ciudad.
Volvió a Bilbao, donde vivió el sitio a la que fué sometida la ciudad por los carlistas, aunque por su enfermedado pasó casi todo el tiempo en cama.
En 1876 se encontraba en Cádiz para emprender su tercer viaje a nuestro país vecino, pero cae enfermo del hígado y muere el primero de diciembre, a los cuarenta y nueve años.
Los apuntes del primer y segundo viajes, ampliados con nuevos temas como descripción de las ciudades, itinerarios, ríos, producciones, historia natural y medicina, fueron recogidos por Cesáreo Fernández Duro y publicados en 1906 con prólogo del Marqués de Olivart.
El viaje de Jose María Murga partió de Tánger y fué hasta Casablanca pasando por Tetuán, Larache, Alcazarquivir, Mequinéz, Fez, Salé, Rabat y Fedala. En el segundo viaje llegó hasta Azemur, Marrakesh, Mogador, Mazagán, Casablanca, Rabat y Tánger sin poder alcanzar los territorios del Sus y el Draa por impedírlo su enfermedad.
Murga concentró su atención en el hecho social y humano, en la sociedad marroquí y la población heterogénea que la integraba, lo que constituye su gran atractivo. No fué un literato, tampoco se dedicó a las descripciones físicas ni a hacer planos y mapas de los territorios que visitó. Sintió gran predilección
por lo lejano y lo exótico como elemento de evasión de lo cotidiano. Murga fue un producto de su época, un personaje romántico.
JOAQUÍN GATELL Y FOLCH: EL KAID ISMAIL
Joaquín Gatell nació en Altafulla provincia de Tarragona en 1826, en una familia de alcurnia antigua y distinguida de Cataluña. Sus padres le hicieron estudiar filosofía en el seminario de Tarragona y continuó luego derecho en la Universidad de Barcelona. De carácter vivo y una gran imaginación, no se compenetraba con la vida sedentaria de abogado y si con la de poeta inquieto y ardiente.
Su atracción por los paises orientales le llevó a estudiar la lengua árabe y cuando consideró que la conoce suficientemente, renunció a su condición de primogénito y a sus estudios y se dedicó a viajar por España y por Francia, recalando en Londres donde visitó a diario el British Museum estudiando arqueología y epigrafía árabes.
Volvió a la capital francesa en 1859 y allí se enteró de que la Sociedad Geográfica de París ofrecía un Premio al viajero que cruzara el Sahara desde Argelia a Senegal con la condición de pasar por Timbuctú.
Marchó de inmediato a Marsella y embarcó para Orán donde se detuvo demasiado tiempo. Al enterarse de que varios viajeros le habían tomado la delantera, abandonó el proyecto.
Ese año de 1959, el general O`Donell declaró la guerra entre España y Marruecos. Aquel acontecimiento desveló el interés español por el país vecino, al mismo tiempo desconocido y misterioso, y levantó un movimiento de conquista y aventuras que no se detuvo con el fín de la guerra. A partir de ese momento se desarrolló el movimiento de los pintores orientalistas españoles que comienzón con Fortuny y terminó con Bertuchi, mientras entre ambos se situaban José Benlliure, Gonzalo Bilbao, Ulpiano Checa, Joaquín Domínguez Bécquer, Antonio Fabrés, Federico de Madrazo, Francisco Masriera, Antonio Muñoz Degrain, José Navarro, Enrique Simonet y José Villegas.
En Orán, Gatell oyó decir que el Sultán de Marruecos, escarmentado por la derrota sufrida en la guerra con España, pretendía formar un ejército a la europea que mejorara la primitiva e ineficiente organización de sus tropas, y en su imaginación se vió como instructor militar del ejército del Sultán y una figura importante dentro de la sociedad marroquí .
Llegó a Tánger en marzo de 1861, escribió en árabe un opúsculo de arte militar y tradujo una cartilla francesa de rudimentos de artillería. Con estos dos libritos hizo extender entre los miembros de la buena sociedad de Tánger la noticia de que era instructor militar que quería ofrecer sus servicios al Sultán. El gobernador se enteró y lo llamó a Palacio e hizo llegar al hermano del Emperador, el príncipe Muley El Abass, sus pequeños tratados militares. El Sultán, entonces en Fez, contrató a Gatell, quien recibió de manos del Príncipe un precioso uniforme de cazador argelino y con la cabeza afeitada y un gran turbante sobre ella, se convirtió en el Kaid Ismail, nombre que adoptó en su aventura marroquí.
Gatell fué nombrado jefe de caballería y él mismo justificó su ingreso en el ejército del Sultán sin considerarlo una traición, pues Marruecos ya no se encontraba en guerra contra España., por lo que sólo participó en disputas civiles internas y ni siquiera tuvo que renegar de su religión. Se trasladó de Tánger a Fez, donde el Ministro de la Guerra lo recibió y en nombre del Sultán, le nombró Comandante de la Artillería Imperial al mando de sesenta hombres. De este modol participó con el ejército del Sultán en las acciones para sofocar la rebelión de las Kabilas de los Bén Hassan y los Rahamena, expedición que recogió en un diario en el que describía detalladamente la composición y el funcionamiento del ejército y de la corte del Sultán, con observaciones sobre los usos y costumbres del país, pero se desesperó muy pronto al ver la imposibilidad de luchar contra la indisciplina, la pereza y la apatía de sus soldados. Cuenta como salían los regimientos con mucho sonar de clarines y gran ruido y griterío por la mañana temprano y como sobre la marcha iban desapareciendo los soldados, por lo que había que hacer alto para reunir a todos los dispersos.
Su importante puesto en el ejército del Sultán le hizo ser víctima de todo tipo de envidias, uno de los males crónicos del país, sufrió un atentado y la bala le pasó rozando la cabeza y comenzó a temer que le envenenaran. Por otro lado recibió indicaciones de que abjurara de su religión y se conviertiera a la fe musulmana. Todo ello hizo que decidiera pedir la licencia al Sultán. Hay discrepancias sobre si este se la concedió o fue Gatell que desertó, pero en cualquier caso lo cierto es que adoptó el papel de médico y cargado con un botiquín en compañía de un criado comienzó un viaje que le llevó a Rabat, Mazagán y Mogador.
En este viaje se encontró al explorador Rohlfs con quien hizo planes de exploraciones conjuntas, pero al final se separaron y el alemán marchó a Timbuctú y Gatell a explorar el Sus, pasando por Tarudánd. Visitó todas las poblaciones y kasbahs que hayó a su paso y levantó croquis y planos de los más importantes edificios; continuó por la costa hasta Santa Cruz la Mayor , la actual Agadir, y Gulimin, y se dirigió por fín al Gran Desierto cruzando el río Draa. La escasez de alimentos, la dureza del terreno y la ferocidad guerrera de la población obligaron a nuestro viajero a desistir.Volvió a España en septiembre de 1865 con una documentación importante llena de observaciones geográficas, croquis, planos y mapas de los territorios visitados.
En 1868 realizó un viaje a la Argelia Oriental y Túnez donde fue testigo de una epidemia de hambre y tifus que le afectó a la salud, lo que le hizo volver a Barcelona y a París.
En 1869 publica en el boletín de la Sociedad Geográfica de París parte de su viaje y sus observaciones y esto despertó el interés por él. Entonces se descubrió que en el Ministerio de Estado existía una memoria suya fechada en 1865.
Gatell viajó a pie entre París y Madrid y colaboró en la preparación de una gramática árabe. Estando en Madrid tiene noticias del cautiverio de tres españoles que intentaban establecer relaciones comerciales entre Canarias y la costa de África. Conocedor de las formas de comportamiento de su captor (Ben Beiruk) marchó a Larache, pero la legación española le obligó a volver a España.
En 1876 se fundó la Sociedad Geográfica de Madrid. Sus miembros directivos conocían los artículos publicados en la Sociedad Geográfica de París y de su memoria inédita, así que le invitaron a pronunciar una conferencia en la Sociedad Geográfica el 20 de noviembre de 1877.
Contratado por la Asociación Española para la Exploración de África participó en el estudio del interior de la franja costera saharauí en busca de Santa Cruz de Mar Pequeña, llevada a cabo por el barco “Blasco de Garay”, en colaboración con Fernández Duro.
En 1879 se pusó en marcha para un nuevo viaje a África, pero en Cádiz enferma y le sorprende la muerte.
El escrito más importante de Gatell, su diario de la expedición contra los Beni-Hassan y los Rahamena, fue publicado en el número 1 de la “Colección Geográfica“ de la Sociedad Geográfica de Madrid, con un prólogo de Francisco Coello. Sus viajes al Sus aparecieron en dos artículos de la revista de Geografía Comercial, en la década de los cuarenta del siglo XX, cuando Gavira ordenaba el archivo de la Real Sociedad Geográfica, encontró el manuscrito del “Diario” de Gatell redactado en francés, un “Manual del viajero explorador en África” y otros escritos de diverso interés publicados todos ellos con un prólogo del mismo Gavira en el Insituto de Estudios Africanos en 1949.
No queremos dejar de reproducir unos párrafos del Manual del Explorador en África :
“ En suma, el explorador debe estar dotado de conciencia o veracidad, robustez, paciencia en los sufrimientos, constancia, valor personal, prudencia, perspicacia, laboriosidad, diligencia y por último debe gozar de libertad de acción” .
Y entre los conocimientos que debe tener, Gatell destaca: “la lengua usual en el país que ha de recorrer, debe entenderla, hablarla, leerla y escribirla. Debe saber, álgebra, trigonometría, geometría, historia natural, astronomía, topografía, dibujo lineal y de paisaje y tambien el arte de disecar animales”.
Gatell nació un año antes que Murga, murió tres años después en la misma ciudad que éste y, como él, en el comienzo de un nuevo viaje. Tienen por tanto sus vidas muchos elementos paralelos, aunque sus intereses fueran diferentes. Como ya indicamos, a Murga le interesaba el hombre y su organización social; a Gatell el territorio, los edificios, las ciudades y la geografía. Ambos tuvieron unas vidas intensas y llenas de aventuras y fueron fascinados por la llamada misteriosa de Marruecos. En la necesidad de volver a su país amado, encontraron la muerte.