José Celestino Mutis a Nueva Granada (1783)
Antonio González Bueno
Bibliografía: “Exploradores españoles olvidados del siglo XIX” SGE. 2001
En pleno barrio del Pópulo, en un Cádiz de floreciente comercio, acrecentado desde la implantación, en 1717, de la Casa de Contratación, nació el tercero de los hijos del matrimonio formado por Julián Mutis y Gregoria Bosio; sucedió el 6 de abril de 1732 y diez días después le impusieron en la pila bautismal los nombres de Joseph Celestino Bruno.
Sus primeros años transcurrieron entre libros, los de la librería de su padre, quien no sólo vendía al público sino que, con el correr del tiempo, surtió a algunas de las bibliotecas delos nuevos centros ilustrados de la ciudad: el Observatorio Astronómico y el Real Colegio de Cirugía, entre ellos.
Su adolescencia transcurrió entre libros y juegos, al abrigo del levante y el poniente,siempre con olor a mar y el trasfondo de una soñada América, la tierra de promisión, como eje de las conversaciones. Realizó sus primeros estudios bajo la tutela de los jesuitas, a los que su propia familia estuvo vinculada; a mediados de noviembre de 1749 formalizó su ingreso en el recién instaurado Real Colegio de Cirugía de Cádiz, bajo la dirección de Pedro Virgili; apenas un par de años después se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla. En la Universidad hispalense consiguió sus títulos académicos, los de bachiller en artes y filosofía y bachiller en medicina, otorgados ambos en mayo de 1753;pero su formación científica y la consolidación de su pensamiento liberal e ilustrado la obtendría en Cádiz, a la sombra de Pedro Virgili, de cuya influencia en el sentir del gaditano quedan sobradas muestras.
Tras practicar durante unos años la medicina en su Cádiz natal, bajo la dirección de Pedro Fernández de Castilla, un médico de talante renovador, Mutis se desplazó a Madrid para rendir examen ante el Real Tribunal del Protomedicato, que revalidaría su título de médico el 5 de julio de 1757.
En la corte permaneció por espacio de tres años. Ejerció de manera interina la cátedra de anatomía en el Hospital General de Madrid y prosiguió su formación en otras disciplinas, en especial en botánica, junto a Miguel Barnades, médico de cámara de Carlos III y director del Real Jardín Botánico (entonces sito en el Soto de Migas Calientes), de buena formación teórica tanto en los principios linneanos como en las novedades clasificatorias defendidas por los botánicos franceses.
El 28 de julio de 1760 Mutis inició su viaje de regreso a Cádiz y la redacción de un diario, testigo de éste y de sus posteriores andanzas por tierras americanas. Su estancia en Madrid, mayor de la deseada por sus padres, supuso un cierto enfrentamiento familiar, pues aspiraban a que su hijo ejerciera la profesión médica en Cádiz y permaneciera unido a los suyos. No habría de ser así; el propio Mutis lo recordará en carta a un destinatario anónimo: “En Cádiz tuve tan poco tiempo que apenas pude gozar de los gustos de mi nueva reconciliación con mis padres. Vuesamerced no ignora que mi establecimiento en Madrid destruyó las miras de mi familia consentida en que yo no habría de abandonar mi patria; pero mis ideas, que eran muy diferentes, me produjeron una declarada enemistad, especialmente con mi padre, que siempre perseveró en su dictamen. Mi llegada a Cádiz desvaneció todos estos enojos, y pude granjearme por este medio el desahogo que tanto apetecía. El 6 de septiembre del año 60 cuando yo menos pensaba, por la proximidad del Equinocio, me vi en la precisión de embarcarme en compañía del Virrey, sin despedirme de mi familia, por ahorrarme las amarguras que consigo trae la memoria de una dilatada separación. No puedo ponderar a vuesamerced
Aquel sábado vio romper, por última vez, las olas contra la Caleta. Su mundo no estaba en la práctica cotidiana de los hospitales gaditanos, tampoco en las tertulias y actividades políticas de la corte; su mundo se abría más allá del mar que acunó sus noches infantiles y contempló sus juegos de juventud. La gente y la naturaleza de la Nueva Granada habrían de cautivarle, hasta el extremo de que, pese a que no imaginara tal durante su partida del puerto gaditano, allí habría de entregar lo más granado de su vida. Nadie mejor que su discípulo Francisco José de Caldas para guiarnos por este primer contacto de nuestro protagonista con la naturaleza americana:
“El silencio, la paz, los bosques de la América tuvieron más atractivo sobre su corazón que la grandeza y la pompa de las Cortes de Europa, un plan atrevido y sabio se presenta ante sus ojos. Las selvas de la América , la soberbia vegetación de los trópicos y del Ecuador, la obscuridad y la ignorancia de las ricas producciones del Nuevo Continente, le resolvieron a recorrer y examinar esta preciosa porción de la Monarquía […] ¡Qué campo tan vasto para inundar de conocimientos la Europa , y para coronarse de gloria!”.
Mutis viajó con el resto del séquito del nuevo virrey, Pedro Messía de la Cerda , marqués dela Vega de Armijo, en calidad de su médico-cirujano. La travesía por el Atlántico duró cincuenta y cinco días; el 29 de octubre de 1760 tocó puerto en Cartagena, iniciando entonces el viaje hasta Santa Fe, bien en bote o en champán, según las condiciones de navegabilidad, bien a lomos de caballo o a pie, allí donde el camino había de realizarse por tierra. Mutis constató la dureza del sol tropical, la incomodidad de las copiosas lluvias y la agresividad de los mosquitos, pero también disfrutó de la belleza de una exuberante naturaleza, insólita a sus ojos, que cautivó sus retinas y de la que nos dejó escritas sus impresiones en su Diario. Tras una corta estancia en Honda, la comitiva alcanzó Santa Fe el 24 de febrero de 1761.
Durante los primeros meses de su estancia en la capital del virreinato la actividad de Mutis quedó constreñida a su trabajo médico:
“Aunque la naturaleza del país me prometió desde luego abundante materia para mis ejercicios botánicos, la novedad del nuevo médico, junto a la escasez de facultativos cortó todo el vuelo de mis ideas”.
Pese a esta limitación, la dureza del clima y las inquietudes derivadas de su propio estado de salud, Mutis anotó metódicamente sus observaciones, más aún desde que a comienzos de junio de 1761 recibió una nota, escrita de mano de Carlos Linné meses atrás, en la que además de agradecerle el prometido envío de colecciones americanas, se interesaba por la descripción y costumbres de las hormigas americanas. El contacto entre Linné y Mutis se inició a través de Clas Alstroemer, un discípulo del naturalista sueco, a quien nuestro protagonista debió conocer en Cádiz, durante la estancia en esta ciudad del joven sueco, en cuyo puerto había desembarcado a mediados de 1760, coincidiendo con Mutis cuando éste se disponía a partir a Nueva Granada.
No sólo las hormigas, nada del mundo natural fue ajeno a la observación de Mutis; desde la medicina popular a los venenos animales, desde las propiedades medicinales de las plantas a la utilización de las aguas, desde la explotación minera a la descripción de la flora. Pues fue esta tarea, la descripción del mundo natural, por la que auto justificó su presencia en las tierras americanas. El ejercicio de la profesión médica parecía un medio, mas no el fin; en su Diario dejó escrito:
“[…] hasta el presente 28 del mes de Septiembre apenas he empleado algunos minutos en los asuntos pertenecientes a mi venida. Tan distantes han sido mis ocupaciones, que no he podido hacer progreso alguno en la Historia Natural “.
Y aún habrían de aumentar sus ocupaciones en Santa Fe; en marzo de 1762 se incorporó al cuerpo docente del Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, ocupando la cátedra de matemáticas. Desde ella defendió los principios de la filosofia newtoniana, toda una novedad para una cultura aún inmersa en el pensamiento cartesiano. Se vinculó así al reducido grupo de intelectuales interesados en introducir las nuevas concepciones científicas, nacidas en la Europa ilustrada, en los territorios americanos; no estaba solo en la empresa, algunos jesuitas de la Universidad Gregoriana de Quito y la Javeriana de Santa Fe se habían esforzado por incluir en sus programas, si bien de manera ecléctica, las nuevas concepciones de la fisica y la astronomía. Mas la actitud mutisiana fue más allá de los intentos de conciliación entre las teorías entonces vigentes; su defensa de Newton y Descartes fue plena y, por ende, contradictoria a los planteamientos de Aristóteles.
Tan férrea defensa de los nuevos planteamientos científicos le llegó a ocasionar una agria controversia con los sectores más conservadores de la intelectualidad novo-granadina; los dominicos en particular.
Mas, ya lo hemos comentado, el deseo de Mutis era dedicarse por entero al estudio de la historia natural. Y con ánimo de hacer realidad “el principal objeto de mi viaje”, escribió sendos memoriales a la corte de Carlos III, fechados en mayo de 1763 y junio de 1764, ambos de similar contenido:
” La América , en cuyo afortunado suelo depositó el Creador infinitas cosas de la mayor admiración, no se ha hecho recomendable tan solamente por el oro, la plata, las piedras preciosas y demás tesoros que abriga en sus senos. Produce también para el alivio del género humano muchos árboles, yerbas y bálsamos que conservarán eternamente el crédito de su no bien ponderada fertilidad”.
A su estudio pensó dedicar su esfuerzo emulando la vieja aventura de Francisco Hemández, quien fue protomédico de Felipe II, mas para ello necesitaba la protección y los caudales de la Corona :
“Mis fuerzas que son las de un particular solamente han alcanzado a los crecidos costes con que me he formado una grande colección de instrumentos y libros […]. Me hallo ya imposibilitado a continuar por estos medios porque deben ser mayores los sufragios”.
No sólo le interesaba el estudio de las producciones naturales y su explotación comercial, porque el proyecto de Mutis sobrepasó ya estos límites desde sus primeras formulaciones:
“No paran aquí Señor las miras de mi proyectado viaje: se extienden también a muchas importantes observaciones que podrán merecer algún lugar entre las memorias de Medicina, Geografia, Física y Matemáticas. Mi dilatada peregrinación por países a donde no han penetrado hasta ahora los hombres sabios, me proporcionará la oportunidad de hacer mil observaciones dignas de ser comunicadas”.
El silencio fue la única contestación que recibieron sus memoriales, pese al expreso apoyo manifestado por el virrey Messía de la Cerda en la remisión de los documentos a la corte madrileña. No se amilanó Mutis ante el silencio burocrático, antes bien, prosiguió en su particular estudio del medio novo-granadino, pese a las dificultades que la falta del apoyo económico de la Corona suponía. Celoso siempre de sus activos financieros, cuyos pormenorizados “apuntamientos gananciales” han llegado hasta nosotros, encontró en el verano de 1766 un medio de aumentar su capital y proseguir su actividad investigadora fuera de los límites santafereños; en unión a otros cuatro socios constituyó una sociedad privada dedicada a la explotación minera de San Antonio, en la Montuosa Baja , en la que ejerció como administrador. El 30 de septiembre de 1766 “llegué a mi deseado destino del Real de la Montuosa Baja en las betas de Pamplona. Aunque yo venía bastante informado de la infelicidad del sitio […] nunca pude formar juicio cabal, ni hacer concepto de lo que es el sitio en realidad”. En este “destierro voluntario” permaneció cuatro años, y en mayo de 1770 volvió a Santa Fe, retomando su consulta médica y la actividad académica en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario.
En Santa Fe, y avanzado el año 1772, tomó dos decisiones importantes: permanecer en Nueva Granada pese a la inminente vuelta a la metrópolis del virrey Messía de la Cerda y tomar el estado eclesiástico, una determinación que debió ser largamente meditada pues Mutis tenía concedida autorización para ello desde 1764. Aquel año de 1772 fue de especial importancia en el acontecer biográfico de nuestro protagonista, porque a las decisiones ya comentadas se unió un descubrimiento trascendental: el hallazgo de quinos en el Monte de Tena. El hecho tuvo lugar en octubre de ese año durante un viaje rutinario por los pueblos mineros de los alrededores de Santa Fe, junto a Pedro de Ugarte, uno de los socios de su compañía minera; volvió a localizar quinos en su camino hacia Honda cuando se dirigía en abril de 1773 a saludar al nuevo virrey, Manuel de Guirior.
Estos nuevos descubrimientos y su recién adquirida tonsura no le hicieron desatender sus negocios mineros, antes bien se intensificó su participación en ellos durante estos años. En un intento por conocer en profundidad los nuevos procedimientos dosimásicos, la compañía minera de la que Mutis era partícipe decidió enviar a Clemente Ruiz a Suecia, donde permaneció entre 1774 y 1776. No cabe duda de que Mutis hizo acompañar a su discípulo de abundantes materiales para un Linné ya envejecido y enfermo, quien, según confiesa en carta fechada el 20 de mayo de 1774:
“La riqueza de plantas, raras aves Y otros objetos [.,,] me dejaron completamente atónito. Te felicito por tu nombre inmortal que jamás borrará edad alguna. Día y noche, durante estos ocho días, todo lo he vuelto y revuelto; salté de alegría siempre que comparecían plantas nunca vistas. Llamaré Mutisia a la planta número 21. En ninguna parte vi planta que le exceda en lo singular [… ]”.
El género Mutisia L. filo fue finalmente descrito por el hijo de Carl Linné, en 1781; el “príncipe de los botánicos” murió en Upsala en los comienzos del año 1778. Nuestro protagonista fue, mediada la década de los setenta y tras quince años de estancia continuada en el virreinato, un personaje bien conocido en Santa Fe. Sus estudios contaban con el beneplácito del nuevo virrey, con quien Mutis parecía departir con cierta asiduidad; su magisterio en el Colegio del Rosario, amén de sus enseñanzas particulares a un destacado grupo de alumnos, comenzó a ver sus frutos. Su situación económica estaba más que asentada, y quizás ello fuera la causa de que su hennano Manuel se decidiera, mediada la década de los sesenta, a viajar a la “tierra de promisión”, donde contrajo matrimonio en 1769 Y en donde tuvo abundante descendencia.
La fama y el poder tienen un precio y Mutis tuvo que pagarlo; entre los meses de junio y julio de 1774 fue denunciado ante el Tribunal de la Inquisición por los padres dominicos, quienes veían desbancado el prestigio de su Universidad por el del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario; el motivo alegado fue la defensa de las teorías copernicanas, contrarias a las enseñanzas de la Iglesia Católica. La causa fue favorable a la postura defendida por Mutis que veía así respaldada su autoridad. No fue ésta la única polémica que mantuvo Mutis; la más dilatada en el tiempo y de más esquivos resultados fue la sostenida con el panameño Sebastián López Ruiz, quien presentó en agosto de 1776, ante el virrey Antonio Flórez, un informe sobre la utilización preferente de las quinas novo-granadinas frente a las tradicionalmente utilizadas, las procedentes de Loja. Mutis entendió violadas sus prioridades por ser él quien años atrás había dado cuenta de igual descubrimiento al anterior virrey, Manuel de Guirior. Pese a sus protestas, elevadas al propio virrey, fue Manuel López Ruiz el encargado, por Real Orden dictada en noviembre de 1778, de ocuparse del establecimiento de un sistema de exportación de la quina novo-granadina. La polémica se extendió más allá de la sustitución en su cargo de López Ruiz, acaecida en 1783, ya bajo el gobierno del virrey-arzobispo Antonio Caballero y Góngora.
Mas no avancemos los acontecimientos; retornemos a la Santa Fe de principios de 1777 para encontramos con Mutis celebrando el regreso de su discípulo Clemente Ruiz, formado en Suecia en los nuevos procedimientos metalúrgicos. Juntos se trasladaron al Real de Minas del Sapo, en la jurisdicción de Ibagué; pese a la pronta deserción de Ruiz, nuestro protagonista permaneció en este distrito minero hasta 1782. Además de sus trabajos sobre la explotación minera, se dedicó con ahínco a los estudios entomológicos, en especial al de las hormigas, tal como el propio Linné le había sugerido en los inicios de su correspondencia.
En febrero de 1781 Mutis tuvo un afortunado encuentro con el arzobispo de Santa Fe, Antonio Caballero y Góngora, de visita pastoral en Ibagué. Resultado de aquellas conversaciones fue la efectiva puesta en práctica del añorado plan de la expedición botánica por el virreinato de Nueva Granada.
A comienzos de 1782 Mutis volvió a trasladar su residencia a Santa Fe, convertido en asesor personal del arzobispo Caballero que, en junio de este mismo año, asumía el cargo de virrey. En marzo de 1783 fue el propio virrey quien solicitó de Mutis una actualización del proyecto expedicionario presentado ante la corte veinte años antes. La ansiada expedición fue aprobada por el propio virrey-arzobispo antes de que se consiguiera el plácet de la Corona española, firmado por José de Gálvez el primer día de noviembre de ese mismo año, con los consiguientes libramientos de las cajas reales.
De manera oficial Mutis inició, el 23 de abril de 1783, su expedición botánica por el Nuevo Reino de Granada. Ciertamente era mucha la información que, durante los veinte años de estancia en el territorio, fue acumulando; pero estos trabajos ocuparon siempre un lugar secundario en su actividad profesional-quizás no en su pensamiento-. Entonces, desde estos últimos días de abril de 1783, la observación y el estudio del medio natural constituyó su ocupación principal. Y no solo la suya; en el proyecto expedicionario participó, en distintos momentos y con distintas intensidades, un grupo de naturalistas, formado a la sombra y bajo la tutela de Mutis, que colaboró con él en sus trabajos de campo.
El primer destino de la expedición fue La Mesa de Juan Díaz y hacia allí partió, desde Santa Fe, “con la crecida familia de compañeros y criados”, el martes 29 de abril de 1783. En el camino, en el Monte Tena, encontraron algunos pies de quinos, cuya localización y estudio constituían uno de los principales objetivos de la expedición.
En La Mesa de Juan Díaz permanecieron desde los primeros días de mayo hasta el 29 de junio; desde allí prosiguieron viaje hasta Mariquita, una población de excelentes condiciones climáticas y situada en las proximidades del Real de Minas de Santa Ana.
Su estancia en Mariquita, que se prolongó hasta 1790, sufrió un paréntesis. Por petición del arzobispo-virrey, cuya salud se hallaba resentida, Mutis se trasladó unos meses a Santa Fe; allí se encontraba entre octubre de 1783 y abril del siguiente año. Durante su ausencia se hizo cargo de la dirección de los trabajos de la expedición Eloy Valenzuela, retirado en 1784 por problemas de salud.
En Mariquita, en febrero de 1785, Mutis recibió la visita de Juan José D’Elhuyar y de Angel Díez, comisionados por la Corona para el estudio de las explotaciones mineras novo- granadinas. Sus opiniones fueron decisivas para los trabajos mineros realizados por Mutis, a los que continuó vinculado aún mientras dirigió la Real Expedición ; si bien siempre los mantuvo como una actividad privada. Las relaciones de D’Elhuyar y Mutis, iniciadas con la llegada del minero a Mariquita, se prolongaron en el tiempo y en el espacio -mezcladas con las experiencias novohispanas de Fausto D’Elhuyar-, hasta la muerte del vasco en Santa Fe, en septiembre de 1796.
Apenas iniciado el mes de marzo de 1785, el virrey-arzobispo recibió órdenes de la metrópoli de iniciar el acopio de quinas novo-granadinas; era el resultado de los envíos de este material realizados por el propio Caballero y Góngora durante el año anterior. Del acopio se ocupó Mutis, en contacto con los cosecheros de los alrededores de Mariquita y del valle de Fusagasugá, que llegó incluso a pergeñar un proyecto de estanco, aprobado por la cúpula virreinal en abril de 1787, nunca llevado a efecto. Una Real Orden dictada por Carlos IV el 20 de diciembre de 1789 puso fin a los proyectos de explotación novo-granadinos, declarando de especial utilidad la quina procedente de Loja; un día antes, alejado de lo que ocurría en Madrid, Mutis escribió a Francisco Martínez Sobral: “Entre todas mis empresas útiles a la humanidad ninguna ha merecido tanto mi atención como el asunto de la quina, y tal vez por lo mismo ninguna me ha producido tantas amarguras”.
Esta falta de apoyo oficial al comercio de las quinas novo-granadinas no supuso el abandono de Mutis, quien siguió interesado en realizar acopios y en negociar con ellos, si bien ya como una actividad particular, segregada de las actividades de la Real Expedición que le estaba encomendada. El comercio de las quinas novo-granadinas conoció un nuevo auge en 1806, para el que Mutis estuvo preparado, y en el que participó de manera activa desde La Habana su sobrino Sinforoso.
Este mismo año de 1785, avanzado el mes de noviembre, dio cuenta ante la corte de Madrid, en sendos escritos dirigidos al ministro de Indias, José de Gálvez y al todopoderoso conde de Floridablanca, del hallazgo de un sustituto del té de China, bautizado como té de Bogotá, de “admirables propiedades que lo acreditarán por todo el mundo”. La planta estuvo sujeta a explotación comercial, dirigida por el propio Mutis, quien se ocupó de su acopio, almacenaje y distribución desde comienzos de 1787 hasta febrero de 1790 en que se dictó la supresión de los envíos.
Durante su estancia en Mariquita, un tercer producto llamó la atención de Mutis: los canelos americanos, posibles sustitutos de la canela de Ceilán, de envidiable comercio. A fines de septiembre de 1783 el virrey-arzobispo encomendó la toma de muestras, de común acuerdo con Mutis, de unos árboles localizados en las montañas de Bée, próximas a Mariquita; a fines de este año, con material suficiente para la toma de decisiones botánicas, Mutis identificó los materiales como pertenecientes al género Laurus L., próximos a las canelas pero carentes de las utilidades de éstas. La búsqueda de canelas americanas prosiguió pese a estos primeros resultados desalentadores; en 1786 plantó, en su huerto de Mariquita, una porción de semillas, procedentes de los Andaquíes, remitidas por fray Diego García, que lograron prosperar, pero la pronta marcha de Mutis a Santa Fe le impidió comprobar los resultados finales de su experiencia.
La causa americana
Durante el gobierno del virrey-arzobispo, y aún durante el breve tiempo en que el territorio estuvo bajo la dirección de Francisco Gil y Lemos, los trabajos de la Real Expedición novo-granadina transcurrieron según el solo criterio de José Celestino Mutis; nadie interfirió en sus planes ni pidió resultados. La situación cambió al ocupar la cúpula virreinal José Ezpeleta.
La falta de datos sobre el desarrollo de los trabajos de la Real Expedición no pasó desapercibida en la corte, ni en la madrileña ni en la del propio Santa Fe. En febrero de 1790 el virrey José Ezpeleta escribió a Mutis solicitando un informe de sus actuaciones y “ordenando” el traslado de la sede de la Real Expedición a Santa Fe, “a fin de no distraerme con otros asuntos que en la conclusión de la Flora de Bogotá”.
La respuesta de Mutis a la orden de su nuevo virrey fue extensa, pero contundente; en ella le recordaba que su comisión no era sólo el estudio de la flora, sino que iba más allá, debiendo ocuparse también de los asuntos de la minería y de la explotación de algunas producciones vegetales, como la quina, los canelos o el té. Nada pareció entender el nuevo virrey quien insistió en el traslado de la sede de la Real Expedición a Santa Fe, como única contestación a las alegaciones de Mutis; acompañó a éste, su escrito de marzo de 1790, copia de una Real Orden, extendida por Antonio Porlier a fines de octubre de 1789, en la que el ministro de Indias proponía tal cambio a tenor de los nulos resultados conocidos en la corte española.
A fines de 1790, Mutis levantó su “casa botánica” de Mariquita para trasladarla, con todos sus enseres, a la capital virreinal. Los tiempos de independencia parecían tocar a su fin. Un Celestino Mutis, casi sexagenario y de “quebrantada salud”, se despedía, el16 de enero de 1791, de las estancias de Mariquita, de sus planteles de canelos y nuez moscada, donde había disftutado de la vida durante los últimos siete años, y se encaminaba hacia la ciudad de Santa Fe.
En la capital virreinal, avanzado ya el mes de octubre de 1791, escribió al virrey Ezpeleta solicitando la continuación de la Real Expedición ; a los objetivos ya conocidos añadió uno más de excepcional importancia para entender los nuevos aconteceres por los que discurrió el proyecto expedicionario: “[ …] como depositar en cuatro jóvenes mis conocimientos de la Historia Natural de este Reino con toda la extensión que debe proporcionarles mi espontánea elección y su única aplicación al principal ramo de las Ciencias que puede hacer en lo sucesivo su carrera literaria […]”. Los cuatro discípulos elegidos fueron Juan Bautista Aguiar, en su compañía desde 1790, dos de sus sobrinos, José y Sinforoso, y Francisco Antonio Zea, y sólo este último cobraba con cargo al Real Erario, pues los tres restantes quedaron agregados al proyecto sin sueldo. El informe positivo del virrey Ezpeleta fue asumido como propio por el marqués de Bajamar, ministro de Indias, en escrito fechado a mediados de noviembre de 1791.
Tras la incorporación de Francisco Antonio Zea, la expedición cobró un nuevo impulso; el primer trabajo encomendado al recién incorporado expedicionario fue el estudio de los quinares del valle de Fusagasugá; allí viajó en 1792 y en él permaneció hasta 1794. José y Sinforoso permanecieron en Santa Fe, continuando su formación en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario.
Con sus discípulos, Mutis mantuvo una actitud de continua preocupación; su pensamiento liberal, amante de la nueva sociedad ideada por las mentes ilustradas, le hicieron enfrentarse a las fuerzas coloniales conservadoras, pero su condición de fiel vasallo de su monarca le hizo oponerse a los movimientos emancipadores. Mutis se desmarcó de estas iniciativas, pero no sus discípulos; tanto Sinforoso como Zea fueron perseguidos, junto a Luis Rieux y Antonio Nariño, como integrantes de la conspiración de 1794; su defensa de los derechos del hombre y del pensamiento emanado de la Revolución Francesa no pasó desapercibida al virrey Ezpeleta. Zea fue enviado a Europa, desde donde, a principios de siglo, propuso a su maestro un nuevo viraje en el proyecto de expedición novo-granadina, cada vez más vinculado con el propio desarrollo de la ciencia en los territorios americanos y más alejado de las expectativas metropolitanas. Francisco Antonio Zea no volvió a ver con vida a su maestro, para el que tuvo siempre palabras de agradecimiento, sin duda justificadas por la especial protección que Mutis le dispensó durante su estancia en el continente europeo y que le llevaron a dirigir el Real Jardín Botánico de Madrid, a partir de 1804, tras la muerte de Antonio José Cavanilles.
Mas debemos retomar a la Nueva Granada de la última década del siglo XVIII. Por estos años comenzaron a hacerse públicos los primeros trabajos de Mutis; a la espera de la Flora de Bogotá, para la que siguieron acumulándose dibujos y pliegos, el gaditano divulgó sus opiniones sobre la quina: en 1792 se publicó, en Cádiz, una Instrucción formada por un facultativo […] relativa a los usos y virtudes de los árboles de la quina,. entre 1793 y 1794, desde las páginas del Papel, periódico de la ciudad de Santa Fe de Bogotá, dio a conocer “El Arcano de la Quina , revelado a beneficio de la humanidad, o “Discurso de la parte médica de la Quinología de Bogotá”.
A fines de 1789 el propio Mutis, en carta a su amigo y compañero Francisco Martínez Sobral, ofreció una síntesis de sus trabajos americanos: “Mi principal ocupación ha sido en treinta años el ejercicio de la medicina con las alternativas de gustos y amarguras que produce la Facultad en corazones tiernos y sensibles hacia el bien del prójimo. He disipado francamente, sin previsión mía, el caudal que iba adquiriendo, para hallarme imposibilitado de volver a Europa, y pegado mi corazón a mi excelente biblioteca y gabinete; formando entretanto una multitud de discípulos y aficionados a las ciencias útiles en un Reino envuelto en las densísimas tinieblas de la ignorancia, a pesar de una juventud lucidísima, ocupaciones que me constituyen en el oráculo de este Reino, con satisfacción de mis interesantes tareas”.
Los escritos de Mutis de estos años, gozne entre los siglos XVIII y XIX, lo muestran ya plenamente imbuido del espíritu de América; no era un activista de la Revolución , pero sus miras se han vuelto definitivamente hacia el territorio al que entregó cuarenta años de su vida y muy atrás quedaba aquel final del verano de 1760 en que, con ánimo de un no muy lejano regreso, emprendió camino a Nueva Granada.
En los primeros años del siglo XIX se hizo más evidente el esfuerzo de Mutis por institucionalizar el desarrollo científico en Nueva Granada; a fines de diciembre de 1801 se celebró, en su propia casa, la primera sesión de la Sociedad Patriótica del Nuevo Reino de Granada; contaba para ello con los pertinentes permisos del virrey Pedro Mendinueta; en 1803 se inició, sufragado de su propia pecunia, la construcción del Observatorio Astronómico de Santa Fe; en agosto de 1805 presentó la versión definitiva del plan de estudios de medicina, vinculados al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario desterrando de sus aulas los métodos antiguos de enseñanza peripatético-arábiga”.
En 1801 José Celestino Mutis recibió la visita de Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland, procedentes de Cartagena, que se dirigían a Quito, con una estancia previa en Santa Fe, expresamente pergeñada para saludar al sabio gaditano y conocer in situ los resultados de sus trabajos. No parecen de mero cumplido las palabras con que Mutis contestó la propuesta de visita que le realizó Humboldt. “[ …] tan apreciable me ha sido la resolución de vuesamerced de […] reconocer la Flora de Bogotá y proporcionar a su autor los agradables momentos de su generosa amistad, que reputaré por los más felices de mi vida los días de su residencia en esta capital del Reino”.
No podía ser de otra manera. Nada pudo alegrar más los últimos años de vida de Mutis que la conversación, pausada y distendida, con otros sabios europeos que manifestaban sus mismos intereses. La enfermedad de Bonpland hizo que la estancia de los expedicionarios en Santa Fe se demorara por un par de meses. Quizás los más felices de la vida de Mutis, quien no perdió una sola oportunidad para mostrar sus más preciados tesoros: la colección icono gráfica, su preciada biblioteca, su herbario, sus anotaciones climatológicas, en definitiva el fruto de una vida dedicada a la observación del mundo natural. Humboldt y Bonpland no olvidaron la acogida dispensada en Santa Fe tras su vuelta a Europa.
Durante estos mismos años, los del comienzo del siglo XIX, la Real Expedición se tornó más abierta, siempre bajo la férrea dirección de Mutis. En 1802 se vinculó a ella Francisco José de Caldas, sobre quien recayeron los trabajos astronómicos. Este mismo año se incorporó como voluntario sin sueldo Jorge Tadeo Lozano, quien tres años después, en 1805, pasó a ser agregado y quedó comprometido con los trabajos zoológicos. En octubre de 1799 se había reincorporado al programa Sinforoso Mutis, quien, entre 1803 y 1808, se encontraba en La Habana recogiendo materiales para la Real Expedición y participando en el negocio de la quina. Fueron los discípulos de Mutis quienes, con la siempre fiel colaboración de Salvador Rizo, continuaron sus trabajos científicos en Nueva Granada; éstos y Francisco Antonio Zea, en permanente promoción por Europa, y cuyo regreso siempre esperó.
En septiembre de 1808 Mutis otorgó su testamento científico; el peso de los años le obligó a poner en orden las cosas de su hacienda, aunque de eso se ocupó su fiel mayordomo, Salvador Rizo, a quien había conferido poder para testar a comienzos de julio de 1808. Él quiso dejar bien afianzada la continuación de su obra científica, y sobre ello escribió al virrey Antonio Amar: la dirección de la Real Expedición quedó escindida en tres bloques: de los trabajos astronómicos se ocuparía Francisco José de Caldas, de los asuntos económicos y del control de los pintores se responsabilizaria Salvador Rizo, y la continuación de la obra botánica correría a cargo de su sobrino predilecto, Sinforoso Mutis.
En la madrugada del 11 de septiembre de 1808 Mutis expiraba rodeado de sus discípulos.
El legado material
Mas las cosas no sucedieron como él deseó; la situación social novo-granadina se volvió aún más tensa en los años posteriores a la muerte de nuestro protagonista, derivando en un proceso independentista en el que buena parte de sus discípulos se vieron involucrados: Francisco José de Caldas fue fusilado por las tropas españolas en 1816 y la misma suerte corrieron Jorge Tadeo Lozano y su fiel Salvador Rizo.
En 1816 el general Pablo Morillo, remitió a la metrópoli, cual botín de guerra, los materiales hasta entonces depositados en la Casa de la Botánica santafereña: un total de ciento cinco cajones, examinados personalmente por Fernando Vil en un acto público. El propio monarca dictó allí instrucciones para que por medicación de su ministro de Estado, José Pizarro, la colección fuera conservada en los Reales Gabinetes; los materiales remitidos al Real Jardín, el grueso de la colección, comenzaron a ser inventariados bajo la custodia solícita de Mariano Lagasca, Simón de Rojas Clemente y Antonio van Haalen; se inició así un largo proceso felizmente concluido en nuestros días.
La Real Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada nos ha legado, ante todo, una amplia colección iconográfica de dibujos, la mayor parte de los cuales, hasta un total de 6.394, se custodian en el archivo del Real Jardín Botánico. Los dibujos no son obra personal de Mutis, pero sí hay certeza de que dirigió su programa de ejecución y los mimó como obra propia, hasta considerarlos como su mayor aportación botánica.
El modo cómo se elaboraron estos dibujos es hoy bien conocido: los herbolarios recogían el material vegetal, éste era dibujado, en folio mayor, por el personal al servicio de la expedición, tomando nota de los colores que presentaba al fresco; un dibujante especializado, Francisco Javier Matis, se ocupaba de las disecciones de la ftuctificación, realizadas en hoja independiente, de tamaño menor. Terminado el dibujo al fresco, tarea en la que venía invirtiéndose entre dos y tres días, en función de la dificultad de la obra y de la habilidad del artista, se realizaba una copia monocroma, en sepia o negro, también en folio mayor, que servía como modelo para el grabador, mientras que el dibujo en color quedaba reservado para iluminar el grabado cuando la obra estuviera impresa. Las anatomías estaban destinadas a ser incorporadas al dibujo final, de igual modo que la determinación del icón, anotada por el amanuense de la Real Expedición ; lamentablemente estos últimos pasos no siempre se completaron.
No hay duda de que Mutis cifró en esta colección sus mayores esfuerzos; la iconografia habría de suplir a un texto del que él sólo nos ha dejado algunos leves esbozos; a comienzos de 1789 escribirá a su arzobispo-virrey: “Si mi pasión no me engaña; si mi honesta ambición en punto de láminas que a pesar de mis empeñoS hace mi librería […] puedo prometer que la lámina que saliere de mis manos no necesitará nuevos retoques de mis sucesores; y que cualquiera Botánico en Europa hallará representados los finísimos caracteres de la fructificación que es abecedario de la Ciencia , sin necesidad de venir a reconocerlos en su suelo nativo”.
La colección icono gráfica fue estudiada sistemáticamente, por vez primera, en la primavera de 1881, tras conceder los correspondientes permisos a José Jerónimo Triana; éste reordenó los materiales Y anotó, en el reverso del dibujo y a lápiz, la denominación que, en su opinión, debería llevar el dibujo. Lorenzo Uribe numera los dibujos y estudia sus autores en 1952, legándonos el primer inventario detallado del conjunto que ascendía a 5.393 iconografias; además existe un conjunto de anatomías Y otros diseños compuesto por 1.001 dibujos que hoy quedan sumados a la colección icono gráfica general con su propia numeración, cuyo estudio fue abordado en 1985 por Santiago Díaz Piedrahita. A comienzos de noviembre de 1952, los Gobiernos de España Y Colombia firmaron un acuerdo de colaboración para publicar la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada, una empresa titánica que aún sigue en pie, encontrándose, aún hoy, en la mitad de su recorrido. Además de la magnífica colección icono gráfica, queda como resultado de la Real Expedición novo-granadina un herbario con más de veinte mil pliegos entre los que, al día de hoy, se reconocen 6.490 taxones. El herbario comenzó a ser estudiado por José Jerónimo Triana, en 1881; luego se han ocupado de él Ellsworth Paine Killip y José Cuatrecasas, en los años treinta, Y Paloma Blanco Y Fernández de Calella Y Santiago Díaz Piedra hita en las últimas décadas del pasado siglo. Lamentablemente la mayor parte de los pliegos carece de etiquetas, por lo que -salvo excepciones- no es posible conocer datos sobre la procedencia de la planta, su recolector o la fecha Y el lugar de procedencia.
La documentación procesada por la Real Expedición fue, en gran parte, remitida a España junto al resto del envío del general Morillo; a comienzos de junio de 1889, Miguel Colmeiro, a la sazón director del Real Jardín, accedió a que los materiales no relacionados con la historia natural fueran transferidos a la Real Academia de la Historia , donde aún se conservan. El resto, un total de 3.907 documentos, comenzó a ser catalogado en 1960 por Francisco Rocher; su trabajo se vio culminado en 1995 cuando un grupo de trabajo, dirigido por Pilar San Pío, hizo público el Catálogo del fondo documental José Celestino Mutis del Real Jardín Botánico. parte de la documentación mutisiana permaneció en Santa Fe y hoy se encuentra integrada entre los fondos del Archivo Nacional de Colombia, algunos museos locales Y colecciones privadas. En el Archivo Decaisne, de la Academia de Ciencias dellnstituto de Francia en París se conserva la mayor parte de los documentos entregados personalmente por José Celestino Mutis al barón Von Humboldt, a su paso por Santa Fe .
Este inmenso legado corrobora las palabras que Alexander von Humboldt escribió a Antonio José Cavanilles e122 de abril de 1803:
“Es ya anciano, pero asombran sus trabajos hechos, y los que prepara para la prosperidad admira el que un hombre solo haya sido capaz de concebir y executar tan vasto plan.”