Bruno de Hezeta y J. F. Bodega y Quadra (1775)
Emilio Soler
Bibliografía: “Exploradores españoles olvidados del siglo XVIII” SGE. 1999
La primera vez que oí hablar de este hijo de vasco, nacido en Lima, todavía no sabía que muchos años después me iba a interesar por su figura de hombre ilustrado, navegante, político, militar, explorador, colonizador, cartógrafo, hidrógrafo, astrónomo, naturalista, botánico, escritor y negociador en nombre de la Corona española del setecientos, en acertadas palabras de mi amigo Antonio Menchaca, biógrafo y descendiente de Bodega y Quadra.
Sucedió allá por el año 1963 o 1964. Acababa de estrenarse en España una terrorífica película, una más, del director Alfred Hichtcock, Los pájaros. Al comienza del film, una rubia elegante llamada Tippi Hedren, de largas y esbeltas piernas que luego herdaría su hija, la también actriz Melanie Griffith, se empeña en llevarle al galán, Rod Taylor, una pareja de periquitos al pueblo en el que el protagonista de la película suele pasar los fines de semana. Ese pequeño lugar, a ochenta o cien kilómetros al norte de San Francisco, se llama Bodega Bay y allí, entre verdes y ondulados paisajes, sucede la trama de una cinta en la que los pájaros son los verdaderos actores de la película, tan magistral como inquientante.
Veinticinco años después comprendí el por qué aquel villorio marinero llevaba nombre tan beodo: no era por su capacidad para guardar y almacenar vino, que sería lógico, por otra parte, si tiene en cuenta que en esta parte californiana del cercano Russian River valley se encuentra actualmente excelentes caldos Cabernet Sauvignon y Merlot que no tienen nada que envidiar a sus vecinos cultivados en los valles de Napa y Sonoma. El lugar llevaba el nombre de Bahía Bodega porque hasta allí llegó, en sus múltiples exploraciones por las costas norteamericanas del Pacífico, don Juan Francisco de la Bodega y Quadra Mollineda, oficial de la Real Armada Española.
Efectivamente, por allí anduvo en octubre de 1775, y al descubrir aquella enorme bahía, dio su nombre al lugar, ante la mirada sorprendida de los nativos de las tribus pomo y miwok. Así nos lo cuenta el propio Bodega en sus Diarios de Viaje: “Los indios que habían eran innumerables y pasaban en canoas de tule desde una costa a otra para venirse a una loma cerca adónde estábamos fondeados, y, después que se juntaron gran parte, comenzaron a gritar como dos horas sin cesar. Al cabo de ese tiempo, vinieron dos al costado y con la mayor franqueza regalaron plumajes, collares de hueso, un cesto de semilla con el gusto de avellana y varias frioleras de esta especia; yo les recompensé su oferta con pañuelos, espejos y abalorios, y se fueron muy gustosos”.
Las biografías al uso, pocas, y entre las que hay que destacar las de Ibarra (1945), Rubio Mañé (1956) y Beerman (1976), nos hablan de un hidalgo nacido en Lima en el año 1744, de noble familia vizcaína, que tenía muchas posiblidades de ser nombrado caballero de la Orden de Santiago y que ingresó como guardiamarina en 1762. Su padre, Tomás, nacido en la villa vizcaína de Muskiz, había casado en el Perú con una criolla perteneciente a la aristocracia limeña y pronto llegó a situarse en la élite dirigente del virreinato. De entre los muchos hijo de Tomás y Francisca, Juan Francisco escogió la carrera militar y, muy joven, partió hacia la metrópoli a ingresar en la Real Compañía de Guardiamarinas.
Poco sabemos de la infancia de Juan Francisco de la Bodega y Quadra, pero si lo suficiente para afirmar que su nacimiento limeño tuvo lugar en una casa situada junto al río Rimac, bien cerca del famoso puente al que cantara Chabuca Granda en La flor de la canela y que tiene el privilegio de ser el primero de piedra que se tendío en el Nuevo Mundo. Como correspondía a su alta alcurnia, Juan Francisco fue bautizado el 3 de junio de 1744 en la catedral de Lima, tan cercana a su lugar de residencia como del palacio del virrey. Estudió en el Real Colegio de San Martín, de la Universidad de San Marcos, la misma de la que fue rector su hermano Tomás Aniceto durante más de diez años. A los dieciocho años, encontramos a Bodega y Quadra en Cádiz a punto de ingresar en la Compañía de Guardiamarinas. Cinco años después, Juan Francisco fue ascendido a alférez de fragata. En 1773 ya era alférez de navío y continuó su ascendente carrera hasta conseguir, muchos años después, el entorchado de capitán de navía en 1784. Los documentos del Archivo Museo Don Álvaro de Bazán, en la manchega villa de Viso del Marqués, sorprendente lugar para que este ubicado el Archivo de la Marina, son testigo de la brillante carrera militar reflejada en su hoja de servicios.
El destino de Bodega y Quadra sufrió un giro imprevisto cuando se le envío a México al ser requeridos sus servicios por el virrey de Nueva España, fray Antonio Maria de Bucareli, que sentía amenazado el poder colonial España, muy especialmente al norte de las costas californianas. Sus temores, bien fundados, se debían a la cada vez mayor penetración rusa y británica, buscadores de nuevos territorios para el floreciente comercio de pieles, y que trataban de afianzar y extender sus territorios coloniales bajo la sospecha de ser aquel un lugar rico en metales preciosos. De otro lado, estas potencias rivales trataban de hallar el mítico paso del noroeste que debería abrir el camino entre los océanos Atlántico y Pacífico.
LAS DOS PRIMERAS EXPEDICIONES
A comienzos del año 1775, Bodega partió de la base española de San Blas, puerto de la costa occidental de México creado por José de Gálvez para defender los presidios del norte de California, como segundo comandante de la goleta Sonora, junto a la fragata Santiago, comandada por el jefe de la expedición Bruno de Ezeta, y el paquebote San Carlos. Llevaba instrucciones de alcanzar los 65º de latitud para reconocer exhaustivamente las costas que pertenecian a la soberania española. Pronto, y debido a una indisposición de su comandante en la Sonora, Juan Francisco tomó el mando de la goleta. El pequeño navío que dirigía Bodega llegaba una tripulación de dieciséis hombres, incluidos los oficiales que, al decir del Diario de viajes de la expedición, “pronto tuvieron que arrimar el hombro en las tareas más cotidianas porque el escorbuto hizo presa en varios miembros de la tripulación”.
De este importante viaje se guardan valiosos documentos en forma de diarios escritos por el propio Bodega, por su inseparable piloto Francisco Mourelle y por el comandante Ezeta, que nos revelan precisos detalles de las dificultades por las que atravesaron y de los muchos descubrimientos que durante el trayecto se efectuaron. La importante obra escrita por Bodega y Quadra, que contiene los diarios de sus primeros viajes, Comento de las Navegaciones y Descubrimientos hechos en dos viajes de orden de S.M. en la costa septentrional de California, desde la latitud de 21º 31′ en las que se halla el Departamento de San Blas, por don Juan Francisco de la Bodega y Quadra, de la orden de Santiago, y Capitán de Navío de la Real Armada, está conservada en el Museo Naval de Madrid. Aunque otros archivos españoles y americanos también guardan documentación exhaustiva referida a estas expediciones, como el General de Indias, el del Ministerio de Asuntos Exteriores, el Histórico Nacional o el de la Nación de México.
De las dificultades halladas en su misión, aunque Bodega no se mostró demasiado expresivo en los comentarios tal vez para no dejar en mal lugar a su jefe Ezeta, da fe el que, pronto, Juan Francisco debió abordar en solitario la tarea de alcanzar los 60º de latitud exigidos, ya que los otros navíos desaparecieron de su vista. De los descubrimietos y anotaciones cartográficas, se pueden poner como ejemplo la bahía y puerto de Bucareli, en la actual isla del Príncipe de Gales, a los que arribó el 24 de agosto de 1775, bautizados así en honor del virrey de Nueva España y factotum de la expedición que le abrió a Bodega las puertas de reconocimiento a su talento y valor: “La latitud de este puerto y ensenada en dos días que se repetió la observación fue de 55 gr. 17 min. Y le considero al oeste de San Blas 32 gr 9 min. De longitud. Es tan apreciable esta entrada por lo benigno del temperamento, por la quietud de la mar, por las aguas de riachuelo y aljibes que la naturaleza formó, y el buen fondo y peces que en ella hay, que sin duda me hubiera estado algunos días más a no estar la estación tan avanzada, pero se formó, aunque deprisa, una breve descripción”.
Y aunque Bodega no pudo superar en esta ocasión los 58º de latitud norte, no cejó en rastrear toda la costa e indagar con pelos y señales toda noticia que oía y veía, corrigiendo los graves errores cartográficos en que habían incurrido expediciones anteriores. A comienzos de noviembre de 1775, ocho meses después de haber salido del puerto mexicano de de San Blas, una Sonora diezmada por la enfermedad y la fatiga arribada al Monterrey californiano, el del Pacifíco. En la rada se encontragan los otros dos navíos españoles, comandados por Ezeta, que habían abandonado bien pronto la expedición. Bodega pasó de puntillas sobre ello a pesar de los esfuerzos suplementarios que se había visto obligado a realizar: “ Di orden se desembarcasen los enfermos, los que fueron a curarse al presidio; y yo y el piloto nos fuimos a vivir a una casa que está cerca del fondeadero con el fin de recobrarnos con los aires de la tierra la pérdida de salud y descansar unos días de un viaje tan penoso, mayormente en la embarcación de tan pocas comodidades, que es milagro no haber llegado todos enteramente baldados”.
La Corte española, claro está, estaba encantada con los informes de Bucareli sobre aquel primer viaje de Juan Francisco, ya que gracias a estas exploraciones sus dominios se habían extendido en más de quinientas leguas hacia el norte del Pacífico. Y es entonces cuando comenzó verdaderamente la brillante carrera de Bodega y Quadra. Se sucedieron los honores, los ascensos y, años después, tomó parte en dos nuevas expediciones por el Pacífico Norte.
En el segundo de esos viajes, tras haber estado el marino limeño en su Perú natal con la misión de adquirir un buen navío para el nuevo viaje, previsto hacia el paralelo 70 norte, Bodega mostraba su alegría de cómo comenzaban a irle las cosas: “No sólo logré la satisfacción en esta comisión de haber conducido una fragata que con dificultad se encontrará otra de iguales condiciones para el destino; si no que conseguí ser el primero que desde el puerto del Callao de Lima hiciese viaje a San Blas sin más noticias que mi vigilancia y continuo cuidado”.
Tras más de un año de preparación del nuevo itinerario, dos fragatas, la Princesa y la Favorita, mandadas por Ignacio de Arteaga y por Juan Francisco Bodega y Quadra, al que volvía a acompañar Mourelle como piloto, estaban prestas a hacerse a la mar. A pesar de la cualificación demostrada por el marino limeño, el mando de la expedición recayó en Arteaga y no en Bodega, que curiosamente será el encargado de preparar la derrota a seguir y precisar los trabajos cartográficos y científicos. El pretexto oficial para la exclusión de Juan Francisco en el mando era la mayor antigüedad en el escalafón de Arteaga, aunque muy bien pudiera atribuirse este desaire a que la Marina española prefería otorgar el mando de las expediciones a los oficiales nacidos en la Península y no a los criollos. Para evitar incidentes como los acaecidos en la anterior expedición en que Juan Francisco bordeó las instrucciones recibidas, el virrey Bucareli se lo dejó bien claro a Bodega esta vez: “En esta campaña debe vuestra merced guardar conserva en todo lo posible, obserar las instrucciones, de que previene con fecha del 18 de noviembre próximo pasado se sacase copia, y llegar hasta la altura de 70 grados, como así se le avisó al citado Arteaga, cuyas órdenes deberá vuestra merced obedecer”:
Los expedicionarios españoles, en su trayecto, pasaron por el puerto de Bucareli y arribaron a la costa meridional de Alaska, al Prince William Sound, más al oeste del monte de San Elías, en los 61º, siendo los primeros navegantes españoles en poner pie en aquellos territorios donde, sin embargo, ya habían llegado los peleteros rusos, desde Siberia, y el célebre capitán inglés James Cook. Aunque las observaciones y reconocimientos fueron numerosos, el profesor Bernabeu insinúa que la falta de resultados espectaculares en esta expedición pudo deberse a la dirección de Arteaga, muy ajustada a las órdenes recibidad, que, por otro lado, encosetó la valía de Bodega.
Pocos años después, en 1780, llegó la suprema recompensa para Juan Francisco, ya que se le confirió el mando del despartamento de San Blas, cargo que apenas desempeñó durante un año. Aquel lugar continuaba siendo un sitio inhóspito con un clima insalubre y con una base naval mal emplazada, sobre todo teniendo bien cerca Acalpulco, puerto que, según los reiterados informes de los expertos marinos, debía sustituit al anterior. En San Blas se construían los barcos que emprendían las exploraciones de la costa y hasta allí arribaba el galeón de Manila con su rica carga asiática que era desembarcada y transportada por tierra hasta Veracruz, en la costa atlántica de Nueva España, para seguir ruta hacia España. Poco menos de un año después de su nombramiento, y muy probablemente por problemas de salud, Bodega cesa como comandante de San Blas.
Tras un largo viaje al Perú, la carrera militar del limeño sufrió una total inactividad marítima ya que transcurrieron cuatro años de su vida entre La Habana y la metrópoli. Durante ese tiempo, Bodega no dejó de enviar minutas al ministro Valdés pidiéndole desesperadamente regresar a ultramar y reiniciar sus exploraciones para mayor gloria de la Corona y de él mismo: “Se tratase de emprender un viaje al mar del Sur por el cabo de Hornos o estrecho de Magallanes, tan útil como digno de eterna memoria, pues al mismo tiempo que se nos facilitaba el conocimiento de este paso, no sólo se lograría reconocer si las islas Galápagos y la de Cocos, situadas en el mar Pacífico, próximas a la línea equinoccial, ofrecen algún abrigo y comodidad de agua y leña; más también, extender el descubrimiento a la costa septentrional de California o Nueva Albión”.
En marzo de 1789, poco antes de la salida gaditana de la expedición de Alejandro Malaspina, Bodega recibió el encargo de volver a comandar el departamento mexicano de San Blas. Un pequeño pero selecto grupo de guardiamarinas le acompañó hacia su destino: Jacinto Camaño, Manuel Quimper, Salvador Fidalgo, Ramón Saavedra, Francisco de Eliza y Salvador Menéndez Valdés. Estos fueron los encargados de seguir explorando el Pacífico Norte al mado de Bodega, gran conocedor de aquellos territorios, con el objetivo de ampliar los dominios de España.
Una duda queda patente en la biografía de Juan Francisco: ¿realizó el matrimonio que tenía previsto con una joven heredera mexicana para el que había solicitado la correspondiente licencia a sus superiores?
LA CRISIS DE NUTKA
Tras el incidente del año 1790 entre españoles e ingleses en el puerto de Nutka, en la actual isla canadiense de Vancouver, estuvo casi apunto de estallar una nueva confrontración entre ambos países. Era el tiempo de una España dirigida por Floridablanca que apenas podía permitirse abrir un nuevo frente bélico ya que sus exhaustas arcas y su lento, pero inequívoco, declinar político, no lo podían soportar. Todo había empezado cuando el Sevillano Esteban José Martínez tomó posesión del pequeño abrigo de Nutka en nombre de su Majestad. El oficial español estableció severas medidas contra la llegada a la isla de un paquebote al mando del capitán inglés James Colnett, que llevaba la pretensión de tomar posesión del territorio, formar establecimiento en él y fortificarse. Poco tiempo después del apresamiento del navío inglés arribaron a Nutka una goleta y una balandra británica, que también fueron apresadas por Martínez. Vistas las complicaciones que podrían derivarse del control de aquellos lejanos lugares ante las declaradas apetencias territoriales de las emergentes potencias rivales, el gobierno español ordenó fortificar Nutka emplazado en el islote de San Miguel “una batería bien situada para defender el Puerto y las embarcaciones surtas en él”. Al mismo tiempo, se destacó al teniente de navío Francisco de Eliza “como comandante de un establecimiento provisional”, al mando de setenta y seis hombres de la Primera Compañía Franca de Voluntarios de Cataluñá dirigidos por su capitan Pedro Alberni. Esta es la razón por la que en los dibujos realizados por los pintores de la expedición Malaspina, que recorrió aquellos lugares en el verano de 1791, aparezcan a menudo individuos tocados con la famosa barretina catalana. Por cierto, el futuro brigadier Alejandro Malaspina, al avistar las costas de Nutka, dejó escrito en su Diario unas significativas palabras referidas al conflicto bélico que estuvo a punto de enfrentar a España con Inglaterra: “No ignorábamos de antemano la existencia de un establecimiento nuestro en estas costas; no ignorábamos cuántos caudales se habían derramado y cuánta sangre pudo haberse esparcido para sostener su legítima posesión”.
La Corte de España, al tener conocimiento del incidente con los buques ingleses, urgió a su embajador en Londres para que hiciese una exposición de lo ocurrido ante el gobierno británico, cosa que realizó el 10 de febrero de 1790, reclamando castigo para los infractores y su abstención en lo venidero de intentar establecimiento y comercios en los territorios de soberanía española. Por su parte, el ministro William Pitt contraatacó el 26 de febrero de 1790 afirmando que “el acto de violencia” lo había cometido la Corona española; exigía “la inmediata restitución de los navíos” y que el gobierno español “le ofreciese una satisfacción justa y proporcionada sobre un acto tan injurioso para la Gran Bretaña”. Este incidente se vio agigantado con las declaraciones del capitán inglés John Meares, que había estado en Nutka en 1785 y 1786. El marino británico presentó presentó en mayo de 1790 ante la Cámara de los Comunes un memorial por el que demostraba la compra de terrenos en Nutka a su cacique Macuina y que había llevado a cabo la construcción de unas barracas, lo que evidentemente le otorgaba legitimidad a su toma de posesi´´on. Esto lo complicaba todo. Especialmente para España.
Floridablanca, primer secretario de Estado español, era consciente del verdadero motivo que impulsaba al Reino Unido a la disputa de aquel territorio y así lo dejó escrito: “Se valió la Inglaterra del pretexto del suceso de Nutka, en el Mar Pacífico, para armarse, amenazar y pensar en la ruina de nuestro comercio de Indias y de nuestra Marina”. Pero, y a pesar de que Floridablanca ordenó preparativos para lo que parecia una inminente confrontacion bélica en respuesta a los mivimientos navales efectuados por Gran Bretaña en el canal de la Mancha, también se intensificaron los contactos diplomáticos para tratar de llegar a algún tipo de acuerdo que evitara males mucho mayores para la integridad territotial de nuestras colonias americanas. Al fin y al cabo, Nutka era una isla perdida en el norte del Pacifico americano… Tras el fracaso de una hipotética alianza con Frnacia, sumida en una profunda crisis política después del triunfo revolucionario, y tras constatar que los Países Bajos apoyaban militarmente a Gran Bretaña, Floridablanca no tuvo más remedio que someter a consideración británica una propuesta basada en cuatro puntos. Por el primero, españoles y británicos podrían convivir en Nutka, devolviéndose a los ingleses los edificios y terrenos de que hablaba Meares. Por el segundo, se remitía a un futuro reglamento que determinaría “los derechos de las dos Naciones en los mares del Sur, y en el Oceáno Pacífico”, absteniéndose los navíos inglesea “de acercarse a las costas y puertos de España”. Por el tercer apartado, se sometían a las respectivas Cortes los motivos de queja o infracción de los artículos anteriores, advirtiendo severamente que los “oficiales de una y otra parte” se abstuvieran de cometer violencia alguna. El cuarto punto, señalaba un plazo de seis semanas para ratificar los artículos anteriores y, una vez efectuada, se suspenderían “por una y otra parte todos los preparativos de guerra”.
Con algunas matizaciones posteriores, éste fue el acuerdo que se firmó en El Escorial el 28 de octubre de 1790 entre el embajador inglés, lord Alleybe Fitzherbert, y el primer ministro español, el conde de Floridablanca. Por el tratado de El Escorial, las dos naciones que pugnaban por aquel territorio septentrional americano llegaron a un principio de acuerdo, deliberadamente confuso, en el que España ponía punto y final a sus apetencias sobre aquellos territorios que superaban los 48º de latitud norte. Los ingleses, a su vez, exigían que la soberanía española del Pacífico Norte americano no pasara de los límites de San Francisco, a unos 38º de latitud.
EL ÚLTIMO VIAJE DE BODEGA
Para la observancia y discusión sobre el ambiguo tratado, en lo que concernía a los límites de las posesiones españolas, Bodega y Quadra, como responsables del departamento de San Blas, fue comisionado por el virrey Revillagigedo para solventar esta espinosa cuestión y llegó a Nutka en 1792. Allí se encontro con el enviado británico, el marino Georges Vancouver. A pesar de las órdenes explícitas que llevaba Bodega y Quadra de “dejar y entregar a los infleses todo lo que de alguna manera verifiquen tocantes en los puertos y costas de Nutka”, el comandante de San Blas no tenía ningún interes en entregar aquel territorio, que consideraba como propio, a los britanicos y se aprovechó de la indefinición de alguna cláusula, como la qu etrataba del límite de las posesiones españolas y la fijación de los territorios adquiridos por Meares antes de 1789, para provocar una larga, amistosa e inútil negociación con su rival Vancouver. Así lo explicitaba claramente Bodega: “No considero a la Inglaterra con derecho a reclamar la propiedad del puerto de Nutka, ni a la España en la obligación de hacer esta cesión, ni resarcir el menor daño, pues aunque Cook lo visitó en el año 1778 y después lo han visitado distintos viajeros, Pérez lo descubrió el de 74 y Martínez se estableció el de 89 con gusto de sus naturales, sin oposición ni violencia, como consta de los adjuntos documetno; en ellos se comprueba que a su arribo no encontró edificio alguno, que Meares sólo tuvo una pequeña barraca que ya no existía, ni se hallaba en el paraje cultivado, que la Efigenia pertenecía a los portugueses, que Colnerr dio sobrado motivo a que se le arrestase y, en fin, que Macuina, jefe de aquella ranchería, confiesa la cesión que a nosotros ha hecho y niega la compra que supone Meares”.
Por su parte, el marino inglés Vancouver rechazó, cortésmente, eso sí, los argumentos del español insistiendo “en la entrega de los edificios, distritos y porciones de terreno que ocupaban los vasallos de S.M.B. en el puerto de Nutca hacía 1789” Al parecer, las discrepancias políticas entre ambos militares no impidieron que naciese entre ellos una buena amistad, tal y como consta en las Memorias del oficial británico que están plagadas de referencias cordiales y de estima hacia el trato exquisito que le dispensó Bodega. Hasta tal punto trabaron una respetuosa amistad que, de mutuo consentimiento y en señal de respeto, antes de despedirse sin ningún tipo de acuerdo diplomático, en diciembre d e1792, ambos oficiales decidieron bautizar aquel territorio como “la gran isla de Quadra y Vancouver”.
Parece obvio señalar que el paso del tiempo y el peso de la historia, escrita poco después por aquellas tierras en lengua inglesa, ha hecho desaparecer, prácticamente, el nombre de Bodega del lugar. Territorio de que el propio Juan Francisco dejó escrito estas sentidas y proféticas palabras: “ El puerto de Nutca es el de mejores proporciones que se encuentra en toda la costa; en él se inverna sin recelo, se entra y sale con prontitud a cualquier hora, sus habitantes son dóciles, el clima sano, no le falta terreno para siembras ni maderas de construcción; en sus inmediaciones abunda la peletería y, en una palabra, a pesar de los informes que tenía y el juicio que me debió, veo hoy que es el único, sin reserva nuestros presidios, en que se pueda formar un establecimiento ventajoso y útil al comercio”. Al poco de regresar de su expedición a Nutka, Bodega enfermó seriamente. Parecía evidente que el insano clima de San Blas no estaba hecho para él. Una misiva suya al nuevo virrey, Revillagigedo, escrita en marzo de 1793, nos habla de sus sufrimientos: “Ha muchos días que vivo mortificado de un dolor que ya no me es posible resistir”.
Pocos días después, todo concluía para Bodega. El 29 de marzo de 1794, algún desconocido escribió un pequeño apunte en un diario, anotación que ha llegado hasta nuestros días: “[Y este día] en México, en el convento de San Fernando, se enterró al coronel y comandante del Departamento de San Blas, don Juan de la Cuadra”. Poco más explícita fue la misiva con que le virrey Revillagigedo anunciaba al ministro de Marina el óbito del ilustre marino limeño: “El 26 del corriente falleció de muerte natural en esta ciudad el capitán de navío don Juan Francisco de la Bodega y Quadra, comandante de marina de San Blas, a quien había permitido pasar a ella con el fin de restablecerse”. Bodega y Quadra apenas contaba cincuenta años de edad cuando falleció, asistido por sus dos criados de siempre. La relación de los bienes dejados en su testamento habla bien claro de las fuertes dificultades económicas por las que tuvo que pasar aquel ilustre explorador español nacido en Lima.