Texto: José Soler Carnicer
José Soler Carnicer (m SGE) escribe desde su Valencia natal sobre un hombre olvidado, el quien como tantos otros españoles meritorios cayeron en el anonimato víctimas del oscurantismo interno que sufrimos en siglos pasados y del empuje de otros imperios que supieron vender mejor a su gente.
En el artículo Historia de las sociedades geográficas, aparecido en el número 1 de la revista de la SGE, Lola Escudero
relaciona los nombres de algunos exploradores españoles de la segunda mitad del pasado siglo. La lista no es completa, ni creo que fuese ése el objetivo de la autora del citado artículo. Por ello quisiera añadir el nombre de un paisano mío que en la primera mitad del siglo XIX realizó interesantes exploraciones por el continente
africano y cuyo nombre, salvo por el hecho de figurar en el nomenclador callejero de la ciudad de Valencia, es poco conocido. En este nomenclador urbano figura una calle con el nombre de “Explorador Andrés”. Se encuentra ésta en el Distrito Marítimo, en una zona cuyas calles ostentan nombres de personajes de la historia más reciente de la capital. Comienza en la calle del Dr. Manuel Candela y termina en la del Músico Ginés. Corre, pues, paralela a la avenida de Blasco Ibáñez.
Contra la creencia de que Valencia ha carecido en su nómina de destacados personajes representantes del mundo de la exploración o la aventura, he de afirmar que sí los ha tenido en todo tiempo, y prueba de ello pueden ser el botánico Rojas Clemente (siglo XVIII), natural de Titaguas (Valencia), o el personaje que es protagonista de este artículo. Y aún hoy hay valencianos que tienen en la aventura una constante de sus vidas, entre los que debería citar, entre otros, a Antonio Sán cazador de elefantes español profesional; a Miguel Gómez Sánchez, montañero que participó en la Exploración del Hielo Continental Patagónico en compañía de Eric Shipton, y dirigió luego las expediciones valencianas que conquistaron la Cara Sur del Aconcagua (primeros españoles) y el Nanga Parbat (primer “ocho mil” valenciano) y a Enrique Guallart, primer español que llegó andando al Polo Norte y que actualmente está llevando a cabo la gesta conocida como El Desafío de las Cinco Cumbres. Como también podríamos hablar de algunos misioneros valencianos que han estado en la Amazonia y regiones de África llevando la doctrina de Cristo, al mismo tiempo que abrían territorios desconocidos hasta entonces.
Ellos son prueba de que Valencia también ha dado hombres valientes e intrépidos frente a lo desconocido, aventureros y exploradores en una palabra. El explorador Andrés que da nombre a la calle del Distrito Marítimo se llamaba Marcelino Andrés Andrés. Nació en Vilafranca (Castellón), el 14 de mayo de 1807 y era hijo de una humilde familia que, con gran esfuerzo, lo pudo enviar a Barcelona para que estudiase la carrera de Medicina.
En la Ciudad Condal trabó amistad con el naturalista De la Paz Graells, el cual influyo sobremanera en Marcelino Andrés, despertando en él un gran interés por la Botánica. Los dos jóvenes trabajaban juntos y concibieron el proyecto de realizar un viaje al continente africano para estudiar su flora. Por aquel entonces, un viaje de tales características adquiría tintes casi épicos. Pero nada enfrió el entusiasmo del castellonense, que a raíz del cierre de la universidad catalana a causa de los disturbios políticos de la época y venciendo múltiples problemas de toda índole, en el año 1830 conseguía embarcarse en un bergantín de los que se dedicaban al comercio de esclavos, rumbo a Benini, antigua Dahomey o reino del Dam-Homé. El litoral del Dam-Homé era una importante base de comercio entre África, Europa y las Antillas, principalmente en la trata de negros.
Durante su estancia en aquel país tuvo ocasión de actuar como médico, requerido por su monarca. Permaneció allí dos meses y luego prosiguió su periplo hacia el sur, llegando hasta Guinea. De este punto saltó a la otra orilla del Atlántico, recalando primero en Cuba y luego en Brasil, para volver otra vez a Dahomey. Reclamado de nuevo por el rey de Dam-Homé, fue el médico de aquella corte durante dos años. En este tiempo llevó a cabo numerosas exploraciones por el África occidental, especialmente por el golfo de Guinea y sus islas: Santo Tomé, Annobon, Príncipe, Fernando Poo. Resultado de estos viajes fue la confección de un herbario con más de seis mil plantas de aquellos territorios, así como una gran colección de mariposas e insectos. Preparado su regreso a Barcelona, embaló el fruto de aquellos años de viajes y exploraciones, y también de sufrimientos y enfermedades tropicales, para su envío a España en un barco que hacía el viaje directo, pues él había proyectado un viaje de regreso con escalas en varios puntos de África en los que proseguiría sus estudios y exploraciones.
Al llegar a Barcelona quedó desolado cuando le comunicaron que todo su bagaje científico estaba todavía en Dahomey, pues lo había olvidado allí el capitán del barco encargado de su traslado. Fácil es imaginar su amarga contrariedad, sobre todo porque diversos problemas familiares le impedían volver a África de momento.
A ello se unió la epidemia de cólera que azotaba las tierras catalanas y a la que no pudo sustraerse, muriendo víctima de ella el 20 de abril de 1852, cuando contaba solamente 45 años de edad y tenía ante él un brillante futuro científico.
Afortunadamente Marcelino Andrés había llevado consigo el manuscrito con el diario de sus viajes y exploraciones. Antes de morir se lo entregó a su amigo Mariano de la Paz, el cual a su vez lo depositó en el Museo Nacional de Ciencias Naturales.
La Real Sociedad Geográfica Española, antes de que se cumpliera el centenario de su muerte, lo editó en 1933 bajo el título de Relación del viaje de Marcelino Andrés por las costas de África, Cuba e isla de Santa Elena, una obra de sumo interés, tanto desde el punto de vista geográfico como del etnográfico, que pone de relieve la gran tarea desarrollada por el explorador valenciano en aquellos territorios africanos.