Texto: Pedro Páramo
Boletín 8
Sociedad Geográfica Española
El libro de Madame Calderón de la Barca sobre México a los pocos años de haber alcanzado este país la independencia es ya un clásico de la literatura viajera. Sobre la vida y las vinculaciones de esta escocesa con España escribe Pedro Páramo (mf SGE).
En la literatura española de viajes apenas figuran los nombres femeninos. Una excepción es la marquesa de Calderón de la Barca, excepción por partida doble: por mujer y por no ser española. Sus obras, escritas originalmente en inglés, son bien conocidas por los aficionados a este tipo de relatos. Muy especialmente en México, donde todavía levantan polémica sus testimonios sobre la vida cotidiana y sus retratos de los próceres de los primeros años de la independencia del país recogidos en las cartas que componen su libro más publicado, La vida en México, durante una residencia de dos años en ese país”. En España Madame Calderón ha caído en el olvido, a pesar de que su obra Destinado en Madrid o escenas de la Corte de Isabel II resulta una de las más interesantes para conocer los usos y costumbres en la capital de España a mediados del siglo pasado.
¿Pero por qué traer aquí como viajera española a una escocesa que escribe en inglés?. Pues sencillamente porque la marquesa de Calderón de la Barca se casó con un diplomático español, firmó sus libros con su nombre español, pasó más de la mitad de su vida al servicio de la Corona española, gozó de la confianza de los reyes de España y murió en el Palacio Real de Madrid. Su lugar de honor en la literatura viajera española se debe a que llegó a México el 19 de diciembre a de 1839 acompañando a su esposo, Ángel Calderón de la Barca, el primer embajador que España envió al México independiente, y allí escribió su obra más conocida.
Frances Erskine Inglis, marquesa de Calderón de la Barca, nació en Edimburgo en 1806. Su padre, abogado, se arruinó al salir fiador de un noble escocés que se declaró insolvente. Para no ir a la cárcel William Inglis huyó a Francia, donde murió. Su viuda, sus tres hijos y sus cinco hijas se trasladaron entonces a Boston, donde abrieron un colegio para señoritas con el que ganaron prestigio y, más que dinero, excelentes amistades. Entre estas se contaban George Ticknor, un personaje excepcional en el panorama cultural de los Estados Unidos de aquella época que poseía una valiosa biblioteca de libros antiguos españoles, y el historiador William H. Prescott, en aquel momento a punto de terminar su Historia de los Reyes Católicos. Prescott influiría ante Charles Dickens para que la editorial de éste publicara en Inglaterra La vida en México. Y entre los colaboradores que Prescott había encontrado para su historia sobre Isabel y Fernando se contaba Ängel Calrderón de la Barca, embajador de España en Washington, a quien el historiador americano describe así: “Es un caballero muy digno y franco, que ha renunciado a su puesto por rehusarse a jurar la última Constitución liberal. Hombre de mérito, sostiene correspondencia con los eruditos españoles más destacados”. Ángel Calderón de la Barca había nacido en Buenos Aires en 1794. A los catorce años se había enrolado en el ejército del general Palafox y había participado en la defensa de Zaragoza, donde fue apresado por los franceses. A su liberación no regreso a España; viajó por Europa ganándose la vida como traductor de la “Historia Universal”, de Johann von Müller, “Fabiola”, de Wiseman, y “Oberón”, de Wieland . No se sabe, sin embargo, cómo comenzó su carrera diplomática ni cómo fue enviado a Washington como ministro plenipotenciario. Se cree que pudo llegar a finales de 1836, al caer Mendizábal y ser designado jefe del gobierno el Francisco Juárez Istúriz.
Ángel Calderón de la Barca y Frances Erskine se conocieron en casa de Prescott en la primavera de 1838 y se casaron ese mismo año. El diplomático español tenía más de cincuenta años y ella 33. De su boda no existen testimonios. Debió ser un acto discreto, ya que él era católico y ella protestante. Más adelante adoptaría la religión de su marido. De ella en aquella época no tenemos ningún retrato físico. Todos los testimonios ponderan su cultura, su inteligencia y su exquisita educación. Desde los primeros momentos de su matrimonio y con el alejamiento de su familia, ya convertida a Madame Calderón comienza a escribir las cartas a sus hermanas que darían lugar luego a sus libros. El de su estancia mexicana, “el mejor que jamás haya escrito un extranjero sobre México” en palabras del escritor mexicano Felipe Teixidor, comienza en el vapor Norma, que les llevaba de Nueva York a La Habana, y de allí en el “Jasón”, a Veracruz, donde desembarcó el 19 de diciembre de 1939.
La vida en México es una deliciosa y positiva crónica periodística del México recién llegado a la independencia. Las observaciones de Madame Calderón, perfectamente adaptada a su papel de española consorte del representante de España, están llenas de sagacidad y de ingenio que la acreditan como una excelente observadora de la realidad y como una magnífica escritora. De su elegante estilo puede ser un ejemplo este párrafo: “Todos estos caserones de los alrededores de México dan una impresión indescriptible de soledad, vastedad y desolación, como jamás la había yo sentido, ni aun en las moradas más solitarias de otras tierras. No es tristeza; el cielo es demasiado brillante y el paisaje demasiado risueño, y el aire que se respira demasiado puro, para consentirla. Es la sensación de hallarse enteramente fuera de este mundo; es el percatarse de que nos encontramos solos ante una naturaleza gigantesca, y de que nos envuelven las nebulosas tradiciones de una raza que fue; impresión que no se alcanza a disipar cuando el silencio se rompe con las pisadas de un indio transeúnte; pobre envilecido descendiente de aquellas gentes extraordinarias y misteriosas que no sabemos de qué partes vinieron y cuyos hijos viven ahora ‘con la condición de haber de cortar leña, y acarrear el agua’, para el servicio de todo un pueblo del cual fueron reyes una vez”.
Los retratos que hace en pocas líneas de los personajes que va conociendo son literariamente magistrales. Al ex presidente Guadalupe Victoria lo describe de esta manera: “Es un honrado y sencillo ciudadano, melancólico, cojo y de alta estatura, de limitada conversación, aparentemente amable y de buen natural, pero ciertamente no cortesano ni orador”. Del general Antonio López de Santa Anna, el hombre que vendió medio México y al que conoció ya sin la pierna derecha que había perdido el año anterior en la llamada “Guerra de los Pasteles” contra los franceses, dice: “De color cetrino, hermosos ojos negros de suave y penetrante mirada, e interesante la expresión de su rostro. No conociendo la historia de su pasado, se podría decir que es un filósofo que vive en digno retraimiento”. Los distintos paisajes de México, la animación de sus calles y tianguis (mercados indígenas), las comidas, el formulismo exagerado de los tratamientos, las modas, los cotilleos de la capital, las procesiones y los cultos, los espectáculos, las recepciones, los bailes,… la vida entera de México está relatada con la viveza de quien participa activamente de lo que escribe. Por ella nos enteramos de los tesoros artísticos que los españoles dejaron e iglesias y conventos, ella es la primera en describir el espectáculo taurino mexicano por excelencia, la “charreada”, y por ellas sabemos que los mariachis ya existían como grupos musicales que tocaban en la iglesias y no son, como se cree, un invento de la época del emperador Maximiliano.
En 1842 los Calderón de la Barca abandonan México y, tras una estancia de varios meses en Boston, regresan a España en 1843, el año en que aparece publicado en Estados Unidos su libro Life in Mexico, con prólogo de William H. Prescott, quien acaba de terminar su Historia de la conquista de México, un clásico que aún se estudia en aquel país. En su piso madrileño de la plaza de Santa María, la vida del matrimonio se ve sometida a los vaivenes de la política española de la época. Tan pronto Ángel está en el “panteón de los cesantes” como es nombrado secretario de estado; lo mismo se le ve preparando las maletas para volver a la embajada de Washington de nuevo, que tiene que pedir asilo en la legación de Austria, que entonces ocupaba la llamada “Casa de las Siete Chimeneas”. En 1958, de vuelta del exilio en Francia, los Calderón se instalaron en Guipúzcoa, donde murió Ángel en 1861, que está enterrado en San Sebastián. A la muerte de su esposo, Madame Calderón se retiró a un convento en Anglet, en las cercanías de Biarritz, y allí la mandó a buscar la reina Isabel II para que se hiciera cargo de la educación de la infanta Isabel Francisca, hermana mayor de Alfonso XII. En 1868, acompañó a la familia real al exilio en París, y con ella regresó en 1874 al restaurarse la monarquía, que la acogió en el Palacio Real como personal de máxima confianza . Dos años después el rey le concedió el título de marquesa de Calderón de la Barca. Su acta de defunción dice: … Doña Francisca Erskic (sic) Inglis Stein, nacida en Edimburgo, Escocia, de setenta y seis años de edad e hija de Guillermo y de Juana, de estado viuda de don Ángel Calderón de la Barca, no quedando hijos. Falleció en el Real Palacio, Escalera de Cáceres, el día seis de febrero de mil ochocientos ochenta y dos”.
El libro La Vida en México se puede encontrar en la colección popular “Sepan cuantos…”, de la Editorial Porrúa, de México.