(c) Alberto M. Flechoso
Guadarrama sin humanos
Alberto M. Flechoso (texto y fotos)
Socio SGE nº 917
Un tenue silbido del viento pasa de un lado al otro del Puerto de Navacerrada. Es lo único que se escucha, y cuando de vez en cuando cesa, el silencio es sobrecogedor. Casi terrorífico. Pedro Nicolás, geógrafo, montañero y profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, jamás había encontrado este lugar así: “he recorrido estas montañas desde hace muchos años, y estoy sorprendido… esta situación de ausencia total de humanos es algo inaudito, tendríamos que remontarnos muchos siglos para encontrar otro periodo tan largo sin gente, sin algún pastor por estas alturas”.
Pedro es un privilegiado que recorre, los días de confinamiento extremo, el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama para documentar los efectos de nuestra súbita desaparición. Le acompaña un equipo de filmación para capturar las imágenes y los sonidos de nuestra ausencia. Y lo que están encontrando contrasta enormemente con la estampa habitual. Parkings absolutamente vacíos, senderos sin que un alma haya pasado en dos meses, la fauna relajada y adentrándose en el espacio que habían perdido, y un silencio general solo interrumpido por los verdaderos sonidos naturales, que estaban ahí, pero los habíamos ahogado con nuestro bullicio.
Los senderos se están cubriendo de vegetación, incluso apareciendo plantas en mitad de los caminos, algo que con el pisoteo normal sería imposible. Las aguas de los ríos van más claras, ya que no solo los visitantes, sino también las actividades agrícolas y ganaderas han reducido mucho su ajetreo. Pero lo que más llama la atención es el silencio. Que no es tal, porque el cantar de los pequeños pájaros lo inunda suavemente todo, se les escucha en una permanente alegría. E incluso, en los lugares más agrestes y escapados, se aprecia el zumbido de los insectos y el aletear de alguna rapaz lejana.
En todo esto ha tenido mucho que ver la ausencia de aviones. Según datos de Aena, en las últimas semanas, el aeropuerto de Madrid funciona al 20 % de su actividad normal, eso se traduce en una reducción enorme de aparatos que usan el pasillo aéreo sobre la sierra. “estamos grabando los sonidos naturales y cuando pasa uno de los pocos aviones que aún lo hacen el rugido es atronador. Nos obliga a parar y esperar de nuevo el silencio. Es sorprendente que antes lo hubiéramos asimilado y no nos percatáramos de ello” nos cuenta Pedro en la laguna de Peñalara, donde al anochecer un enloquecedor croar de los anfibios inunda todo el circo, se tiene la sensación de entrar en la discoteca particular de ranas, tritones y sapos que celebran habernos perdido de vista.
La situación está siendo en cierto modo desconcertante. Y sorprende lo rápido que la naturaleza es capaz de recuperar el espacio perdido. Además, este periodo ha coincidido con unas lluvias abundantes y está provocando una primavera aún más esplendorosa. Es como si la naturaleza se hubiera regalado a sí misma más exuberancia para celebrar su recuperación.
Pero debemos ser realistas, el confinamiento pasará y volveremos a someter al Parque a la presión anterior, o incluso con más fuerza. Y para amortiguar el retorno se tomarán medidas: “cuando la fase de confinamiento deje que vuelvan lo visitantes vamos a reducir el aforo de los aparcamientos que controlamos al 50 % para mitigar dentro de lo posible el impacto. Será durante algunas semanas, tan solo para que la necesidad lógica de salir de la población no se convierta en una avalancha”. Nos explica Pablo Sanjuanbenito, director del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, que tiene la difícil misión de gestionar el segundo parque más visitado de España. Tres millones entre caminantes, ciclistas, montañeros cada año. A los que hay que sumar los ganaderos y las poblaciones locales, sin duda que un reto complejo.
Esta situación tan inaudita y beneficiosa que nos ha traído la pandemia nos debería hacer reflexionar sobre la verdadera presión que ejercemos sobre el medio y plantearnos una mejor sostenibilidad. La sierra de Guadarrama nos da mucho pero también le exigimos demasiado. Quizá ha sido un toque de atención que nos debe servir para buscar un mejor equilibrio. Las decisiones serán difíciles y conllevarán sacrificios que no todos comprendamos. Pero lo que sí hemos aprendido es que cuando desaparecemos a la naturaleza le sienta muy bien.