El rally Paris Pekín
La Expedición Citroën a Asia Central se planteó un desafío casi imposible para la época: cruzar Asia de punta a punta, con 14 autocadenas Citroën, desde Beirut a Pekín. Más de 4000 kilómetros que discurrían por los más inhóspitos desiertos del mundo, por estepas infinitas, por países y naciones en guerra, por planicies heladas y por las más altas cumbres y mesetas de la tierra.
Corría el año de 1931, pero todo había comenzado realmente en Rusia antes de la revolución bolchevique, donde un ingeniero francés, Adolphe Kegreisz, responsable de los talleres imperiales, diseñó un sistema de propulsión por autocadenas flexibles, ideal para la nieve. La revolución del 17 le obligó a exiliarse a Francia donde conoció a André Citroën al que mostró su invento. El dueño de la primera industria automovilística francesa quedó impresionado por las posibilidades de esta “oruga” todo terreno y adquirió el sistema en exclusiva. Los “autocadenas” se utilizaron en los años siguientes en los países montañosos y despertaron gran interés entre los militares, pero realmente por lo que las dio a conocer en todo el mundo fueron las grandes expediciones que se pusieron en marcha en 1922. La primera de estas grandes aventuras atravesaría el Sáhara, encabezada por Georges Marie Haardt, director de las fábricas Citroën y hombre de gran espíritu aventurero y capacidad de organización. A esta aventura, y dado el gran éxito entre el público, que siguió sus noticias con avidez, le siguió “La Crosière Noire”, una travesía por el áfrica Negra.
Curtidos en las aventuras africanas, que tuvieron una enorme repercusión y éxito publicitario entre una población europea ávida de hazañas y aventuras, Citroën puso en marcha la “Expedición a través de Asia Central”, al mando una vez más del intrépido e incansable Haardt.
El 25 de marzo de 1931 desembarcaron en Beirut siete autocadenas Citroën C4F y sus remolques, con Haardt al frente. Al mismo tiempo, en China, en el enclave japonés de Tien-Tsin, a 120 kilómetros de Pekín, se preparaban para partir otros 7 autocadenas de tipo pesado, los C6F, paran lanzarse a la carretera hacia el oeste, al encuentro de Haardt. La situación en China era complicada y la URSS había prohibido cruzar su territorio, por lo que se había acordado dividir la expedición en dos grupos: el primero trataría de llegar desde el oeste ascendiendo los Pamirs, mientras que el otro cruzaría China para esperarles al otro lado del Himalaya, en caso de que los vehículos no consiguieran pasar.
El 4 de abril, el grupo “Pamir” partía de Beirut en dirección a Damas. Dos días después, el grupo “China”, salía hacia el oeste enfrentándose desde los primeros días con problemas técnicos y con graves conflictos diplomáticos, los primeros de los muchos que surgirían en el viaje, y que Point, el jefe de la expedición, pudo resolver. Tras una retención forzosa en Kalgan, el grupo proseguiría por Mongolia y el desierto del Gobi.
Mientras tanto, el Grupo Pamir cruzaba Siria, Irak e Irán, recibiendo una calurosa acogida en todas partes. El 4 de mayo llegaba a la frontera de Afganistán.
El Grupo Pamir comenzaba a tener graves problemas. El primero se lo encontraron en la travesía del río Hemend, que hubo que cruzar por medio de barcazas de madera.
El Grupo China se internaba por la frontera de Sinkiang en plena guerra civil, e incluso su inesperada llegada al campo de batalla cambió el desenlace de la contienda a ser confundidos con carros de combate. En Turfan, la expedición fue detenida por órdenes del mariscal-presidente King y para evitar que el ejército requisara sus vehículos, Brull hizo desmontar los trenes traseros. Quedaban así prisioneros del ejército.
Mientras tanto, el grupo Pamir había comenzado la ascensión del Pamir, paro lo cual Haardt había decidido dividir la expedición en tres grupos y subir con intervalos de ocho días. Tendrían que franquear pasos imposibles, cornisas de apenas 1,20 metros y en parte del trayecto, desmontar los vehículos pieza a pieza y transportarlas con porteadores para poder avanzar.
En Urumchi, el grupo China seguía prisionero pero logró instalar un grupo electrógeno bajo el vehículo-radio a escondidas de sus guardianes, y así transmitir un mensaje al grupo del otro lado de la frontera. Al enterarse de la situación, Haardt decidió poner fin a la aventura del grupo Pamir y enviar a los automóviles de vuelta a París, dejando uno de ellos, el “Creciente de plata” en Chighit, como testigo de la aventura. Así, sin automóviles, y con 150 porteadores proporcionados por el pequeño estado de Hounza, se lanzó en ayuda del grupo “China”.
El 6 de septiembre, tras 43 días de negociaciones, cuatro de los autocadenas del grupo China se ponían en movimiento, mientras que Haardt, desde el oeste, entraba en Sinkiang. El encuentro de los dos grupos tuvo lugar en Aksou y la expedición, de nuevo motorizada, llegó a Urumchi el 26 de octubre de 1931.
El 30 de noviembre, con un salvoconducto firmado por el presidente mariscal King en persona, la expedición iniciaba su regreso, en pleno invierno. Además, las reservas almacenadas en Kuam habían desaparecido y los pasaportes fueron confiscados. Sobornando al general Tchang consiguieron recuperar los pasaportes.
Las dificultades no habían hecho más que empezar: la temperatura descendía hasta los -33ºC y para que los motores no se congelaran, debían permanecer en marcha día y noche. El 20 de enero de 1932, se averiaron varios vehículos pero afortunadamente el grupo pudo refugiarse en un convento de frailes belgas. Al abandonarlo, fueron atracados por partisanos a los que lograron espantar con una ráfaga de ametralladora. El 10 de febrero, la expedición franqueaba la gran muralla china y entraba en Pekín. Tres semanas después, el “Tungahow” zarpaba con los expedicionarios a bordo, entre los ataques de los japoneses.
Después de esquivar tantos peligros, Haardt no conseguiría nunca volver a Europa. Víctima de una neumonía, moría en Hong Kong el 16 de marzo.
La expedición Citroën había recorrido todo el continente asiático, desde Beirut hasta Peking, había atravesado las más altas montañas de la tierra y las fronteras de muchos territorios en conflicto. Sus miembros soportaron heroícamente las más extremas temperaturas, cargaron en ocasiones con los vehículos a cuestas, pieza a pieza, fueron hechos prisioneros, atravesaron campos de batalla, se enfrentaron a los bandoleros, convivieron con los pueblos nómadas de las estepas y con las sofisticadas culturas de Persia o de China, y probaron de lo que los vehículos Citroën eran capaces… pero también de lo que el espíritu de aventura y el afán de superación del ser humano es capaz de lograr.
Una aventura de citróen