Los pirineístas
Geógrafo experto en glaciares, catedrático, autor de varios libros de investigación y de vivencias viajeras y último Premio Nacional de la SGE, Eduardo Martínez de Pisón es un activo defensor de la conservación de la Naturaleza desde una vertiente humanista e integradora. Ha participado en expediciones científicas en el Karakórum, la Antártida o el Polo Norte, pero sobre todo, es un enamorado de las montañas peninsulares. En este “Año Mundial de las Montañas”, nos acerca a estos paisajes y en particular a sus visitantes, y propone una particular clasificación de los pirineístas.
“Halt sunt li pui et li val tenebrus”
Chanson de Roland
Una vieja y a veces poderosa tradición literaria queda evocada con la cita anterior que abre escuetamente un cuerpo cultural persistente que, de modo vago, se viene llamando pirineísmo o pireneísmo, según los autores. Vamos a informar de inmediato sobre nuestra elección por el primer modo de escribirlo y, enseguida, intentaremos acotar su significado tradicional mediante la clasificación de sus variedades internas en su fase más expresiva, que hemos dado en considerar “clásica”.
Hemos adoptado la forma “pirineísmo” explícitamente dentro de un modo de uso espontáneo y ya habitualmente implantado en la mayor parte de los casos en lengua española, costumbre nacida en derivación directa de “Pirineo” en vez de “Pyrénées”, y tal vez también por contagio inconsciente de la primera “i” de la voz “alpinismo”, de cuyo concepto es una derivación geográfica. Parecería, en cambio, que “pireneístas” emparenta mejor con “pirenaico” y además es similar al modo francés “Pyrénées” y “pyrénéistes”, donde se ha usado originariamente y de modo mucho más extenso tal término. Conscientes de esta dualidad, hemos optado no ahora, sino desde hace muchopor “piri” como más natural y usual en nuestra lengua y en ello reincidimos en estas páginas. Pero somos liberales y aceptamos “pire” y sus razones con total apertura. (Esperamos lo mismo).
Se entiende genéricamente por “pirineísmo” la modalidad que toma el “alpinismo”, con connotaciones, personalidad, conciencia de identidad, fechas, personas, paisajes, obras y sucesos propios, en nuestra cordillera fronteriza con Francia1. Pero, por un lado, el mayor y más temprano desarrollo del alpinismo hará de modelo. Y, por otro, será en Francia donde se efectuará esa influencia directa de modo fácil como una variante regional. Además, va a ser en Francia donde se ejercite fundamentalmente esta actividad viajera, turística, excursionista, montañera, científica y cultural, nada menos que desde el siglo XVIII hasta mediado el XX. Inmediatamente adquiere el pirineísmo francés fuerte personalidad, adaptada a los rasgos de la cordillera y a sus actividades y aportaciones específicas, a sus autores concretos.
Esa personalidad arraiga también lejos en el tiempo en aspectos culturales propiamente pirenaicos, desde su literatura a sus paisajes humanos. La citada Chanson de Roland no es sino un símbolo de tal raíz. Pero se pueden rastrear numerosos elementos de secular tradición prealpinista incorporados a ese núcleo pirineísta: en ellos se apoyan con bastante propósito de continuidad los rasgos más específicos de esta versión activa y cultural, especialmente fértil, del montañismo.
En pronta prolongación de la eclosión alpinista, la pirineísta propiamente sólo se establece, no obstante, en el creativo y emprendedor tránsito entre ilustración y romanticismo, con beneficio de ambos y del espíritu de búsqueda propio de los estados de cambio, y ello se refiere tanto al campo de la exploración y del ascensionismo como al de la geografía y del arte; incluso a todos ellos sabiamente combinados. El tránsito y solapamiento de ilustración y romanticismo tiene una manifestación muy influyente en el viaje naturalista de Humboldt entre 1799 y 1804, explícito seguidor devoto del ejemplo alpino de De Saussure, que, a su vez, tuvo gran repercusión en la exploración, las ascensiones de cimas, la geografía y en las ciencias naturales. Los viajes de Ramond son, pues, la plasmación pirenaica de esa actitud más generalizada de unión entre exploración de la naturaleza, ascensión a las cumbres altas, análisis sobre el terreno y difusión del conocimiento geográfico.
En su evolución continuaron las influencias alpinas de diverso modo, pero, por ejemplo, en el aspecto montañero son bastante evidentes en tres momentos claves de la etapa clásica decimonónica: primer momento, fundacional, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, procedente directamente de De Saussure, cuyo estilo y empresa es determinante en Ramond. Segundo acto, decisivo en los conquistadores de las cimas reputadas de “inaccesibles”: la influencia del tipo de proyectos de E. Whymper y de su ascensión al Cervino en la importante etapa pirineísta desde mediados del XIX. Tercer capítulo: el ejemplo de las hazañas alpinas y de los conceptos deportivos de A. Mummery en los escaladores de rutas difíciles en el último cuarto del XIX. Estos episodios esclarecen los estilos montañeros subyacentes, con empresas atractivas y admirables, pero las aportaciones pirineístas más propias e interesantes son las que quedaron a través de su generosa producción literaria sobre todo en el siglo XIX-, basada en esa emoción constante desde Ramond, aunque con diversas modalidades, que Schareder calificó como definida por “la áspera pasión de las cimas”. Pero, obviamente, si ese es el tuétano, no todo lo que se denomina pirineísta tiene los mismos rasgos y a veces sólo coinciden en uno: el de referirse al viaje al Pirineo.
Tipologías clásicas de los pirineístas. La variedad de usuarios, hasta la complejidad de usos interconectados de la montaña económicos, deportivos, turísticos, balnearios, etc.pidieron con frecuencia que los autores de guías o de síntesis o de relatos de viajes diferenciaran sus sujetos o sus clientes desde comienzos del siglo XIX. Veamos tres ejemplos expresivos respectivamente de comienzos, mediados y finales de ese siglo.
Así, tempranamente, en el Tableau de Arbanère2, de 1828, ya se establece una primera clasificación. En un tono principalmente de exploración, por ejemplo en La Maladeta, que busca sus raíces en De Saussure y en Ramond entonces próximos-, divide no obstante a este género de usuarios de la montaña claro está, desde el lado francés, aparte de sus pobladores, no “pirineístas” sino “pirenaicos”y, por tanto, a los posibles lectores de su libro en cinco tipos.
Primero están los paisajistas, que buscan la belleza de la cordillera, movidos por una tendencia en alza del arte y del espíritu romántico, con no poca influencia inglesa. En segundo lugar, están los sabios, para quienes el Pirineo es teatro de sus observaciones, seguidores del viaje ilustrado a la naturaleza, instalado ya en el mundo académico. En tercer orden están los enfermos, público más amplio y rentable que busca alivio en los establecimientos termales, de larga tradición pirenaíca, al menos constante en Cauterets desde el siglo XVI. En cuarto lugar están los marchadores, que encuentran en estos parajes los escenarios de sus hazañas, es decir, los seguidores recientes de Saussure y Ramond en este aspecto, cuya presencia ya está marcada en Francia. Finalmente están los desgraciados, que buscan la paz de los lugares retirados, “mas numerosos que los enfermos”. Este último grupo atiende no sólo a quienes requieren un retiro por motivos personales como el “renunciante” a la sociedad, rousseauniano y ya romántico, que describió Goethe, o el melancólico devuelto al interés por las cosas, al que aludió Humboldt-, sino a los que se apartaron o marginaron en momentos no muy lejanos entonces, huyendo de conocidas convulsiones políticas europeas y particularmente francesas, como el propio Ramond, entre otros, en plena Revolución.
De 1858 es el relato del Viaje a los Pirineos de H Taine3, efectuado tres años antes, plagado de inteligencia, en el que ironizaba con gran expresividad sobre los tópicos de la corriente romántica del viaje a la montaña en su versión pirenaica, sobre la más bien prosaica base balnearia-, a la que se había sumado, del siguiente modo: “No he sido el primero en escalar una montaña inaccesible, no me he quebrado ni brazos ni piernas, tampoco he sido devorado por los osos; no he salvado a ninguna joven inglesa arrastrada por la corriente del Gave. no he asistido a tragedias de salteadores o contrabandistas. soy un hombre que vuelve de viaje con todos sus miembros, lo menos héroe posible”. Es decir, frente al escenario: cumbres y abismos/escaladores, fieras/cazadores, torrentes/accidentes, inglesas/aventureras, contrabandistas/peligros, de un mundo tópicamente pintado como salvaje y pintoresco, refleja otra realidad antiheroíca que no rebasa en realidad la cota de los valles.
Taine distingue, primero, entre habitantes y turistas. Los primeros quedan definidos con poca piedad en la siguiente frase: “el interés magnánimo no suele ser una virtud de la montaña”. Los segundos, más que viajeros son público conducido exclusivamente dentro de unos circuitos de visitas repetitivos, con algunos puntos obligados: “-Usted viene de los Pirineos ¿Ha visto Gavarnie? No. Entonces, ¿para qué ha ido a los Pirineos?”
Luego hace un catálogo social de los frecuentadores de balnearios: en un primer contacto, un viejo gentilhombre, un joven noble con manos suaves, una joven inglesa con su madre, un español pálido, una dama moldava de voz metálica, un abad con su alumno y una vieja dama en salmuera. Inmediatamente, jurisconsultos, banqueros, burgueses cansados y aburridos, con “demasiado dinero y muy pocos disgustos”.
Ahondando más descubre otra variedad: el turista amigo de un enfermo, que lleva una vida paralela. Aquí clasifica un herbario pirineísta más peculiar: los tipos de piernas largas “provistos de bastones” que se lanzan al monte; hace Taine una parodia afilada del pragmático diario de un turista-escalador de esta variedad: “15 de julio: ascensión al Vignemale. Salida a medianoche, retorno a las diez de la noche. Apetito en la cumbre, excelente comida, pastel, aves, truchas, burdeos, kirsch. Mi caballo ha tropezado once veces. Pies despellejados. Rondó, buen guía. Total: sesenta y siete francos”. Hay también otros tipos: los seres reflexivos y metódicos que siguen con docilidad su libro-guía; los excursionistas familiares con amor a la siesta y a las comidas en un prado; los turistas sabios incapaces de tener una experiencia que sobrepase sus métodos y análisis; y los turistas sedentarios que “contemplan las montañas desde sus ventanas. leen su periódico tendidos en una hamaca. Después de esto dicen que han visto los Pirineos”.
El tercer inventario es el que publicó H. Beraldi4 entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, probablemente el más citado. Según Beraldi había entonces cuatro tipos de gentes que los frecuentaban: primero, los de las cimas, habituales sólo de la altitud; segundo, los de semi-cimas, “que buscan lo pintoresco de la montaña y la belleza de los miradores”; tercero, los que nos salen de los valles; y cuarto, aquellos turistas para quienes los Pirineos se reducen a los casinos o los baños termales. Cada cual con sus diversas literaturas más o menos “pirineístas”: libros de cumbres, libros de semi-cumbres, libros de valles, libros de balnearios. Habría que añadir los sin-libros, evidentemente abundantes. El pirineísta ideal de Beraldi sería el que, “cosa rara, sube, escribe y siente”. Beraldi daba así directrices sabias a una actividad que estimaba, más que sólo deportiva, claramente cultural; pero su historia del pirineísmo demuestra que no le faltaban razones para considerar esta faceta una tradición, tal vez minoritaria, pero bien implantada. A este tipo de pirineístas se debe una bella literatura de montaña; a lo largo del siglo XIX es esta variedad, junto a la creciente aportación científica y las páginas dejadas por los escritores de oficio y viajeros ocasionales, la que ha ido creciendo en implantación, en calidad de producción y en resonancia, mientras otros de la clasificación de Arbanère se mantenían en una corriente cultural duradera (paisajistas) o por una necesidad corporal básica (enfermos) o se extinguían aparentemente por el cambio de circunstancias políticas (los “desgraciados”).
Recientemente se ha hecho una indagación y una muestra sobre la contribución femenina al pirineísmo, en un interesante libro de M. Iturralde5. Las primeras pirineístas que destaca desde el siglo XVI son contadas aristócratas que también acuden desde Francia a los balnearios, especialmente a Cauterets, dentro de la corriente social termalista. Realizan excursiones tópicas (Gavarnie, Lago de Gaube, etc.) o sólo paseos, con una percepción prefijada por su época, que va de los sublimes horrores a los lugares idílicos, etc., hasta que se implanta, ya en el siglo XIX, una nueva actitud más personal y romántica, con un internamiento, en particular desde 1807, en la alta montaña. Culturalmente este movimiento culmina con el viaje de George Sand (1825) y los perdurables efectos que dejó en esta escritora. Montañeramente, el pico del Viñemal o Vignemale será el escenario de una historia femenina especial, que se cerró con su ascensión en 1838 por Ann Lister6. Entre estas contribuciones asociadas a la escritura pirineísta es singular la de la famosa duquesa de Abrantes (maliciosamente llamada por otro escritor, debido a las exageraciones de sus relatos, la duquesa de Abracadabrantes).
Los escritores intermitentes merecerían, sin embargo, una mayor atención, en algunas ocasiones por sus agudezas, en otras por la belleza de sus relatos o descripciones. Es el caso especialmente poderoso de las notas del viaje de Victor Hugo7, pero es evidente que no se trata de asiduos, es decir, de pirineístas estrictos. ¿Cómo convivían entre sí estas especies unas veces comensales y otras antagónicas?
Recientemente A. Gabastou ha publicado una antología de esos viajeros escritores8 que puede servir como muestra de concentración de una producción esencialmente dispersa. El libro expresa una constante dualidad turismo/montañismo, desde las páginas de George Sand, surgidas de su viaje en 1825, con admiración por las cumbres, con gusto por la “soledad de los montes sublimes” y disgusto por los gentíos (“es una lástima escribeno estar solas o con gentes inteligentes. al menos”). Es en las cartas de Viollet-Le-Duc en 1833 donde se manifiesta esa oposición bañistas/montañas con más dureza: encantado por los “horribles desiertos de nieve y rocas”, tiene un rechazo intenso por las estaciones termales: “están llenas de gente a la moda (fashionables). de buena sociedad. estos bellos, estos salvajes lujares no están incluso al abrigo de la especie más baja y más mezquina de la sociedad, los ricos ociosos e ignorantes”. Para la recepción de esta clientela, esos balnearios han acondicionado la montaña hasta tal grado, dirá Taine en 1855 en Eaux-Bonnes, que “nunca el campo fue menos campestre”. Desdeñoso incluso con la sociedad provinciana de Tarbes se mostraba Prosper Mérimée a mediados del XIX: “No concibo dicecómo se puede permanecer entre ellos durante un mes”, en ambiente de “pequeñas querellas y pequeños asuntos”. Tal vez un testimonio tardío, de 1897, de Octave Mirbeau refleje la mirada del bañista puro sin sintonía con la montaña y tampoco con los turistas: “pero quizá perdonaría a las montañas de ser montañas y a los lagos de lagos si, a su hostilidad natural, no añadieran el agravamiento de ser el pretexto para reunir en sus gargantas rocosas y en sus riberas agresivas, tan insoportables colecciones de todas las humanidades”.
Esquema provisional de campos y tipos. Al hacer este repaso queda claro que, además de o junto a la historia montañera, una clasificación actualizada del pirineísmo cultural de verdadera entidad, es decir, el que entregó una aportación real a la montaña desde su propia línea, podría contenerse y ordenarse en un esquema como el que expongo a continuación. Distinguimos sus componentes, pues, de las figuras de quienes tenían en esta montaña su marco de vida, principalmente campesino -importante, pero cosa distinta-, y de las actitudes del mero turista o curista o del solo buscador de proezas o de juegos deportivos, desmarcados de este contexto. Detallar los ingredientes de tal clasificación requeriría (o requerirá) al menos un libro paciente: los puntos que siguen dan una idea del desarrollo de los principales capítulos de ese trabajo que tengo como un próximo proyecto. Pero, de momento, sin pasar de sus grandes rasgos, los asuntos básicos del catálogo pueden ordenarse del siguiente modo
Sin duda el Pirineo fue y es un excelente campo de conocimiento, lo que permitió en primer término excelentes contribuciones orográficas que son principalmente altimétricas y cartográficas -ambas constituyen una producción típicamente pirineísta, recordemos a los geodestas o a Saint-Saud y a Schraderpero también contienen descripciones de la alta montaña muy valiosas entonces, y hoy como testimonio de su estado, hechas por numerosos exploradores y excursionistas.
A esta producción se sumó una aportación geográfica física y naturalista, que puede desglosarse, primero, en un apartado geológico y geomorfológico (Ramond, Mallada, Margerie, etc.), de interés vivo por la estructura múltiple y ordenada y por el modelado cuaternario de la cordillera -en el que hay que integrar su especial capítulo espeleológico-, y en segundo lugar en un apartado glaciológico e hidrológico (Schrader, Gaurier), que recoge sobre todo testimonios de las interesantes formas, las dinámicas y la evolución del peculiar sistema glaciar pirenaico,
En tercer lugar, se puede desglosar en unos avances botánicos y faunísticos (larga lista desde Ramond) donde se combinan los peculiares juegos pirenaicos de diferenciaciones y enlaces altitudinales, sur-norte y este-oeste de la montaña, con sus elementos secundarios, orientación, exposición, sustratos, historia, etc. Por último, en cuarto lugar, en un programa conservacionista (Briet, Pidal, etc.), en progreso, aunque no sin sacudidas, que tuvo una pronta repercusión positiva en nuestra vertiente, si bien de dimensión limitada.
La conveniencia del análisis, inventario e interpretación de la amplia producción artística alrededor del Pirineo ha ocasionado una actividad en investigaciones y ensayos humanísticos que forma un tronco propio de aportaciones, por ejemplo alrededor de Ramond, de la literatura o del paisajismo romántico, etc.
Hay también una excelente tradición de estudios etnológicos, toponímicos, de lengua, de hábitat rural, de historia local, de geografía humana, con publicaciones y con muestras museísticas apreciables que, por su asunto y su calidad, forman una rama destacada del pirineísmo científico.
En el campo del montañismo hubo una evolución igualmente progresiva; en ella cabe distinguir:
Las aportaciones mediante estupendos relatos de ascensiones, con sus etapas, croquis, rutas y cumbres, con un número alto de colaboradores tanto mediante artículos recogidos por el Club Alpin Français como en libros. De forma secundaria se añaden los testimonios de recorridos de travesías, de exploración de barrancos, de simas y de grutas y de descripción de lugares.
Asociadas a ellas hay expresiones artísticas muy valorables, tanto en pintura y dibujo (Viollet, Petit, el polifacético Schrader -es característico que varios pirineístas demuestren talento, conocimiento y destreza en varias dedicaciones-, entre otros muchos), y luego fotografía (Briet), como en literatura con peculiaridad de objeto y con originalidad de estilo (Russell, Ramond, etc.). Ramond, por ejemplo, tiene un notable valor y esta calidad le abre un amplio arco de influencia en lo científico, artístico y político, como autor significativo de su época en Francia, más allá del Pirineo, aunque en éste de modo lógicamente capital.
A todo esto, que constituye el cuerpo central y principal del pirineísmo, coherente en su sustancia y cambiante en su proceso histórico, se añadió una bella imagen (nuevamente Petit, entre otros muy característicos), una gran literatura de viajes (Sand, Hugo, etc.), no necesariamente realizadas por pirineístas habituales, y una tradición propia de libros-guía.
Esta imagen cultural fue confeccionada en una parte por aficionados montañeros, más o menos expertos, pronto agrupados en sociedades, aunque con individualidades fuertes, y sustancialmente, en cuanto a su eco, por profesionales externos que se encontraban, sin embargo, embarcados en una visita a veces más impersonal o de encargo que en un viaje proyectado con originalidad; por tanto, fueron con frecuencia sólo observadores ocasionales, aunque agudos, de los repetidos circuitos turísticos. Hicieron “pirineísmo”, pues, sin ser realmente “pirineístas”. Y, por lo común, fueron ajenos a la exploración de la alta montaña. Pero su entidad y resonancia desbordan, además, los límites locales, regionales y temáticos, se establecen en un arco de más radio; aunque el conocimiento concreto de lo pirenaico permite su mejor aprovechamiento y disfrute, una acepción localista del pirineísmo sería una horma evidentemente estrecha para estas obras. La sustancia del pirineísmo fue, en suma, enriquecida y hasta universalizada con tales aportaciones.
En este ámbito de formación de una imagen cultural están también los grabadores y pintores de rutas turísticas, por ejemplo los autores de los hoy buscados álbumes de vistas de lugares, como los de Victor Petit, y las guías de viajes clásicas con sus mapas, croquis y panora-mas (Joanne, Hachette), a veces realizadas con colaboraciones de expertos como Reclus y Schrader. Su confección suele ser bella y rigurosa, con una evolución interesante, con evidente sabor de la cordillera, pero su destino era obviamente el amplio público de los turistas, más allá, por tanto, del propio pirineísmo. Sus itinerarios destacan determinados puntos y marcan ciertos tránsitos y objetivos que pasan a constituir una trama que se ofrece como “característica” de la cordillera.
También hubo tempranas guías específicamente montañeras, de evidente valor, como las de Packe, Russell o Bouillé y, más tarde, Ollivier. Tras las primeras exploraciones, su selección facilita unos recorridos que crean un cuerpo clasificado de posibilidades excursionistas o de escalada. Un Pirineo de rutas con personalidad definida.
Estos son los principales temas, a mi entender, en los que se delimitan y diferencian con brevedad los pirineístas “clásicos” y tal vez aún algo de los actuales enlazados con la tradición. Pensamos que en tal clasificación se aclara una parte de sus posiciones y sentidos, que a veces se barajan indiferenciadamente o se hacen en exceso homogéneos. Tratar, sin embargo, la biblioteca que esconde tan sucinta clasificación sería -o serátema de mucho mayor detenimiento.
El horizonte pirineísta. Hablando de sentidos en los aspectos generales, incluso hoy la más reciente expresión del turismo pirenaico, la guía Michelin, cree necesario referirse al pirineísmo, pues lo considera un hecho sustancial de la montaña franco-española y señala que “ha guardado desde sus orígenes una marca de fervor y elegancia”. Divide también a su modo a los pirineístas en tres grupos: los “contemplativos” o literarios, los “profesionales” o geógrafos y los “ascensionistas” o escaladores. Ciertamente, esas tres cualidades de arte, conocimiento y montañismo comple-mentan una marca de identidad, sobre todo porque se mezclan con frecuencia: “los pirineístas -añade expresivamente la guía y ello indica lo consagrado de esta ideatenían una concepción de la montaña tan estética y sentimental como deportiva”. Es decir, que además de disociar, hay también que asociar. Lástima que lo diga en pretérito.
El pirineísmo se ha ido construyendo así como un verdadero campo cultural, aunque de modo disimétrico: es necesario insistir en ello, tanto porque nuestra aportación a su formación y desarrollo fue escasa en su etapa clásica, como porque las actuales tendencias en nuestra vertiente parecen depender más de los aprovechamientos turísticos que de otros principios. Sus caracteres pertenecen a un campo cultural cuyo peso no es especialmente influyente ni en toda la práctica del montañismo actual ni en las formas que ha tomado el acelerado proceso de cambio de la misma montaña. Nuestra escasa aportación fue, cuando la hubo, sin embargo de calidad, como la de Lucas Mallada. Nuestra incorporación amplia fue tardía y, por tanto, extra o posbalnearia, aunque ha conseguido altos niveles en montañismo y en ciencia, más que en expresión artística y en la extensión de una mirada moral sobre la naturaleza. Hoy, repetimos, el contagio de los conceptos y procedimientos turísticos, que impregnan hasta algunos planteamientos del montañismo, es notablemente más considerable que la influencia cultural pirineísta: su eco es mucho menor que el empuje de los proyectos nada etéreos de las empresas de turismo deportivo. El pragmatismo empresarial no tiene rivales, ni siquiera tan frágiles como las páginas de los libros, por lo que goza de un ambiente social acrítico e incluso complaciente, cuando no activamente incorporado a su impulso y a sus beneficios materiales. Sacudir esta indiferencia cultural es, pues, bastante urgente. En suma, aquella vieja idea europea que ha venido viendo la alta montaña desde los llanos como el “lugar de la naturaleza”, como lo otro, la expresión geográfica próxima de la alteridad, llena de reverencia, ha avanzado tanto hacia el consumo que se está borrando su diferenciación, su misma clave de maravilla. Al menos en este aspecto, que no es desdeñable, han ganado los bañistas -o su espíritu-: lo “otro” se está convirtiendo en lo mismo.
Eduardo Martínez de Pisón
NOTAS
1. Para manejar un marco más general remitimos a la voz “Pirineístas” y sus asociadas recogidas ya en los diversos tomos de la Gran Enciclopedia Aragonesa, Zaragoza, UNALI, 1983 y sig., redactadas por el autor. Ver también nuestras consideraciones más actuales sobre este asunto en el libro El Alto Pirineo, Zaragoza, Biblioteca de Cultura Aragonesa, 2002. En la reciente traducción al español de los viajes de Ramond a Monte Perdido describimos también en el prólogo su especial contribución (Carbonnières, L. Ramond de: Viajes al Monte Perdido… Madrid, Org. Aut. de Parques Nacionales, “Serie Histórica”, 2002). Un marco más amplio puede encontrarse en nuestro trabajo con S. álvaro: El sentimiento de la montaña. Doscientos años de soledad. Madrid, Desnivel, 2002. El clásico encuadre cultural alpino se sintetizó tempranamemte, por ejemplo en Coolidge, W. A. B.: Les Alpes dans la nature et dans l’histoire. Paris, 1913, o en en Grand-Carteret, J.: Les montagnes a travers les ages. Grenoble, Libr. Dauphinoise, 1903, 2 tomos, o en Engel, C.-E.: Le Mont Blanc, Neuchatel, Ed. Victor Attinger, s. a., etc. Para una historia montañera, recomendamos particularmente la consulta de la obra de Feliu, M.: La conquista del Pirineo, Pamplona, C. D. Navarra, 1977, y de los diversos libros de A. Martínez Embid, publicados recientemente en la editorial Desnivel sobre el Monte Perdido, el Aneto, etc.
2. Arbanère, M.: Tableau des Pyrénées françaises. Tº I. Paris, Treuttel et Würtz, 1828.
3. Taine, H.: Voyage aux Pyrénées. Genève, Slatkine, reed. de 1979 y Viaje a los Pirineos, Madrid, Espasa Calpe, ed. de 1944.
4. Beraldi, H.: Cent ans aux Pyrénées. Pau, Les Amis du livre pyrénéen, reed. de 1977, 7 tomos.
5. Iturralde, M.: Mujeres y montañas. Nacimiento del Pirineísmo femenino. Madrid, Desnivel, 2002,
6. Se ha reeditado recientemente el viaje de Ann Lister al Vignemale: Première Ascension du Vignemal. Le 7 août 1838. Traduit et présenté par Luc Maury. Pau, Cairn, 2000. Hay diversas ediciones. Por ejemplo, Hugo, V.: Voyage aux Pyrénées. Paris, Encre, 1984.
7. Gabastou, A.: Voyage aux Pyrénées. Urrugne, Pimientos, 2001.