Reinas del antiguo Egipto
Cuando hablamos del antiguo Egipto nos estamos refiriendo a un largo período de tiempo que abarca, aproximadamente, desde el 4000 a.C. hasta el año 30 a.C. cuando, tras la derrota en Actium de las naves de Cleopatra VII, Egipto pasó a formar parte del Imperio Romano. Por este motivo, la información que obtenemos de las fuentes arqueológicas, de las cuales deriva nuestro conocimiento del desarrollo de la historia y de los personajes que la protagonizaron, varía en las distintas dinastías. En la documentación egipcia es frecuente encontrar importantes lagunas, sobre todo en relación a la mujer.
La poca documentación sobre la mujer egipcia proviene fundamentalmente de los textos que nos han llegado escritos sobre papiros y sobre otros soportes como la piedra y de la información que extraemos del “arte”, de pinturas, relieves y esculturas. Contamos con las fuentes arqueológicas de las ciudades y aldeas así como de los grandes cementerios.
La sociedad egipcia estuvo muy jerarquizada,(1) por lo que es lógico pensar que las mujeres egipcias también estuvieran sujetas a esta jerarquización. El papel de-sempeñado por la mujer no fue el mismo en todos los períodos, dependió en gran medida del puesto que ocuparon en la jerarquía social y básicamente del lugar que ocuparon en relación al rey.
En lo más alto de la pirámide social tenemos a las mujeres de la familia real, seguidas por el grupo formado por las mujeres de las clases de las elites de escribas y funcionarios que aparecen representadas en las tumbas de sus esposos con sus nombres y sus títulos, y por último, las mujeres pertenecientes a las clases profesionales menores y a la población rural, de las que tenemos una información indirecta a través precisamente de los relieves de las tumbas de las personas de las categorías superiores donde se representa a sirvientas ejerciendo distintos trabajos, campesinas y esclavas.
En general podemos decir que en el antiguo Egipto los puestos de responsabilidad y gobierno estaban en manos de los hombres. Aún así, la mujer egipcia pudo acceder a puestos de responsabilidad en la administración y en el ámbito religioso, tuvo derechos civiles y en algunos casos pudo llegar a reinar. Pero también fue esencial en la vida social egipcia que la mujer creara un hogar y cuidara de los hijos.
Las reinas(2) egipcias jugaron un papel importante a lo largo de la historia de Egipto. Si la importancia de las mujeres de la realeza derivaba de su relación con el rey, cuyo cargo era divino, entonces debieron compartir de alguna forma esa divinidad.
En primer lugar haremos una matización de los términos que vamos a emplear, en función de los títulos que conocemos y que nos permiten establecer claramente la existencia de varias categorías generacionales: una reina-madre, mwt-nswt cuya figura política fue fundamental en determinados momentos, una reina-esposa, Hmt-nswt, y una hija real, Sat-nswt. A lo largo de la historia del antiguo Egipto cada una de estas mujeres portará una serie de títulos honoríficos y religiosos únicos que la distinguirá del resto.
Sin embargo, los estudios sobre las reinas han sido realizados fundamentalmente como un colectivo ya que debido a la naturaleza de las fuentes egipcias es difícil extraer un conocimiento preciso de la reina egipcia como individuo.
Desde comienzos del período Dinástico hasta el final de la cultura faraónica nos encontramos con que las reinas compartieron con el rey una serie de privilegios. Fueron enterradas o bien junto al monarca o bien en sus propios complejos funerarios, en impresionantes mastabas o en su propia pirámide. Además, sus títulos y su iconografía muestran una serie de atributos que las acercan a la esfera divina y las relacionan directamente con la iconografía real.
Esta posición destacada de la mujer real se fundamenta en la doctrina de la realeza divina y esta doctrina está basada en la mitología. En el ámbito del mito el rey formaba parte de los dioses, sobre todo Ra, el creador solar, y Horus, el dios de la realeza. La reina, en este caso la “esposa del rey”, por su relación con él, llegaba a ser Hathor, diosa de la sensualidad. Ya que el monarca por definición fue el “hijo del dios”, su madre podía ser Nut, la diosa del cielo. La reina-madre por la cuál el rey-hijo accedía al trono podía de esta forma ser declarada “hija del dios”, representando esa línea mítica. Cuando el rey moría repetía el destino de Osiris, dios del Más Allá, y así su consorte debía ser Isis, la hermana-esposa de Osiris en el mito. De esta forma, las reinas verán reflejado su estatus en relación con esas diosas, jugando un importante papel como prototipo mítico.
En este sentido, los matrimonios entre hermanos, limitados a la esfera real, estaban a su vez basados en el mito y situaban al rey y a su esposa al margen de sus súbditos. Reflejaban, por un lado el matrimonio entre Isis y Osiris y por otro lado, el que el rey fuera la encarnación de un dios que esperaba transmitir su condición divina a su sucesor. De esta manera, al imitar a los dioses se reforzaba el aspecto divino de la realeza. En este mismo contexto deben ser entendidos los matrimonios “incestuosos” entre padre e hija.
Sobre si una mujer pudo llegar a ocupar el trono de Egipto y sobre la interpretación de este hecho hay diferentes puntos de vista. Algunos egiptólogos niegan que en el antiguo Egipto una mujer llegara a ocupar el puesto del “Horus vivo” y argumentan que se trata de claras usurpaciones del poder. Si analizamos la historia egipcia, hombres y mujeres disfrutaron de un alto grado de igualdad, al menos en teoría. Desde momentos muy tempranos la reina, “la gran esposa real”, aparece íntimamente relacionada con el rey. Y lo que es innegable es que algunas mujeres reales llegaron a ser reinas titulares, en ciertos casos en su papel de reina-madre. Tenemos ejemplos desde las primeras dinastías de reinas que ejercieron el poder político como Merneit, Sobekneferu, Nitocris, más tarde, Hatshepsut y, probablemente, Nefertiti y Tauseret.
Durante mucho tiempo se pensó que la transmisión de la realeza se realizó a través de la esposa del rey en tanto que “heredera”, portadora de sangre real, lo que de alguna forma se uniría al supuesto aspecto matriarcal de la sociedad egipcia. En este sentido, la poligamia y las eventuales diferencias de estatus entre las propias reinas constituirían la base de la existencia de una “heredera”. Los últimos estudios realizados sobre el Reino Antiguo y el Reino Nuevo parecen indicar que la idea de la transmisión del derecho al trono a través de la línea femenina debe ser descartada.
Otro tema muy debatido ha sido el de la existencia de harenes y concubinas en Egipto, que la egiptología tradicional aceptó durante mucho tiempo debido, básicamente, a problemas de traducción de los términos egipcios. Actualmente se piensa que en Egipto no hubo ni harenes ni concubinas en el sentido turco del término. La traducción más correcta para harén es ipet-nesut y hener(3) .
Respecto al hener los últimos estudios indican que se trata de una compañía musical, compuesta por hombres y mujeres, sin otra implicación y relacionada no solo con el rey sino también con una serie de dioses y diosas.
El ipet-nesut es el lugar de residencia de la reina, donde se educaba a los hijos reales y donde debían residir otras mujeres, las conocidas como “ornamentos del rey”, hekerut-nesut, y las “bellas”, neferut. Estas residencias eran auténticas ciudades en miniatura con todos los servicios necesarios incluso con tierras y ganados propios. Sabemos por la documentación que en estos lugares se producían los ropajes reales a nivel casi industrial, y que debieron ser confeccionados por las mujeres de la residencia. El arte de hilar y tejer estuvo muy relacionado con las mujeres desde el Reino Antiguo.
Pero los reyes, además, se casaron con mujeres de sangre no real, aunque sobre su origen sabemos muy poco. Sobre todo en la XVIII y XIX Dinastías, algunos reyes se casaron con mujeres no egipcias, con el objetivo de fomentar relaciones y alianzas diplomáticas. La información que tenemos sobre estos matrimonios proviene por lo general de fuentes no egipcias, como la correspondencia de Amarna y los textos hititas. En ellas se habla de matrimonios negociados entre gobernantes de igual rango. Curiosamente, cuando en las fuentes egipcias se mencionan estos matrimonios, se describen en términos de presentación de tributos, una interpretación muy egipcia. En algunas ocasiones no se trataba de una única mujer, sino que el “tributo” consistía en la futura esposa junto con muchas mujeres más, que formaban parte de su comitiva y que tenían que ser albergadas, vestidas, y alimentadas.
Los llamados harenes del Reino Nuevo, conocidos en Menfis, Tebas y Medinet el Ghurab, que surgieron como necesidad ante estos matrimonios diplomáticos, nos proporcionan abundante información sobre su propio funcionamiento. En principio los hijos reales formaban parte de estos harenes, aunque de éstos tenemos poca información. De todos ellos, salvo alguna excepción, conocemos tan sólo a aquel que llegará a reinar tras la muerte de su padre. De las hijas del rey, por el contrario, la información es mayor, debido a su importancia ritual y a que eran reinas en potencia. La madre, esposa e hija del rey, formaba una tríada que se combinaba en la persona de la diosa Hathor, en relación con el dios Ra.
De las tumbas de los nobles enterrados en la ciudad de Akhetaton nos han llegado algunas representaciones de las estancias de las damas reales en las que se pueden observar las distintas partes del edificio y las actividades que allí tenían lugar.
El ipet-nesut tuvo una importancia capital en ciertos momentos de la historia egipcia. Tenemos algunos documentos, ya desde el Reino Antiguo, en los que se narran, de forma más o menos explícita, algunas conjuras dentro del harén. A través del texto autobiográfico de Weni, un alto funcionario de la VI Dinastía, conocemos la primera referencia a un incidente ocurrido en el harén del rey Pepi I, en el que está implicada la reina principal, favorita y esposa del rey. En el Reino Medio, un texto como las Instrucciones de Amenemhat I nos narra de nuevo los acontecimientos en los que algunos conjurados junto a mujeres de Palacio mandaron asesinar al rey durante la noche. Pero seguramente fue durante el Reino Nuevo, más concretamente durante la época ramésida, cuando se produjo este tipo de sucesos de forma más evidente. Tenemos abundante documentación sobre la conspiración del harén que tuvo lugar durante el reinado de Ramsés III y lo que es más importante contamos con el relato concreto de los acontecimientos, el desarrollo de la investigación y una serie de incidencias inesperadas.
Decíamos en la introducción que ya desde comienzos del período Dinástico hasta el final mismo de la historia del Egipto faraónico, encontramos una serie de reinas que compartieron con el rey una serie de privilegios.
La documentación arqueológica nos permite asegurar que algunas reinas de las primeras dinastías (I y II Dinastías) jugaron un papel fundamental en el inicio de la formación de la monarquía faraónica(4). Incluso en momentos muy tempranos de la cultura que se desarrolla en el Valle del Nilo los datos arqueológicos sugieren la existencia de un sistema de parentesco matrilineal, como se observa en yacimientos neolíticos tan importante como el de Merinda Beni Salama.
Por otro lado en estas primeras dinastías tenemos constancia de la importancia de la figura de la reina-madre, como Merneit, que hunde sus raíces en la prehistoria africana y cuyo modelo conocemos tanto en el antiguo Egipto como en sociedades africanas antiguas o tradicionales. Esta reina tuvo dos tumbas, una en el cementerio real de Abidos, y otra en Sakkara, exactamente igual que los reyes de la I Dinastía. Durante mucho tiempo se dudó si esta mujer llegó a reinar. Actualmente sabemos que fue regente o incluso fue reina titular antes que su “hijo”, como aparece escrito en un sello encontrado en Abidos donde figuran por orden de sucesión, los nombres de los cinco reyes del Dinástico finalizando con el nombre de la reina Merneit, “madre del rey”.
Avanzando en el tiempo durante el Reino Antiguo, la época de la construcción de las grandes pirámides(5), se produjo una disociación entre la tumba del rey y la de la reina con una marcada diferencia en el tamaño del monumento del rey, probablemente debido a que en ese momento la realeza adquirió una dimensión divina. No obstante, a finales de la V Dinastía se aprecia un resurgimiento de las prácticas de las dos primeras dinastías. En la VI Dinastía, las reinas tuvieron su propia pirámide, pequeña e individual, en algunas de las cuales aparecen grabados en sus muros los Textos de las Pirámides privilegio que compartían ellas sólo con el faraón.
Al final del Reino Antiguo, tres de las reinas de Pepi II gozaron del privilegio de enterrarse en complejos funerarios propios construidos junto al del monarca.
Los inicios del Reino Medio vienen marcados por una clara tendencia a imitar los complejos piramidales de fines del período precedente, aunque con ciertas variantes. Las mujeres reales serán enterradas en tumbas, más o menos espaciosas, dentro de los recintos de sus esposos. El final de este período viene marcado por el reinado de Sobekneferu, una reina de pleno derecho, es decir un Horus hembra, cuya pirámide se encuentra probablemente en Mazghuna, al sur de Dashur.
Con la llegada del denominado Reino Nuevo se desarrolló la figura de la “esposa del Dios Amón”(6). Este título no tuvo las connotaciones sexuales que algunos autores le atribuyeron en el siglo pasado ya que fue llevado por mujeres de la familia real, esposas y madres del rey, así como también por hijas del rey, mujeres casadas y muchas de ellas con hijos.
La primera “esposa real del dios Amón” de la que tenemos conocimiento es Amosis Nefertari, esposa del rey Ahmose, fundador de la XVIII Dinastía, como aparece en la llamada estela de la “donación”, situada en el templo de Amón en Karnak. Incluso, a la muerte de la reina Amosis Nefertari se la deificó y los trabajadores de Deir el-Medina le rindieron culto como su patrona.
Otras “esposas del dios Amón” de esta dinastía fueron Hatshepsut y Neferure. Las esposas del dios aparecen representadas en escenas rituales del templo junto a los sacerdotes, como parte activa en dichos rituales y llevando una indumentaria característica en este tipo de representación.
Por lo tanto, podemos afirmar que estas mujeres fueron sacerdotisas y que desempeñaron un importante papel ritual que les permitió además acumular un cierto poder. Al principio el título fue llevado por mujeres de la familia real por derecho de nacimiento pero durante los reinados de Thutmes III y IV tres de estas mujeres no fueron miembros por nacimiento sino por “matrimonio”. Después el título desaparece de la familia real hasta principios de la XIX Dinastía.
La reina Hatshepsut es tal vez el caso más claro del poder acumulado por una mujer. Fue regente durante la minoría de edad de Thutmes III, momento durante el cual se levantaron un par de obeliscos tallados en Karnak, acto que supone la realización de una prerrogativa real, incluso se la representa realizando ofrendas directamente a los dioses. Así, la reina estaba reforzando, mediante la adopción de la iconografía, titulatura y acciones de los reyes, su posición como regente de Egipto. Durante el reinado de Thutmes III abandona los títulos y enseñas de reina para adoptar los cinco nombres de rey, así como la indumentaria real. En este momento entra en escena su hija Neferure. Si Hatshsepsut es el rey, necesita la figura de una reina consorte para ciertas ceremonias. Este papel será adoptado por Neferure, que adopta además el título de “esposa del dios”.
Mientras, Thutmes III había ido creciendo y seguramente había comenzado a exigir el gobierno del país. La solución que se adoptó, que ya había sido utilizada otras veces a lo largo de la historia del Egipto faraónico, fue la corregencia. Thutmes III siguió siendo el rey durante el período de gobierno de Hatshepsut y así fueron utilizadas las fechas de reinado de éste durante el tiempo de mandato conjunto. Lo que pasó al final del reinado no lo sabemos, ya que Hatshepsut deja de aparecer en la documentación a partir del año 22 del reinado de Thutmes III.
Otra reina que parece haber tenido un papel fundamental en los hechos sucedidos en el reinado de su esposo fue la reina Nefertiti. El rey Amenhotep IV, tras unos años de reinado, cambió su nombre por el de Akhenatón y trasladó la capital a Akhetatón, donde pudo honrar a su dios Atón. Desde el principio, incluso en Karnak, la reina Nefertiti aparece representada sola en los relieves realizando ofrendas al nuevo dios Atón. También en las estelas de los altares encontrados en las casas de la ciudad aparecerá la reina junto al rey y el disco formando una tríada divina. Esto se ha interpretado como que el rey y la reina, Akhenatón y Nefertiti, serían la representación de los dioses Shu y Tefnut, es decir, como los hijos de Atum, que en la religión egipcia fue el creador.
Existía otro título, conocido como “la mano del dios”, que en muchas ocasiones seguía al de “esposa del dios” y que se refiere a la mano con la que el dios creador se masturbó para producir la primera pareja divina, Shu y Tefnut. Este título fue personificado como una diosa: era gramaticalmente femenino y durante la XVIII Dinastía se identificaba con la diosa Hathor. Así, las reinas que ostentaban estos títulos se convertían en responsables de los ritos relacionados con la estimulación sexual del dios, reactualizando constantemente la creación original del universo y representando el aspecto femenino del creador.
Con los problemas surgidos al final del Reino Nuevo surge la figura del Gran Sacerdote de Amón, que reivindicarán para sí desde Tebas el trono de Egipto. Frente a ellos, los “auténticos” faraones gobernarán desde Tanis, la ciudad de nueva planta construida en el Delta de Egipto. En este contexto aparecerá con más fuerza la figura de la “esposa del dios”. Ahora este cargo será detentado por una hija del rey que tendrá que dedicarse en cuerpo y alma al dios.
La primera de estas esposas fue Makara, hija de Psusenes I y de la reina Henuttauy. En la XXV Dinastía tenemos documentada a una nieta de Osorkón I (XXII Dinastía), Karomana. El poder de “las esposas del Dios” se incrementará a finales del reinado de Osorkón III, con la llamada Dinastía Etíope. Desde este momento las “divinas esposas del Dios Amón” se sucederán mediante la adopción, formando una dinastía propia como Shapenipet I, Amenirdis I, Shapenipet II y Amenirdis II.
Siguiendo con nuestro recorrido por la historia de Egipto, durante el reinado de los reyes saítas continuó la importancia de estas mujeres y la forma de sucesión por medio de la adopción. Nitocris, hija de Psamético I, fue adoptada por sus predecesoras etíopes. Ankhnesneferibra y Nitocris II reinaron como verdaderas soberanas en Tebas hasta la llegada de los persas.
Con la llegada de la dinastía lágida, los herederos en Egipto del Imperio de Alejandro Magno, se inicia una nueva época. Los ptoloméos serán en general hombres poco capaces de gobernar, poco preocupados por el destino del pueblo egipcio. Sin embargo, frente a ellos aparecerán mujeres fuertes, decididas e inteligentes, como las distintas Berenice, Arsínoe y Cleopatra, a las que el pueblo egipcio profesaba una gran simpatía. Mujeres que ejercieron un poder efectivo en lugar de sus esposos o hijos, poco aptos o desacreditados y que tendrán su máxima representante en Cleopatra VII, que no dudó en ningún momento en enfrentarse a hombres de la talla política de Julio César y Octavio.
Cleopatra VII fue una reina de gran sabiduría política y se presentó como la nueva Isis, la esposa de Osiris, la “gran Madre” y la “grande en magia”, pero también, como sus ancestros, fue la encarnación de Hathor, diosa del amor, conciliando así su origen griego con las formas más superficiales del Egipto tradicional. Con ella podemos decir que se acaba la historia del Egipto faraónico.
Existen ciertos aspectos relacionados con la función de la reina egipcia todavía por concretar. Para muchos autores la posición de la mujer en el antiguo Egipto fue favorable pero, salvo en excepciones muy sugerentes, opinan que las reinas no jugaron un papel político directo o similar al de los hombres. La reina, como reina-madre, reina-esposa y como hija del rey, cumplió una importante función mítica, pero además, fue la continuadora de la línea dinástica ya que indudablemente fue la que proporcionaba el heredero al trono de las Dos Tierras. Y en ciertos momentos de la historia actuó como una autentica regente. El concepto egipcio de la Realeza faraónica solo se puede entender adecuadamente si se entiende la noción complementaria de la Realeza femenina, del gobierno de las mujeres de la esfera real.
Begoña Gugel