Entrevista a Sydney Possuelo
En las fotografías que los medios de comunicación publican sobre Sydney Possuelo, su imagen es la de un explorador de los de antaño. Un hombre maduro, con barba canosa y descuidada, traje de campaña, rostro bronceado y nariz aguileña que subraya la fuerza de una penetrante mirada. Cuando nos encontramos con él en Madrid, nos recibió un personaje diferente: un hombre elegante y atractivo de unos sesenta años que bien podría tener muchos menos, de aspecto ágil y deportivo, bronceado como si regresara de la playa, barba bien recortada, camisa de seda negra y pantalón vaquero. él mismo nos confesará más tarde, riendo: “No soy el ‘Tarzán’ que las mujeres esperan que sea”.
Possuelo nos recibió en casa de uno de sus amigos españoles, el periodista Luis Miguel Domínguez. Nos sentamos de una manera informal y hablamos sin prisas de todo: de su vida personal y de su trabajo, de sus exploraciones y de sus amigos, de sus proyectos y de cómo ve el futuro del Amazonas. En un español correcto, aunque salpicado de palabras y expresiones brasileñas, nos dejó entrever lo complicado que resulta compaginar la vida en la selva y el trabajo de “explorador” con la vida familiar. En todo momento, Possuelo se mostró como un hombre tranquilo que quita constantemente importancia a su trabajo y a los riesgos que implica.
Sydney Possuelo tiene sesenta y tres años y desde los dieciséis su vida ha estado ligada al Amazonas brasileño. Es uno de esos hombres que irradia fuerza y magnetismo personal, un personaje comprometido hasta las últimas consecuencias con una causa, que en su caso es la defensa de los indios de la Amazonia que jamás han sido contactados por la civilización occidental y a los que trata de proteger de los riesgos de un contacto agresivo y destructor. Su vida ha sido intensa, ligada a un trabajo que le apasiona y que le ha aportado aventuras, riesgos y la posibilidad de explorar parajes inéditos del Amazonas.
-Tu imagen pública es la de un hombre de acción, la de un explorador que arrostra peligros por el laberinto de la selva amazónica, pero ¿en qué consiste tu trabajo?
Mi vida es mucho más normal que todo eso. Soy un funcionario del Gobierno brasileño ya que estoy al frente del Departamento de Indios Aislados de la FUNAI (Fundación del Indio de Brasil), responsable de la protección de los pueblos aislados que viven aún en la Amazonia Brasileña sin contacto alguno con la civilización occidental, lo que en España llaman indios “no contactados”. Yo soy lo que llaman en el Brasil un “sertanista” que viene de la palabra “sertáo” que significa “selva”. Sertanista es un especialista en la selva y las cosas de la selva, algo que parece “muy importante” pero que a la vez no significa nada en concreto. Toco muchos campos, pero no soy especialista en nada en concreto”.
-¿ En qué consiste tu trabajo cotidiano?
Mi tarea consiste en explorar la Amazonia brasileña para localizar a las últimas tribus de indios aislados y poner las medidas para protegerles de los peligros de una civilización que desconocen por completo y a la que se enfrentan en desigualdad de condiciones. Mi departamento tiene seis puntos en la Amazonia donde tengo equipos de trabajo que están protegiendo enormes territorios donde viven indios aislados. Organizamos al menos dos expediciones al año en las que viajo con un equipo de personas, blancos y nativos, para buscar y confirmar o no la existencia de indios aislados en la Amazonia. Aunque pueda parecer lo contrario, en realidad mi trabajo es un poco burocrático.
-Ahora tal vez te resulte burocrático pero cuando empezaste seguro que te parecía una aventura. ¿Cómo fue tu primer contacto con la selva amazónica?
Por supuesto que me parecía apasionante. De niño soñaba con esto. Soy de Sao Paulo pero desde muy joven me sentí muy atraído por la selva. A mí me apasionaban las figuras de los hermanos Villas Bôas, los más famosos “sertanistas” brasileños que por aquella época, cuando yo tenía 14 o 15 años, eran los héroes de Brasil. Yo les veía en los periódicos, escuchaba hablar de ellos, y soñaba con conocerles en persona. Leía y veía sus reportajes como un sueño. Conocí a sus hermanas e iba a preguntarles cómo podía conocerles personalmente, cómo podía hablar con ellos. Y así hasta que un día les encontré, me gustaron, y empezamos una amistad. Claudio y Orlando Villas Bôas eran entonces hombres míticos buscados y admirados por muchos jóvenes como yo. De aquel primer encuentro realmente no salió nada concreto pero mi afán de aventura era cada vez mayor y los Villas Bôas me gustaron. Eran mis héroes y yo era su amigo. Y eso ya era mucho.
-Entonces al principio, la selva para ti era sólo un escenario para la aventura.
Pues realmente si. Yo tendría unos 16 o 17 años cuando conocí a los Villas Bôas y empecé a interesarme por la Amazonia. No había ningún componente científico en mi afán, ni una vocación por atender o una inquietud de acercarme a los pueblos indígenas. Lo mío era una búsqueda permanente de aventura.
-Y ¿cuándo viajaste por primera vez a la Amazonia?
Hice el servicio militar y terminé en el año 59. Fue entonces cuando hice mi primer viaje a la Selva.
-¿Con los Villas Bôas?
No. El primer viaje fue sin ellos. Fue un desastre, como una de esas comedias antiguas de risa, con muchos golpes y percances, porque pasó de todo. Yo acompañaba a una aeronave de la Fuerza Aérea que transportaba abastecimiento. Fueron tres largos días de viaje en avión, río arriba. Cuando aterrizamos, el avión se salió fuera de la pista de tierra y con el choque, unas cuerdas que había en el interior se rompieron y cayeron por encima de mi. Cuando salimos afuera había un sargento de aviación intentando sujetar un cabo metálico y el cabo terminó cortándole un dedo. El dedo salió volando y cayó encima de mi. Me llené de sangre y salí corriendo asustado hacia donde estaban los indígenas. Recuerdo que llovía. Llovía mucho. Aquellos eran indios muy puros, sin apenas contacto con la sociedad nacional. Corrí hacia ellos. y me caí en el barro. Los indígenas se morían de risa contemplando la escena y yo me levanté rabioso y pensando “estoy jodido”. Este fue mi primer encuentro con la selva y con los indígenas. Realmente no fue un encuentro afortunado, pero después hubo muchos otros y fueron mejores. Poco después, en 1961, se creó el Parque Nacional de Xingú, que ahora es simplemente el Parque de Xingú, y yo comencé a trabajar allí con los hermanos Villas Bôas.
-¿Cómo fueron aquellos primeros años en la Amazonia?
Pasé muchos años trabajando en Xingú con los indígenas. Recuerdo que siempre faltaba presupuesto, faltaba dinero, faltaba de todo, pero Orlando conocía muy bien a la sociedad industrial de Sao Paulo y tenía muchos amigos entre ellos. Obtenía de ellos muchas cosas: más que dinero, conseguía comida, municiones, medicinas, armas.. y otras muchas cosas que nos permitían sobrevivir, porque el presupuesto que nos asignaba el gobierno era muy escaso. Luego las cosas fueron cambiando, a mejor.
-¿Y cuando cambió tu forma de interesarte por el Amazonas?
Poco a poco, al conocer a los indígenas, al hablar con ellos, al comer con ellos. Comencé a conocerles y a interesarme por sus problemas. Hasta entonces, todo había sido una aventura, cosa de jóvenes, pero al cabo de unos años empecé a enfrentarme junto con ellos a problemas serios, de tierras, de supervivencia. Mi mirada sobre el Amazonas y sus pueblos fue cambiando y mi aventura se fue convirtiendo en mi trabajo.
Y a todo esto, ¿qué opinaba tu familia de tu vocación por la selva?
Mi familia era una familia de clase media de Sao Paulo. Mis abuelos por parte de padre eran españoles y su apellido era Pozuelo, aunque cambiaron la grafía y la pronunciación, porque así resultaba más fácil para los brasileños. Te puedes imaginar lo que opinaban de mi vida en la selva. Me decían constantemente: “Pero, ¿qué haces en la selva? ¿Es que nunca vas a buscar un trabajo de verdad?.” Pero fueron aceptándolo.
-¿Cómo llegaste a trabajar para el gobierno brasileño en la FUNAI?
Orlando Villas Bôas estaba preocupado conmigo. A mi me gustaba mucho ir a la selva y trabajar con ellos, pero él se preocupaba porque yo no pensaba nada más que en eso, en trabajar allí, sin ningún objetivo concreto, sin un futuro laboral. En 1966 se creó el Servicio de Protección a los Indígenas. Era el antiguo servicio del gobierno que el Mariscal Rondón había creado en 1910. Rondón fue una figura muy importante en el contexto indígena de Brasil pero en los años sesenta, el Servicio de Protección a los Indígenas había perdido el prestigio. Rondón fue un hombre muy honesto, trabajador, muy fuerte, pero por aquellas fechas él ya había muerto y había comenzado una corrupción enorme, hasta que en 1967 el presidente de Brasil decidió crear la Fundación Nacional del Indio, adscrita a varios ministerios, con el acerbo de la antigua fundación central, que era el organismo en el que trabajaba Villas Bôas.
¿Actualmente, cuál es el trabajo de la FUNAI?
La FUNAI es una organización dentro del Ministerio de Justicia. Yo fui presidente durante dos años, en la presidencia de Collor de Mello, pero actualmente estoy a cargo del llamado Departamento de Indios Aislados, un departamento que ya estaba creado antes de Collor de Mello, pero que ha ido cambiando su filosofía.
-¿Qué hace exactamente tu departamento?
Antes la filosofía respecto a los indios aislados consistía en localizar y contactar con pueblos que nunca antes habían tenido contacto con el hombre blanco, con la civilización occidental. Se contactaba y se decía retóricamente que se trabajaba para integrarlos de la mejor forma posible a nuestra sociedad. Era una retórica falsa y equivocada porque el contacto siempre les hace entrar en nuestra sociedad por el nivel más bajo. Desde hace unos años, la filosofía es diferente: se trata de saber dónde están, dónde viven, pero para no contactarles, sino para protegerles. Ellos tienen todo el derecho a no querer nada de nosotros.
-¿Participaste activamente en este cambio de política?
Yo trabajé durante muchos años estableciendo los primeros contactos con muchos pueblos de la Amazonia y vi que generalmente estos encuentros eran -y sondestructivos para la comunidad indígena. Los contactos despertaron en mí el interés por mirar con más cuidado la historia. Tras 500 años de historia como país, en Brasil no tenemos un sólo pueblo indígena realmente integrado a la sociedad nacional. Y la sociedad nacional no los absorbe porque está hecha y organizada para nosotros, no para los indígenas.
-¿Y crees que quedan todavía pueblos indígenas sin contactar en el Amazonas?
Hace 15 años teníamos en la FUNAI 113 informaciones de que en esos puntos de la Amazonia brasileña podría haber indios aislados. Este tipo de noticias nos llegan por otras tribus ya contactadas, por misioneros, por investigadores que han oído hablar de ellos. Hoy estaríamos hablando de 43 puntos en la Amazonia brasileña en los que es posible que existan indios aislados. De todos ellos, sólo 17 puntos están confirmados. El resto están sin confirmar. Tendríamos que hacer expediciones para saber que realmente existen. Cuando confirmamos su existencia, realizamos una serie de trabajos para saber qué extensión ocupan, restringimos la entrada y ponemos dispositivos para impedir que entre nadie. Los indígenas entran en conflicto inmediato con muchos intereses externos, entre ellos, los de personas pobres, que no tienen nada en la vida y que por tanto no tienen nada que perder y que luchan por un espacio de supervivencia. Son por ejemplo los buscadores de oro, los pescadores, los ganaderos.
-Y ¿de qué población de indígenas no contactados estaríamos hablando?
Nunca hablamos de personas, sino de “sociedades”, de “comunidades” porque hay casos de pueblos en los que sólo queda un individuo, en otro quedan cuatro y en otro siete, pero representan pueblos y para nosotros todos son igual de importantes. Los grupos más grandes tienen como máximo 400 personas.
-Una vez conocida la existencia de un pueblo, ¿cuál es realmente tu trabajo?
Mi departamento mantiene seis puntos en la Amazonia, bases de Protección Etno-ambiental, donde viven equipos de trabajo encargados de proteger enormes territorios donde viven indios aislados. Además, se organizan al menos dos expediciones al año para buscar y para confirmar la existencia o no de indios aislados en la Amazonia. Yo tengo residencia en Brasilia, pero prácticamente estoy siempre en la Amazonia.
-¿Cómo llegáis a conocer su existencia, sin contactar con ellos físicamente.?
Nuestro trabajo empieza con informaciones de otros indios, de algún antropólogo. Por ejemplo, nos llegan noticias de que “en la cabecera del río tal dicen que hay personas.” ¿Qué hago yo? Normalmente, si las informaciones son muy buenas, si realmente creo que hay certeza, organizo una expedición hacia la zona. Primero se sobrevuela la zona y se localizan los puntos habitados. Después, hago una primera entrada por la selva, en canoas, a pie. Generalmente no hay otra forma para llegar allá que en helicóptero o navegando por ríos grandes, y en un determinado momento, cuando ya no se puede avanzar, en otros barcos más pequeños hasta que comenzamos a caminar. La última expedición que he realizado la finalizamos en septiembre del 2002 y duró diez días en los que recorrimos casi 4.000 kilómetros a pie y en barcos, por regiones realmente inhóspitas.
-¿Y no entráis en ningún momento en contacto con los pueblos?
No. Sólo los observamos de lejos. Antes de llegar a una región yo ya la he sobrevolado exhaustivamente para localizar las “malocas”, (sus cabañas), y marcar su localización exacta en un mapa con un GPS. Después, cuando hacemos la expedición por tierra, vamos esquivando las casas. No nos interesa tropezar con ellas aunque algunas veces lo hacemos por equivocación o porque no las teníamos localizadas. En esta última expedición del verano pasado, nos chocamos con una maloca que no esperábamos y los indios se quedaron sorprendidos ante nuestra presencia. Era un grupo que nunca había visto a nadie, aunque en realidad todos saben de la existencia de otros grupos y de nuestra existencia, Lo que realmente desconocen es nuestra fuerza y la dimensión de la civilización occidental. Tienen un grado de desconocimiento total del resto del mundo. No saben que existe Brasil, ni América, ni Europa, ni nada que no sea su mundo más próximo. Son los hombres más próximos a los que Colón encontró cuando llegó.
-Pero tendrán cosas en común con otros pueblos de la zona ya contactados
Por supuesto, pero cada grupo tiene su cultura y una lengua propia. Muchas veces no se entienden entre ellos. Los indios ya contactados con un cierto conocimiento de nuestra sociedad, tienen miedo de ellos. Les llaman los “indios bravos” y unos y otros se atacan mutuamente.
-¿Cuáles son las acciones que propone FUNAI para estos indios aislados? ¿Mantenerlos así indefinidamente? ¿Integrarlos en un futuro a la sociedad brasileña?
Contactar con estos pueblos es muy sencillo. Lo difícil es continuar el contacto, saber qué hacer con esos contactos. El tema de los indios aislados plantea cuestiones filosóficas muy interesantes. Es imposible trabajar en esto y no preguntarse muchas cosas sobre el hombre y sobre el planeta. Realmente ante esta pregunta tengo contestar que no lo sé. Siendo sinceros, creo que tratamos de ganar tiempo para saber qué camino tomar, porque nadie sabe qué es mejor. Por el momento, queremos sólo conocer dónde están para protegerles. Mis hombres están armados y protegen el territorio demarcado para que nadie pueda entrar y hacerles nada, para que de momento estos pueblos sigan viviendo como lo han hecho siempre. Los intereses en torno a la Amazonia y los enemigos de los indios son muchísimos.
-De todos los enemigos de los pueblos indígenas de la Amazonia, ¿cuáles crees que son los peores?
Los enemigos de los indígenas y de la selva en general son muchos. Los más tradicionales son los que tienen intereses económicos en la zona: los madereros, los buscadores de diamantes y oro (garimpeiros), los que buscan caucho y los que organizan cacerías. pero todos aquellos que van buscando pescado a las tierras indígenas, los que van a hacer cacerías. También son un peligro enorme los pescadores, ya que la riqueza de pescado de la región es enorme. Suelen ser pescadores autónomos con barcos de 10, 12, 15 toneladas, con frigorífico, que ponen redes inmensas en el río.
Hay otro enemigo que no es económico, que es el propio estado, con sus carreteras, las grandes hidroeléctricas y sus asentamientos o proyectos para ganar y dar tierras a personas. El estado es sin duda un enemigo tradicional de los pueblos indígenas.
La tercera clase de enemigo son los misioneros y entre ellos los peores son los protestantes. En toda Sudamérica se están implantando con fuerza religiones y sectas protestantes muy organizadas, en ocasiones disfrazadas de proyectos humanitarios o culturales, como los de un Instituto Lingüístico formado por gente que va a aprender la lengua de los indígenas para traducir la Biblia. Están por un lado los misioneros propiamente dichos y por otro las organizaciones afines, como las llamadas “Alas de socorro” que son los aviones que tienen para abastecer a estos misioneros. Realmente están muy bien organizados y es difícil luchar contra ellos. Cuando yo estaba de presidente de la FUNAI., sabíamos de la existencia de grupos indígenas en un determinado territorio pero nunca fuimos a hacer contacto con ellos. Sin embargo, los misioneros norteamericanos, junto con misioneros brasileños organizaron una expedición y se instalaron aquí durante seis o siete años.
¿Cómo intervienen los misioneros en la Amazonia?
Para comprender el daño que pueden hacer los misioneros hay que entender primero que se trata de un pueblo muy sencillo con una organización social muy interesante. Aquí no hay violencia, los hombres tienen dos o tres mujeres, las mujeres a veces tienen dos o tres hombres y hay un ajuste social según el cual cada uno sabe cuántas mujeres o cuántos hombres puede mantener. Otro detalle curioso es que las mujeres mayores de 35 a 40 años son más disputadas porque aportan la experiencia que los jóvenes no tienen. Estas mujeres mayores tienen la misión de iniciación sexual de los indígenas jóvenes. Es en definitiva una sociedad muy sabia.
Pues bien, los misioneros llegaron a esta sociedad primitiva y se quedaron seis o siete años. Yo constantemente decía en FUNAI que teníamos que expulsar a estas personas, pero eran poderosos. Hasta que el presidente Collor de Mello me llamó y me dio permiso para echarles. Al día siguiente les expulsé pero ellos tenían, y tienen mucha fuerza. En el Congreso Nacional contaban con una “bancada” de 130-140 diputados que no dejaron un solo día de pedir que me echaran de mi cargo. Decían que yo era un loco y que había que expulsarme.
Estos son los enemigos de la selva ¿Y tus enemigos?
Esos son más numerosos todavía. Por ejemplo, están lo que nosotros llamamos “corruptelas” que son poblados muy pequeños de tres o cuatro casitas en las que viven familias muy pobres y muy alejadas de todo. Como saben que en la tierra indígena hay más recursos que donde ellos viven, intentan a toda costa entrar. Cuando les pillo, les prendo. Normalmente son los hombres de mi departamento pero ellos piensan que yo soy el malo, el culpable de todo. Recibo muchas amenazas y de todo tipo. Cuando yo era presidente de la FUNAI, se creó el primer territorio indígena, el mayor de todos, la tierra yanomami, y empezó una lucha muy dura sobre todo con las autoridades militares
¿Has sido amenazado físicamente?
Si. Por teléfono mucho, y físicamente a lo largo de todos estos años, muchas veces.
Y por parte de los indígenas ¿Has recibido amenazas?
También, porque yo represento algo. Una vez fui secuestrado por los indígenas para convertirme en elemento de trueque. Y consiguieron la tierra que pedían. Para mi fue fantástico, pero la verdad es que el gobierno y los servicios oficiales siempre creyeron que yo no estaba de acuerdo con los indios, aunque no era cierto. Siempre me acusan de ser un indio disfrazado de blanco, porque mi trabajo es estar con ellos y trabajar por las cuestiones indígenas.
-Qué pasa con los científicos y periodistas. Hay quien les acusa de ser también una amenaza para la selva y para los indígenas por su intromisión en el territorio.
Esta es una cuestión muy particular. Yo creo que no suponen un peligro importante, pero es cierto que a veces yo cierro determinadas áreas, incluso en zonas de indios ya contactados, y no dejo entrar a nadie, ni a científicos ni a nadie, para que descansen de nuestra presencia.
-Cuentas con un equipo de personas muy preparadas que son realmente los que se quedan protegiendo los territorios. ¿Cómo son estas personas?
En las expediciones, un setenta por ciento de los participantes son indígenas y el treinta por ciento son blancos. Realmente son gente excepcional, que se juega la vida en ocasiones. Creo que se necesita pasión para llevar esta vida. Mi equipo está formado por hombres especiales porque la vida diaria muchas veces es horrible y desagradable.
-Volviendo al terreno de lo personal ¿Cómo se puede hacer compatible un trabajo y una vida como la tuya con la vida de familia?
Realmente no sé que decirte. Es muy difícil y yo soy el mejor ejemplo. He tenido seis mujeres, con tres de las cuáles me he casado legalmente. Tengo seis hijos, de mis tres mujeres “oficiales” y probablemente esta complicada familia se debe al tipo de vida que he llevado.
-Debe resultar difícil mantener una familia convencional viviendo en la selva.
Las mujeres son incomprensibles. Cuando me conocen, piensan que mi trabajo es emocionante, que soy el “hombre de la selva” que soñaban, un aventurero de vida apasionante. Luego es precisamente eso lo que no les gusta de mi, que me pase la vida viajando, en la selva. “No vienes nunca a casa”, “Siempre estás allí”. Actualmente me va bien. Mi mujer es inglesa pero por su trabajo viaja constantemente. Yo digo que esta boda es para siempre porque apenas nos vemos y así no hay tiempo de pelear, ni de nada.
-¿Alguna de tus mujeres es indígena?
No. Nunca me he sentido tentado por una indígena. Los hombres siempre me preguntan sobre este tema, sobre las indígenas y sé que es un tema que suscita curiosidad. Algunas son realmente hermosas y pasando tanto tiempo allí hubiera sido fácil mantener relaciones con ellas, pero para mí pertenecen al terreno de mi trabajo. Yo las miro casi como una relación de parentesco porque pienso que sería como si una mujer fuera al médico y éste se aprovechara de ella.
-¿Cómo es la relación de un aventurero con sus hijos? ¿Los tuyos se sienten también atraídos por la selva?
Yo siempre he respetado mucho a mis hijos y a sus iniciativas. En general no son muy aventureros, aunque en alguno de ellos si que veo un gran interés por los temas en los que yo estoy implicado. Tengo un hijo de 18 años que, aunque va a estudiar una carrera técnica, creo que tiene un alma para cuestiones sociales. Ha viajado conmigo algunas veces a la selva y ha visitado varias tribus. Los indígenas le aprecian mucho porque tiene muy buena puntería. Creo que con el tiempo se sentirá atraído por esta vida.
-De todas las personas que has conocido en tu vida, ¿hay alguna que te haya marcado especialmente?
Tuve un amigo que se llamaba Rudolf. Pertenecía una familia muy rica de Alemania y era un hombre muy atractivo en todos los sentidos. Nos compenetrábamos a la perfección y aportó muchas cosas a mi vida. Era una compañía siempre interesante, que despertó mi interés por la filosofía, por los clásicos y por la música clásica. Gracias a él he cultivado otros aspectos de mi persona, me he preocupado de leer, de ir a museos, de escuchar música. Es decir: el me ayudó a desarrollar una faceta más sofisticada que la del explorador aventurero que era hasta entonces. Por supuesto, me han marcado también los hermanos Villas Bôas: Orlando, que acaba de morir, y su hermano Claudio, que murió hace cuatro años, y con el que viví mucho tiempo y que también era una persona aficionada a la filosofía con la que me gustaba mucho hablar de estos temas.
-Y entre los indígenas que has conocido, ¿Alguno ha influido de forma especial más en tu vida?
No destacaría a ninguno en concreto. Lo que aprendí de ellos, en general, es que la vida puede ser más simple. Ellos son un ejemplo permanente de que podemos ser más sencillos, vivir con menos cosas. Si no tenemos mucho cuidado con el consumismo vamos a destruirnos y a destruir el planeta por “cosas”, porque nuestra vida gira en torno a cosas. Su lección permanente es que podemos vivir con muchas menos cosas.
-¿Cuáles son tus planes inmediatos de trabajo?
Ahora dedico parte de mis esfuerzos a concienciar a todos los países sobre esta problemática. Lo primero que estamos preparando es un foro en el Valle del Javarí donde estarán representadas Bolivia, Venezuela, Colombia, Bracil, Ecuador y Brasil. Estoy recabando el apoyo del gobierno español para buscar una solución al problema de los indígenas y la creación de una especie de “declaración de derechos fundamentales” del indígena. El segundo proyecto es una exposición que se desarrollará en el Foro de las Culturas de Barcelona, sobre indios aislados que ayudará a conocer el trabajo de mi equipo. Personalmente creo que el tema de los indios aislados sobrepasa fronteras filosóficas. No es solo una cuestión de conservación de la biodiversidad. Lo más importante es la sensación de “realismo mágico” que me inspiran, la trascendencia de saber que hay seres humanos que no saben nada del 11 de septiembre.
Lola Escudero