Caballeros en defensa de la Fe
Caballeros y Damas vestidos con túnicas negras y que lucen una cruz ochavada blanca en su pecho hacen que nos remontemos diez siglos en el tiempo. Destacar ahora la importancia histórica que la Orden de Malta ha tenido en nuestra asentada cultura occidental no sería un gran descubrimiento, precisamente cuando tenemos tan cerca y tan latente un aparente orden mundial en el que siguen enfrentándose culturas y tradiciones milenarias. Bastaría con un simple ejercicio de imaginación: si los caballeros de Malta no hubieran estado en Jerusalén, Rodas, Malta o Lepanto ¿hablaríamos hoy día de la misma Europa? ¿tendríamos la misma escritura, lengua o religiones?
De la pacífica y humanitaria congregación en Palestina a las incursiones en el Mediterráneo, de los asedios en tierra firme a las batallas en el mar. Y es que en su origen la Orden de Malta era pacífica y religiosa, dedicada en exclusiva al cuidado de los enfermos de cualquier fe o raza. No sólo fundaron hospitales sino que en cada casa “juanbautista” se encontraba lo necesario para que peregrinos y viajeros encontrasen asistencia. Aún se pueden admirar en Rodas las ruinas de la Gran Enfermería y en Malta el moderno edificio destinado a acoger a los “Señores enfermos” en el que se utilizaban modernas técnicas de ingeniería hospitalaria.
La constitución del Reino de Jerusalén, por obra de los cruzados, obligó a la Orden a asumir la defensa militar de los enfermos, de los peregrinos y de los territorios conquistados por los cruzados a los musulmanes. La Orden pasó a ser religiosa y militar a la vez: todos los caballeros eran religiosos, ligados por los tres votos monásticos, de pobreza, de castidad y de obediencia.
Bajo la regla de San Benito
Se ha discutido mucho sobre el origen de esta institución, pero la teoría más aceptada sostiene que los cristianos, que en 1099 conquistaron Jerusalén, encontraron en las cercanías del Santo Sepulcro un hospital regido por una comunidad religiosa que se inspiraba en la regla de San Benito. Aquellos frailes, a quienes se les dio como patrono a San Juan Bautista, vestían una túnica negra (la de los benedictinos) y llevaban sobre el pecho una cruz blanca de ocho puntas similar a la de un escudo de Amalfi, la ciudad natal del beato Gerardo (considerado por otros de origen francés). Se trataba de un antiguo mercader, que años antes obtuvo permiso del Califa de Egipto para construir en el barrio latino una iglesia, un convento y un hospital en el cual se asistiera a peregrinos de cualquier fe o raza.
Las noticias e informaciones de los nobles europeos venidos a liberar los santos lugares y asistidos por los hospitalarios, hicieron famosos a aquellos frailes y el 15 de febrero de 1113, el Papa Pascual II envió una Bula a Fray Gerardo, jefe de la comunidad. En ella aprobaba y oficializaba la institución del Hospital autorizando a sus miembros a elegir sus propios superiores o “Maestres” y sin interferencia de otras autoridades laicas o religiosas. Se trataba, pues, del reconocimiento de una nueva Orden por parte de la Iglesia de Roma.
El sucesor de Gerardo es Fray Raymundo de Podio (o Depuig, según quien lo considera español), se denomina “Maestre” y es quien otorga una nueva obligación a los Hospitalarios: no sólo garantizarían cuidado y asistencia a los enfermos y peregrinos, sino que también se le encomienda la defensa armada. A los tres votos instituidos por el beato Gerardo (pobreza, castidad y obediencia) añadió, por lo tanto, el cuarto, es decir, combatir a los infieles, no huir en combate y jamás levantarse en armas contra un imperio cristiano (que, sin embargo, resultaría contraproducente siete siglos después, cuando en 1798 Napoleón los expulsa de Malta). El nuevo Maestre adoptó definitivamente como emblema la cruz blanca de ocho puntas, símbolo de las ocho bienaventuranzas del Sermón de la Montaña.
Los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén se dieron pronto a conocer por su arrojo en las batallas y por sus sólidas fortificaciones. Destacan entre ellas el Krak des Chevaliers, una imponente edificación de piedra que todavía se alza en una colina a 750 metros de altitud en Siria. El Krak formaba parte de una red de castillos construidos por los cruzados en lo alto de otros tantos montes, desde las fronteras de Siria, por el norte, hasta los desiertos que se extienden al sur del mar Muerto. Entre uno y otro solía haber menos de un día a caballo de tal modo que podían enviarse señales de noche encendiendo fuego en las almenas. Disponían de sus propios suministros de agua, mediante fuentes naturales o mediante cisternas excavadas en la roca, y podían resistir un asedio durante meses e incluso años. Constituían un sistema de defensa que permitió a los francos y sus sucesores rechazar durante dos siglos los ataques de fuerzas musulmanas muy superiores en número.
Durante toda la Edad Media, los caballeros de la Orden de San Juan se convirtieron en los más aguerridos guardianes de la fe: vigilaron el Camino de Santiago, las rutas hacia Roma y, en España, combatieron en varias batallas, como en las Navas de Tolosa. Ocuparon la vanguardia en la conquista de Mallorca, Valencia, Murcia, Jaén, Córdoba, Sevilla, Lorca, Baeza y en el Salado. A cambio, la Orden recibió mercedes, privilegios, fortalezas y tierras, así como donaciones reales.
Una flota en defensa de la cristiandad
Pero la lucha contra la amenaza musulmana estaba muy lejos de terminar. En 1187 las tropas de Saladino tomaron Jerusalén y dieron muerte al Gran Maestre de la Orden, la mayor parte de las tropas hospitalarias tuvieron que retirarse a sus fortificaciones en Tierra Santa y en 1281 cayó San Juan de Acre, considerado como el último baluarte cristiano en Oriente. Doscientos cincuenta caballeros de tres órdenes religiosas murieron masacrados. Sobrevivieron diez templarios y siete hospitalarios. Los de la Orden de San Juan, en vez de regresar a Europa, se refugiaron en Chipre. Allí estudiaron y reflexionaron sobre su estrategia futura en un momento en el que las propiedades hospitalarias esparcidas en toda Europa comenzaban a suscitar intereses y codicia: se hacía necesario reorganizarse y volver a combatir.
Fue en 1306 cuando Vignolo de Vignoli, un aventurero genovés al servicio del emperador de Bizancio, propone al Gran Maestre Fray Foulques de Villaret conquistar juntos todo el Dodecaneso a cambio de retener para sí sólo un tercio del territorio. Los hospitalarios ven en esta oferta la solución de sus problemas: el momento político urgía a la Orden una pronta recuperación de su soberanía y de su actividad. Ya no podían combatir a los musulmanes en tierra firme, por lo que el mar se presentaba como su único fuerte para la batalla. Y como base de operaciones la isla de Rodas era la mejor baza: punto de encuentro entre las rutas de Occidente y de Oriente, ofrecía puertos naturales donde reparar las naves que además contaban con la inestimable ayuda del clima y los vientos para facilitar su movilidad.
Desde aquel momento la defensa del mundo cristiano exigía la existencia de una fuerza naval y la Orden construyó una potente flota comprometida en la defensa de la Cristiandad. El Papa les eximió de pagar tributos y los caballeros aumentaban día a día sus riquezas arrebatando las posesiones de los piratas musulmanes que infestaban el Mediterráneo. Con semejantes tesoros financiaban la construcción de nuevos hospitales, navíos y fortificaciones. En esta época la Orden era una confederación que no estaba dividida en naciones sino en lenguas: Aragón-Navarra, Francia, Provenza, Auvernia, Italia, Inglaterra (con Escocia e Irlanda) y Alemania y pronto se convirtió en una potencia naval especialista en la construcción de galeras.
En 1522 diseñó y fabricó un auténtico acorazado, el Santa Ana, un navío de plomo, con seis puentes, una gran sala de armas con capacidad para 500 personas, una magnífica artillería de 50 piezas, algunas de gran calibre, hornos de pan y capilla, era el barco más grande y temido de su época. En el mascarón de proa lucía una figura de San Juan Bautista que hoy se puede ver en la capilla de la catedral de San Juan de La Vallette, en Malta.
La Orden también construyó el primer buque hospital de la Historia, que como en todos los hospitales de la Orden, se cumplían desde su fundación medidas de profilaxis muy avanzadas para su tiempo: se examinaba la orina a los enfermos, había camas individuales con varios juegos de sábanas y mantas, se daba comida en abundancia a los enfermos y tenían pellizas y pantuflas.
Según las crónicas, la vida en las galeras era delirante, a veces estaban tan sobrecargadas que apenas había espacio para dormir tendidos, sin protección contra el sol, la lluvia y el agua salada. Con frecuencia un golpe de mar empapaba las provisiones y las hacía inservibles. Ni que decir tiene que a los esclavos no les deparaban mejores condiciones. Eran encadenados a los bancos de las galeras en grupos de seis e iban sentados sobre sacos de lana. Remaban desnudos hasta veinte horas sin parar, eran alimentados con pan mojado en vino y si alguno de los esclavos caía rendido era fustigado hasta la muerte y, por supuesto, se arrojaba al mar sin ningún miramiento.
Los caballeros hospitalarios convirtieron Rodas en un fortín inexpugnable que resistió cinco asedios durísimos. El último en 1522 reunió bajo el mando de Solimán el Magnífico la mayor flota de guerra jamás vista hasta entonces: 450 naves y 200.000 jenízaros. Unos 600 caballeros defendieron Rodas durante seis meses. Murió la tercera parte de las tropas otomanas, pero la Orden cedió y entregó la isla a Solimán, que dejó partir en paz a los supervivientes y con honores militares.
Sin abandonar la esperanza de volver un día a Rodas, los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén no dejan de evaluar las posibilidades para una nueva y adecuada organización. Así pues entre las primeras hipótesis se incluía la de instalarse en el puerto de Suda, sobre la costa septentrional de Creta o en Cerigo, la más meridional de las islas jónicas. Este proyecto encontró la rápida oposición de Venecia a la que unían acuerdos comerciales y políticos con Constantinopla que veían amenazados por la posible vecindad de los belicosos caballeros hospitalarios. En posteriores sondeos se barajan como posibles ubicaciones las islas de Elba, Menorca, Ibiza, Heres, Ischia y Malta. Entre todas ellas la de Malta parece la solución ideal para los caballeros de San Juan ya que la posición geográfica de la isla la convierte en un baluarte natural desde donde poder controlar todas las rutas de la flota turca que cada vez se movía con más tranquilidad por el Mediterráneo y con una agresividad en aumento. Pero pertenecía a la corona de España y la decisión de una posible cesión correspondía por aquel entonces al monarca Carlos V que pedía en contrapartida a los caballeros de la Orden de San Juan prestar juramento de fidelidad al soberano español. Este juramento suponía una grave violación de la Regla que imponía una rígida neutralidad en los conflictos entre estados cristianos, por lo que la respuesta fue negativa. Tras varias negociaciones y a condición de quedar libres de cualquier vinculación se acordó como únicas obligaciones las de celebrar cada año una misa como agradecimiento por el beneficio recibido o el regalo de un halcón maltés a entregarse el día de Todos los Santos al Virrey de Sicilia. Al cabo de los siglos la tradición convirtió al halcón en una figura hecha de oro y de piedras preciosas.
Los caballeros en Malta
á rida y pedregosa, casi privada de vegetación, Malta pone de inmediato a dura prueba a sus propietarios. El primer balance de los caballeros hospitalarios sobre su nueva patria no es muy optimista, pero tras dos siglos de estancia en Rodas habían adquirido una mentalidad marinera e insular. Las condiciones de la costa parecían el único elemento positivo: dos ensenadas muy amplias y profundas que podían recibir numerosas naves de dimensiones y tonelaje importantes.
En Malta la Orden cumple un período durante el que adquiere el papel de impedir a los turcos que se hiciesen los dueños del Mediterráneo.
Pero en los primeros meses de 1564 las noticias que llegan de Constantinopla indican que Solimán está a punto de lanzar su armada para conquistar la capital de la cristiandad, Roma. El sultán poseía un enorme imperio y con el objetivo fijado en Italia, no podía dejar a su espalda la base de Malta que podía cortar todos sus reabastecimientos. Malta fue sitiada, pero esta vez la tenacidad de los caballeros resistió al sultán turco y a sus 45.000 jenízaros en un gran asedio que duró más de tres meses. Murieron 130 hospitalarios. Felipe II envió ayuda y la escuadra turca se retiró con 30.000 muertos a sus espaldas.
La flota de la Orden, considerada una de las más potentes del Mediterráneo contribuyó a la destrucción definitiva del poderío naval de los Otomanos en la batalla de Lepanto de 1571. El rey español, Felipe II, organizó una Liga que en poco tiempo reunió casi trescientas naves y un ejército de cincuenta mil hombres y se enfrentó a la flota turca, formada por 230 galeras y un centenar de navíos auxiliares; 117 galeras fueron capturadas por los cristianos y menos de 50 lograron huir, aunque parte de ellas estaban demasiado dañadas para mantenerse en unos y tuvieron que ser incendiadas. Se calculan en 75.000 los muertos turcos de la batalla, y otros 5.000 fueron hechos prisioneros.
La armada cristiana había perdido entre siete y ocho mil hombres. Los heridos se contaban en un número doble que el de las bajas y no más de diez o quince galeras habían sido hundidas. Unos quince mil prisioneros cristianos, utilizados como esclavos en las galeras turcas, fueron liberados.
Abatida la hasta entonces invicta armada turca, Lepanto significó una derrota definitiva para el poderío marítimo del Islam. A partir de aquella batalla, la importancia del imperio Otomano decayó definitivamente. Las noticias de la victoria sobre los musulmanes recorrieron rápidamente toda Europa y provocaron la celebración general y la aparición de innumerables historias, cuentos y canciones que relataban la batalla.
Napoleón y la Orden de Malta
Dos siglos después, la Revolución Francesa asestó un duro golpe a la Orden de San Juan de Jerusalén, Rodas y Malta ya que en Francia se confiscaron todos sus bienes. Posteriormente, cuando Napoleón inició la campaña en Egipto, ocupó la isla y obligó a los caballeros a abandonarla. Dado que los sanjuanistas seguían los votos del beato Gerardo, no podían alzar las armas contra otros cristianos y no ofrecieron resistencia en la expulsión de la isla.
En 1800 los ingleses ocuparon Malta, pero aunque reconocieron, en el Tratado de Amiens (1802), los derechos soberanos de la Orden sobre Malta, la Orden no pudo retornar jamás.
Después de transferirse temporalmente a Messina, Catania y Ferrara, en 1834 la Orden se estableció en Roma, donde posee, con garantía de extraterritorialidad, el Palacio de Malta en vía Condotti 68, y la villa en el Aventino.
Caballeros del siglo XXI
Ataviados con largas túnicas negras y con una cruz blanca de ocho puntas en el pecho, los nuevos caballeros esperan las preseas bendecidas y el golpe de espada en el hombro izquierdo. Podríamos pensar que estamos ante una típica imagen de las que recrean las películas medievales; nada más lejos de la realidad ya que todos los años, en el día de la Candelaria (febrero) y el día de San Juan (junio), la Asamblea española de la Orden llama a capítulo a damas y caballeros para la ceremonia de renovación de un rito propio de una Orden con más de mil años de historia.
En nuestros días entre los caballeros y damas de Malta se encuentran muchos representantes de la nobleza e importantes empresarios, cuenta con más de 10.000 miembros y está considerada una de las organizaciones humanitarias más importantes del mundo. Son Caballeros de la Orden el Rey de España, el Príncipe de Asturias, el Conde de Orgaz (Gonzalo Crespi) o el Marqués de Mirasol (Jaime Lamo de Espinosa), entre otros.
Aunque se reconoce el voluntariado para colaborar con las actividades de la Orden, sólo se puede entrar a formar parte de ella por invitación. Actualmente existen distintas categorías: Los caballeros de Honor y Devoción, que tienen cuatro apellidos vinculados a antiguos caballeros; los caballeros de Gracia y Devoción, tienen dos apellidos y los caballeros de Gracia y Magisterio que son aquellos cuya conducta está acorde con la misión de la Orden: la defensa de la fe y la ayuda al necesitado.
La ONU ha reconocido su soberanía estatal, aunque no tiene ni súbditos ni territorio; emite sellos, acuña moneda, dispone de su propia organización judicial y está presente en 54 países. A su vez está compuesta por seis grandes Prioratos, cuatro subprioratos y 45 Asociaciones Nacionales. El que la Orden de Malta sea neutral, imparcial y apolítica la hace particularmente apta para intervenir como mediadora en conflictos entre los Estados.
En la actualidad la Orden cuenta con hospitales y obras sociales en todo el mundo, que se financian con las aportaciones anuales de sus miembros y donativos privados; aunque depende de cada país y situación ya que las ayudas pueden provenir de convenios con agencias oficiales sanitarias y sociales o las concedidas por gobiernos, la Comisión Europea y otras organizaciones internacionales para países en desarrollo.
Marga Martínez