Arqueólogos españoles en oriente
La historia de la arqueología oriental se remonta a la primera mitad del siglo XIX, cuando el cónsul francés en Irak Paul émile Botta (1802-1870) dio, en 1842, el primer golpe de pico en un tell (colina) llamado Kuyunyik. Sin embargo, tras un año de infructuosas excavaciones abandonó con unos pobres resultados (¡quizá no lo hubiera hecho tan pronto de haber sabido que bajo él se ocultaba la gran capital asiria de Nínive!). A pesar de todo Botta no renunció a las excavaciones y después de Kuyunyik se trasladó al otro tell que había a su lado, llamado Horsabad (la antigua DurSharrukin ), donde en marzo de 1843 empezó las excavaciones y con tan sólo unas pocas jornadas de trabajo, halló los primeros relieves de los ortostatos del palacio del rey asirio Sargón II (721-705 a.C.). La mayoría de las piezas descubiertas por Botta fueron enviadas al Louvre, convirtiéndose así en el primer museo del mundo que inauguró (en 1847) una sala dedicada a la civilización asiria.
Tras sus descubrimientos, Botta siguió su carrera diplomática por Oriente hasta que regresó a Francia en 1869. A Botta le siguieron otros muchos excavadores (A.H. Layard, H. Rassam, V. Place, R. Koldewey, .) a los que debemos los primeros y más espectaculares hallazgos del mundo mesopotámico: Nínive, Nimrud, Babilonia y muchas otras ciudades vieron la luz tras milenios de oscuridad gracias a estos hombres entre los cuales, sin embargo, no figuraba ninguno de origen español. Y es que en aquella época, España estaba totalmente enfrascada en las Guerras Carlistas (1833-1876) y tanto la política como la sociedad española del momento se encontraban divididas entre los absolutistas defensores del Antiguo Régimen y los nuevos liberales. Ante una situación así, es comprensible que nadie se preocupara de lo que ocurriera en unas tierras tan lejanas no sólo en el espacio, sino también en el pensamiento y la cultura del momento.
ANTECEDENTES PROMETEDORES
A pesar de todo, España podía haber entrado por la puerta grande del Orientalismo y de la Asiriología si hubiera seguido los pasos de los muchos viajeros que, desde una fecha tan remota como el siglo IV d.C., habían explorado estas tierras y visitado algunas de sus más importantes ruinas (desde Babilonia y Nínive hasta Baalbek y Palmira). En efecto, la más antigua referencia de españoles en Oriente se remonta a los años 381-384 d.C. cuando una monja de la entonces Gallaecia (Galicia) llamada Egeria recorrería los principales lugares de Tierra Santa (Palestina, el Sinaí y Egipto) llegando a cruzar el éufrates y visitar en Siria los santuarios de Antioquía, Edesa y Harrán. A Egeria le siguieron muchos otros peregrinos, diplomáticos, viajeros y comerciantes que fueron describiendo en sus libros de viajes las maravillas que iban encontrando en su camino. De entre todos ellos cabe destacar a los rabinos Benjamín de Tudela y Petajías de Ratisbona que, en el siglo XII, realizaron un viaje que les llevó hasta Irak para visitar a las comunidades judías allí residentes; esto les permitió describir las ruinas de Nínive, Borsippa y Babilonia muchos siglos antes de que fueran excavadas por parte de ingleses y alemanes.
Algo parecido, pero en Irán, le ocurrió a Don García da Silva y Figueroa, diplomático a las órdenes de Felipe III y enviado en 1614 a Persia para entrevistarse con el Sháh Abbas el Grande. Da Silva fue el primer europeo en reconocer en las ruinas de Persépolis, la antigua capital de los persas, describirla e identificar correctamente las inscripciones cuneiformes de sus monumentos como un sistema de escritura y no como un mero motivo decorativo. Sus pasos fueron seguidos más de dos siglos después por otro diplomático, Adolfo de Rivadeneyra, quien entre 1869 y 1871 realizó un largo viaje de Ceilán a Damasco donde, al pasar por Irán e Irak, describió no sólo Persépolis sino también Pasargada y Firuzubad, así como Babilonia (de donde recogió ladrillos con inscripciones de Nabucodonsor), Nínive, Nimrud y Horsabad. Dos personajes más, Francisco García Ayuso y Ramiro Fernández Valbuena, destacaron en el campo filológico con el enseñamiento de las antiguas lenguas sumeria, acadia, persa o sánscrita haciendo que las lejanas voces de los antiguos pueblos mesopotámicos resonaran por primera vez en las aulas españolas.
ARQUEóLOGOS PIONEROS
Con estos favorables antecedentes podría haberse iniciado a finales de siglo la irrupción española en el estudio de las culturas orientales, pero una vez más, la situación política del país no era la idónea; la pérdida de las últimas colonias imperiales y la subsiguiente crisis de 1898 no dejaban espacio a los inquietos espíritus de los orientalistas. De esta manera y si el marco político y social español hubiera sido otro, España habría partido de una privilegiada posición en la carrera inicial hacia la incipiente ciencia del Orientalismo, pero enfrascado en sus problemas internos dejó escapar el tren y no fue hasta mediados y finales del siglo pasado cuando ha podido hacerse un modesto hueco en el concurrido mundo de la investigación oriental. Antes, sin embargo, durante la primera mitad del siglo XX algunos eruditos insistieron en mantener vivo el escaso hálito orientalista existente en España con personajes como el Reverendo Padre Bonaventura Ubach que, con sus viajes y estancias en Tierra Santa, consiguió reunir la más completa colección de arte próximo oriental que se encuentra actualmente en España y hoy expuesta en el que fue su monasterio, L’Abadia de Montserrat. Los clérigos José María Peñuela y Benito Celada (ambos profesores en la Universidad Central de Madrid, el primero de acadio y el segundo de lengua egipcia) decidieron fundar la que sería la primera institución española dedicada a la historia y la arqueología del Próximo Oriente y Egipto, el Instituto Arias Montado, perteneciente al CSIC y que se mantuvo en funcionamiento hasta 1975.
Fruto de estos aislados pero decididos esfuerzos de unos pocos amantes de Oriente empezó a asomar, por aquel entonces, una primera generación de orientalistas españoles (la mayoría formados en el extranjero) que fueron los que tomaron el relevo de aquellos venerables sabios y pusieron las bases de lo que hoy en día es la orientalística española. Bajo ellos surgieron los institutos y fundaciones universitarias que han desarrollado desde entonces una labor tanto docente como investigadora y divulgadora de las culturas próximo orientales; entre ellas destacan el Instituto Español Bíblico y Arqueológico de Jerusalén, “Casa de Santiago” (Universidad Pontificia de Salamanca, desde mediados de los años cincuenta); el Instituto Diocesano de Filología Clásica y Oriental (Madrid, 1989); el Instituto Interuniversitario de Estudios del Próximo Oriente Antiguo (Barcelona-Murcia-Salamanca-Oviedo, 1992); la Fundación J.J.A. van Dijk para los estudios Bíblicos y Orientales (León, 1997); el Centro Superior de Estudios de Asiriología y Egiptología (Madrid, 1998); el Instituto de Estudios Islámicos y de Oriente Próximo (Zaragoza, 2000); y el último que se ha creado, el Instituto Bíblico y Oriental (León, 2003).
Desde estas instituciones, sus profesores y directores iniciaron las que serían las primeras misiones arqueológicas científicas españolas en el Próximo Oriente, que se extienden desde Jordania hasta Irak y el Golfo Pérsico, y que en la mayoría de casos han sido subvencionadas por parte del Ministerio de Cultura y Educación, aunque también han colaborado entidades bancarias, empresas de todo tipo e incluso, en algunos casos, han sido sufragadas con fondos privados de amantes de la arqueología y la orientalística. Estas misiones constituyeron el primer peldaño de la larga escalera que la ciencia española debía (y aún debe) ascender para alcanzar a los demás países que le llevaban casi doscientos años de ventaja en la exploración de las maravillas ocultas bajo las arenas de los desiertos orientales. El camino es largo y arduo, pero ya se ha puesto en macha y esperemos que no se pare.
LAS EXCAVACIONES ESPAñOLAS
Las primeras excavaciones arqueológicas españolas en el Próximo Oriente tuvieron lugar en Jordania a cargo de la mencionada “Casa de Santiago” dirigida por el entonces Director del Museo Arqueológico Nacional y fundador de dicha institución, el doctor Martín Almagro Bosch. En 1962 y bajo la dirección del doctor Joaquín González Echegaray y el arqueólogo Emilio Olávarri (sacerdote de larga experiencia personal en la arqueología oriental durante la primera mitad del siglo XX) se excavó el yacimiento de El Khiam, de la época del Hierro. Dos años más tarde, el mismo Olávarri (de la Universidad de Oviedo) inició una serie de excavaciones en distintos yacimientos jordanos (Aroer, 1964-67; Tell Medieh, 1976 y 1982; la ciudadela omeya de Ammán, 1978, 1979 y 1981) siendo la intervención más destacada la que llevó a cabo en la importantísima ciudad de Gerasa, donde al frente de la dirección de los equipos internacionales que excavaban en la zona, trabajó durante un año y medio (1983-1984) en la excavación del ágora de la ciudad.
El siguiente país donde se trabajó fue en Siria. En primer lugar, fue la Universidad Autónoma de Madrid la que tomó la iniciativa y realizó en el Valle del Balikh, un estudio de la zona, con la exploración de más de 20 tells y algunas intervenciones en dos de ellos bajo la dirección del doctor J.M. Córdoba Zoilo. La excavación se desarrolló a lo largo de tres campañas (1988-1990) y tenía como objetivo el estudio de las culturas mitanias y hurritas durante la época del Bronce Medio y Tardío. A esta misión le siguió la desarrollada también en Siria, en Tell Qara Qûzâq, por parte del Instituto Interuniversitario de Estudios del Próximo Oriente Antiguo bajo la dirección del doctor Gregorio del Olmo Lete, de la Universitat Central de Barcelona, y del arqueólogo Emilio Olávarri. La misión se encontraba enmarcada dentro de un proyecto de salvación por la construcción de la presa siria de Tishrin, motivo por el cual aquella zona de Siria fue objeto de intensas campañas de excavación por parte de muchas misiones internacionales. El equipo español inició los trabajos en 1989 y los acabó en 2000 como consecuencia de la anunciada inundación del valle; entre los descubrimientos más significativos destacan una importante instalación comercial de la época del Bronce Medio dependiente del reino anatólico de Karkemish, así como un templo del Bronce Antiguo, con el hallazgo de un depósito de fundación intacto. Poco antes de la finalización de la excavación en Qara Qûzâq, el mismo instituto llevó a cabo una nueva excavación en Siria, en Tell Hamís, entre los años 1992 y 1997. En este caso la dirección de la misma estuvo a cargo de los doctores Antonio González Blanco y Gonzalo Matilla, de la Universidad de Murcia, donde destacó el hallazgo de un importante nivel de ocupación helenístico. Aún en Siria e igualmente en respuesta a las excavaciones de urgencia por la construcción de la presa, la Universitat Autònoma de Barcelona, bajo la dirección del doctor Molist, excavó en el lugar de Tell Halula desde 1991 y aún continúa desarrollándose en la actualidad, ahondando en los más antiguos periodos de la historia próximo-oriental, especialmente en el proceso de neolitización del Valle del éufrates, entre el 12000 y el 5400 a.C.
Cambiando de país, la presencia española también se hizo sentir en Israel, con la participación de la Universidad Complutense de Madrid en las excavaciones de Tell Hatsor, en la Alta Galilea, en colaboración con la Universidad Hebrea de Jerusalén a partir de 1990 y hasta el 2000. La dirección estuvo a cargo del doctor Ammón BenTor y de la doctora Mª Teresa Rubiato, de las respectivas universidades. A lo largo de las 10 campañas realizadas en el que es el más importante de los yacimientos de la Edad del Hierro de Israel, son muchos los hallazgos realizados (templos, puertas monumentales, palacios cananeos, obras de arte, murallas imponentes.), pero siempre ha quedado la espina de no haber encontrado el archivo real que, sin duda, haría las delicias de los arqueólogos e historiadores de la época más esplendorosa del Reino de Israel, la de la monarquía de David y Salomón.
De nuevo en Jordania, se continuaron los trabajos de consolidación y restauración en la Ciudadela Omeya de Ammán (iniciados en el año 1974) por parte del arqueólogo Julio Navarro Palazón, de la Escuela de Estudios árabes de Granada (dependiente del CSIC) hasta el 2001, y en el Qasr Hallabat-Umm al-Jimal, a cargo de Ignacio Arce y Roberto Parenti, del Instituto Juan de Herrera. La Universidad de Oviedo también participa en este país desde 1989 y hasta la actualidad con la excavación de un extenso poblado del Bronce Antiguo en el emplazamiento de Jebel al-Mutawwaq, bajo la dirección de J.A. Fernández Tresguerres; en esta misma zona, el equipo español documentó también numerosos monumentos megalíticos, excavando una veintena de ellos.
En Tiro, la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, bajo la dirección de la Dra. Mª Eugenia Aubet, ha estado excavando la Necrópolis fenicia de Al-Bass, en Tiro, desde el año 1997 y hasta el 2004, con las lamentables interrupciones a causa de la situación política del país. Esta necrópolis, que abarca entre el siglo IX y el VII a.C., se ha revelado como una de las más interesantes por el hecho de no tratarse de los conocidos toffet (enterramientos infantiles), sino por ser una necrópolis de personas adultas y, además, por ser una de las pocas necrópolis excavadas tan extensamente en el mundo del Próximo Oriente Antiguo.
Una única participación en Turquía ha sido la realizada por un equipo español, dirigido por el profesor J. Gil Fuensanta de la Universidad de Alicante en el yacimiento de Tilbes Höyük, entre 1995 y 2001 (y a partir el año 2000 también en el vecino asentamiento de Surtepe). Como en el caso de las misiones de Siria, también en esta ocasión fue en respuesta a una llamada de emergencia por la construcción de una presa, la de Birebyik. De la excavación de Tilbes Höyük destacaron los hallazgos de la época calcolítica, que corroboraban una estrecha relación con el mundo mesopotámico, así como los del Bronce Medio, cuando fue sede de un importante centro urbano, religioso y comercial, visitado frecuentemente por los comerciantes asirios en su expansión comercial por Anatolia. Del mismo modo, también fue sólo una la misión que se llevó a cabo en Irak, la de Tell Mahuz, dirigida por el doctor Córdoba Zoilo, y que se inició en 1989-1990, pero que con la Guerra del Golfo, vio paralizada su actividad hasta 1997; desde entonces, los trabajos continuaron hasta que en 2003, la nueva guerra de Irak supuso de nuevo el cierre de las actividades. El emplazamiento, situado en la orilla izquierda del Zab Menor, cerca de la ciudad de Kirkur, había pertenecido históricamente al reino de Arrapha, que formaba parte de la gran potencia de Mittani hacia la segunda mitad del II milenio a.C. Los datos recogidos hasta el momento revelan la importancia de la ciudad en esta época y también a lo largo del I milenio y en la época partosasánida (siglos III a.C.-IV d.C.); también destaca el hallazgo de dos grandes plataformas, posibles basamentos de templos.
Finalmente, la excavación oriental más alejada ha sido la llevada a cabo en el yacimiento de Mleha, en la Península de Omán, desde 1994 y hasta el 2003. Se trataba de una misión en la que participaron la Universidad Autónoma de Madrid (con el doctor Córdoba Zoilo al frente), la Universidad Politécnica de Madrid y la Maison de l’Orient-CNRS de Lyon; su objetivo era el estudio de las comunidades campesinas durante la Edad del Hierro.
EL FUTURO DE LAS EXCAVACIONES EN ORIENTE
Tras este repaso de las excavaciones españolas en Oriente podemos pensar que la situación de la arqueología oriental en España es excelente, pero los últimos presupuestos aprobados por el Ministerio de Cultura (2004) para subvencionar algunas de estas misiones no parecen que ayuden mucho a que así sea: un total de 97.000 euros (apenas 16 millones de las antiguas pesetas) a repartir entre cuatro proyectos de excavación e investigación, dos en Jordania (excavaciones en Jebel al-Muttawwaq y Qasr Hallabat-Umm al Jimal), uno en Líbano (necrópolis fenicia de Tiro Al-Bass) y uno en Siria (Tell Haluda). A esto se añade la no lejana amenaza por parte de la Administración del cierre de los institutos y sedes permanentes españolas en Jordania y Egipto.
Ante estos datos, no es de extrañar que España, que hace dos siglos podía haberse puesto a la delantera de la orientalística mundial, aún esté hoy en una posición más que modesta. De no ser por los grandes profesionales españoles (en algunos casos, lamentablemente, “exiliados” a universidades extranjeras) que luchan diariamente con la Administración y contra una sociedad cada vez menos interesada en el mundo de la cultura, que vive el día a día como si fuera el último y en donde lo que hoy es nuevo mañana está desfasado, de no ser por su entusiasmo, profesionalidad y amor por Oriente, el estudio del Próximo Oriente Antiguo no representaría en este país más que una exótica afición de unos pocos en lugar de una profesión y una ciencia tan digna como cualquier otra.
Un último esfuerzo de esta lucha desigual entre la recuperación de la milenaria memoria de nuestra propia cultura y un mundo que no quiere mirar ni siquiera al ayer, lo encontramos en la última misión que este mismo año va a iniciar la primera de la que esperamos sea una larga serie de campañas; se trata de la misión organizada por el doctor Montero, de la Universidad de A Coruña, en el emplazamiento sirio de Tell esSinn y subvencionada por la propia Universidad, el Ayuntamiento de El Ferrol y la Fundación OSAME de Siria. A él y a su equipo, así como a todos aquellos amantes de las tierras de Oriente, les agradecemos su encomiable esfuerzo y dedicación y les deseamos que los lejanos dioses mesopotámicos guíen sus pasos y los golpes de sus azadas para poder recuperar su perdida sabiduría a fin de que nos ilumine en un mundo que, con el incesante goteo de muertes en lo que fue la cuna de la civilización, cada vez se apaga un poco más.
Felip Marsó