Más allá del Nilo. Viajes y expediciones faraónicas en el antiguo Egipto
Las aventuras de los viajeros y exploradores egipcios son muy poco conocidas. Frente a las hazañas de sus herederos, los intrépidos navegantes fenicios y griegos, los egipcios han pasado a la historia como un pueblo anclado a su tierra y poco dado a salir de casa. Sin embargo, los habitantes del Nilo viajaron, y muy extensamente, por Siria, Fenicia, Creta, Chipre, Libia, Túnez, áfrica oriental, el Sudán, el mar Rojo, la costa arábiga, Persia y posiblemente la India a través del océano índico (al que llamaban “mar del éufrates”). Sus expediciones fueron grandes empresas comerciales, que buscaban controlar políticamente los territorios vecinos. Fueron viajes muy costosos, en los que se desplazaban enormes contingentes de hombres: tres mil envió el faraón Mentuhotep III al “País de Punt” en áfrica oriental y Mentuhotep IV mandó a unos diez mil al mismo destino, según constatan los documentos de la época, unos escritos en los que se adivinan apasionantes hazañas en territorios lejanos, en uno de los capítulos menos conocidos de la historia egipcia: el de sus viajeros.
La primera de las expediciones al llamado País del Punt fue también el principio de la exploración del interior del continente africano. Esta región era el origen del codiciado incienso que se comercializaba en todo Oriente y de ahí el interés de los faraones por hacerse con su control. Algunos identifican este lugar con Somalia y otros con Eritrea o con Saba y en los Anales del Reino Antiguo aparecía descrito como las “terrazas del incienso” (“khetiu anti”), y también el “país del dios” (“Ta-neter”). Con el tiempo la Tierra o País de Punt llegó a estar comunicada con Biblos por una ruta marítima regular y más rápida –que iba desde el mar Rojo, pasando por los canales del Nilo hasta llegar al Mediterráneo– con la ciudad fenicia de Biblos (Gubla), que era en aquella época uno de los más prósperos puertos comerciales del Mediterráneo oriental.
La primera referencia a una expedición al Punt lo encontramos en la famosa Piedra de Palermo –documento perteneciente a la V Dinastía (2450 A.C.)– que es también el primer testimonio que tenemos de una exploración protagonizada por egipcios. Una inscripción dejada ocasionalmente en Asuán por un antiguo viajero explica: “(…) Habiendo partido con mis amos, los príncipes y jefes del tesoro, Teti y Khui, a Biblos y Punt, viajé por estos países once veces”.
KERKHOUF, PRíNCIPE DE ASUáN Y EXPLORADOR DE áFRICA
Casi dos siglos más tarde, los reyes de la VI Dinastía (Pepi II, 2270 A.C.) decidieron colonizar Nubia, algo que tendría una trascendental importancia para el posterior desarrollo económico de Egipto. En el primer nomo (región administrativa) del Alto Egipto situado por encima de la primera catarata, vivían los “nehesiu” o “nubios”, que en muchas ocasiones proporcionaron soldados al ejército egipcio y mano de obra para las minas de diorita y amatista que se obtenían del “País de Ibahet”, al norte de Abu Simbel.
El faraón Pepi I, impulsor de la colonización, envió como “nomarca” de Edfu al egipcio Merirenefer, con la misión de realizar la simbólica “apertura de la puerta de Elefantina”, es decir, explorar la entrada a los desfiladeros del desierto del sur. Su objetivo real era preparar la expansión de Egipto hacia el Sudán. Su sucesor continuó con el mismo plan, mandando a las tierras nubias al monarca de Elefantina (Iri) y a su hijo Herkhuf (o Kerkhouf) para explorar el “país” de Yam, “establecer una ruta comercial directa” y colonizar el lugar para afianzar su dominio comercial y político. Su sucesor Pepi II, que según la tradición, vivió hasta los cien años, de los cuales gobernó Egipto durante noventa y sei, era sólo un niño cuando accedió al trono pero prosiguió la exploración de áfrica interior, lo que prueba que no se trataba de un capricho de un faraón concreto sino que obedecía a un interés estratégico, que sería mantenido durante mucho tiempo.
Por los documentos que han llegado hasta nosotros sabemos que el príncipe Herkhuf, como nomarca de Elefantina, era también jefe de caravanas e hizo muchos viajes, abriendo siempre nuevos caminos tal como se registra en las inscripciones de su tumba en Asuán. Las exploraciones de Herkhuf sirvieron sobre todo para controlar las rutas comerciales hacia el sur, pero también tuvieron el sabor de la aventura y la audacia de los más grandes exploradores de todos los tiempos. Al comenzar el relato de la primera expedición del príncipe junto a su padre Iri, ordenada por el faraón Merenra, se cuenta que: “… La Majestad de Merenra, mi Maestro, me ha enviado, juntamente con mi padre, el único amigo y sacerdote-lector, Iri, hacia el País de Yam para abrir la entrada hacia aquella región. Yo hice esto en siete meses; y me he llevado toda suerte de tributos, bellos y raros, y fui alabado muy grandemente por eso”.
El viaje de ida y vuelta del príncipe Herkhuf desde Elefantina a Yam duró siete meses, un dato muy valioso para que los arqueólogos e historiadores estudien cómo y a qué velocidad viajaban los egipcios. De esta campaña comercial pacífica los egipcios consiguieron un buen botín en forma de tributos de los pueblos locales. Con este viaje, Iri y Herkhuf consiguieron la fama y el favor del faraón. Herkhuf realizó años después una segunda expedición, ya sin su padre Iri, y por una ruta diferente (“que abrió una nueva entrada a los países del sur”). Duró ocho meses y tuvo incluso más éxito que el primer viaje ya que consiguió establecer relaciones con varios “países” y llegar al País de Yam por el oeste, siguiendo un camino que él consideraba desconocido hasta entonces para los egipcios.
“… Su Majestad me envió una segunda vez, solo. Me puse en camino por la entrada de Elefantina, di la vuelta por el país de Irtje, Makher y Teres e Irtet, empleando ocho meses. Regresé llevando dones de aquella región en grandísima cantidad, como jamás se había llevado en aquel país. Al regresar atravesé el entorno del jefe de Zatu e Irtje. Yo había abierto la entrada a estos países. No hubo jamás ninguno de los amigos y de los superintendentes dragaminas que hubiera ido a Yam antes que yo, (que obtuviera tanto)”.
Herkhuf realizó una tercera expedición en la que llegó hasta uno de los oasis líbicos –quizás Selimah– con los cuales el príncipe de Yam se encontraba en lucha. Fue un viaje lleno de percances, debido a los conflictos que existían entre los pueblos de la zona por la posesión del agua. “… Su Majestad me envió una tercera vez. Partí del nomo de Tinis (Wehaat) por la ruta del oasis y encontré al jefe de Yam yendo a la tierra de Tjemeh, para golpear con violencia a Tjemeh, en la esquina occidental del cielo. Fui delante después de él a la tierra de Tjemeh y lo pacifiqué, hasta que hubo alabado a todos los dioses por causa del rey”.
Según se desprende de estos relatos, las tribus del desierto debían suponer un gran problema para los viajes de exploración de los egipcios, la ocupación de la zona costera y el desarrollo de los intercambios comerciales con Yam y con otros lugares del áfrica oriental. Herkhuf describe su viaje: “Descendí con 300 asnos cargados con incienso, ébano, ‘heknu’, grano, panteras, marfil y todo buen producto. Ahora cuando el jefe de Irtjet, Setju, y Wawaat vio lo fuerte ynumerosa que era la tropa (egipcia) que descendía de Yam conmigo (rumbo) a la Residencia real y los soldados que se había enviado conmigo, (entonces) este (jefe) rápidamente hizo negociaciones conmigo y me trajo y me dio bueyes y cabras; después me condujo a los caminos de las regiones montañosas de Irtjet, en gracia a la vigilancia que yo había ejercido más que cualquier otro amigo o inspector de caravanas que se hubiera enviado a Yam con anterioridad. Ahora, cuando este humilde servidor descendía el río para volver a la residencia, me fue enviado al único amigo y superintendente de los dos baños, Khuni, con naves cargadas con vino de palma, dulces, pan y cerveza. El príncipe Harkhuf, el guardián del dios, el ejecutor de las órdenes (reales)”.
En su viaje de vuelta a casa, los jefes de las tribus de Irtet y de Setiu intentaron obstruirle el paso con el fin de robar el cargamento. Pero “cuando vieron la importancia de las tropas egipcias” las tribus terminaron sometiéndose y ofrecieron a Herkhuf ricos tributos para aplacar su ira.
La cuarta exploración al país de Yam, y posiblemente más allá, tuvo lugar ya bajo el reinado de Pepi II. En su tumba, Harkhuf hizo registrar una carta dirigida al joven rey en la que le informaba sobre el hallazgo de un pigmeo bailarín, algo que interesó mucho al monarca: “Sello real, año dos, mes tercero de la primera estación, día 15. Decreto real al único Compañero, el Sacerdote del Ritual e Inspector de Caravanas, Herkhuf. He sido notificado del asunto de tu carta, la cual enviaste al rey, al palacio, por lo que pude saber que has descendido con seguridad a Yam junto con el ejército. Dices en esta carta que has traído grandes y hermosos presentes, que Hathor, señora de Yam, ha dado al ka del rey del Alto y Bajo Egipto Nefer-ka-re (Pepi II), quien vive para siempre. Has dicho que tú traes un enano danzarín del dios de la tierra de los espíritus, como el enano que el Tesorero del dios Bawer-djed, trajo desde Punt en el tiempo de rey Isesi. Tú has dicho a mi majestad: “Nunca antes algo así se ha traído por cualquier otro que haya visitado Yam.”
El explorador relata también al faraón que lleva asnos cargados de terebinto (arbusto de corteza resinosa), un producto indispensable para el culto religioso, así como marfil, ébano, bueyes y ganado menor. Y sobre todo, al bailarín pigmeo “deng”. El faraón, que sólo tenía ocho años de edad, respondió rápidamente mandándole instrucciones para que volviera a la Corte con el pigmeo. Esta correspondencia entre el faraón y el explorador nos permite conocer cómo eran las misiones político-comerciales emprendidas por los egipcios. Es muy posible que esta cuarta excursión llegara mucho más al sur que las anteriores, cerca de donde vivían los pigmeos. En el relato, el rey ordena: “¡Ven a la corte inmediatamente!. Trae a este enano contigo, vivo, próspero y saludable desde la tierra delos espíritus, para los bailes del dios, (para) regocijar y alegrar el corazón del rey del Alto y Bajo Egipto, Nefer-ka-re quien vive para siempre. Cuando baje contigo del barco, asigna a los mejores cuidadores, quienes estén a cada lado de él con vasijas; ¡toma precauciones para que no se caiga al agua! Cuando él duerma por la noche asigna personas confiables para que duerman a su lado en la tienda; ¡inspecciónalo diez veces por noche! ¡Mi majestad desea ver este enano más que todos los regalos de Sinaí y de Punt! ¡Si al llegar tú a la corte, este enano está contigo vivo, próspero y saludable, mi majestad hará por ti una cosa más grande que la que se hizo por el Tesorero del dios, Bawer-djed, en el tiempo del Rey Isesi, según el deseo del corazón de mi majestad de ver este enano! Se ha enviado órdenes a los jefes de los nuevos pueblos, para que la compañía y el profeta superior tomen su sustento de los almacenes de cada ciudad y cada templo, sin escatimar nada”.
Hacia el final del largo reinado de Pepi II, Egipto había consolidado su posición en Nubia y los viajes de Biblos a Punt se habían convertido en una ruta regular para el intercambio comercial de maderas, incienso, piedras semipreciosas y productos de lujo, un comercio que alcanzó un extraordinario desarrollo, y puso en contacto a Oriente y Europa con áfrica.
HENENU EN EL PAíS DEL PUNT
Otro de los más notables exploradores egipcios fue Henenu, un comerciante que durante la XI Dinastía (210-1899), en tiempos del faraón Mentuhotep III, se dedicaba a transportar en barco materiales de construcción a través del mar Rojo. Sus viajes indican la potencia del estado egipcio en aquella época. Cada viaje atravesaba zonas desiertas en las que resultaba realmente complicado aprovisionar al gran ejército que acompañaba la expedición. Era necesario abrir pozos en el camino, tal y como explican los textos encontrados: “A cada hombre di sus raciones, una botella, dos jarros de agua, veinte barras de pan. Los asnos llevaron los frascos. Cuando uno de ellos se cansaba, otro lo sustituía. Excavé doce agujeros en el wadi, dos agujeros en Idahet, de veinte cúbitos de ancho y treinta de profundidad. De otro agujero en Idahet de diez cúbitos en cada dirección, brotó agua”. Una vez en la costa, navegaron hacia el sur a lo largo de la península arábiga.
Gracias a los datos que aportaron las expediciones de Henenu, el segundo hijo del faraón Mentuhotep II construyó fortalezas para consolidar las fronteras de Egipto y prevenir el avance de los pueblos asiáticos. Para ello erigió edificaciones en Abidos, Armant, Elefantina y el oeste de Tebas y comenzó la construcción de su tumba en Deir Bahri (cerca de la tumba de su padre). Su sucesor, Mentuhotep III decidió enviar una expedición con tres mil hombres a la ya entonces legendaria tierra de Punt, en el octavo año de su reinado. Una inscripción en las canteras a Wadi Hammamat conserva un recuerdo de la salida la expedición bajo las órdenes del mayordomo Henenu: “Los soldados que tenía conmigo vinieron del sur. Todos los oficiales reales, los hombres de la ciudad y el pueblo, marchaban detrás de mí. Los exploradores se abrieron camino ante la repulsa de los enemigos del rey. Los oficiales me obedecieron”.
LA GRAN EXPEDICIóN DE LA REINA HATSHEPSUT
El relieve funerario que se conserva en el templo de la reina Hatshepsut en Deir el-Bahari nos relata la mayor de las expediciones realizadas al País del Punt: la organizada bajo su reinado (1492 A.C., XVIII Dinastía). Este viaje y su relato es también el primer ejemplo conocido de cierto “estudio antropológico” sobre una cultura extranjera, ya que detalla con bastante detalle la flora y fauna de las regiones, los hombres e incluso sus viviendas.
El jefe de la doble expedición por tierra y mar fue el egipcio Nehesi. La flota de navíos estaba compuesta por los llamados “kebenit”, o barcos largos con un espolón en la proa y un adorno en forma de papiro en la popa, que podían navegar a vela o remo. En el texto le dice Amón a la reina: “Exploraré las rutas hacia Punt, descubriré los caminos hacia las terrazas de mirra, tras guiar la tropa por agua y por tierra…”. Y después en otra escena: “(…) Navegando por el mar. Tomando la ruta correcta hacia la Tierra del dios (…)”.
El relato de la expedición nos cuenta un viaje muy tranquilo que tenía como objetivo obtener “las maravillas de todos los países”, los productos más exóticos y caros, muy demandados por los egipcios de la época. “Navegando por el mar, comenzando el buen camino hacia la Tierra del Dios,navegando en paz hacia el país de Punt, por el ejército del señor de las Dos Tierras, de acuerdo con la orden del señor de los dioses, Amón, señor de los tronos de las Dos Tierras, que está al frente de Karnak, para traerle las maravillas de todos los países porque él ama grandemente al rey del Alto y Bajo Egipto”.
Al llegar, la expedición acampó “junto a la terraza de mirra de Punt, al lado del mar”, una referencia que ha servido para intentar ubicar a Punt: parece que estaba situado junto a lomas de montañas, muy cercanas al mar. Los navegantes de Hatshepsut encontraron en el País del Punt chozas cónicas levantadas sobre pilotes entre las palmeras, que fueron dibujadas por los pintores egipcios de la reina que viajaban como parte de la expedición para poder reflejar lo que encontraban. Nada más llegar, acudieron al encuentro de los visitantes los grandes personajes del País del Punt, encabezados por su reina –a la que representaron con ciertas deformidades físicas, probablemente elefantiasis–, su hija y un grupo de hombres destacados, con quienes intercambiaron saludos y regalos, los mejores productos de cada país. El documento cuenta que la expedición regresó a Egipto con “barcos pesadamente cargados”, con oro, mirra, ébano, marfil, maderas, incienso, pintura de ojos, monos, perros, pieles y siervos: “Llegada de los Grandes del Punt, inclinándose con la cabeza gacha, para recibir a este ejército del rey. Entonan alabanzas al señor de los dioses Amón-Re (…) Ellos dicen, solicitando la paz: ‘¿Por qué habéis llegado hasta aquí, hasta este país que la gente desconoce?, ¿habéis venido por los caminos del cielo?, ¿habéis navegado sobre las aguas, por la tierra y el mar de la Tierra del dios? ¿Habéis marchado (por el camino) de Re? (Con respecto) al rey de Egipto, no hay ruta hacia su majestad, para que nosotros (podamos) vivir por el aire que da? (…) Cargando los barcos pesadamente con las maravillas del País de Punt: todas las buenas maderas aromáticas de mirra, ébano, marfil puro, oro verde de Amu, madera
Expedición de la reina Hatshepsut cargando sus barcos con productos de Punt.
de cinamomo, madera-hesyt, incienso ihemut, incienso, pintura de ojos, monos, babuinos, perros, pieles de pantera del sur, y siervos y sus hijos. Jamás se trajo nada igual a esto para ningún (otro) rey desde el principio del tiempo”.
El relato sobre la expedición no sólo cuenta muchos detalles del país, sino que también dice mucho del proyecto de expansión política y comercial de Hatshepsut que justifica su expedición como un acto de voluntad divina, pero también como un buen negocio para los mercaderes y para el estado egipcio. Pero ¿por qué se conmemoró esta expedición de forma tan notoria en el templo funerario de Deir el-Bahari, si no era el primer viaje a Punt. Probablemente porque significaba la legitimación de una reina faraón. El relato nos narra con todo detalle los preparativos, la partida de los expedicionarios, su llegada, nos describe a los aborígenes, los artículos obtenidos y el triunfante regreso.
LA CIRCUNVALACIóN DE áFRICA DE NECAO
En tiempos de Tutmosis III y Ramsés III, continuaron las relaciones y los viajes al País del Punt. Hay muchos informes que hacen referencia a flotas de grandes navíos denominados “menesh”, construidos por carpinteros y artesanos mesopotámicos, y botados al mar desde el éufrates hacia el Muqed, o “mar del éufrates” (el actual golfo Pérsico).
Pero sin duda, el más famoso viaje de exploración de los egipcios es el que relató el historiador griego Herodoto sobre la circunnavegación fenicia con escalas, “financiada” por el faraón Necó (o Necao, Dinastía XVIII). Este viaje en torno a Libia (nombre con el que los griegos llamaban al áfrica) fue toda una hazaña de exploración y descubrimiento. Herodoto (485-425 A.C.) atribuye a Necao el descubrimiento de que áfrica estaba rodeada por el mar. En su Historia –libro 4, 42– cuenta cómo se organizó la gran exploración: “La Libia se presenta a los ojos en verdad como rodeada de mar, menos por aquel trecho por donde linda con el Asia. Este descubrimiento se debe a Neco, rey de Egipto, que fue el primero, a lo que yo sepa, en mandar hacer la averiguación, pues habiendo alzado mano de aquel canal que empezó a abrirse desde el Nilo hasta el seno arábigo, despachó en unas naves a ciertos Fenicios, dándoles orden que volviesen por las columnas de Hércules al mar Boreal o Mediterráneo hasta llegar al Egipto. Saliendo, pues, los Fenicios del mar Eritreo, iban navegando por el mar del Noto: durante el tiempo de su navegación, así que venía el otoño, salían a tierra en cualquier costa de Libia que les cogiese, y allí hacían sus sementeras y esperaban hasta la siega. Recogida su cosecha, navegaban otra vez; de suerte que, pasados así dos años, al tercero, doblando por las columnas de Hércules, llegaron al Egipto, y referían lo que a mí no se me hará creíble, aunque acaso lo sea para alguno.”
Según Herodoto, este primer viaje de circunnavegación de áfrica fue realizado casi dos mil años antes de que los portugueses doblasen el cabo de Buena Esperanza. No se sabe si el relato es verídico o no, pero es importante que en él se describa la posición del sol a la derecha cuando éste era contemplado desde el hemisferio austral.
Pero ¿qué llevó al faraón Necao a organizar este viaje? Tal vez fuera un paso previo antes de emprender un proyecto de mayor amplitud: la reparación del antiguo canal de Tumilat para continuar con la expansión de sus rutas comerciales estableciendo contactos con otros pueblos con el fin de construir un circuito económico basado en la navegación marítima. Otra posible razón sería sencillamente el deseo de explorar nuevas riquezas en beneficio de Egipto.
LA NAVEGACIóN EN TIEMPOS DE DARíO
Con la llegada de los persas, Egipto entró en una época de expansión económica y prosperidad basada en la producción interna, parte de la cual se dedicaba a la exportación, y en el dominio del mar, que mantenía al país en contacto con el extranjero. En Egipto, Darío no haría más que continuar con los proyectos de Necao. Por eso mismo, envió a Escilax desde la desembocadura del Indo al mar Rojo con el objetivo de reestablecer relaciones directas entre la India y Egipto, ya que el intercambio estos dos “países” parece haber existido desde hacía muchos siglos. Esta ruta llegaría a convertirse en una de las vías esenciales del imperio Persa. Darío también hizo reconstruir el canal de Necao y, en el cuarto año de su reinado (518) viajó a Egipto para encontrarse con la expedición de veinticuatro navíos confiada a Escilax, en la inauguración del canal, con una grandiosa ceremonia. La hazaña fue conmemorada con tres grandes estelas de granito rosa con inscripciones en egipcio, arameo, persa antiguo, elamita y acadio, erigidas como marca del canal, en Tell el-Maskhutah, el-Kabrit y Suez.
Con esta obra realizada por un rey persa culminaba un largo proceso histórico de exploración del continente africano que había convertido a Egipto en el mayor centro del comercio internacional en la Antigüedad.
Elena Nichol