El primer descenso del Nilo Azul
A comienzos del siglo XXI, pocas exploraciones geográficas quedan ya por realizar en nuestro planeta, y una de las últimas en llevarse a cabo fue la que se organizó en el año 2004 con motivo de la realización de la película documental “El misterio del Nilo”. Fue una expedición que recorrió el río a lo largo de su principal tributario, el Nilo Azul, que transporta las aguas provenientes de las lluvias monzónicas en las altas montañas de Etiopía. Esta ha sido la primera expedición completa y documentada del Nilo Azul de la historia, realizada a bordo de barcas ligeras que tuvieron que sortear toda clase de rápidos y accidentes geográficos.
Para muchos aventureros, el Nilo es un referente épico de aventuras exóticas y descubrimientos, y el Nilo Azul, el misterioso tributario al que el Nilo Blanco desposeyó injustificadamente la gloria de su nacimiento. Y es que el Nilo, el río más famoso y fecundo para la civilización, ha despertado una gran fascinación desde la antigüedad, reconocida ya por las crónicas del viajero griego Herodoto, que en el siglo IV a.C. escribió acerca del enigma de su procedencia. Mucho más tarde, en el siglo XVIII, el ansia de fama y fortuna de los exploradores europeos situó el descubrimiento de sus fuentes como uno de los mayores retos de todos los tiempos. Sin duda, la visión eurocéntrica de la época victoriana tuvo mucho que ver con encumbrar tal reto a la categoría de gesta universal, menospreciando el vínculo de quienes, generación tras generación, vivían apegados a la historia y a la realidad de un río que sustentaba su existencia: los propios africanos.
En 2006, el río más largo del mundo sigue surcando la misma ruta de hace ciento cincuenta años, cuando Richard Burton y John Hanning Speke se abrían paso a golpe de machete por el lago Tanganika y las Montañas de la Luna hacia el lago Victoria, pero el entorno humano y medioambiental por el que discurren sus aguas ha cambiado tremendamente: sobrepoblación, carreteras, diques, presas hidroeléctricas, lagos artificiales, segmentos desviados, cruceros, barcas motoras, bombas extractoras para irrigar los campos, puentes, canales ciegos contaminados, vertederos, etc. Ni Burton ni Speke podrían haber imaginado tal transformación desde los tiempos de la enconada competición que mantuvieron para presentarse ante la sociedad británica y al mundo como los primeros descubridores de las fuentes del Nilo. Tampoco podrían haber imaginado semejante transformación los mismos nativos de la región, que hoy ven con asombro como el caudal del gran río empieza a ser insuficiente para cubrir sus necesidades y expectativas de desarrollo. Cerca de doscientos millones de personas dependen hoy de las aguas del Nilo Azul, y la población va camino de doblarse en los próximos veinticinco años. Tal expectativa obliga a los gobiernos de Etiopía, Sudán y Egipto a plantearse cómo asegurar el caudal y la calidad del agua del río en el futuro.
Desde hace unos diez mil años, desde que el Nilo alimentó una floreciente sociedad agraria neolítica emergente, las continuas crecidas del río constituyeron el reloj de una civilización cada vez más sofisticada que, leyendo los astros e interpretando la naturaleza, crearía el primer calendario anual de 365 dias de la historia de la humanidad. La civilización egipcia es, con rotundidad, la gran civilización del río y sobre sus orillas han quedado los testigos de varias dinastías de reyes que, desde el 2900 a.C hasta el siglo I de nuestra era han dejado como legado sus pirámides, sus templos, sus tumbas y sus ajuares para encontrarse en la vida del más allá. A mi entender, no hay obra de ingeniería y arte capaz de igualar las pirámides de Keops, Kefrén i Micerinos, las tumbas de Sethi I, Tutmosis III y Nefertari o los templos de Luxor, Karnak y Abu Simbel.
EL MISTERIO DEL NILO
En los años noventa, diversos viajes al Nordeste de Africa para la realización de una serie documental de televisión sobre la conservación del Patrimonio Cultural de la Humanidad me acercó al patrimonio cultural y natural de tres países unidos por las aguas del Nilo Azul: Etiopía, Sudán y Egipto, y más que sentirme cautivado por las grandes expediciones victorianas, me sentí cautivado por la realidad de una región que mantiene vivo un legado histórico, cultural y natural impresionante. Egipto, por más que acceda a la modernidad y al progreso, conserva el aura de belleza y misterio en cada piedra de sus templos; Sudán, aunque despierta de su letargo y abandono, sigue conservando la mayor variedad de paisajes desiérticos y pueblos olvidados del mundo; y Etiopía, a pesar de convertirse en un destino turístico ofensivo para la miseria de su población, guarda el resplandor de tres herencias dentro de un sólo Estado: la herencia judeocristiana del Norte, la islámica del Este y la africana tribal del Sur. El mosaico de pueblos, razas, culturas y paisajes a lo largo de estos tres paises, conectados por la costa del Mar Rojo al Este y por el río al Norte –el Nilo Azul– constituye uno de los puzzles geográficos y antropológicos más interesantes del planeta. No era de extrañar, por tanto, que tras trotar cámara en mano por estos paises para mis anteriores documentales de televisión, decidiera por fin llevar a cabo un proyecto cinematográfico de la magnitud de “El Misterio del Nilo”, una película en Gran Formato IMAX que recorrería los tres paises, llevado por la corriente de las aguas del Nilo Azul: cerca de cinco mil kilómetros, navegando río abajo desde las inmediaciones del Lago Tana en Etiopía hasta la costa mediterranea en Egipto, un reto no apto para ningún productor de cine que no resista los desquiciantes problemas logísticos, de aduanas, de permisos y de mobilidad que comporta proyecto semejante.
En la idea original del proyecto se barajaban dos alternativas: remontar el río o bien descenderlo; dos opciones que marcaban perspectivas diferentes.
La de remontar el río suponía poner el acento en conseguir realizar una gesta expedicionaria al estilo de los viejos héroes Burton, Bruce, Speke o Livingstone, y la segunda dar mayor relevancia al discurrir del mismo río antes que a la aventura expedicionaria. Finalmente, tras darnos cuenta de que el verdadero protagonista era el río y no nuestra pasión aventurera y de que podríamos realizar la navegación en botes ligeros hasta el Mediterráneo, nos decidimos por la segunda opción.
A primeros de noviembre de 2003, un equipo de cuarenta profesionales de rodaje, logistas y expedicionarios llegábamos a Bahir Dar, a orillas del Lago Tana, para empezar una aventura que nadie sabía como acabaría. Los protagonistas del viaje y de la película eran seis voluntarios que se habían prestado a participar hasta donde llegaran sus fuerzas. Además del geofísico, aventurero y líder de la expedición Pasquale Scaturro, contamos con el kayakista Gordon Brown, la arqueóloga española Myriam Seco, el fotógrafo chileno Michel L’Huillier, la periodista Saskia Lange y el hidrólogo egipcio Mohamed Megahed. Los primeros días de rodaje se destinaron a asegurar escenas y secuencias en varias localizaciones y a mediados de diciembre se filmaba el descenso de las barcas por las famosas cataratas Tisisat, el desagüe del Lago Tana a partir del cual las aguas empiezan a discurrir por un larguísimo y accidentado cañón. A partir de ahí, los protagonistas eran libres de seguir, abandonar o evitar los tramos que consideraran más arriesgados, pero la mayoría decidió seguir en la balsa y dos de ellos, Scaturro y Brown, culminarían todo el trayecto hasta Alejandría sin dejar el bote ni un solo día.
Aún a pesar de los grandes riesgos, la decisión de llevar a cabo la aventura fue un acierto: durante 115 días, un equipo de exploradores conducidos principalmente por Scaturro superó con éxito toda clase de dificultades, como cataratas, rápidos mortales, ataques de cocodrilos e hipopótamos, disparos de bandidos, brotes de malaria, accidentes de navegación, etc. Entre los recuerdos de Gordon Brown figura el milagroso remo que se interpuso entre su cuerpo –enfundado en el frágil Kayak– y un enorme cocodrilo de seis metros que saltó a comérselo; entre las de Michel se cuenta un peligroso vuelco en los rápidos que le tuvo a muy poco de ahogarse; y entre las de Mohammed hay que destacar el agotamiento y los mareos que sufrió mientras ayunaba por el Ramadán. Entre las mías se encuentra la avería del helicóptero de rodaje en uno de tantos despegues y que a punto estuvo de cobrarse la vida del pasaje.
Como máximo responsable de la producción de la película, mis mayores temores se centraban siempre en la integridad física de todo el equipo de rodaje y de expedición, especialmente durante los tramos más complicados del viaje, situados a lo largo de las gargantas Negra y Norte, en el angosto cañón por el que discurre el Nilo Azul entre el lago Tana y la frontera con Sudán. Este cañón, marcado por la enorme cicatriz geológica del valle del Rift, hundido en un manto de lava volcánica de hace veinte mil años, es uno de los lugares más abandonados y remotos del mundo, sin una sola casa, carretera de acceso o luz eléctrica a lo largo de sus ochocientos kilómetros.
Salvado el Gran Cañón de Africa, a finales de enero, lo que vendría a continuación sería más tranquilo, aunque no menos complicado. Cruzar una frontera en Africa, por el lugar más insólito y remoto, siempre trae sus complicaciones. Llevó varios dias convencer a un puñado de soldados sudaneses encargados de proteger la frontera de que nuestras dos balsas de goma y el Kayak no sólo disfrutaban del permiso y de los visados oportunos expedidos en Addis Abeba y Jartum sino que no formaban parte de ninguna estrategia invasora. En muchas ocasiones anteriores, nuestra expedición había sido blanco de los disparos de bandidos etíopes –shifta– que pretendían asaltarnos y, en todas esas ocasiones, la ayuda brindada por los soldados etíopes que nos acompañaban nos ayudó a repeler la agresión y a seguir nuestro camino río abajo. Sin embargo esta vez, ante un destacamento fronterizo sudanés abandonado a su suerte en medio de la nada, la desconfianza y el impertinente abuso de autoridad consiguieron retener el viaje por unos cuantos dias.
LA LARGA TRAVESíA DE SUDáN
Ya en Sudán, y superada la presa de Roseires, la expedición se abrió paso entre aguas mucho más calmadas, dando tiempo a disfrutar del contacto con los habitantes de algunos pueblos levantados con el barro de las orillas del río. Si en Etiopía habíamos vivido nuestra lucha más intensa contra los rápidos y contra toda clase de agresiones y accidentes, en Sudán el ritmo cansino de las aguas nos llevó hasta paisajes y gentes mucho más apacibles. Más tarde, el desagradable “hamzin” nos cubrió de arena y polvo durante diez eternos días, hasta llegar a Jartum, donde el Nilo Azul y el Nilo Blanco convergen dividiendo una extensa metrópolis de cerca de cuatro millones de habitantes. El Nilo Azul, cuyas aguas llegan a Jartum con un color más oscuro, aporta más del ochenta por ciento del total del caudal del gran Nilo, y arrastra mayor cantidad de nutrientes que el Nilo Blanco. Cuando los agricultores egipcios esperaban con ansia la crecida del río para fecundar sus campos, poco imaginaban que la mayor riqueza provenía de las altas montañas de Etiopía.
Ante la larga travesía de Sudán, con mucho el país más grande de Africa, las reticencias de algunos miembros de la expedición por pisar un país crispado por el fanatismo religioso resultaron ser completamente absurdas. Los sudaneses, especialmente en las zonas rurales, son gente muy amable, dispuesta a ayudar y a compartir todo lo que tienen, seguramente como han sido siempre con las únicas excepciones del conflicto colonial con los británicos o las guerras de supervivencia con sus vecinos. El río pace aquí con una enorme calma, ahogado por temperaturas que alcanzan fácilmente los cuarenta y cinco grados centígrados y un entorno llano, pedregoso y desértico sobre el que brillan los testigos del esplendor “kushita” , la civilización que prosperó entre el siglo VII y el siglo I a C, en ocasiones rivalizando con los egipcios y en otras asumiendo un intercambio político y cultural muy productivo para ambos. Fruto de sus años de esplendor, se conservan las pirámides de Meroe o Napata, así como numerosas ciudades y templos de tantas otras épocas. En cualquier caso, el viaje hasta la frontera con Egipto estuvo salpicado por largas horas de navegación ante intensos amaneceres y puestas de sol, animadas charlas ante un te recalentado y excursiones a templos, ciudades y pirámides de la antiguedad, abandonadas en medio del desierto.
Al entrar en Egipto, la expedición tuvo que cruzar el lago Nasser, el lago artificial más largo del mundo, bajo una fuerte tormenta que amenazó los botes con naufragar en más de una ocasión; pero una vez sorteada la gran presa de Asuán, el río, completamente manso, se fue poblando de falucas, barcos mercantes y cruceros turísticos hasta cubrir la vista de los innumerables templos y de las cada vez más escasas aldeas tradicionales. De Luxor a Cairo, el Nilo se ha convertido en una autopista de servicios que conecta una sucesión de villas y ciudades cada vez más pobladas. Y del Cairo a Alejandría, destino final de la expedición, constatamos como el agua del río se vuelve cada vez más densa y oscura, contaminada por los miles de desagües urbanos y puertos industriales. Incluso los innumerables brazos del delta, antaño el vergel de Egipto, se han convertido en cloacas fétidas que piden desembocar rápidamente al mar.
MáS QUE UNA AVENTURA
Al fin y al cabo, han sido cinco mil kilómetros de contrastes donde, para la expedición, lo realmente duro no ha consistido en sortear peligros y accidentes geográficos sino más bien en resistir a la soledad y a la conflictiva convivencia que obliga una balsa de goma de menos de tres metros. Todo ello ha concluido con una bella película de aventuras que combina la experiencia emocional de seis protagonistas que sienten con entusiasmo y respeto la historia, la cultura y el paisaje del Nilo como algo propio. En contra de lo que podria haber sucedido, la expedición de “El misterio del Nilo” no ha consistido en una aventura “egoísta”, fabricada para cobrar fama personal a costa de una gesta que olvida las gentes, la cultura y la realidad social de los paises por los cuales viaja, sino todo lo contrario: una aventura organizada para transmitir lo más fielmente posible la realidad de Etiopía, Sudán y Egipto a través del cordón umbilical del Nilo, propósito y visión ciertamente muy diferentes de los que movieron a personajes como James Bruce, el explorador escocés que en 1770 tuvo la osadía de proclamar que había descubierto las fuentes del Nilo Azul, obviando que los etíopes conocían muy bien desde tiempos inmemoriales donde se hallaban las fuentes.
Para realizar nuestra película nos hemos guiado más por el ejemplo del padre Páez, un valiente misionero español enviado a Etiopía a principios del siglo XVII para convertir al catolicismo a la Iglesia Ortodoxa etíope, que entabló una gran amistad con el emperador Susinios y recorrió el país embarcándose en numerosas expediciones de elevado riesgo. El padre Páez asimiló la cultura y tradiciones etíopes y, en uno de sus tantos viajes, se convirtió en el primer occidental en “descubrir” y describir el nacimiento del Nilo Azul. Páez vio la fuente del Nilo Azul el 21 de abril de 1618 y escribió: “confieso que me siento afortunado y feliz al contemplar lo que Alejandro Magno, Julio César y los reyes Ciro y Cambeses añoraron pero jamás consiguieron”. El padre Páez fue una persona muy humilde que nunca consideró su logro como un “descubrimiento”. Siempre explicó y reflejó en sus notas que “vio” la fuente del Nilo, puesto que los etíopes ya sabían de su existencia y veneraban sus aguas sagradas.
Hoy día las aguas del Nilo Azul siguen siendo veneradas por los etíopes, conscientes de que constituye su principal fuente de subsistencia. En el mismo nacimiento –Guish Abbay– siguen celebrándose ritos de veneración donde el rito cristiano ortodoxo se mezcla con costumbres ancestrales. De hecho, el altiplano etíope y especialmente el lago Tana, que recoge las aguas de los torrentes de las montañas circundantes, representa para la civilización etíope un enorme santuario histórico-religioso poblado de decenas de pequeñas iglesias que actuaron durante siglos como reducto de la dinastía de reyes cristianos que, durante la época medieval, se recluyeron a protegerse de las tropas musulmanas de Ahmed Gragn. Los musulmanes etíopes de la región de Harar, impulsados por el vendaval islamizador que recorría ambos lados del Mar Rojo, persiguieron a los cristianos y estuvieron a punto de imponer el Islam en toda Etiopía en el siglo XVI.
El Lago Tana, aunque sin los densos bosques que lo rodeaban por la tala indiscriminada, guarda algunos rincones selváticos donde aún se conservan testigos de esa resistencia cristiana. En los bordes del lago y en algunas islas resisten vetustas iglesias de piedra y madera o bien las de planta redonda y techo de paja –Istafanos, Beta Georgis, Ura Kidane Mehret–. En todas ellas, un tabernáculo cerrado, decorado con pinturas murales sobre tela o madera de incalculable valor artístico, guardan sus réplicas del Arca de Alianza con las Tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés. En el centro del universo místico y de las leyendas populares etíopes siempre figura en lugar destacado la fábula de la unión del Rey Salomón y la Reina de Saba y la osadía de su progenitor, Menelik, por llevarse de Jerusalén a Axum la famosa Arca de Alianza. Según reza la leyenda, Menelik pudo salvarse de la cólera de su padre, el rey Salomón, gracias a la ayuda de los ángeles, que llevaron su comitiva en volandas hasta Etiopía. No hay evidencias sobre el camino que recorrió Menelik de vuelta a casa con el arca pero son muchos los que sostienen que debió hacerlo remontando el Nilo Azul ya que de hacerlo por la costa del Mar Rojo, la vía más fácil y tradicional, le hubieran dado caza fácilmente. Igualmente, no hay evidencia que corrobore que los judíos etíopes –falasha– sean descendientes de la famosa tribu perdida de Israel. Para los etíopes, creer en las leyendas que enaltecen su tradición judeo-cristiana y en la existencia misma del Arca, es una cuestión de fe absolutamente innegable, y toda la simbología político-religiosa, incluida la supuesta legitimidad del “negus” Haile Selassie, derrocado por un cruento golpe de estado en 1974, se basa en ella.
Sean ciertas o no las bellas historias que nutren la tradición etíope, yo mismo quedé sorprendido hace ya unos años cuando comprobé que en las ceremonias religiosas los etíopes usaban sistros –tsentsatil– y cadencias musicales del Egipto antiguo mezcladas con danzas antiguas judías. ¿Cómo se inició y mantuvo esa conexión entre las tierras de Etiopía y de Egipto, a través de las planicies que hoy conforman el Sudán?. ¿Qué papel jugó el Nilo Azul y otros tributarios etíopes en el desarrollo de todos los pueblos que se alimentaban en sus orillas?. El Nilo Azul guarda una gran cantidad de secretos sobre cada uno de los millares de hombres y mujeres que construyeron su propia historia, de generación en generación, gracias al sustento del gran río. Todos los miembors del equipo de producción y de la expedición organizada con motivo de la realización de “El misterio del Nilo” ha pretendido leer y comprender algunos de estos pequeños y grandes secretos escritos a lo largo de los casi cinco mil kilómetros del Nilo Azul.
Después de dos años de intenso trabajo, de los 115 dias de navegación y de un buen número de aventuras y anécdotas de viaje, el río nos ha enseñado el enorme poder de la naturaleza y la huella de su fuerza espiritual sobre las generaciones que se han servido de él. Esa fuerza nos ha contagiado también a nosotros. Para todos nosotros, este viaje por el Nilo Azul ha sido mucho más que una travesía. Nos ha cambiado por completo. Hemos vuelto a sentir lo que siente un niño en su infancia ante lo desconocido, el fluir de la sangre en las venas ante una emoción incontenible.
Jordi Llompart