El viaje virtual de Linneo por España
DEUS CREAVIT, LINNAEUS DISPOSUIT
“Dios creó, Linneo puso orden” esta frase, atribuida a Linneo, puede resumir la visión que de sí mismo tenía el insigne naturalista sueco y la misión a la que se veía llamado: poner orden en el caos de la Historia Natural y realizar un inventario sistemático de todas las especies que habitan el planeta. Para llevar a cabo tal propósito, Linneo ideó un sistema de clasificación y puso en marcha el método de nomenclatura binomial, una ingeniosa fórmula ésta que nos permite, aún hoy en día, nombrar a cada especie mediante dos palabras –la primera relativa al género en que se ubica y la segunda que la reconoce de modo explícito– separando así, definitivamente, los nombres de las especies de sus descripciones.
Queda dicho, por tanto, que Linneo nunca viajó a España aunque sí estudió y describió nuestra flora y fauna al igual que hiciera con las de otras partes del mundo, lugares que sólo conoció a través de los especímenes e informes que fuera recibiendo de sus discípulos y corresponsales diseminados por el mundo, de Islandia a Sudáfrica y de China a La Guayana.
LINNEO Y SUS APóSTOLES
Pehr Kalm (1715-1779), Olor Torán (1718-1753), Fredick Hasselqvist (17221752), Pehr Osbeck (1723-1805), Daniel Rolander (1725-1793), Johan Gerhard Köning (1728-1785), Pehr Löfling (1729-1756), Pehr Forsskäl (17321763), Klas Alströmer (1736-1744), Daniel Carl Solander (1736-1782), Carl Peter Thunberg (1743-1828), Andreas Sparrman (1748-1820), Adan Afzelius (1750-1837), fueron los discípulos, naturalistas, capellanes, médicos, misioneros, boticarios y cirujanos, que trabajaron en pro de la causa del insigne naturalista sueco, atesorando materiales para él y remitiéndoselos a Uppsala junto a sus correspondientes observaciones; algunos con tan denodado esfuerzo que dejaron su vida en el empeño. A Linneo le gustaba llamarlos sus apóstoles y supo pagarles los servicios prestados inmortalizando sus nombres; Kalmia, Torenia, Osberckia… son solo algunos ejemplos de géneros de plantas a ellos dedicados.
En esta su empresa, no quedó relegada España de la que, como él mismo afirmó en el prefacio del Iter Hispanicum, apenas nada conocía: “de todas las partes meridionales de Europa era poco ó nada lo que yo sabía á tiempo que ya me eran conocidas las producciones naturales de las Indias más remotas”. Este interés por los territorios meridionales del continente europeo y más concretamente por nuestro país, le llevó a realizar las oportunas gestiones ante el marqués de Grimaldi, embajador de la corte española en Suecia; gestiones que cristalizaron con el envío a España, contratado por la Corona, de su discípulo Perh Löfling que con 21 años, el 16 de mayo de 1751, embarcó rumbo a Oporto.
No había Löfling abandonado aún Suecia, cuando Linneo le escribió desde Uppsala una carta, documento que lleva fecha de 8 de mayo de 1751 y que se conserva en el Archivo del Real Jardín Botánico. En ella, punto por punto, determina el propósito concreto de su viaje y fija el método de trabajo que debe seguir. Le indica así la relación exacta de lo que debe buscar, observar, anotar y recoger, tanto para el caso de las plantas como los animales o las piedras; le adiestra respecto al modo de conservar las muestras, le instruye en la necesidad de designar los especímenes con claridad, por sus nombres según género y especie, así como sobre la importancia de indicar claramente el lugar en que viven y de describirlos de modo exacto. Le recomienda poner especial cuidado en el estudio de las plantas que son utilizadas como alimento para el ganado, estableciendo cuáles lo son y cuáles no, así como en las medicinales y en la enumeración de las aplicaciones que dan los españoles a cada una de ellas. No descuida el maestro ningún aspecto y, en tan extensa relación, no faltan las normas de comportamiento que su discípulo debe seguir: “Ame con pureza y tenga fe en su Dios y no inquiete á nadie en sus creencias; piense y hable siempre con el debido respeto del Rey en cuyo país vive usted; sea honrada su vida y limpia de maldad y así podrá viajar con felicidad por todo el mundo”. A modo de colofón, en la instrucción vigésimo quinta, establece el objetivo último del viaje: entregar a la Superioridad una flora y fauna completas de España y “enseñar cómo todo puede utilizarse en servicio y beneficio del reino, en el que se halla usted, y del que ha recibido subvención”.
LÖFLING EN ESPAñA
Tras mes y medio de travesía llega Löfling a Oporto el día de Santiago de 1751 y allí permanece hasta el 9 de agosto en que embarca rumbo a Setúbal, de ahí a Sintra, para desplazarse con posterioridad a Lisboa. A principios del mes de octubre, inicia su viaje hacia Madrid a donde llega el día 20 tras su paso por Badajoz, Talavera la Real, Mérida, Miajadas, Trujillo, Almaraz y Talavera de la Reina.
Una vez ya en Madrid se movió por los alrededores de la Villa y Corte en sus campañas de muestreo y, según nos describe Ginés López2, visitó con tal propósito las colinas del puente de Toledo, la Fuente del Berro, el Monasterio de San Bernardo, el camino de El Pardo, Atocha, El Retiro, el Soto de Luzón y el de Migas Calientes, junto al Manzanares, lugar este último donde estuvo emplazado el primitivo Jardín Botánico. Se desplazó, asimismo, en junio de 1752, a San Fernando de Henares y visitó Aranjuez en la primavera de 1753, a donde volvió en junio de ese mismo año. Herborizó a su paso por Ciempozuelos y en el Espartal de las Salinas así como en Yepes, Ocaña y a las orillas del Tajo. En un viaje con el regidor de Ciempozuelos visitó los cerros de Butarrón y Chinchón.
Un año antes de la llegada de Löfling a España se había firmado el Tratado de Madrid por el que las monarquías española y portuguesa se repartían los territorios americanos. Para cumplir con lo pactado fue necesario organizar dos expediciones, una española y otra lusa, que marcaran los límites en estos dominios ultramarinos. Se organizó así la Expedición de Límites al Orinoco (1754-1781) al mando a José Iturriaga. Pehr Löfling toma las riendas de la comisión naturalista por lo que debe abandonar Madrid, el 12 de octubre de 1753, camino de Cádiz donde ha de embarcar rumbo a América. Es éste el otro largo viaje que realizó Löfling por España y del que dejó un diario que publicó el Padre Barreiro3 en 1926. Llegó a Cádiz el 5 de noviembre tras su paso por Illescas, Castillo de Mocejón, Mora, Consuegra, Puerto Lápice, Villarta de San Juan, Manzanares, Valdepeñas, Santa Cruz de Mudela, Bailén, Andujar, Villa del Río, El Carpio, Alcolea, Córdoba, écija, Marchena, El Arahal, Los Molares, Arroyo Salado, Jerez de la Frontera y el Puerto de Santa María, lugar que revisitó a mediados de noviembre. La fecha de partida estaba prevista para el día de nochevieja de 1753 aunque finalmente se retrasó hasta 15 de febrero de 1754 en que izaron velas.
Pero la historia de Löfling no tuvo un final feliz. Ya en Venezuela muere pronto, en febrero de 1756, a causa de unas fiebres lo que le impidió publicar los resultados de su trabajo. Fue el propio Linneo el encargado de hacerlo.
Sobre la base de las cartas repletas de anotaciones y los materiales que Löfling le había hecho llegar a Uppsala, y gracias a las copias de sus manuscritos que Daniel Scheidenburg, capellán de la embajada sueca en Madrid, le remite, Linneo redactó el Iter Hispanicum cuya primera edición en sueco vio la luz en 1758. Gracias a esta obra, la labor de Löfling en España y América no cayó en el olvido. Linneo supo distinguir a su discípulo elogiando su labor en el prefacio del Iter e inmortalizando su nombre al dedicarle el género Loeflingia; género representado en nuestra flora por dos especies: Loefingia baetica y Loeflingia hispanica.
OSBERCK Y ALSTRÖMER EN ANDALUCíA
Pero la crónica de este viaje virtual de Linneo por España no sería completa si olvidáramos la breve estancia de otros dos de sus apóstoles en nuestro país.
(4) La traducción al castellano de estas páginas del diario se publicaron en FERNáNDEZ PéREZ, J. (1990). Tres apóstoles de Linné en Cádiz: Pehr Osberck, Pehr Löfling y Clas Alströmer. In: PELAYO LóPEZ, F. Pehr Löfling y la Expedición al Orinoco (1754-1761). Sociedad Estatal Quinto Centenario. Colección Encuentros. Serie Catálogos.
A primeros del año 1751, y por tanto unos meses antes de que Löfling arribara a Oporto, llegó Pehr Osberck a Cádiz. Osberck era capellán del Príncipe Alberto, un barco de la Compañía Sueca de las Indas Orientales (Svenska Ostindiska Kompaniet, S.O.K.), que en su camino hacia el lejano oriente, hizo una parada técnica en la capital andaluza; parada que, por distintos motivos, se prolongó hasta el 20 de marzo. Durante el tiempo que permaneció en Cádiz, Osberck fue plasmando, en su diario de viaje4alrededores y detallando el medio natural gaditano. Se trata de una sugestiva descripción de la España del XVIII hecha por un espectador curioso en la que, con respeto y cariño, refiere la vida cotidiana de los gaditanos y su entorno y reseña la meridional flora de esta porción de Andalucía, utilizando para ello la nomenclatura binomial ideada por su mentor.
Unos años después, a finales de abril de 1760, desembarca en Cádiz Klas Alströmer que durante esa primavera y el verano recorre Andalucía. Las impresiones de su viaje y sus observaciones han pasado a la posteridad a través de las seis cartas5 que escribió a Linneo; la primera está fechada en Cádiz el 30 de abril y la última fue cursada desde Granada el 29 de septiembre. En ellas resume a Linneo sus observaciones sobre la flora andaluza, las gestiones que lleva a cabo con las personas con las que se relaciona y le da una visión de Andalucía algo diferente de la de Osberck; se queja continuamente del calor –lo que es lógico pues su visita fue en verano–, del lamentable estado de las posadas, de la preocupación que siente ante un posible asalto de los bandoleros y se le escapa, aquí y allá, algún antipático comentario sobre los andaluces en particular y los españoles en general.
Y este viaje que, a través de Löfling, Osberck y Alströmer, Linneo realizó al “paraíso en el globo terráqueo” dio los apetecidos resultados, pues no se confundía el ilustre naturalista sueco en su apreciación sobre nuestro país. Hoy sabemos que España es, entre los estados de la UE, uno de los que alberga mayor diversidad de especies; así en lo referente a las plantas casi el 80% de las especies europeas están representadas en nuestro país y, a esta riqueza cuantitativa, debemos unir también la cualitativa pues el territorio español aloja cerca de 1.500 especies de plantas endémicas, una cifra que es 100 veces superior a la del Reino Unido.
Maria Teresa Tellería