Viaje a los confines de la antártida
Cuando escribí el relato publicado recientemente bajo el título “Alcanzar la cumbre de cristal” la Antártida era un poco más blanca, un poco más pura. Cuando mecanografié aquellas páginas, folio a folio, con una vieja máquina de escribir, apenas había ordenadores y yo tenía aún recientes las congelaciones en todos los dedos de las manos y los pies tras mi odisea en el Aconcagua y la dura travesía por los hielos de la Antártida hasta lograr la cima del Mount Vinson. Este libro, editado por National Geographic, con un afectuoso prólogo de mi buen amigo Sir Edmund Hillary es, en cierto modo, un homenaje a su liderazgo moral.
Hasta aquel momento de la victoria en la cima suprema de la Antártida, tan sólo una expedición española había realizado esa ascensión, aunque por otra ruta, en el marco de una misión científica y alpinística (Jerónimo López y Pedro Nicolás). Así pues, en aquel lejano invierno de 1991 se añadía una nueva primera ascensión nacional por la vía del glaciar Branscomb y pionera para Cataluña, tierra de montañeros. Posteriormente, diversas –y escasas– expediciones de compatriotas nuestros, civiles y militares, han gozado del momento mágico de coronar ese emblemático y remoto pico de hielo diamantino.
Escribir sobre la propia aventura vivida es un género literario antiguo, intemporal. Numerosos investigadores creen que Homero no es más que un seudónimo (significa “ciego”) de alguno de los testigos directos que vivieron la guerra de Troya y narró la epopeya de la Ilíada y las andanzas de Ulises en la Odisea. Es este, por tanto, un libro a corazón abierto, donde el autor se desnuda y cuenta sus logros y sus miedos; sus momentos de gloria y sus fracasos con lenguaje directo. Este libro fue distinguido con el segundo premio literario de la Asociación Española de Médicos Escritores. Y vista la historia descrita con perspectiva, más importante que la aventura y el logro, nada desdeñable, de alcanzar la cumbre, es la realidad del continente helado, vulnerable ante el cambio climático a nivel planetario.
Es cierto que el relato narrado en el libro fue escrito en 1992, el siglo pasado, al regresar de la expedición polar. Evidentemente, a la luz de los tiempos que corren, su lectura destila dulces anacronismos en descripciones ingenuas de algunas situaciones que actualmente, con el paso de los años, se han dramatizado. Hace casi dos décadas no era nada fácil viajar a determinadas zonas del planeta ni existían tantas infraestructuras ni tecnologías para la comunicación. El mero hecho de que no se usara aún el teléfono móvil como en la actualidad, complicaba extraordinariamente el contacto con el mundo exterior cuando se exploraba un territorio remoto y aislado, incrementando los riesgos y la percepción objetiva del peligro real. Aventurarse era desconectarse de veras.
Muchas cosas han cambiado en la Antártida. Algunas circunstancias esbozadas en el texto, intuidas como futuribles, se han confirmado. Otras sospechas, aunque ya parecieran probables, han precipitado su evolución. Hoy la Antártida se halla gravemente afectada por el calentamiento global de la Tierra, quizá a causa del efecto invernadero, y esa elevación paulatina de la temperatura del planeta amenaza todo un universo precioso, un ecosistema delicado y frágil, y las reservas de agua dulce del planeta concentradas en sus millones de toneladas de hielo. Grandes masas heladas se desprenden del casquete polar, enormes icebergs, como islas que van a la deriva hasta que al acercarse a latitudes menos frías inician su proceso de fusión, convirtiéndose finalmente en témpanos flotantes y luego en agua salada que se disuelve en la del océano, elevando progresivamente el nivel del mar en las costas. Tal vez imperceptiblemente hace unos lustros, pero de modo inquietante en los últimos años. También preocupa y mucho el agujero de la capa de ozono sobre la Antártida, que impide el filtro atmosférico para determinadas radiaciones cósmicas que pueden ser nocivas, no sólo para los ecosistemas autóctonos sino para el conjunto de especies del globo y para la siempre vulnerable humanidad.
Hoy se sabe que la Antártida está formada en un noventa y ocho por ciento de hielo y en un dos por ciento por rocas estériles, y que contiene el noventa por ciento de agua de todo el planeta, y al menos el setenta por ciento del líquido vital es agua potable, una estratégica reserva para la supervivencia en el futuro; esos catorce millones de kilómetros cuadrados de superficie (mayor que Estados Unidos), ganan veinte millones más cuando la periferia oceánica que la rodea se congela en el invierno austral y la convierte en el tercer continente más grande del globo. Si la capa de hielo se derritiera en su totalidad, el nivel del mar subiría, en promedio, 69 metros…
Es, sin duda, el continente más frío, ventoso y seco de la Tierra. La capa de hielo con base terrestre que cubre el continente blanco, el permafrost, se ha ido incrementando debido a siglos de nevadas. Su grosor promedio es de 2.200 metros, y el punto culminante es precisamente el monte Vinson, en la cordillera Ellsworth, alcanzando su cumbre los 5.140 m. de altitud, aunque en algunos documentos se estima en 5.620 m. sobre el nivel del mar. Una escalada de altura considerable, máxime en las rigurosas condiciones polares…En la Antártida el frío es permanente; el récord es de 90 grados centígrados bajo cero. Inspirar una bocanada de ese aire helado podría causar un broncoespasmo agudo o desencadenar un un infarto fulminante. Los vientos que barren sus inmensas llanuras, dunas y montes, soplan hasta a 330 kilómetros por hora. Los temporales son sordos, sin truenos ni relámpagos, y arrastran la nieve endurecida; especialmente el blizzard, la ventisca de las tormentas con huracanados vientos catabáticos que hacen muy difícil la progresión del explorador, del científico o del montañero, sometido a un desgaste brutal a merced de los elementos cuando se halla a la intemperie. Pero, eso sí, el aire es el más puro y nítido del planeta, facilitando la visión clara a larga distancia; es aséptico y estéril, carente de la mayoría de gérmenes. Parece ser que no prosperan los virus pero sí algunas bacterias, hongos y levaduras.
En la Antártida ocurren fenómenos ópticos únicos, como la aurora austral, por encima de los cien kilómetros de altura, por efecto de los vientos solares y las partículas heladas en suspensión, con sus luces celestes de las más variadas formas y colores. O el llamado blanqueo, durante el cual no se proyectan sombras; o los clásicos espejismos, cuando los rayos de luz refractan en la superposición de capas de aire de diferentes temperaturas. Tal vez uno de los efectos más llamativos sean el amanecer y el anochecer tan solo dos veces al año en el Polo Sur. Es de día durante seis meses y de noche el otro medio año, con diferentes intensidades, como se destaca en mi narración.
En la época en que transcurrió la expedición relatada en este libro era impensable hablar de turismo en la Antártida, aunque había rumores de proyectos para multimillonarios. Desde hace unos diez o doce años el continente inmaculado va recibiendo visitas sin otro propósito que poder ver paisajes imponentes, avistar pingüinos, fotografiar, tocar in situ y decir que se ha estado allí, aunque se limiten a la costa, sin penetrar en la hostilidad y dureza del interior del hielo perpetuo y el clima inhóspito. La organización Mundial del Turismo ya ha tomado medidas para racionalizar la afluencia de visitantes y la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos regula la actividad en ese continente y agrupa a las compañías que operan en la zona.
La ONU declaró que el Año Polar Internacional se celebre entre marzo de 2007 y marzo de 2008. Este evento reunirá a unos diez mil investigadores de una cincuentena de países y dispondrá de unos mil millones de dólares para conducir unos mil proyectos de investigación. El objetivo es estudiar a fondo la realidad en ciernes a fin de poder contribuir científica y tecnológicamente a evitar un deterioro irreversible en los desastres ecológicos que la actividad humana está causando en las zonas polares del planeta. El cambio climático está acelerando una metamorfosis de final incierto.
Los datos citados en el libro “Alcanzar la cumbre de cristal” –que fue el primero en España de estas características– tanto geográficos, topográficos, científicos e históricos, sirvieron de inspiración a otros exploradores y fueron la base literaria motivadora para emprender nuevas expediciones polares en la Antártida. Esta obra pionera en su género conserva el vetusto aroma que destila todo relato pretérito, ya clásico, al ser contemplado a la luz de la nostalgia propia del tiempo transcurrido.
Pero, sin duda, el prólogo es la más valiosa documentación contenida en todo el libro. Las palabras de Sir Edmund Hillary, ahora ya leyenda tras su reciente fallecimiento, constituyen para mí el mejor testamento moral, junto a las más de treinta cartas que me envió en los últimos diecisiete años, en un intercambio epistolar entrañable. Ese recuerdo imborrable de un amigo querido adquiere hoy categoría documental, además de su carga sentimental. Por esa razón, merece la pena reproducir el prólogo como homenaje al héroe del Everest que fue, por encima de todo un hombre generoso y solidario, que dedicó su vida a ayudar a la población sherpa del Himalaya, construyendo hospitales, escuelas, puentes colgantes y canalizaciones de agua potable. Lo esencial para el desarrollo y la vida. Descanse en paz el caballero que nunca dejó de ser campechano.
José Antonio Pujante