Entrevista a Christina Dodwell Premio Internacional SGE 2011

La exploradora británica Christina Dodwell recibió el pasado mes de marzo el Premio Internacional SGE 2011. Para recogerlo, viajó a Madrid, brindándonos una ocasión única para conocerla a fondo. Pablo Strubell entrevistó para nuestra revista a esta viajera original, optimista y comprometida.

 

Empecemos por lo obvio. La mane-ra que tienes de viajar es poco habitual: sola, por sitios remotos, a caballo, durmiendo al aire libre… No siempre fue así, esa es la verdad. Empecé a viajar a los 24 años, en un Land Rover con tres personas más, preparados, bien equipados, con una ruta definida… Pero no siempre ocurre lo que uno espera y, tras entrar en Nigeria, los dos hombres se largaron con el coche y todo el dinero. Así que todos los planes se vinieron abajo súbitamente. Pero Leslie y yo decidimos seguir adelante: conseguimos dos caballos y un burro para el equipaje y así estuvimos un año, recorriendo el continente africano hacia el sur.

 

¿Fue un viaje tan difícil y aventurero como suena? Sí, y lo disfrutamos enormemente. Tras atravesar Camerún llegamos a la República Centroafricana, en plena época de lluvias. Estaba todo embarrado, avanzar era dificilísimo. Así que pensamos ¿qué mejor carretera que un río, el mismísimo Congo? Decidimos llegar a él. Vendimos los caballos, compramos una canoa, remos, pan, mermelada, café, y ¡partimos sin posibilidad de vuelta atrás! Fue impresionante: los pescadores y habitantes de la zona nunca habían visto extranjeros por allí. La realidad es que el descenso fue tranquilo, bello, nada peligroso salvo por algunos hipopótamos. Hay imágenes y sonidos que nunca olvidaré: los gritos de los monos en la distancia, surcar cada mañana las aguas que reflejaban como un espejo la densa jungla, los millones de estrellas de cada noche…

 

Pero un tiempo después continuaste a pesar de quedarte sola… Sí. Leslie se fue a EE.UU. Y en ese momento pensé “o me vuelvo, o busco a alguien para seguir viajando o encuentro el coraje para viajar sola.” Decidí intentar esto último y descubrí que a lomos de un caballo disfruté enormemente y no solo eso: tenía todo el mundo por delante para explorar.

 

¿Qué es lo atractivo de viajar en caballo? Un caballo llega a todos sitios, y especialmente, a lugares donde no llegan los coches. Es una experiencia fantástica estar en mitad de las montañas, del campo, en lugares remotos, solo tú y tu caballo. Es algo solitario, sí, pero disfruto de ese tiempo, de la naturaleza, del silencio. Sin embargo también me gusta el con-tacto con la gente, la cercanía, la interacción. Si estoy en una población, quiero estar con gente. Pero en el campo, en la montaña, quiero estar sola.

 

¿Y tiene ventajas frente a otros medios de transporte? Ya lo creo. Para empezar la gente que te ve aparecer ya sabe que no buscas un hotel ni lujos, saben que lo que necesitas es un poco de hospitalidad. Te reciben de igual a igual, sin vergüenza. Saben que tú también eres humilde, sencilla. Nada que ver con la reacción si hubiera llegado en un todoterreno.

 

¿De dónde viene la pasión por ver mundo? Es cosa de familia, creo. Mi abuela era una mujer poco convencional. Viajó mucho por China, en burro. Luego mis padres, después de la guerra, se fueron a trabajar a África Occidental durante veinticinco años y luego otros cinco a la Oriental. Así que para ellos, lo más normal era que yo tuviera inquietudes viajeras y siempre fui apoyada por ellos. Cuando partía de viaje mi madre me pedía que le escribiera de vez en cuando y me decía que sólo se preocuparía si no sabía de mí nada en tres meses.

 

¿Y tuvo que preocuparse alguna vez? Sí, cuando estaba en Sudáfrica, en los años setenta, no di señales de vida en ese tiempo. Lejos de alertar al gobierno y a la embajada, usaron el método tradicional: me localizaron con el boca a boca. Buscaron amigos en aquel país que a su vez tuvieran conocidos en el entorno rural. No les llevó demasiado tiempo: un día que paré en una granja un hombre me dijo: “Tu madre te está buscando”… Fue una gran sorpresa, pero es que no había tantas mujeres solitarias viajando a caballo por el país. Era fácil localizarme.

 

Qué diferente de hoy en día, con móviles, internet, etc… Así es, pero, ¿es eso mejor acaso? Llevar un aparato de comunicación hace que se esperen noticias y si no se reciben uno se teme lo peor… Mi madre confió totalmente en mí y eso me dio muchísima confianza en mí misma. El día que le dije que me quería ir de viaje en vez de preocuparse me dijo:“Genial, cuéntame más”. Gracias a eso nunca dudé de mí misma.

 

¿No tenías miedo al ser mujer e ir sola? Pues no. Por ejemplo, no tenía ningún miedo al secuestro: siempre pensé que na-die querría secuestrar a una mujer. Eso, lejos de dar prestigio al secuestrador, lo quita. Las mujeres no tenemos mucho valor en muchos países. Sí es cierto que en los veinte años que he viajado sola me han tirado piedras o robado, pero en general no he pasado miedo, ni cuando en Irán me detuvieron tres veces. En las tres ocasiones decidí darle la vuelta a la situación: ser un incordio. En la primera detención me declaré en huelga de hambre. Pensé que una chica en una huelga así, sería un estorbo, pero una chica muerta sería realmente un gran problema. Se asustaron de verdad, y claro, me soltaron. En general, mi propia vulnerabilidad, ha sido siempre mi protección. Yo en mis viajes no paso miedo, seguramente por el tipo de lugares en los que me muevo. En cambio, en nuestras ciudades por la noche, sí.

 

¿Crees que a la hora de viajar ser mujer es muy diferente a ser hombre? Sí, claro: creo que ser mujer es mejor. Por ejemplo, en Papua Nueva Guinea yo, por ser mujer, puedo dormir con parejas, con chicas, con una familia… allí donde quiera, mientras que un hombre no. Y en general, además de ayudarme, siempre creo que me han enseñado con mucho mayor entusiasmo las costumbres y tradiciones, y a protegerme en entornos que no conocía. Por ejemplo, en Siberia me explicaban cómo no causar avalanchas en zonas de nevadas. Si hubiera sido un hombre, no creo que lo hubieran hecho. Y, además, una mujer no se ve como un peligro, como alguien que pueda causar daño y, por eso, siempre soy bienvenida.

 

Tras África, te fuiste a Papúa Nueva Guinea… En general me gustan los lugares olvidados, desconocidos, misteriosos, y Papúa ofrece todo eso con montañas, jungla, etnias, etc. Visité pueblos que estaban construidos en los árboles, donde por las noches quitaban los accesos a las casas, por protección. Caminé, navegué varios meses en canoas y semanas después compré un caballo nuevamente, llegando a zonas donde jamás habían visto un caballo hasta ese momento. Las caras de sorpresa, de estupefacción, eran fantásticas. Y a pesar de las prohibiciones culturales que allí tienen las mujeres, a mí, al aparecer viajando sola, me otorgaron estatus de hombre, y me honraron invitándome a rituales exclusivos, como las casas de los espíritus, rituales de iniciación… Este país es muy especial para mí, tan perdido en el espacio y en el tiempo…

 

Cuando empezaste a viajar ¿ya te planteabas escribir libros? Al principio, no me planteaba publicar nada. Sí que llevaba un diario y escribía el día a día. Pero luego, al regresar, me di cuenta de que escribiendo y publicando es como podría compartir mejor mis viajes, lo que veía, sentía… y me puse a escribir… Pienso que si el viaje no se comparte, no tiene sentido.

 

¿Eras una lectora compulsiva? Durante mi juventud sí que leía libros, pero no de viajes. En cualquier caso, no era una lectora compulsiva, ni mucho menos: mi madre, cuando me veía leer, me preguntaba “¿Qué haces en casa leyendo? ¿Porqué no sales fuera a jugar?” Más tarde, cuando empecé a viajar, me di cuenta que me gustaba mucho leer los libros de los viajeros pioneros del siglo XVII, XVIII, porque me generaban preguntas como ¿Seguirá esa tribu allí? ¿Cómo será hoy en día tal sitio? Todas esas lecturas me daban excusas para salir a explorar el mundo y me sirvieron de inspiración.

 

¿Pudiste ganarte la vida como escritora y viajar gracias a lo que ganabas con la venta de tus libros? Cuando me di cuenta que mis libros tenían éxito, empecé a comprender que mis viajes podían convertirse en libros. Pero siempre me he negado a firmar un contrato de antemano o a comprometerme a escribir un libro antes de iniciar el viaje, pues eso creo que puede alterar la manera de viajar. Siempre he querido viajar por la belleza de hacerlo, sin compromisos. Lo mismo ocurre con los planes: no los hago, para poder ser libre de decidir en cada momento qué quiero hacer. Muchos de los mejores momentos de mis viajes han sido fruto de la casualidad, gracias a no haber tenido planes de antemano.

 

¿Si viajaras hoy, serías bloguera? No creo, pero es difícil asegurarlo. La tecnología de hoy es tan diferente a la que estoy acostumbrada… estoy chapada a la antigua: me gusta escribir en mi cuaderno de notas. Y la idea de ir rellenando el cuaderno con las vivencias diarias, me entusiasma. Si escribiera un blog tal vez me sentiría más como una periodista que busca historias. Pero no busco eso, ni siquiera cuando escribo libros, de hecho, no sé si me considero una escritora.

 

¿Pero si has escrito nueve libros? Sí, pero cada vez que me siento a escribir, no lo disfruto, me supone muchas privaciones. Para hacerlo tengo que aislarme del mundo, centrarme en el viaje nuevamente, volver a él. En esos periodos, dejo de ver a amigos, hacer cosas…porque me interrumpen la concentración. El libro se vuelve una obsesión, día y noche. Y, la verdad, después de estar meses o años fuera, alejarme de la gente, aislarme, es algo que no me agrada. No quería vivir mi vida así.

 

¿Lees cuando viajas? No, no tengo ni tiempo ni espacio en la mochila; en cambio, escribo mi diario.

 

También has hecho programas de radio Sí, y creo que disfruto mucho más de este trabajo, sobre todo porque no me requiere estar varios meses más de aislamiento después del viaje. Empecé a hacer colaborar con la BBC haciendo grabaciones de treinta minutos a modo de diario de viaje. Por ejemplo, cuando estaba en Siberia, grababa el sonido del trineo, de los cantos guturales de aquella zona, de los pájaros y luego yo comentaba cómo se estaba desarrollando el viaje, mis sensaciones, reflexiones, si había problemas. También incluía algunas entrevistas con gente local, con historias interesantes o voces peculiares. Es algo muy creativo, y entretenido y ¡no requiere de tanto esfuerzo al regresar de un viaje!

 

Volviendo a tus viajes ¿qué pasó para que dejaras de viajar de esa manera tan especial y aventurera?Después de estar veinte años viajando, visité Madagascar y cambió mi vida. Estuve recorriendo la isla durante seis meses, a pie, a caballo, canoa… Fue uno de mis últimos grandes viajes. Es un país impresionante, donde hay zonas donde nunca han visto extranjeros. O incluso, en alguna zonas, caballos. Venía la gente desde distancias lejanas a vernos, al caballo y a mí. A partir de Madagascar paré de viajar, al menos como lo había hecho hasta entonces. Decidí que había recibido y aprendido mucho de los viajes y que era hora de dar algo en retorno y de poner en práctica lo aprendido. Creé mi fundación para desarrollar proyectos de cooperación. Tenía gran experiencia en sortear inconvenientes y eso en Madagascar es algo realmente útil. El primer y gran proyecto fue crear un culebrón radiofónico, a través del cual sensibilizar a la población local en temas como higiene, salud, planificación familiar, alimentación, educación, mejoras en la agricultura, etc. de una manera sutil y eficaz. Era una época en que la electricidad y, por ello, la televisión apenas llegaba a nin-gún lugar y el éxito fue rotundo, porque las radios que repartimos para que se escuchara eran solares.

 

Danos envidia ¿Cuál fue tu último viaje? Fue hace un año y medio en caballo, claro, por Madagascar, en un viaje de exploración por una zona bastante poco visitada de la isla. Buscaba realizar un circuito circular para ser señalizado y aprovechado por el turismo. Fue fantástico, la verdad, visitando una zona de geisers, con pequeños pueblos, caminos diminutos, paisajes preciosos…

 

Desgraciadamente tenemos que ir acabando la entrevista ¿Qué consejo le darías a un joven explorador que tiene miedo o le falta el coraje para partir? Para aprovechar al máximo un viaje hay que documentarse, intentar aprender el idioma local, tienes que conocerte bien para saber cómo reaccionarás ante la soledad. Yo empecé a viajar con 24 años y creo que es muy buena edad. No se debe ser demasiado joven, especialmente si se va solo, pues se deben tener las herramientas y algo de experiencia para salir del peligro, para darle la vuelta a situaciones difíciles y eso, seguramente, solo lo da la experiencia. Una mala respuesta en una situación de peligro puede complicar mucho las cosas. La confianza en uno mismo es clave. Creo que mucha gente teme que les pase algo mientras viaja, temen que la gente sea peligrosa. Pero la realidad es que la gente no es mala. Es cierto que la ciudades sí pueden serlo, porque allí nadie conoce a nadie, y esto puede dar pie a que la gente altere su comportamiento. Pero fuera de las grandes ciudades, es lo contrario: todo el mundo es responsable de sus actos y hay un sentido de la humanidad y la comunidad que te acompañarán allá donde vayas. Así que no tengas miedo, sal, adelante, llama a puertas, saluda, habla, no seas tímido, sonríe, y sal a buscar el encuentro con el otro.