Fascinación por la Naturaleza

Oceanógrafa, bióloga marina, Directora durante años de la misión científica española en la Antártida y miembro de la SGE, Josefina Castellví narra en nuestro boletín sus vivencias ante una Naturaleza virgen y cambiante, de belleza esplendorosa.

 

Boletín SGE 50
Autora: Josefina Castellví

 

A los animales migratorios nadie les ha enseñado a desplazarse por el mundo siguiendo rutas bien precisas que repiten cada año, buscando alimento y condiciones climatológicas mas favorables para el desarrollo de su vida. Este comportamiento lo encontramos tanto en tierra, como en el aire y en mares y océanos. Ejemplos sobresalientes de estos desplazamientos en masa los tenemos por ejemplo en la migración los caribus en el límite con el polo norte o de los ñus entre Tanzania y Kenia. Junto a esta fauna “viajera” encontramos otra y sedentaria que nace, vive se reproduce y muere en el mismo lugar, desarrollando una serie de costumbres que la fijan a su hábitat y no la inducen a desplazarse.

Los humanos como grupo biológico formamos parte de la Naturaleza y somos un elemento más que contribuye al equilibrio natural. ¿Podemos pues extrañarnos que en el seno de nuestras sociedades se reproduzca el modelo de movilidad faunística?

Me atrevería a decir que se nace viajero y que no es necesario ninguna influencia exterior para incitar a ver aquello que está más lejos de esta fina línea que llamamos horizonte. Este impulso nada tiene que ver con el viaje turístico que se mueve por intereses sociopolíticos ligados a la economía y a la moda del momento.

Sea cual sea el tipo de desplazamiento, si uno se lo propone, siempre hay tiempo de desarrollar los valores que encierra el viaje para que a la vuelta seas algo diferente. La unidad de medida de un viaje no son los kilómetros sino la capacidad de reflexión y experiencia que el desplazamiento ha generado en el viajero.

En mi vida profesional me ha tocado realizar largas navegaciones en barcos oceanográficos equipados con laboratorios en los que se trabaja prácticamente todo el día. Pero llega un momento de pausa, sea de día o de noche, que te permite estar sentado en la popa al socaire del viento y relajarte de las tensiones y problemas del día. Te dejas mecer por la mar sin resistencia ninguna y contemplas la sucesión de olas con la mente en blanco. Este ejercicio he tenido la suerte de practicarlo en la Antártida, en un gran rompehielos que navegó hasta el fondo del mar de Weddle.

Recuerdo mi mal humor cuando compañeros de la tripulación me venían a buscar porque se iba a proyectar una película o empezaba una sesión de juegos de mesa. ¿Cómo te podías cerrar en un salón oscuro a ver historias inventadas, cuando fuera tenías las más bellas imágenes que podías soñar? En aquel momento yo no lo sabía, pero esta actitud distinta es que ellos eran sedentarios y yo soy viajera. Recuerdo que en mi primer viaje, todo el tiempo libre que me permitía mi trabajo en el laboratorio, me lo pasaba en cubierta a pesar de las bajas temperaturas y el viento. Pasé mucho frio pero me sentía como una esponja que estaba empapándose de unas vivencias que no todos los humanos tenían el privilegio de experimentar. Con ojos llorosos por el frio que me impedía ver a través del visor de la cámara fotográfica, aprendí a entender los ensayos de belleza esplendorosa que hacía la Naturaleza con recursos mínimos, ya que en estas latitudes solo existe el azul del cielo y del mar y el blanco del hielo. Me fascinó entrar en la vida familiar de las focas y pingüinos que se desplazan utilizando trozos de la banquisa como gabarras que navegan empujados por la corriente y me enriquecí con miles de cosas más.

Nunca como en la Antártida he sentido la sensación de humilde pequeñez frente a los imponentes y bellos icebergs y los azotes de ventiscas que no te permiten seguir caminando. Es una Naturaleza virgen y cambiante en cada momento que te recuerda que el Planeta Tierra está vivo. Curiosamente esta misma sensación la viví en el viaje que la SGE organizó a Islandia, en otra región fría pero muy lejana de la Antártida. Allí se vive la generación de nueva Naturaleza en un proceso vivo y espectacular.

Para mi viajar es sumirse enteramente en el cambio social y de paisaje que ofrece el destino elegido y durante esta inmersión hay que ir libre de prejuicios y de influencias que aten a la vida cotidiana. Solo la experiencia y los recuerdos deben acompañar siempre al viajero. El resto es todo prescindible y se puede improvisar.