Boletín 59
Enero – Abril de 2018
Texto: Raúl Martín Moreno
Fotos: Enrique Serrano
Vivir a poco más de mil kilómetros del Polo Norte Geográfico no es fácil, o tal vez ahora sí lo sea. Hubo un tiempo en que el Archipiélago de Svalbard era un territorio reservado para exploradores o mineros. Pero en la actualidad, la capital del archipiélago, Longyearbyen, cuenta con los mismos servicios y comodidades de cualquier pequeña ciudad occidental. Si bien las duras condiciones ambientales, fruto de su extrema localización geográfica, están presentes en el día a día de la población local. En el presente artículo se resume brevemente el pasado, presente y futuro de las Islas Svalbard, y se explica cómo es la vida en este singular lugar tan cercano a los noventa grados de latitud norte, y tan remoto del resto del mundo.
Raúl Martín frente a unos renos que pastan por la ciudad.
Centro comercial de Longyerbyen
ALGUNOS DATOS GEOGRÁFICOS
El Archipiélago de Svalbard se encuentra en su mayor parte dentro del ámbito del Alto Ártico -por encima de los 75° N-, a una latitud similar a la del norte de Groenlandia, las islas glaciares más septentrionales de Canadá y los archipiélagos rusos de la Tierra de Francisco José, Severnaya Zemlya y Novaya Zemlya. La isla de Spitsbergen es la más grande de las ocho que conforman el archipiélago, siendo las otras Nordaustlandet, Edgeøya, Barentsøya, Kong Karls Land, Prins Karls Forlandet, Kvitøya y Bjørnøya. El área total del conjunto de islas es de 62.000 km2 (casi la misma que Irlanda), de los cuales más de 37.000 km2 corresponden a Spitsbergen. El paisaje de Svalbard está caracterizado por montañas, glaciares de diferentes tamaños (algunos de ellos con frentes que acaban espectacularmente en el mar) y tierras bajas tapizadas de tundra. Las temperaturas medias del mes más cálido están en torno a los 5 grados, y las medias del mes más frío oscilan entre los -13ºC y -20ºC, con extremos que descienden de -45ºC. Los vientos suelen ser constantes y muy intensos durante el invierno, y acentúan aún más, si cabe, la sensación de frío: con viento de 100 km/h y -45ºC, la sensación térmica es de -76ºC (en estas condiciones bastan minutos para que se produzcan congelaciones graves en la piel).
UNA HISTORIA DE EXPLORADORES, NAVEGANTES Y BALLENEROS
Pese a la remota localización geográfica, la Corriente Noruega –un ramal extremo de la del Golfo- facilitó el acceso de navegantes y exploradores por mares libres de hielo desde hace siglos. La isla principal del archipiélago fue descubierta, oficialmente, en 1596 por Willem Barents en su intento frustrado de llegar a China atajando por el Polo. Bautizó a dicha isla con el nombre de Spitzbergen, del neerlandés “Montañas Afiladas”, en referencia a las grandes montañas que vistas desde el mar parecen flotar sobre las aguas. Desde 1920 se utilizará el nombre de Svalbard, “Costa Fría” en noruego antiguo, para todo el archipiélago.
A lo largo del S. XVII visitan las islas numerosos marineros holandeses e ingleses (incluso vascos, contratados por sus destrezas como balleneros), lo que generó un conflicto de intereses sobre los derechos de explotación con el país que reclamaba su soberanía: el Reino de Dinamarca-Noruega. A finales del XVIII y principios del XIX los objetivos de los balleneros se mueven a otras regiones del Ártico más remotas y cada vez algo más accesible por el retroceso de los hielos y el paulatino ascenso de las temperaturas (coincidiendo con el final del periodo frío de la Pequeña Edad del Hielo). Paralelamente a la actividad ballenera, la caza atrajo a numerosas expediciones de diversas naciones europeas, que establecen sus campamentos en las regiones más accesibles de las islas. Desde finales del S. XIX hasta la década de los cuarenta, la caza vive en Svalbard su máximo apogeo, con más de 1.000 campamentos de invierno, cuyos restos aún se pueden encontrar en algunas zonas.
Tanto la vida del ballenero, como la del trampero, eran extremadamente duras y peligrosas. A lo largo de estos siglos las bajas se contaban por decenas. El frío, el aislamiento, la falta de alimento, el escorbuto y, en muchos casos, el envenenamiento por plomo, proveniente de las soldaduras de las latas de las conservas, fueron responsables de tragedias, como la de Svenskhuset, cuando diecisiete personas murieron en el invierno de 1872-73.
En 1920, aprovechando la coyuntura de la posguerra y el hecho de ser un país neutral, Noruega se hace con la soberanía sobre el territorio del archipiélago mediante el “Tratado de las Svalbard”. Por el cual, y pese a formar parte del joven Reino de Noruega, se otorga a las islas numerosas excepciones en lo que se refiere a autogobierno, migración, impuestos, explotación y conservación. Durante la II Guerra Mundial Svalbard no se considera de interés militar hasta que los alemanes invaden en 1941 la Unión Soviética. A partir de este año los nazis establecen en Spitsbergen, tras su ocupación, una pista de aterrizaje y numerosas estaciones meteorológicas, fundamentales para la navegación, tanto aérea como naval, en la región septentrional de Europa. Svalbard pasa a ser un lugar clave para el control estratégico sobre el Atlántico Norte y el Ártico. Tras la tensiones propias de la Guerra Fría, generadas por el ingreso de Noruega en la OTAN (lo que produjo un gran malestar en los soviéticos, que aún mantenían una gran presencia de población minera en las islas) llega un periodo de normalización, que culmina en 2002 con el “Acta de Protección Medioambiental de Svalbard”.
DOS CIUDADES MUY DISTINTAS
En Svalbard existen un total de veinticuatro asentamientos, aunque trece de ellos ya están abandonados, y del resto, la mayoría corresponden a bases científicas o pueblos dormitorios para los pocos mineros del carbón que quedan. Los dos principales son Longyearbyen y Barentsburg. En este último, aunque fundado en 1920 por mineros daneses , la población –menos de 500 habitantes- es desde 1932 únicamente rusa y ucraniana. Todavía conserva los edificios, monumentos y carteles propagandísticos de la era comunista. En franca decadencia, el abandono es evidente a poco que el viajero pasee por sus calles. Pocos lugares trasladan en el tiempo como Barentsburg. Cualquiera diría que la disolución de la Unión Soviética llegó aquí con décadas de retraso: Barentsburg parece estar demasiado lejos de todo, incluso de los acontecimientos históricos. Aún hoy su dependencia de la actual Rusia es tal que, en numerosas ocasiones, los suministros más básicos no llegan debido a lo riguroso del invierno, y sus habitantes se ven obligados a pedir ayuda a la cercana Longyearbyen.
Longyearbyen es la antítesis de Barentsburg. Es un pueblo moderno, dinámico y próspero, en su mayor parte gracias al auge del turismo. Con más de dos mil habitantes (curiosamente un número similar al de la población de osos polares en todo Svalbard) y numerosos servicios e instalaciones es, sin duda, el lugar habitado más accesible de ambos polos. Lo más común es llegar a Longyearbyen en avión. No existe ningún otro aeropuerto en el mundo tan al norte que reciba vuelos regulares. Y seguramente sea el único del mundo donde se permita pasear con un fusil al hombro, tan utilizado por la población para la protección de los osos. Si las condiciones meteorológicas lo permiten, llegan vuelos directos procedentes
de Tromsø y Oslo, del que lo separan más de dos mil km., prácticamente la misma distancia que hay entre Barcelona y la capital noruega. Aunque en invierno no es extraño que debido al viento se retrasen o cancelen las llegadas (el autor ha visto en una ocasión como el fuerte viento deslizaba sobre el hielo, literalmente, un coche que estaba estacionado en el aparcamiento del aeropuerto).
Llegada de un crucero de turistas a Longyearbyen. A la izquierda la central térmica que da energía a la ciudad
Centro comercial de Longyerbyen
Mural en la ciudad de población ruda Barentsburg
La ciudad de Longyearbyen se encuentra a poco más de 3 km del aeropuerto, en un recorrido a través de paisajes de tundra, minas abandonadas y un fiordo congelado varios meses al año. Una vez que se llega al centro de la población, sorprende la cantidad de comercios, cafés, restaurantes y hoteles, muchos de ellos de las mismas cadenas que se pueden encontrar en Noruega. Cualquiera diría que se está a apenas mil km del sueño del gran explorador Nansen. La estancia del turista transcurre con rapidez, con visitas a las tiendas, al museo, a los glaciares cercanos o con la contemplación de la aurora boreal, para aquellos que tienen la suerte de verla durante la noche polar. Pero para la población que vive en Svalbard, el día a día es totalmente distinto. Los cientos de alumnos y decenas de profesores de la universidad de UNIS (University of Svalbard) acuden a diario al centro sin importar las condiciones meteorológicas. La residencia universitaria está a casi dos kilómetros del campus, lo que supone que en los peores días del invierno los estudiantes bajan en silencio bajo el frío, el viento, el hielo, la nieve y la casi absoluta oscuridad. Nunca falta ninguno a clase. Lo que en otras partes del mundo se consideraría una temeridad, aquí parece formar parte del curso académico. Una vez que se entra por la puerta, es preciso desprenderse de la pesada ropa y dejar las botas en las taquillas. La UNIS es, seguro, la única universidad del mundo donde un ilustre profesor invitado de Cambridge te puede dar una clase magistral en calcetines. Y el único centro educativo en el que la primera asignatura que se cursa al principio del semestre es sobre el manejo del rifle, la protección frente a los osos polares y la supervivencia en ambientes árticos.
La nueva Spitsbergen, Sbalvard
LA VIDA Y LA MUERTE EN SVALBARD
La vida en Spitsbergen presenta peculiaridades posiblemente únicas en el resto del mundo. Para empezar, ningún niño es natural de las Svalbard. Nadie nace en estas islas (las mujeres dan a luz en la ciudad de Tromsø, no por ley, sino porque el hospital local no cuenta con el equipamiento suficiente en caso de complicaciones) y, aunque existen familias que han vivido varias generaciones en el archipiélago, lo normal es que la gente esté aquí solo por una temporada. Y nadie muere en ellas tampoco o, por lo menos, no se les entierra aquí (el suelo está permanente congelado (es el permafrost), lo que hace muy difícil cavar una tumba, siendo muy posible que el ataúd saliera a la superficie con el tiempo por la dinámica propia del hielo. La oscuridad puede ser a priori la circunstancia más difícil a la hora de vivir en Svalbard (a esta latitud la noche polar se extiende desde finales de octubre a principios de febrero). Durante estos tres meses la población de Longyearbyen se mantiene ocupada en sus quehaceres diarios. Se vive, como sucede en el resto de Noruega, puertas adentro, solo saliendo para ir a trabajar o visitar la cafetería, el cine o la piscina cubierta, muy usada por los locales de Longyearbyen. Las familias que pasan el año entero en Spitsbergen se enfrentan al problema de criar los niños en un medioambiente hostil y recóndito. Una de las primeras precauciones que se deben tener son los osos polares (cada año se ven varias docenas por las inmediaciones de la ciudad, así que representan un peligro real). La escuela local cuenta con varios fusiles y los maestros deben de ser capaces de saber utilizarlos, llegado el caso. De hecho, cualquier persona que se aleje de la ciudad debe ir siempre armada, por lo que no es raro ver pasear a gente por la calles o entrando en el supermercado con el fusil a la espalda. La segunda es el frío. El primer día de clase, pese a ser a finales de agosto, puede comenzar con temperaturas bajo cero y las montañas ya cubiertas de nieve. Con todo, los niños juegan en el patio exterior durante el resto del año gracias al buen abrigo que usan, incluso cuando la temperatura baja de unos -15ºC, en los días más fríos del invierno. Sin embargo, el mayor reto al que se enfrentan las familias en Longyearbyen es al hecho de que la inmensa mayoría de ellas solo permanecen aquí un máximo de dos o tres años, lo que hace que las relaciones y amistades entre los niños sean siempre pasajeras. La falta de continuidad del alumnado supone una dificultad añadida para los maestros a la hora de dar normalidad a los cursos que imparten.
Construcción típica de Longyearbyen, en madera y suspendida sobre pilares clavados en permafrost
UN FUTURO MUY AMENAZADO
Como el resto del planeta, Svalbard se enfrenta a numerosos desafíos ambientales y sociales. Las condiciones extremas, fruto de su localización tan septentrional, hacen que su vulnerabilidad sea aún mayor. Así, los efectos del calentamiento global están amplificados en la región ártica, mucho más que en las latitudes templadas. Svalbard parece mostrar una sensibilidad climática única: en los últimos 100 años la temperatura media ha subido seis grados centígrados, cuatro en las tres últimas décadas. Las consecuencias de este incremento térmico se hacen evidentes en la menor duración de la cobertera nival, el incremento de días de lluvia, la degradación del permafrost, el retroceso de los glaciares (en una investigación del autor -junto con colegas de la UAM y la Universidad de Oslo-, se estimó en más de un 13% la pérdida de superficie glaciar para todo el archipiélago en los últimos 100 años) y cambios en el hábitat de especies singulares como la morsa y el oso polar. El incremento del turismo en las últimas décadas supone también una importante amenaza en este ecosistema tan frágil. El número de pernoctaciones en hoteles ha pasado de cuarenta mil en 1997, a más de cientotreinta mil en 2015. La llegada masiva de cruceros también ha aumentado geométricamente: de quince mil pasajeros en 1997, a más de cuarenta mil en 2015. Esta gran afluencia –concentrada en Longyearbyen y sus alrededores-, supone una carga muy elevada para el delicado equilibrio de Spitsbergen: la demanda de energía, recursos, producción de desechos, contaminación, el tránsito continuo por zonas que antes quedaban inaccesibles y un largo etc., suponen impactos muy preocupantes para este ecosistema ártico.
No existe en el mundo un lugar como Svalbard que permita al viajero acercarse tanto al Polo Norte, y adentrarse de lleno en el mundo ártico de una forma tan accesible, cómoda y segura. Pero además, supone una oportunidad única para conocer de primera mano la vulnerabilidad del Ártico ante las amenazas que ya le acechan. Para que el visitante se conciencie y reflexione sobre la necesidad de seguir protegiendo, no solo este conjunto de islas, sino el resto del Ártico también. Seguramente uno de los territorios más bellos y salvajes del planeta, y el que a ciencia cierta más rápido está cambiando de todos.
Boletín 59
Enero – Abril de 2018