Texto: Lola Escudero
Boletín 78 – Sociedad Geográfica Española
Viajeros ilustrados. El viaje de España.
Los viajeros españoles que durante el siglo XVIII se lanzaron a recorrer su propio país, los llamados viajeros ilustrados, resultan a día de hoy unos grandes desconocidos. Sin el heroísmo de los grandes exploradores de América y el Pacífico que les precedieron, y sin el romanticismo de los viajeros por placer que les sucedieron en el siglo XIX, los del Siglo de las Luces pueden parecernos eruditos grises y anodinos, a veces meros funcionarios recopiladores de datos y husmeadores en archivos. Pero nada más lejos de la realidad: son los primeros que deciden salir a conocer nuestro propio país, a reconocer sus caminos, sus luces y sus sombras, para proponer un cambio.
Solo por ello, ya merecen nuestra atención, y a ellos va dedicado este nuevo número del Boletín de la Sociedad Geográfica Española. En estas páginas veremos cómo, siguiendo el modelo establecido por Rousseau y otros pensadores europeos, los intelectuales españoles dieciochescos se pondrán en marcha para conocer España en profundidad. Con increíble celo y constancia, se empeñarán en conocer la realidad de un país anclado en el pasado, y nos asombrarán con sus observaciones y reflexiones sobre una realidad que hasta entonces nadie se había parado a analizar.
Viajar no es ningún placer para ellos, sino una misión: no viajan para ver tierras y paisajes, no por mera aventura, sino para conocer pueblos, estudiar costumbres y comparar formas de gobierno. Y lo hacen con la ilusión casi infantil propia de los Ilustrados, optimistas, racionalistas, convencidos de que el acopio de datos y documentos permitirá cambiar de alguna forma el curso de la historia de España.
Los viajes de científicos como el de Cavanilles, de artistas como Antonio Ponz, de historiadores como el Marqués de Valdeflores, de intelectuales como Iriarte o Moratín, de cartógrafos como Tomás López, de hombres de gobierno como Jovellanos… pondrán en marcha una aventura intelectual, única y ejemplar en la historia literaria española. Más allá de su obsesión por inventariar todo cuanto ven, veremos viajes que duran toda una vida, como los más de treinta años que Tomás López dedica a recorrer el país para levantar el primer mapa completo y detallado de la península. O las dos décadas que un artista, Antonio Ponz, emplea para diseccionar la realidad histórica, social, artística y geográfica del país y contarlo en su Viaje de España. O el tiempo que dedicó Jovellanos, intelectual, hombre de leyes, prácticamente toda su vida, a viajar por España y dejar por escrito en forma de cartas cuanto vio por caminos, pueblos y ciudades, siempre con un afán reformista y didáctico. Entre unos y otros, nuestros viajeros ilustrados nos dejan frescos muy certeros de todas las regiones españolas y de cómo se viajaba en un país en el que los caminos no habían prácticamente cambiado desde tiempos de los romanos, con ventas y posadas sucias, incómodas y hasta peligrosas y sin “guías” de viaje que les orientasen en sus trayectos.
Los viajes ilustrados, a diferencia de los posteriores románticos, serán promovidos desde el propio gobierno, impulsados por los reyes Borbones de forma meditada, calculada y planificada, como parte de una renovación total de la nación. Y a finales de siglo se puede decir que han dado frutos: reformas de los caminos y del sistema de postas, conocimiento e inventario de los recursos del reino (artísticos, naturales, económicos…), una completa cartografía de la península, “guías” y libros de viajes para ayudar a desplazarse, y numerosos proyectos para mejorar la economía y las condiciones sociales del país, muchos de los cuales se verán truncados con las guerras napoleónicas y la posterior llegada del absolutismo.
El cacharrero. Francisco de Goya
Trescientos años después, España ha cambiado mucho, y también los objetivos del viaje y de los viajeros. Nuestro propio Boletín da un salto en el tiempo para dedicar un espacio final a la actualidad viajera: la primera expedición de la Sociedad Geográfica a la Antártida, que los propios participantes han relatado en forma de crónica, y la última edición de los Premios de la SGE, donde viajeros de otra época, de otro siglo, incluso de otro milenio diferente al que alumbró a aquellos viajeros ilustrados, llegan a todos los confines del mundo y centran su objetivo en la conservación del planeta.
Sus metas están a veces muy lejos de nuestro territorio cercano. Para muestra, Héctor Salvador, Viajero del Año SGE, piloto de batiscafos y primer español que desciende a la Fosa de las Marianas (10 706 m de profundidad). Pero incluso con un objetivo viajero tan lejano al que inspiró a los ilustrados, en su discurso quiso enlazar con cuantos viajeros le han precedido y con los que siente que comparte un espíritu común de curiosidad. «Allí (en la profundidad de la Fosa de las Marianas) me sentí una gota insignificante en la inmensidad del océano. Hoy me siento así, rodeado de los héroes de mi infancia, los que allanaron el camino para que llegáramos hasta aquí». Tal vez sea la curiosidad viajera por conocer lo que nunca ha cambiado.
El columpio. Francisco de Goya