Texto: Juan Luis Arsuaga
Boletín 80 – Sociedad Geográfica Española
Arqueología: un viaje al pasado
La paleoantropología, la ciencia que investiga la evolución humana, vive un buen momento. Así lo cree Juan Luis Arsuaga, codirector de Atapuerca, director científico del Museo de la Evolución Humana y uno de nuestros científicos más reconocidos, en este breve resumen de los logros conseguidos por esta ciencia en nuestro país, de los yacimientos extraordinarios puestos a la luz en las últimas décadas y de su transcendencia. La comunidad científica internacional está más pendiente que nunca de lo que se investiga en España.
En la Universidad de Cambridge, donde pasé algunos meses en unos de sus departamentos, se cuenta la siguiente historia. Un profesor americano que estaba de visitante en la Universidad se asombraba de lo bien que lucían los céspedes de los “colleges”. Hay que decir que los céspedes de los colegios no se pueden pisar… salvo que se sea “fellow” de ese colegio, o se acompañe a un “fellow”. Esa fue la primera lección que aprendí en Cambridge.
El profesor americano, intrigado, se dirigió al jardinero de su colegio, con el que ya se había familiarizado porque lo veía trabajar todos los días. “¿Cómo consiguen ustedes tener el césped tan tupido y tan mullido”?, le preguntó.
El jardinero le explicó sus técnicas de cultivo de los céspedes: sembrado, abonado, riego, siega, etc. “Eso ya lo hacemos nosotros y nuestros céspedes no pueden compararse con los suyos”, le contestó el profesor americano. A lo que el jardinero inglés contestó: “Es que hay que hacerlo durante 700 años”.
Bueno, yo pertenezco a una universidad que tiene más de cinco siglos, y nuestros céspedes no parecen tan bien cuidados. O quizás sí y no nos hemos dado cuenta. El cultivo al que me estoy refiriendo, metafóricamente, es al cultivo del espíritu, y más concretamente el de la ciencia, que como decía el biólogo americano Edward O. Wilson es parte de las humanidades. ¿Qué otra cosa va a ser la ciencia, sino humanidades?
Los que nos interesamos por la historia de la ciencia española hemos pintado un cuadro que es cierto a grandes rasgos, pero no del todo exacto si nos aproximamos al lienzo y lo observamos más de cerca.
Visto a cierta distancia el panorama histórico de la ciencia española puede resumirse en grandes momentos luminosos seguidos de etapas prolongadas de oscuridad. Esta visión se aplica por igual a todas las ciencias, incluidas las geográficas. El primer momento de brillantez corresponde al Renacimiento, que fue la edad de oro de la medicina española y no digamos de la navegación, de la exploración y de las ciencias naturales, además de la descripción de las culturas americanas que se encontraron los castellanos.
Luego, en el Barroco, que es el periodo en el que nace verdaderamente el método científico y cuando por lo tanto amanece la ciencia, la contribución española al conocimiento del mundo y de sus maravillas parece perder empuje. Se suele atribuir a la contrarreforma y a la Inquisición esa decadencia. El siguiente momento de esplendor de las exploraciones y de la ciencia en general es la Ilustración, y podemos pensar en la Expedición Malaspina como el luminoso (y desgraciado) cierre de ese periodo.
Tanto el Renacimiento como la Ilustración tienen un elemento en común, y una lección para el presente. En aquellos momentos España atraía sabios de todo occidente. No se llega a ser una potencia económica o cultural solo con lo que produce la tierra. Hay que incorporar el talento que se pueda de fuera. El Regeneracionismo del siglo XX, tras la pérdida de las últimas colonias, habría significado un renacer para la ciencia española, terminado bruscamente con la guerra civil.
Y luego llega la democracia y la ciencia española actual, que objetivamente hablando puede considerarse muy digna en general, y en numerosos campos, puntera. Y eso a pesar de las raquíticas inversiones públicas en nuestras universidades y centros de investigación. Para que luego digan que no existen los milagros.
Sin embargo, esta simplificación de la historia de la ciencia española es excesiva, porque no es difícil encontrar eslabones intermedios entre los momentos estelares. Mejor o peor, nosotros también llevamos 700 años cuidando el césped. Y creo que ese es nuestro trabajo en la actualidad: descubrir la continuidad de la ciencia española. El invisible hilo de Ariadna que une a los médicos españoles del siglo XVI con Santiago Ramón y Cajal y su extraordinaria escuela, por poner un ejemplo. Siempre hubo jardineros que se ocuparon del césped, volviendo a la metáfora paisajista. Todos los maestros han tenido maestros.
Y como yo me ocupo de una disciplina, la evolución humana, que bebe de la anatomía humana y de la anatomía comparada, de la paleontología y de las tres ciencias “geo”: geografía, geología y geobotánica (o ecología, si lo preferís), me toca contribuir a esta tarea.
La mundialmente famosa sierra de Atapuerca, que alberga los yacimientos en los que más he trabajado, no es una excepción. Es la regla, extraordinaria en este caso, pero la regla al fin y al cabo de la investigación prehistórica española, que tiene antecedentes tan ilustres como Altamira.
No quiero en este breve texto elaborar una lista de nombres de preeminentes científicos, porque son muchos, pero sí hacer constar que antes de la guerra civil fueron numerosos los yacimientos excavados y las estaciones de arte rupestre descubiertas, como suele decirse “en mitad el campo”. Y el campo en aquella época no facilitaba las cosas a los investigadores. El país estaba todavía por explorar para la ciencia, y muy mal comunicado.
Y no me olvido del estudio de los climas del pasado, de la Edad del Hielo y de los glaciares, que merecen especial atención porque se encuentran en las montañas más altas, en lugares muy remotos y de complicado acceso. Y sin embargo es impresionante la precisión con la que fueron cartografiados por los maestros de nuestros maestros.
Entre los yacimientos paleolíticos al aire libre es imposible no referirse a Torralba, en Soria, de donde salían enormes huesos y muelas de elefantes y maravillosos bifaces. Por no hablar de las terrazas del Manzanares y de tantos otros lugares conocidos en todo el mundo científico. Y llegamos así a Atapuerca, en Burgos, que tantas alegrías ha dado a la ciencia española en las últimas décadas del siglo pasado y las primeras de este. Lo que tiene Atapuerca sobre todo es un registro arqueo-paleontológico muy completo que abarca más de un millón de años.
Entre los miles de fósiles de animales y de herramientas de piedra de Atapuerca hay también restos humanos. Más abundantes que en cualquier otro lugar. Los más antiguos vienen de un yacimiento que se llama Sima del Elefante, y son una mandíbula y parte de una cara que tienen un millón y pico de años. Un pico muy largo, de más de un cuarto de millón de años. Por su antigüedad procede clasificarlos -de momento- como pertenecientes a la especie fósil Homo erectus.
Gracias a estos restos sabemos que esta especie, que conocíamos en África y en Asia, también penetró en Europa, llegando hasta sus confines, las tierras más occidentales del continente.
Los siguientes fósiles en antigüedad se han encontrado en el yacimiento de Gran Dolina. Hablo en pasado, pero todos los yacimientos que menciono aquí están actualmente en excavación y siguen produciendo fósiles humanos. De Gran Dolina tenemos abundantes fósiles, y se espera encontrar muchos más porque tuvo lugar allí un festín caníbal hace casi un millón de años. No fue un canibalismo ritual o simbólico, sino que parece que hubo conflicto entre grupos rivales, lucha, muerte, y antropofagia. Como fueron muchas las víctimas, los restos del festín –o festines- son abundantes. Estos fósiles de hace casi un millón de años no pertenecen a la línea de los neandertales ni a la nuestra. Aparentemente los neandertales y los humanos modernos (los “sapiens”) todavía no se habían empezado a separar evolutivamente, o apenas lo habían hecho.
Es decir, que no son ni neandertales primitivos ni “sapiens” primitivos, sino una población perteneciente al tronco común del que proceden unos y otros. Algo así como unos Homo erectus “evolucionados”. Para distinguirlos les hemos puesto el nombre de Homo antecessor.
Corresponde ahora hablar de la Sima de los Huesos. Por decirlo sencillamente es una acumulación increíble de fósiles. Estos fueron los primeros que se encontraron en Atapuerca, en el año 1976.
Aquí los huesos no muestran señales de que a esa gente se la hubieran comido unos antropófagos, sino que todo parece indicar que dejaron caer los cadáveres a la sima sus familiares y compañeros de grupo. Una práctica, en resumen, de tipo mortuorio, como se dice técnicamente. No nos atrevemos a afirmar que sea simbólica, o ritual, es decir, un comportamiento funerario, pero podría serlo porque con los esqueletos se encontró un hacha de mano que tal vez significara algo. Y el mero hecho de acumular tantos cadáveres (cerca de treinta) en un mismo lugar y repetidamente ya indica que el sitio tenía un valor especial para la comunidad.
Desde el punto de vista evolutivo, esta población de la Sima de los Huesos corresponde a neandertales incipientes. Lo sabemos por la anatomía, pero además porque estos fósiles han proporcionado el ADN humano más antiguo que se conoce. En otro yacimiento de Atapuerca, llamado Galería, también han aparecido un par de restos de estos preneandertales.
Los neandertales están representados en Atapuerca por dos yacimientos: Cueva Fantasma y Galería de las Estatuas. En este último yacimiento se recuperó ADN de varios neandertales directamente del sedimento, sin necesidad de muestrear huesos o dientes. Todo un hito para la historia de la investigación del ADN antiguo.
Y por supuesto también hay yacimientos holocenos magníficos, como El Portalón de Cueva Mayor y la cueva del Mirador, que han contribuido decisivamente a establecer cómo se formaron las poblaciones europeas actuales.
Al mismo tiempo que se sucedían los grandes hallazgos y publicaciones en Atapuerca, España y Portugal vivían una edad dorada para la Prehistoria. Han aparecido nuevas manifestaciones artísticas en cuevas españolas -citemos La Garma (Cantabria) como un caso excepcional- y se ha producido un cambio de paradigma en el arte paleolítico.
Tradicionalmente se asociaba el arte figurativo a lugares oscuros y prohibidos en el interior de cuevas pero se ha descubierto en las últimas décadas que con frecuencia decoraban valles enteros o promontorios, grabando animales en las rocas. A mí me gusta pensar que para aquellos antepasados nuestros toda la geografía era sagrada.
En fin, tenemos ahora un registro paleontológico espléndido de los neandertales, con yacimientos muy ricos, como El Sidrón (Asturias), la Sima de las Palomas (Murcia), Cueva Foradada (Comunidad Valenciana), y muchos otros. Y también testimonios pictóricos (aunque no figurativos) de comportamiento simbólico de los neandertales en tres cuevas decoradas en Cantabria, Extremadura y Andalucía. Sin olvidarse de Pinilla del Valle (Comunidad de Madrid), donde los neandertales acumularon en una cavidad cráneos de animales con cuernos (rinocerontes, ciervos, bisontes y uros) a modo de trofeos de caza.
Todo esto sin pretender agotar ni mucho menos la lista de los yacimientos ibéricos que proporcionan información sobre los neandertales, que ahora tienen a toda la comunidad científica pendiente de la península ibérica.
En resumen, el césped de la ciencia no ha dejado nunca de cultivarse en España, algo que debemos reivindicar ante el mundo, pero ahora vive uno de sus momentos más verdes. Y que siga así ya para siempre, sin sobresaltos. Para ello es imprescindible que colabore con el jardinero el director del “college”.
* Juan Luis Arsuaga es paleoantropólogo y escritor. Doctor en Ciencias Biológicas y catedrático de Paleontología por la Universidad Complutense de Madrid. Es Codirector de Atapuerca y director científico del Museo de la Evolución Humana. Es vicepresidente de la Sociedad Geográfica Española.