30 de julio de 2022
Crónica 3
Para poder ascender una montaña que tenga una considerable altitud, como el Sajama, con sus 6.542 metros de altura, es imprescindible adaptar previamente nuestro cuerpo a la falta de oxígeno que existe en las alturas. Nuestro organismo tiene que ir acostumbrándose al aire enrarecido de las alturas y eso se consigue subiendo progresivamente cada vez más alto. Para ello es fundamental establecer un riguroso plan de aclimatación que permita afrontar con garantías la ascensión de la cima deseada. La aclimatación que he preparado para subir el Sajama implica dormir varios días en el pueblo Sajama, a 4.200 metros de altitud, y ascender previamente dos montañas, el Acotango, de 6.052 metros y el Parinacota, de 6.319 metros. Hoy me enfrento al reto de subir la primera de estas cumbres, el Acotango.
Hacia el Acotango
Un asombroso cielo estrellado, muy diferente al que estamos acostumbrados a ver en el hemisferio norte, refulge con fuerza sobre mi cabeza, cuando salgo de la habitación a las 3.30 de la mañana para dirigirme al salón comedor para desayunar. Allí me encuentro con Omar, un colombiano que, al igual que yo, también viaja en solitario y que ayer se animó a venirse conmigo al Acotango. A las 4:00 salimos en el jeep de Mario, que nos acercará hasta la base de la montaña, bastante alejada del pueblo. Los faros del todoterreno alumbran la intensa oscuridad de la noche mientras circulamos lentamente por pistas de tierra que ascienden progresivamente sobre las laderas de las montañas circundantes al Acotango, hasta alcanzar una mina de azufre, cerca de la cual aparcamos el jeep, al borde del camino que se adentra en la montaña. Estamos a 5.100 metros y hemos tardado 1 hora y media en llegar.
Vestidos para la ocasión, con las imprescindibles capas de prendas térmicas para aislarnos del intenso frío, Omar y yo iniciamos la ascensión sobre las 5:45, en plena oscuridad, por un sendero arenoso que se eleva sobre la pista de tierra. La luz del frontal nos ilumina los metros que tenemos por delante y vamos siguiendo el camino, que de momento está bien marcado. Al cabo de poco tiempo nos adentramos en una zona con muchas rocas y varios riachuelos helados, donde es fácil perderse, pero vamos muy atentos y conseguimos avanzar por el camino correcto, tras cruzar uno de los ríos. En plena oscuridad no es fácil orientarse, sobre todo en un lugar desconocido. Avanzamos a buen ritmo, entre terreno arenoso, rocas, corrientes de agua y penitentes de nieve que salpican el fondo del valle por el que ascendemos. A nuestras espaldas divisamos un horizonte rojizo, preludio inminente del amanecer que poco a poco baña de claridad el paisaje. Bajo un intenso frío, que hace que apenas pueda sentir los dedos de las manos, vemos por fin donde nos encontramos, en un estrecho valle sobre el que se descuelgan inmensas laderas que caen desde las altas cimas que nos rodean. Al rato adelantamos a un grupo que había salido 1 hora antes que nosotros y seguimos ascendiendo con ánimo por el valle hasta llegar al fondo del mismo, a unos 5.600 metros, donde paramos a reponer energías. Hemos recorrido 500 metros en apenas 1 hora y media, y nos encontramos con fuerza y sin sentir de momento la altura.
Con vistas al Guallatiri, el volcán activo más alto del mundo
Las vistas desde el fondo del valle hacia las alturas son espectaculares. Tenemos justo encima de nuestras cabezas la cima del Acotango, al final de una larga arista nevada que tendremos que recorrer para poder llegar a su cumbre. Lo más duro de la ascensión empieza ahora, pues hay que remontar una empinada ladera arenosa de unos 300 metros que conduce hasta la arista nevada. Iniciamos la subida entre arena y roca, con mucho cuidado para no resbalarnos, cuando los primeros rayos del sol iluminan la ladera. El inminente calor del sol es un bálsamo que elimina de repente el frío que se había incrustado en mis dedos. Poco a poco vamos remontando la empinada pendiente, pero el cansancio empieza a hacer mella y voy parando cada pocos pasos para ventilar mis pulmones, pues la falta de aclimatación a la altura empieza a cobrarse su peaje. Es momento de centrarse en el siguiente paso a dar y no mirar muy arriba, pues es desesperante ver el trecho que aún nos falta por recorrer. Así, con más sufrimiento que placer, vamos ganando altura con tesón hasta alcanzar una zona de grandes rocas, que bordeamos por debajo para alcanzar la arista nevada, a unos 5.900 metros. La arista es una verdadera maravilla, y nada más verla en toda su inmensidad estoy deseando cabalgar sobre ella, recorrerla liviano en busca de su punto más alto. Nos ponemos los crampones, para agarrarnos firmemente a la dura nieve, y afrontamos ansiosos la última parte de la ascensión. La cima se ve cercana, pero aún nos quedará un tiempo para poder llegar a la cumbre. La visión desde el borde del abismo es sencillamente asombrosa, y conforme vamos recorriendo el aéreo ángulo de la montaña aprovechamos para disfrutar del entorno, a pesar del cansancio. A nuestras espaldas, emergen imponentes sobre el altiplano boliviano todas las montañas de la cordillera occidental de los Andes, como el majestuoso Sajama oteándonos desde la cercanía, o los bellos volcanes Payachatas (Parinacota y Pomerape). Y a nuestra derecha, casi rozándola con los dedos, diviso la columna de humo que emerge de una montaña. Es el Guallatiri, el volcán activo más alto del mundo, con 6.063 metros de altura.
Seguimos ascendiendo por la arista, sorteando con precaución las partes más delicadas, donde un resbalón podría llevarte a la sepultura. Algunos tramos son bastante empinados, pero los solventamos sin dificultades, a pesar del cansancio que llevamos acumulado de toda la jornada. Por fin, tras superar una pequeña pendiente, alcanzamos la aérea cima del Acotango, tras 4 horas y media de continuo esfuerzo mediante el cual hemos superado casi 1.000 metros de desnivel. No puedo evitar sentirme dichoso por haber alcanzado una nueva cumbre, un nuevo sueño, por haber superado con solvencia las dificultades del terreno y haberme sobrepuesto al cansancio. Desde la cima Omar y yo nos felicitamos por haber llegado a lo más alto. Un nuevo amigo con quien comparto la alegría de las cumbres.
Desde la cima del Acotango, a 6.052 metros, y bajo un día espléndido, se divisa una estampa maravillosa, una de las vistas más hermosas desde las cimas de las montañas de la región. Contemplo con los ojos abiertos de par en par la belleza del entorno, con las cercanas y grandiosas montañas de la cordillera occidental (Sajama, Parinacota, Pomerape, Guallatiri, entre otras). El paisaje es infinito y consigo divisar incluso el Illimani y el Huayna Potosi, a más de 250 Km de distancia, la parte norte del salar de Uyuni, y la naturaleza salvaje de Chile, cuya frontera está cercana. Tras 1 hora en la cima iniciamos el descenso, alrededor de las 11.00 y en apenas 2 horas y media estamos de vuelta al inicio de la ruta, donde nos espera Mario para llevarnos de vuelta al pueblo de Sajama, donde nos espera un merecido descanso.