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Rumbo al altiplano boliviano

28-29 de julio de 2022

Crónica 2

Esta noche he dormido sin dolor de cabeza, y me levanto con los ánimos por las nubes para iniciar la aventura. Hoy jueves, 28 de julio, pongo rumbo al pequeño pueblo de Sajama, que se sitúa a las faldas del imponente volcán homónimo, y donde pasaré los próximos días para adaptar mi cuerpo a la altitud, antes de afrontar la ansiada ascensión al techo de Bolivia.

El día amanece soleado, como de costumbre estos días, y tras desayunar   opíparamente,  quedo  a  las   8:00   con  Chapaco,  el conductor que me llevará hasta Sajama. Tras cargar los pesados bultos en la furgoneta, no sin esfuerzo por la falta de oxígeno, iniciamos  el  trayecto  hasta  mi  próximo  y  anhelado  destino.

Sorteando el intenso tráfico de las callejuelas del centro histórico alcanzamos la autopista que sube serpenteante entre las empinadas laderas hacia El Alto. Las vistas conforme ascendemos son asombrosas con miles de edificios de ladrillo que se agarran a las empinadas laderas de la enorme hondonada donde se sitúa La Paz. Al llegar a la parte superior, bien llamada por los lugareños “El Alto”, el intenso tráfico de furgonetas y microbuses nos devora. Es plena hora punta y además es día de mercado, el mayor de Bolivia, que cubre una gran parte de las calles de esta ciudad. Atravesar esta zona pondrá a prueba  nuestra  paciencia,  pero  una  vez  superado  este  caos  circulatorio,  dejamos  atrás  los innumerables edificios de ladrillo que en apenas años han colonizado el altiplano alrededor de La Paz y veloces, por una buena autopista de 2 carriles, ponemos rumbo a Sajama. No puedo evitar echar la vista atrás y contemplar por última vez las imponentes montañas de la Cordillera Real cuyas cimas nevadas refulgen bajo la luz del sol.

El  trayecto  de  256  Km  entre  La  Paz  y  Sajama  surca  con elegancia el altiplano boliviano a más de 4.000 metros de altura. La autopista es buena y avanzamos veloces por terreno llano y amplio, medio  desértico,  mientras  escuchamos  música  tradicional  andina. Sobre las 10:30 arribamos a Patamacaya, una ciudad a medio camino, donde  paramos  a  comprar  fruta  y  verdura  y  aprovechamos  para comer, pues en el resto del trayecto hay muy pocas opciones de encontrar un lugar para reponer energías. La comida típica de la región es el charquecán, carne de llama deshilachada aderezada con maíz, queso, patatas cocidas y huevo. Es la primera vez que pruebo carne de llama y su sabor es agradable. ¡Y su precio inmejorable, 2 euros al cambio!

Sabor andino por los cuatro costados

En Patamacaya cogemos un desvío de la autopista y nos dirigimos ya por una carretera secundaria en buen estado hacia Sajama. Circulamos por una inmensa llanura y de repente en la lejanía veo la cumbre nevada del Sajama sobresaliendo sobre el horizonte, imponente, majestuoso. La espectacular visión se complementa   con   algo   inesperado:   3   enormes   cóndores   nos sobrevuelan livianos meciéndose en las corrientes con una facilidad asombrosa. Una estampa magnífica, que irradia sabor andino por los cuatro costados. La carretera se adentra en el altiplano con constantes subidas y bajadas, mientras atravesamos pequeños pueblos con casas de adobe y contemplamos unas estructuras funerarias milenarias denominadas  Chullpas,  donde  los  pueblos  de  la  región enterraban  a  sus  muertos.  Visitamos  dos  chullpas  y  me sorprende ver que en el interior de las mismas aún se conservan restos óseos de más de 800 años de edad, que se pueden divisar a través de una pequeña ventana orientada al este, al sol naciente.

A  partir de  esta  zona  las  vistas  a  las  montañas  de  la Cordillera Occidental, donde se sitúa el Sajama, son constantes, apareciendo  y  desapareciendo  tras  las  laderas  cercanas  a  la carretera, mientras atravesamos un cañón por donde zigzaguea un pequeño río en cuyas orillas pastan rebaños de llamas. Desde un espectacular mirador divisamos en toda su inmensidad al imponente Sajama dominando el paisaje, al nevado Acotango a su izquierda y los bellos volcanes gemelos llamados Payachatas (Parinacota y Pomerape) a su derecha. Mientras me regocijo ante el asombroso espectáculo, parezco un paparazzi, tratando de retratar el bello paisaje que nos rodea. La carretera va bordeando el Sajama, cuya espectacular cara sur con impresionantes glaciares nos saluda desde las alturas y nos hace sentir muy pequeños ante la inmensidad del entorno. Finalmente, tomamos un desvío a mano derecha por una pista de tierra y llegamos a la entrada del Parque Nacional del Sajama, en una gran planicie de altura, donde hay que registrarse. Un poco más adelante llegamos por fin al pueblo de Sajama, a 4.200 metros de altitud. Son las 14:30.

El pueblo de Sajama, abrazado con fuerza por la salvaje naturaleza

El lugar donde me alojaré los próximos días es un hostal sencillo, regentado por Mario, un guía de la zona, que conoce estas montañas como la palma de su mano. El hostal está construido a base de adobe, es de una sola planta, donde se encuentran el amplio comedor y la cocina. Y justo enfrente hay varias habitaciones individuales, hechas también de adobe y con techo cubierto de paja.

Mi habitación es sencilla, con una cama grande, una pequeña mesa y un cuarto de baño con ducha, más que suficiente para mis exigencias. El pueblo de Sajama tiene ese aroma de los pueblos del lejano oeste, alejado de cualquier lugar civilizado, y abrazado con fuerza por la salvaje naturaleza que le rodea. Camino curioso por sus calles de arena, solitarias, donde emergen edificios de una sola planta, la mayoría construidos con adobe y unos pocos ya con ladrillo. En la escuela, bajo una gran estructura techada, alumnos de la banda de música ensayan para las próximas fiestas, mientras sigo deambulando entre sus calles y plazas hasta llegar a la iglesia del pueblo, que domina el entorno.

No tardo mucho en recorrerme el pueblo entero, mientras voy buscando cualquier recoveco para hacer  una  foto  que  retrate  la  magia  del  lugar.  El  verdadero encanto del lugar es el entorno salvaje que le rodea, donde sobre el eterno altiplano andino surgen imponentes montañas. Al fondo puedo divisar el Acotango, pero sobre todo destaca el majestuoso Sajama que se eleva solemne hacia los cielos desde el pueblo y justo enfrente, al otro lado del altiplano, los bellos Payachatas que son como un imán que atrae irremediablemente a mi mirada.

Todo esto aderezado con rebaños de llamas que campan a sus  anchas  en  libertad,  pintan  un  cuadro  de  impactante belleza lleno de colores. A las 18:30 el sol se oculta tras las montañas y el frio abraza con fuerza el paisaje. Es momento de cenar, conversar  con  otros  montañeros  venidos  de  mil  lugares (Suiza, Francia, Colombia, Argentina o Chile) y llegar a la inexorable cita con Morfeo para descansar de un largo día.

Adaptación a la altitud

El viernes 29 de julio lo tomaré de descanso, para ir adaptando mi cuerpo a la altitud y que mis pulmones se acostumbren a la falta de oxígeno de este lugar. Amanece sobre las 7.00, pero perezoso no me levanto hasta las 7:30, pues afuera aún hace frío y el tímido sol no aparece hasta las 8:00, emergiendo lentamente detrás de las laderas nevadas del Sajama. Desayuno en el comedor y preparo la mochila para el día de hoy. Para desentumecer los músculos subiré a una pequeña colina de 4.550m que surge en la parte de atrás del pueblo, justo antes del Sajama. A las 9:00 inicio la ascensión, caminando por un sendero de arena entre matas por donde ramonean las llamas. La subida se presenta de repente, con un camino que sube directo, sin atajos, cortando en dos la ladera. La primera parte es todavía arenosa, pero luego las rocas se adueñan del terreno y asciendo por una escalera natural de rocas, conforme voy ganando altura. Las vistas a mis espaldas del Parinacota y Pomerape son tremendas y no puedo evitar ir parando cada cierto tiempo para retratar el paisaje, donde el pueblo se ve minúsculo en la lejanía. El camino rocoso está flanqueado  por  un  bosquecillo  de  quenuales,  los  árboles  que crecen a mayor altura del mundo. Las duras condiciones del entorno impiden que estos árboles crezcan en demasía y más que árboles parecen arbustos. Y así, paso  a  paso,  consigo  llegar  a  la  cima  del  llamado  mirador MonteCielo  a  4.550m,  desde  donde  se  divisan  unas  vistas estupendas, con el Sajama enfrente y el inmenso altiplano a las espaldas,  con  el  pueblo  del  Sajama  y  el  resto  de  volcanes (Acotango,  Payachatas,  y  otros)  que  marcan  la  frontera  de Bolivia con Chile. He tardado apenas 1 hora en subir los 350m de desnivel y me siento en forma, sin mucho cansancio. Estos primeros pasos serán fundamentales para ir progresando en la altura. Tras un tiempo contemplando absorto el paisaje e inmerso en mis pensamientos desciendo hacia el pueblo.

El resto del día transcurre tranquilo y lo dedico a escribir y leer, mientras las horas van pasando lentas. Mañana me enfrento al primer desafío de la expedición, y hay que descansar. El Acotango, de 6.052 metros, será mi primera prueba de fuego en esta aventura.

Intenso tráfico en La Paz
Comida en Patamacaya
Llanura con Sajama al fondo
Chullpas
En la carretera que bordea el Sajama
pueblo de Sajama
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Rumbo al Sajama, la montaña más alta de BoliviaJuan y Omar ascendiendo al AcotangoAscensión al Acotango, 6.052 metros
Desplazarse hacia arriba

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