El geólogo viajero. Los viajes de Gustavo Schulze por el norte de España (1906-1908)
A principios del siglo XX, el geólogo alemán Gustavo Schulze, recorrió los lugares más inaccesibles del norte de España armado con sus lápices y sus cuadernos de campo. Su legado científico ha sido recientemente recuperado en un libro y una exposición, que descubren además el papel de Schulze como pionero de la escalada, la exploración geográfica y la fotografía de esa misma región.
Por Elisa Villa
Bibliografía: Boletín Nº27 – Especial 50 años de exploración espacial
En la Historia de la Ciencia probablemente no haya muchos ejemplos de un infortunio científico tan grande como el que sufrió el geólogo y alpinista de origen alemán, aunque nacido en México, Gustavo Schulze (1881-1965), quien, a principios del siglo XX, llevó a cabo tres extraordinarias campañas de investigación geológica en el norte de España, pero nunca pudo ver publicados sus resultados. El recuerdo de su trabajo no se perdió definitivamente gracias a que sus cuadernos de campo, un tesoro de datos inéditos, han llegado hasta nuestros días. En estas libretas, el joven geólogo anotó sus itinerarios, reflejó, con ayuda de hermosos dibujos, la geología de una región hasta entonces desconocida, y recogió las impresiones que le causaron las gentes y los paisajes que conoció.
Veinte años después del fallecimiento del doctor Schulze, cuando dos profesores españoles supieron que esos diarios estaban archivados en una universidad alemana, comenzó el proceso que ha llevado a descubrir una figura científica de primera magnitud. Hoy día se puede afirmar que, si sus investigaciones hubiesen sido conocidas en su momento, habrían cambiado el desarrollo de la geología en España. Sin embargo, aunque sus méritos científicos son grandes, no son los únicos por los que el doctor Schulze merece ser recordado, ya que, además de ser el autor del primer estudio geológico moderno de los Picos de Europa, fue también un pionero de la escalada, la exploración geográfica y la fotografía de esa misma región.
PEQUEÑA BIOGRAFÍA
Gustavo Schulze nació en 1881 en Orizaba, estado de Veracruz. Era el tercer hijo de Adolf Schulze, comerciante bávaro emigrado a México, y de María Ziehl, mexicana de origen alemán. Cuando Gustavo tenía sólo tres años, viajó a Munich junto a sus padres y hermanos, pero, a poco de llegar, falleció Adolf y su viuda hubo de quedarse en el país de origen de la familia con sus cinco hijos. Por tanto, Gustavo pasó en Alemania su infancia y juventud, cursando en la ciudad de Munich los estudios secundarios y repartiendo los superiores de geología entre las universidades de Leipzig y Munich. Probablemente su vocación por la geología surgió como consecuencia de su pasión por el montañismo, una afición, iniciada en sus años juveniles, en la que Schulze llegó a destacar como autor de importantes escaladas. Su tesis doctoral, defendida en 1905 en la Universidad de Leipzig, versó sobre la estratigrafía y estructura de los Alpes de Algäu, región situada al sur de Baviera, en la frontera con Austria.
Una vez alcanzado el grado de doctor, continuó vinculado al Instituto de Geología de la Universidad de Munich, comenzando la que parecía iba a ser una brillante carrera como profesor universitario. Un paso necesario en esa carrera era superar la habilitación, prueba en la que se requería presentar una investigación geológica inédita. Ésta es la razón por la que, en 1906, puso rumbo a los Picos de Europa, unos agrestes macizos calcáreos cuya geología, a pesar de que ya estaban funcionando en ellos diversas explotaciones mineras (de plomo-cinc en Ándara y Áliva, y de hierro-manganeso en La Bufarrera), era prácticamente desconocida. En la elección del objetivo parece ser que jugó algún papel el prestigioso profesor de la Universidad de Lille Charles Barrois, quien había llevado a cabo un gran trabajo estratigráfico en Asturias años atrás. El investigador francés, conociendo no sólo la calidad como geólogo de Schulze, sino también sus magníficas condiciones de alpinista, le animó a emprender el estudio de los Picos de Europa, una región de dura orografía, que, en aquella época, presentaba grandes dificultades de acceso.
Entre 1906 y 1908, Schulze llevó a cabo las tres intensas campañas de trabajo en el norte de España de las que se hablará más adelante. Al año siguiente, en enero de 1909, contrajo matrimonio con Emilia Stallforth, una joven que, como él, había nacido en México en el seno de una familia de origen alemán. La pareja efectuó un largo viaje de bodas al país de nacimiento de ambos y, a su regreso, se instaló en Munich, donde Schulze continuo ligado a la Universidad. En calidad de miembro del Instituto Geológico de esta ciudad asistió en 1910 al Congreso Internacional de Geología, que se celebró en Estocolmo, y participó en una excursión científica por las Islas Spitzbergen. Es posible que ese mismo año tuviese que efectuar un nuevo viaje a México. Todos estos hechos fueron retrasando la publicación de la ingente cantidad de datos geológicos recogidos en España.
A principios de 1914, pocos meses después de nacer su primera hija, inició un viaje al Africa Oriental Alemana (Tanzania) para ocupar el puesto de geólogo en una expedición paleontológica organizada por el Profesor Kattwinkel de Munich. Hacía muy pocos años que el entomólogo Kattwinkel había descubierto por azar unos yacimientos de mamíferos fósiles en un barranco del Serengeti, unas capas que parecían muy prometedoras. El tiempo confirmaría la extraordinaria importancia de este lugar, pero Schulze no viviría las glorias futuras de los investigadores de la Garganta de Olduvai. En el año 1914 estalla la Primera Guerra Mundial y este conflicto le arrastrará por completo, desviándole de la trayectoria que se había marcado. Tanzania es en 1914 una colonia alemana y, como Schulze ha optado recientemente por esta nacionalidad, al iniciarse la contienda es movilizado por el ejército. Poco después, cae prisionero de los ingleses y comienza para él un largo periodo de sufrimiento y enfermedades, que incluye estancias en campos de concentración en Egipto y la India. Cuando al fin es liberado y puede regresar a Europa, ya habían transcurrido nada menos que seis años desde el comienzo de la aventura africana.
La vida en la Alemania de los años veinte está llena de dificultades y los sueños universitarios de Gustavo parecen haberse desvanecido. Por el contrario, Karl, su hermano mayor, ha regresado a México y se encuentra allí bien situado. Estas circunstancias parecen ser las que determinaron que, en 1923, decida probar fortuna al otro lado del Atlántico junto con su esposa y los dos hijos que entonces tenía (el tercero y último nacería en México).
Hay indicios de que Gustavo Schulze aspiraba a regresar algún día a Alemania, pero la necesidad de dar estabilidad a su familia, junto con el estallido de una nueva guerra mundial, convertirían en definitivo un paso que él creía haber dado con carácter temporal. En México vivirá el resto de su existencia, dedicado a la prospección de yacimientos en investigaciones encargadas por empresas mineras y por el Gobierno mexicano. Y, aunque durante toda su vida siguió intentando dar forma a los estudios realizados en España, ésta era una tarea tan inmensa, que los cuadernos de los Picos de Europa siguieron esperando una publicación que nunca llegó. A mediados de los años cin- cuenta cedió las colecciones de fósiles recogidos en España al Profesor Otto Schindewolf, de la Universidad de Tübingen, y, algún tiempo más tarde, envió los cuadernos de campo a esta universidad. De esa misma época data un intento frustrado de encontrar apoyo en el Gobierno español para poder completar la publicación. Desgraciadamente, el doctor Schulze fallece en México en febrero de 1965, a la edad de 83 años, sin llegar a ver realizados sus deseos.
LOS VIAJES POR EL NORTE DE ESPAÑA
Los logros alcanzados en las investigaciones geológicas que Schulze llevó a cabo en España han sido resumidos en varias publicaciones y, por esta razón, no nos extenderemos sobre ellos. Pero sus viajes merecen comentarse desde el punto de vista de la exploración geográfica. Gracias a los diarios del geólogo, poseemos un conocimiento detallado de los itinerarios que siguió y, de este modo, hemos podido comprobar la dureza y novedad de dichas exploraciones. A la hora de valorar éstas, conviene tener en cuenta que, en el momento de adentrarse por los valles y montañas de la Cordillera Cantábrica, Gustavo Schulze solamente contaba con los mapas de Schulz (1858) y Coello (1870), cuyas escalas eran de 1:167.500 y 1:200.000, respectivamente, una precisión que no estaba al nivel que requerían sus estudios. En el caso de los Picos de Europa, disponía, además, del mapa que León Maury había elaborado con los datos suministrados por el conde de Saint-Saud, pero ni siquiera éste era suficiente. Las hojas a escala 1:50.000, las únicas a las que se podría haber trasladado la detalladísima geología que Schulze era capaz de percibir, aún tardarían unos cuarenta años en aparecer.
1906, EL ENCUENTRO CON LOS PICOS DE EUROPA
En 1906 Gustavo Schulze toma contacto con el norte de España y con los Picos de Europa. La primera incursión en estas montañas tiene lugar en agosto, fecha en la que, acompañado de un guía y dos monturas, sale de Cangas de Onís en dirección a los Lagos de Covadonga, en el Macizo Occidental. Desde uno de sus campamentos, el emplazado a orillas del pequeño arroyo de Redemuña, partió un día a la conquista de la Torre de Santa María de Enol, en una ascensión llevada a cabo por la cara norte, la primera conocida por ese itinerario.
Poco tiempo más tarde, un ocho de septiembre, emprendió, esta vez en solitario, la exploración de la garganta del río Cares. Se trata de uno de los itinerarios más admirables de todos los que realizó, puesto que, en aquellas fechas, este angosto y profundo desfiladero no estaba surcado por más caminos que las vertiginosas sendas abiertas por el pastoreo, sendas que, con frecuencia, debían encaramarse a grandes alturas para poder superar tramos de la garganta con paredes verticales. Gustavo Schulze completó entre Arenas de Cabrales y Posada de Valdeón la primera travesía del Cares, llevada a cabo por un foráneo, de la que tenemos conocimiento. En el transcurso de esa marcha, pasó por la aldea de Camarmeña y desde ella vio por primera vez una cumbre a la que su nombre se iba a unir en el futuro: el Naranjo de Bulnes. Aquel viaje continuó en el itinerario de vuelta por la cabecera del Deva y el valle del Duje, regresando a Poncebos y Arenas y cerrando así un circuito en el que rodeó el Macizo Central. A su paso por los Puertos de Áliva, acometió y venció dos cumbres de gran importancia: el Tiro Tirso (primera escalada) y la Torre del Llambrión (segunda cima de los Picos de Europa).
La visión del Naranjo de Bulnes (o Picu Urriellu, como es denominado en la región), no había dejado indiferente al joven escalador, quien, a finales de septiembre, decide intentar su escalada. Para ello, acompañado de un guía y de un mulo que transporta su voluminoso equipaje, sale desde Arenas camino de la remota aldea de Bulnes. Después de una primera noche en este pueblo, alojado en la humilde vivienda del pastor Esteban Mier, emprende en solitario la marcha hacia el gigante de caliza que se alza al final del largo y accidentado surco del Jou Luengo, a una cota casi dos mil metros por encima de Bulnes. Tras una noche sobrecogedora al pie de la pared, en la que, aterido de frío y abrumado por la soledad, los minutos le parecieron horas, en la mañana del 1 de octubre de 1906, con un valor, sangre fría e inteligencia admirables, abre una nueva vía por la cara este, convirtiéndose en el primer hombre en conquistar el Urriello en solitario y en el tercero en pisar su cima.
En Bulnes vivirá durante más de una semana, totalmente sumergido en el ambiente de la aldea y en la convivencia con las gentes que la habitan. Las notas de sus diarios proporcionan un testimonio de gran realismo, perfilando, junto con la espléndida colección de fotografías que tomó en aquellos días, el retrato más completo que tenemos del Bulnes de hace un siglo.
Durante esta semana lleva a cabo otra ascensión de importancia: la subida al Torrecerredo, elevación máxima de los Picos de Europa y de todas las montañas cantábricas, una ocasión en la que le acompañó como guía Carlos Mier, hermano de Esteban.
LA CAMPAÑA MÁS INTENSA
El segundo viaje de Schulze a España fue el más largo de los tres que realizó y se caracterizó por una dedicación casi absoluta a la geología. Aunque todavía conquistó diversas cimas, la escalada, su otra pasión, ya nunca más volvería a ocupar el papel del primer año.
Otra característica de este segundo año es que fue el de la consolidación de las relaciones con otros importantes pioneros de la exploración de los Picos de Europa. Durante 1907 conoce al conde de Saint-Saud, geógrafo francés que lleva varios años elaborando un mapa topográfico de los Picos, y con él pasa varios días por la vertiente cántabra de estos macizos. Schulze colaboró en los trabajos cartográficos del conde, suministrándole los datos barométricos que tomaba a diario, junto con un buen número de fotografías de los Picos. También se encuentra con Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, primer conquistador del Naranjo (en 1904), con quien comparte horas de acampada en el Macizo Occidental, y a quien asiste con ocasión de una peligrosa caída que el primero sufrió cuando descendía de la Torre de Santa María. Finalmente, gracias a una fotografía que tomó en esos mismos días, vemos que también conoció a Gregorio Pérez, de Caín, el hombre que había formado con Pidal la cordada vencedora del Urriello.
Durante las primeras semanas de la estancia de 1907, entre mayo y julio, sus caminatas le llevaron por los acantilados de la costa oriental asturiana y por las numerosas sierras costeras que, paralelas a la línea de costa, se levantan entre los Picos de Europa y el mar. La exploración de las zonas elevadas de los Picos, cubiertos de nieve en esas fechas, no pudo retomarla hasta bien avanzado el verano. Pero a partir de julio emprende tres durísimas campañas por las alturas, en las que, a lo largo de más de dos meses, recorrerá los tres macizos. Comienza en el Macizo Oriental, examinando palmo a palmo sus afloramientos y alcanzando casi todas su cimas principales. Continúa por el Central, subiendo a Peña Vieja, y llevando a cabo una travesía de sur a norte en la que sigue la alineación de cumbres que va desde aquella cima a la de Peña Castil. Y termina en el Macizo Occidental, en el que, en un recorrido de tres días, con comienzo y final en Caín, supera y desciende fortísimos desniveles por las canales que vierten al Cares. En otra etapa, conquista la cima de Torre Bermeja. Y, antes de regresar a la costa, explora una región que geológicamente no pertenece a los Picos de Europa: la Sierra de Cebolleda, que cierra por el sur el valle de Valdeón.
Cuando termina esta segunda campaña, los resultados geológicos que Schulze había obtenido eran espectaculares: había establecido, con gran precisión para la época, la estratigrafía de las sucesiones que afloran en los Picos de Europa y en la franja costera cantábrica, y había interpretado correctamente la estructura e historia geológica de estas regiones.
LAS GRANDES TRAVESÍAS NORTE-SUR DE LA CORDILLERA CANTÁBRICA
En junio de 1908 llega a Cangas de Onís y reanuda sus trabajos dedicándose al estudio de la cuenca del Sella y sus afluentes Dobra y Ponga. Remonta el desfiladero de Los Beyos hasta la comarca de Sajambre, desviándose hacia el este para internarse en la sierra en la que se levantan el Jario y la Peña de Dobres. De vuelta al valle del Sella, sigue hasta el Puerto del Pontón y continúa luego hacia el sur por la cuenca del Esla, que explora hasta Riaño y Cistierna. Se trata de una región con una estratigrafía muy diferente de la de los Picos de Europa, algo que, naturalmente, no le pasó desapercibido.
Una vez en Cistierna, toma el ferrocarril que le lleva a Cervera de Pisuerga y desde esta localidad palentina comienza el viaje de regreso hacia el norte. En esta larga ruta se desplaza primero por el valle del río Ventanilla, sigue el curso del Carrión por el gran valle de Pineda, y asciende hasta el Pando Vidrieros, una de las estribaciones de la gran mole del Pico Curavacas. La entrada en Cantabria la efectúa por los Puertos de Aruz, descendiendo por Cucayo a la villa de Potes. Con estas dos largas travesías norte-sur, el propósito evidente del geólogo era conocer los terrenos sobre los que se superpone la unidad geológica de los Picos de Europa.
EL TESTIMONIO DEL VIAJERO
Además de los estudios geológicos contenidos en sus cuadernos de campo, el legado de las tres campañas españolas de Gustavo Schulze incluye un extraordinario testimonio, en forma de imágenes, de los pueblos, gentes de las aldeas y paisajes montañosos, tal como él los vio a principios del siglo XX. La calidad de esta colección de fotografías, mas de doscientas, revela que el geólogo fue algo más que un fotógrafo aficionado. Con su cámara, supo captar perfectamente el ambiente casi medieval de las aldeas, el ritmo de la vida diaria en las villas, la bravura de los acantilados cantábricos, la luz y verticalidad de las altas cumbres, la angostura de los desfiladeros… Sorprende, además, la cantidad de imágenes tomadas desde las cimas, lugares remotos y escarpados, en los que el ejercicio fotográfico debía ser enormemente complicado. Pensemos que su cámara necesitaba trípode y que las placas que impresionaba eran de vidrio y tenían un peso y tamaño nada despreciables. De esa colección, conservada actualmente en manos de sus descendientes en México, se han reproducido ciento veintidós imágenes, la mayoría inéditas, en una publicación reciente que resume los viajes de Schulze. Sin embargo, mucho antes, otros autores ya habían recibido alguna de sus fotografías de los Picosde Europa. Es el caso de las que contiene la obra de Saint-Saud publicada en 1922, o las que utilizó Pedro Pidal (1925).
El testimonio del viajero se completa con las impresiones que trasladó a sus diarios. Estas notas personales aparecen tan sólo en los cuadernos del primer año, ya que en las dos campañas siguientes sólo se concedió tiempo para la geología. Pero en 1906, cuando Schulze llega por primera vez a España, era un joven de 24 años que se encuentra con un país nuevo, cuyas costumbres no dejan de sorprenderle. Entre sus numerosos comentarios, leemos algunos en los que se queja del ambiente extraordinariamente ruidoso que reina en cualquier ciudad, villa o aldea, algo a lo que no acaba de acostumbrarse. En el caso de Bulnes y Espinama, describe detalladamente la arquitectura de las viviendas, la indumentaria de los lugareños y los cultivos de los que se alimentan. Aprecia enormemente la hospitalidad de los montañeses y no desdeña su charla, recordando con agradecimiento el pan de maíz y los cigarrillos que compartió con Esteban Mier en la soledad de un refugio perdido en el cañón del Cares, mientras el pastor le hablaba de caminos y precipicios, de osos y de lobos. Y recuerda también una noche pasada por las alturas del Macizo Central, en la que, junto al fuego del campamento, escuchaba las historias de caza y las leyendas que le contaba su guía de Bulnes, Carlos Mier. Las palabras más hermosas, no obstante, son aquellas en las que expresa los sentimientos que le invaden cuando se enfrenta a la escalada, o cuando se deleita con los inigualables paisajes de las alturas, unas manifestaciones plenas de lirismo, propias de una visión romántica e idealista de las montañas.
EL RECUERDO DE SCHULZE
Con el conocimiento de los viajes, estudios, escaladas y fotografías realizadas por Gustavo Schulze la historia de la exploración de los Picos de Europa se enriquece con una gran figura, un personaje con numerosas facetas, muchas de las cuales eran prácticamente desconocidas hasta ahora. Cuando se constata su valía científica, la lucidez y anticipación a su tiempo con la que interpretó la geología cantábrica, abarcando en sus deducciones campos extraordinariamente diversos, no se puede evitar la impresión de que nos encontramos ante alguien genial. Sin embargo, el azar y la desgracia se combinaron para entorpecer su desarrollo como hombre de ciencia y privaron a la geología española de haber efectuado, hace un siglo, un enorme progreso. Aunque no sea más que de modo testimonial, es justo que se recuerde ahora su obra y que el Dr. Schulze pase a ocupar el lugar en la historia que la fortuna le negó.
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El contenido de este artículo se basa esencialmente en el volumen “Gustav Schulze en los Picos de Europa (1906-1908)”, publicado en 2006 por Cajastur, del que son autores Elisa Villa Otero, Enrique Martínez García, Jaime Truyols Santonja y Peter Schulze Christalle.