Suena el despertador, son las 3:30, y apenas he dormido 2 horas y media, después de dedicar la noche anterior a escribir la primera crónica. Termino de organizar el equipaje y bajo a la calle, donde me espera un taxi. El taxista tarda un poco en llegar y para colmo es bastante borde, pues a pesar de verme cargado como una mula entre el petate y las 2 mochilas, no es capaz de acercarse con el taxi hacia donde estoy y me hace ir hacia el coche caminando unos 20 metros con todo el pesado equipaje a hombros. Sobre las 4:00 salimos rumbo al aeropuerto, y volando por la autovía como si estuviera en una carrera de Fórmula I llegamos en apenas 30 minutos. Al llegar me dice que no dé un portazo a la puerta, que los españoles somos muy dados a eso, y para colmo al sacar el petate del maletero me dice que no pesa apenas, y que no entiende porque me quejo de que es pesado. ¡Lo que hay que aguantar!
Al ir a facturar en el mostrador de Jetsmart, me dicen que no abren hasta las 5:30, por lo que me toca esperar, momento que aprovecho para desayunar algo. Vuelvo a la hora indicada, y al facturar me dicen que solo tengo derecho a un bulto, y que la mochila tengo que pagarla. A pesar de mi insistencia no logro convencerles y me toca pagar unos 30 euros adicionales. La espera hasta el vuelo se hace amena mientras veo cómo los aviones despegan con una vista espectacular sobre la cordillera andina al fondo.
A las 07:15 despega el avión con destino a Copiapó, al norte de Chile, y punto de partida de la expedición al Ojos del Salado. Sobre nosotros un mar de nubes espectacular nos acompañará los casi 1000 Km de distancia entre Santiago y Copiapó. Aterrizamos a las 08:45, en pleno desierto de Atacama, y bajo un cielo nublado, lo que me extraña bastante al ser esta región la más árida del planeta. Luego me confirman que por las mañanas se nubla en la zona del aeropuerto, pero luego despeja a medio día y ya el cielo azul típico de la región es un compañero omnipresente. En el pequeño aeropuerto me esperan Cristian y Julio, el guía y el acompañante con los que iré al Ojos del Salado. Al ser un volcán tan inaccesible, que requiere de una compleja logística, he decidido integrarme en una expedición guiada, para minimizar riesgos y compartir experiencias con otros montañeros. Montamos en un jeep 4×4 y nos dirigimos a Copiapó, adonde llegamos unos 40 minutos más tarde. En el hostal conozco a Lena, una mujer de Alemania, de 49 años y que trabaja en finanzas cerca de Múnich, y con la que compartiré la expedición. Los 4 formaremos un buen equipo, donde trabajaremos en común para tratar de ascender el Ojos del Salado. ¡Seguro que será una magnifica experiencia!
Lena y yo vamos a la Plaza de Armas de Copiapó, cambiamos algo de dinero y comemos una hamburguesa que nos sienta genial. Será la última comida en la civilización durante dos semanas. Damos un pequeño paseo por esta ciudad, de unos 150.000 habitantes, a 300 metros de altitud, que dista unos 250 Km del Ojos del Salado y es el centro neurálgico de la región, donde hay mucha actividad minera. Hay minas de cobre, oro y molibdeno, entre otros minerales, lo que muestra la gran riqueza mineral de la región.
Volvemos al hostal donde nos reencontramos con Cristian y Julio, que han ido a comprar la comida y agua que necesitaremos para las dos semanas que dura la expedición. Llevaremos 60 litros de agua por persona (pues el lugar al que vamos es tan árido que no hay agua y debemos llevarnos todo el agua que necesitaremos), junto con 5 cajas llenas de comida, con sopas, pasta, verdura, fruta, carne, etc., así como todo lo necesario para montar los campamentos, como tiendas, dos mesas, bombona de gas, ollas y sartenes para cocinar, entre otras cosas, además de nuestro equipamiento montañero. Cargamos todo en la parte trasera del jeep y iniciamos la ruta sobre las 15:00, bajo un sol abrasador con cerca de 30ºC. Nos dirigimos en esta primera etapa a Valle Chico, situado a unos 80 Km de Copiapó y a 3.000 metros de altura. Allí pasaremos la primera noche, para ir así aclimatando progresivamente a la altitud.
El primer contacto con el desierto montañoso de altura no defrauda. Es espectacular la aridez de la región, la más seca del planeta, y como surgen las montañas sobre la planicie. Al principio atravesamos zonas planas, donde se ven claramente los restos de un gran aluvión de agua, rocas y lodo que hubo en Marzo de 2015, y que se llevó todo por delante, arrastrando brutalmente mucho terreno y causando un gran destrozo medioambiental. Vamos por carretera asfaltada, que contrasta con los innumerables tonos del paisaje, que es una verdadera paleta de colores, con tonos negros del hierro, rojos del cobre, y zonas amarillas, verdosas y marrones. Toda una sinfonía de colores para pintar un paisaje onírico. El lugar al que nos adentramos es tan aislado e inhóspito, que una señal nos recuerda que la próxima gasolinera está a 440 Km.
La carretera da paso a una pista de tierra, mientras bajo un sol de justicia avanzamos con la constante presencia de un cielo azul. Atravesamos un pueblo minero abandonado por la falta de agua y pasado el mismo la aridez del entorno se mezcla con un valle verdoso estrecho que surge entre altas paredes. El paisaje es muy cambiante y te sorprende a cada curva. Constantemente tenemos los ojos muy abiertos empapándonos de la belleza del lugar.
En un cruce, abandonamos la pista de tierra y nos adentramos por un pequeño camino que contiene depósitos de sal, hacia un pequeño valle por el que discurre un riachuelo y rodeado de vegetación. Es el Valle Chico, a 3.000 metros de altura, lugar donde pasaremos la noche. Estamos solos y entre los 4 montamos el campamento. Hace viento y con cuidado armamos la enorme carpa comedor y la tienda para dormir. Descargamos el resto del equipaje, con las innumerables botellas de 6 litros de agua, los cajones de la comida, los petates, etc., y al rato el sol se esconde detrás de una de las colinas que rodean el pequeño valle. La cena sienta de maravilla, con todas las comodidades en la tienda comedor y cenando pollo, patatas y verduras. A pesar de que tengo una pequeña conjuntivitis en el ojo que me sigue molestándome desde hace dos días, el colirio con antibiótico que he comprado parece que va haciendo su efecto. ¡Espero que una simple conjuntivitis no dé al traste con la expedición!
Bajo un cielo lleno de mil estrellas nos disponemos a pasar la noche, con los ánimos a tope por haber empezado ya el camino que nos guiará hacia el Ojos del Salado. Nos esperan dos semanas de expedición donde seguro que viviremos muchas aventuras. Esto no acaba más que empezar.
Juan, desde Valle Chico, un gran lugar para empezar con la aclimatación.
E-mail: siete_cumbres@hotmail.com