Boletín 37
Diciembre de 2010

Texto: Juan Carlos de la Cal
Fotos: Varios

Los pueblos indígenas guardan como parte de su patrimonio cultural el dominio casi absoluto sobre la naturaleza que les rodea, custodiando desde hace milenios la biodiversidad del planeta. La selva amazónica es la mayor farmacia del mundo pero sus recursos son uno de los tesoros más codiciados por el resto del mundo. La  biopiratería se ha convertido en una de las grandes amenazas para la supervivencia de muchos de estos pueblos indígenas y sobre todo, de sus culturas ancestrales.

Mayo de 1984. Atardecía en el poblado de los Secoya, una tribu indígena de las profundidades de la Amazonía ecuatoriana. El jefe, sus hijos y varios de los ancianos, fuman y charlan animadamente en su maloca (choza) con un hombre blanco de mediana edad.

Amazonas

A la hora de la despedida, el jefe dijo al mayor de sus retoños: “A ver, mi hijo, regale al gringuito un poco del Yagé de la chacra”. El visitante sonrió complacido y, muy agradecido, le obsequió al indio con dos cajetillas de cigarrillos Marlborough americanos. Luego se fue con grandilocuentes promesas de todo lo que iba traer la próxima vez que volviera al poblado.

El gringuito en cuestión se llama Loren Miller y es el presidente de la International Plant Medicine Corporation, una importante empresa farmacéutica norteamericana. Cuando Miller regresó a Quito, empaquetó con mucho cuidado la planta, la metió en su bolso de mano y embarcó en el primer vuelo que pudo a su California natal. Nada más llegar se presentó en la oficina de Marcas y Patentes y entregó un escrito donde decía: “la variedad de Yagé que descubrí en una chacra de la selva ecuatoriana es nueva…”

El Yagé es nombre que recibe entre estos indios amazónicos la más popularmente conocida como Ayahuasca, una planta enteogénica usada desde tiempos inmemoriales por las tribus indígenas de esta zona del planeta en sus ceremonias religiosas. Sus propiedades alucinógenas provocan en los usuarios todo tipo de visiones que ellos asocian a lo más profundo de su espiritualidad. Miller atribuyó a esta planta propiedades curativas antisépticas, antibacterianas, anticancerígenas, antieméticas y para el mal de Parkinson, entre otras. Y por esta razón la Oficina de Marcas le otorgó la patente numero 5.751 bajo el epígrafe Banisteriopsis Caapi Davine.

Río Amazonas

LA REBELIÓN INDIA

Cinco años después, estos indios ecuatorianos se enteraron, gracias a un artículo periodístico, que su querido Yagé, que ellos emplean como sacramento en sus ceremonias religiosas, ya no les pertenecía (a pesar de que llevan utilizándolo miles de años) y que ahora era propiedad del gringuito. Su reacción fue fulminante. Denunciaron el hecho ante la mayor organización de pueblos indígenas de América -la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), que agrupa a tres millones de indios de la cuenca amazónica pertenecientes a cuatrocientas tribus de los nueve países afectados-, que comenzó una serie de movilizaciones que culminaron en una rueda de prensa en Washington para pedir que esa patente fuese revocada por lo que consideraban como un caso claro de biopiratería.

Para ello contaron con el apoyo de las grandes multinacionales medio ambientales como WWF, Greenpeace o Survival, y con el auspicio legal del Centro Internacional de Legislación Ambiental ( CIEL, en sus siglas inglesas ) con sede en la capital norteamericana. A la vez nombraron al tal Miller “enemigo de los pueblos indígenas “ y le prohibieron la entrada -y a cualquier empleado de su empresa- en todo el territorio amazónico asegurando que no se hacían responsables de su integridad física.

Miller estaba apunto de montar un fábrica para procesar el principio activo de la Ayahuasca en la selva ecuatoriana, lo que finalmente no consiguió debido a estas amenazas.

Ante esta presión, la Inter American Foundation (IAF), organismo del gobierno americano, que subvenciona en forma de proyectos de millones de dólares a estos pueblos indígenas, pidió a estos indios que reconsideraran esta postura de prohibir a un “honorable ciudadano californiano” la entrada a su territorio, bajo el riesgo de perder estas subvenciones. El propio senador ultraconservador, Jesse Helms, intervino en la polémica calificando a los indígenas como “terroristas”. Estos, lejos de amilanarse, se mantuvieron firmes y rompieron cualquier relación con esta Fundación.

El argumento de los indígenas se basaba en la siguiente idea: “¿Qué pasaría si un indígena amazónico intentara patentar la hostia y el vino católicos o la purificación kosher para los alimentos de los creyentes judíos?”, asegura Antonio Jacanimijoy, coordinador general de la COICA.

Según el Convenio de Diversidad Biológica firmado en Río de Janeiro durante la Cumbre de la Tierra, en 1992, cualquier tipo de acceso a los recursos genéticos de una nación debe tener el permiso del respectivo gobierno y, además, el interesado en estos recursos debe contar con el consentimiento del pueblo o la comunidad indígena que tiene el conocimiento sobre el material a estudiar. El término “biopiratería” fue definido en 1993 por Pat Mooney, presidente de ETC Group, como “la utilización de los sistemas de propiedad intelectual para legitimizar la propiedad y el control exclusivos de conocimientos y recursos biológicos sin reconocimiento, recompensa o protección de las contribuciones de las comunidades indígenas y campesinas”.

Río Amazonas.

“Para los indígenas la propiedad intelectual es colectiva, porque, al venir de nuestros antepasados, los conocimientos tradicionales están repartidos entre todos en una comunidad. Por eso, es muy difícil explicar a un miembro de cualquier tribu lo que significa el sistema oficial de patentes que se otorga a una sola persona”

VICTORIA POR UNA VEZ

Finalmente, el 30 de marzo de 1999 los representantes de la COICA presentaron en Washington la solicitud oficial de la revocación de la patente, la primera defensa del patrimonio cultural que se ha hecho en Estados Unidos. El Gobierno aceptó la petición temporalmente pero las alegaciones de Miller consiguieron que se saliera con la suya, dos años después, bajo el argumento de que EEUU es uno de los pocos países del mundo que se niega a reconocer los derechos de la propiedad intelectual de los pueblos indígenas (un convenio ratificado ya por 170 países). Pero las protestas indígenas se recrudecieron y el 14 de noviembre de 2003 la patente fue revocada definitivamente.

La ley norteamericana dice que una invención o descubrimiento no puede ser patentado si éste ya está descrito en una publicación impresa. Irónicamente, en la revocación de esta patente, no primó el respeto hacia el conocimiento tradicional, sino la casualidad de que esta planta ya había sido registrada con anterioridad en un herbolario de Míchigan.

El caso de la Ayahuasca, sin embargo, es una excepción dentro de la guerra perdida que los indígenas de todo el mundo, y de la cuenca amazónica en especial, mantienen contra las multinacionales farmacéuticas y los gobiernos más poderosos. La historia viene de lejos…

EL TESORO ESCONDIDO EN LA SELVA. Las plantas más codiciadas.

He aquí algunos de los ejemplos más conocidos de la biopiratería:

 

Fruto de Cupuacu. Imagen de Dick Culbert from Gibsons, B.C. Wikipedia.

El Cupuacu (pronunciación copuassù), un fruto tradicional amazónico rico en vitaminas, cuyo principio activo fue registrado con un nombre parecido, es utilizado para la producción de chocolate por una reconocida multinacional.

Mantequilla de Cupuacu. Imagen de P. S. Sena – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0. Wikipedia.

DEL CURARE A LA MIRRA

El caso de la “ Ayahuasca “ es uno más de la lista de casos de biopiratería sobre plantas indígenas. He aquí otros ejemplos:

Barbasco: planta utilizada para paralizar peces. Fue patentada con el número US 5.786.385 por el británico Dr. Conrad Gorinsky, presidente de la Foundation for Ethnobiology.

Arroz Bamati: En 1997, la empresa estadounidense Rice Tec obtuvo una patente (US 5.663, 484) sobre este tipo de arroz cosechado en la India.

Kava: Planta utilizada en el Pacífico como desintoxicante. La empresa francesa L´Oreal la  patentó (US 5,585, 386) para reducir la pérdida de cabello.

Curare: La hierba Chondodrendron Tomentosum, usada por los indios para fabricar un veneno con el que untan sus flechas. En 1940, su principio activo fue patentado por los laboratorios Glaxo y Wellcom.

Mirra: Su uso tradicional, y hecha famosa por los Reyes egipcios. Ahora se utiliza para el tratamiento de la esquistosomiais con patente japonesa a nombre de Aamedo Mohamede Ari.

Kambo: El veneno de este sapo amazónico sirve para tratar infecciones. En la década de los 80, fue patentada por el italiano Víctor Ersparmer.

Karela: La empresa Cromak Research es titular de la patente US 5,585.386, identificada como un melón amargo usado tradicionalmente en Asia para combatir la diabetes y el Sida.

• Del Ocotea Rodile (bibiri) se extrae una sustancia activa que fue registrada por una empresa  europea y que se utiliza en la lucha contra enfermedades mortales. Las esencias contenidas en la planta conocida con el nombre Uña de Gato (Uncaria tormentosa), fueron registradas por una reconocida multinacional, después de haber sido substraídas a indígenas Ashaninka de la selva amazónica peruana.

 


Epipedobates anthonil. Imagen de Tubifex – {own}, CC BY-SA 3.0. Wikipedia

Otro caso famoso es la patente de epibatidina, un alcaloide contenido en la piel de un rana endémica del Amazonas ecuatoriana (epipedobates anthonil). Esta sustancia es eficaz contra el tratamiento del dolor (es 200 veces más potente que la morfina). Aproximadamente 750 ranas de esta especie fueron transportadas ilegalmente fuera de Ecuador. El principio activo de la piel del anfibio fue registrado en Norte América y es utilizado por varias empresas que trabajan en el sector farmacéutico.

Aceite de Andiroba. Imagen de P. S. Sena – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0. Wikipedia.

El principio activo de la Carapa Guianensis Aubl (llamada Andiroba), utilizada por nativos amazónicos contra la fiebre y como repelente contra  los insectos, fue registrado en Europa y Norte América para la producción de cosméticos y medicamentos.

Reptil Bothrops Jararaca. Imgane de MichelBioDelgado – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0. Wikipedia.

El veneno contenido en las glándulas del reptil Bothrops Jararaca puede servir como potente medicamento contra la hipertensión: una empresa europea registró el principio activo y comenzó a comercializar el producto. Hoy este medicamento es vendido en todo el mundo con enormes ganancias.

UN SIGLO DE ATRACOS

El primer caso de biopiratería en la Amazonía (y probablemente de la historia) se remonta a 1876, cuando los ingleses Robert Markham y Henry Wickman consiguieron sacar de Brasil 70.000 semillas del árbol que llora, el caucho -heveas brasiliensis en su denominación científica-, para plantarlas en el Jardín Botánico Real de Kew, en Londres, desde donde fueron despachadas a Malasia, África y Batavia, en la Indonesia holandesa.

En 1910 se recolectaron en este país los primeros litros de látex que supusieron el principio del fin al monopolio generado por el imperio del caucho levantado en torno a ciudades como Manaus. Las plantaciones de caucho que los ingleses instalaron en Asia resultaron mucho más eficientes en cuanto a la producción, comparadas con las de Brasil, al estar bien organizadas y preparadas para la producción a una escala comercial. En este caso, Wickman y su compañero fueron premiados con el título de “Sir” en la corte británica y fueron recibidos como “héroes” a pesar de haber violado las leyes brasileñas de la época que prohibían, bajo pena de muerte, la salida de su más preciado tesoro. Afortunadamente, la perspectiva del tiempo ha hecho justicia colocando a estos dos ingleses como los primeros “biopiratas” de la Historia.

Sin embargo, la planta que más dinero ha dado a las multinacionales farmacéuticas, es la chondodrendon tomentosum, utilizada durante siglos con sigilo por los indios amazónicos para obtener el curare, el veneno con el que untan sus flechas para inmovilizar a sus presas. En 1942, los laboratorios Glaxo y Wellcom, sintetizaron su ingrediente activo, el d-tubocurarine, que patentaron y usaron en la producción masiva de relajantes musculares y anestésicos quirúrgicos. Su aplicación supuso una revolución en la cirugía moderna. Los indígenas tampoco han recibido nada de esto.

Los casos son innumerables. En los años 70, la compañía farmacéutica Squibb usó el veneno de una víbora brasileña para ayudar a desarrollar el captopril, usado para tratar el paro cardíaco congestivo, sin el pago de los derechos que los brasileños piensan se les debe hacer. Y más recientemente, las tribus indias brasileñas se han quejado de que las muestras de su sangre, tomadas bajo circunstancias que dicen eran poco éticas, eran utilizadas en la investigación genética por todo el mundo.

En el Amazonas la uña de gato es un árbol cuya corteza tiene innumerables propiedades medicinales y durante siglos las tribus indígenas como los Asháninkas han usado sus propiedades terapéuticas. Klaus Keplinger de Austria patentó en 1989 la uña de gato y ni siquiera los indígenas pueden comercializarla en mercadillos como lo habían hecho siempre.

El Sacha Inchi (Plukenetia enredadera) es una planta que produce almendras muy concentradas en ácidos grasos (omega 3 y 6). Cultivada y utilizada por más de 3000 años por los pueblos amazónicos, sobre todo en el Perú, tiene características que interesan a las empresas de alimentos y cosméticos, especialmente en los países desarrollados. En 2006, la empresa francesa Greentech patentó el aceite de Sacha Inchi tras haber “inventado” su uso para elaborar cremas de cuidado para la piel y el cabello (propiedades hidratantes, nutritivas, relajantes, entre otros, y el anti-edad, tonificación, adelgazamiento…). La acción de dos organizaciones que luchan contra la biopiratería, la Comisión Nacional Peruana y el colectivo francés France Libertad, ICRA, Palabras de Naturaleza, consiguieron mediatizar el caso y la presión fue tal, que Greentech tuvo que retirar su patente.

El Kambó, o vacuna del sapo como también le llaman, es el más tradicional de los remedios indígenas del Amazonas. Se obtiene de la secreción de un sapo, la phyllomedusa bicolor, en cuyo líquido los científicos han hallado propiedades antibióticas, contra el sida y el cáncer. La mayoría de las tribus asentadas en la frontera de Brasil con Perú lo usan. En los últimos años se está dando el caso de que algunas aldeas indígenas están siendo frecuentadas por una legión de occidentales enfermos, casi desahuciados por la medicina moderna, a los que les va bien su aplicación porque les refuerza el sistema inmunitario.

Un médico italiano lo patentó en los años 80. Después fueron aisladas dos sustancias: la dermorfina y la deltorfina. La primera de ellas, 300 veces más potente que la morfina, es la causante de una nueva generación de analgésicos comercializados desde 1998 por los laboratorios Abbot bajo el nombre de ABT 694. Un gramo vale 1.000 euros y los sapos se venden a 400. Están desapareciendo. Los beneficios se calculan en 500 millones de euros. Los indios no han recibido nada a cambio…

Árbol de Drago. Imagen de Pixabay.

Sangre de Drago: La resina que se extrae de este árbol andino es un poderoso astringente. La empresa Shamn Pharmaceuticals la patento (US 5, 211,944) hace 10 años.

 

UN GRAN NEGOCIO

Sólo alrededor del 5% de las plantas amazónicas han sido estudiadas debidamente. Los beneficios potenciales para la comunidad médica son enormes. Se calcula que sólo está clasificado el 10% de todas la flora de esta selva, y que, al menos, la tercera parte posee propiedades curativas.

En Estados Unidos, el Instituto Nacional del Cáncer ha identificado 3,000 plantas que son activas contra las células cancerosas. El 70% de estas plantas se encuentra en la Amazonía y la cuarta parte de los ingredientes activos contra la peor enfermedad del mundo, provienen de organismos que se encuentran sólo allí. Éste es el caso de la Vincristina, también conocida como hierba doncella, uno de los medicamentos contra el cáncer más poderoso y que ha conseguido aumentar drásticamente la tasa de supervivencia para la leucemia aguda infantil
desde su descubrimiento.

Poniéndole cifras al problema, podemos percibir su dimensión. Estudios de organizaciones ecologistas señalan que el tráfico de especies y conocimiento indígena suponen pérdidas anuales superiores a los 10.000 millones de euros sólo en la cuenca amazónica. “Ahora que los medicamentos sintéticos parecen estar llegando al tope de su racionalidad productiva, las empresas farmacéuticas vuelven sus ojos a las plantas y otros organismos que han sido usados durante milenios por los pueblos indígenas para el tratamiento de enfermedades”, asegura Oscar Gutiérrez, director de la Facultad de Farmacología de la Universidad colombiana del Valle.

Volviendo de nuevo la vista atrás, no hace tantos años que la tribu más famosa de la selva amazónica, los Yanomamis, sufrieron en sus carnes (nunca mejor dicho) la tropelía de una empresa científica que estudió su base genética mediante análisis de su sangre. Durante años, médicos de bata blanca visitaban sus aldeas para extraer el fluido de las venas de los indios. Buscaban, con la secuenciación de su genoma, que tipo de inmunidad poseían ante determinadas enfermedades que afectan al hombre blanco. El problema es que, tan científico propósito, estaba pagado por compañías farmacéuticas que no estaban dispuestos a repartir sus beneficios con los dueños de la sangre.

Cuando yo era pequeño, venían los blancos a mi pueblo Tatutobi, nos han quitado sangre del brazo y a cambio nos han dado regalos pequeños como linternas o cuchillos. Me he enterado de que la sangre se guarda en los frigoríficos de los laboratorios genéticos y farmacéuticos. Nuestra gente, a la cual se le ha robado la sangre, ya esta muerta desde hace mucho tiempo, viven en el mundo de los espíritus y su identidad vive en nuestras conciencias. No obstante su sangre esta en la tierra. Nosotros queremos que nos devuelvan esa sangre y que regrese a donde ha nacido esa gente, para poder verterla en el río”. Esta petición la hace casi en un susurro Davi Kopenawa, líder y chamán yanomami, conocido como el Dalai Lama del Amazonas, el mismo que dice que uno de los primeros recuerdos de su vida es cuando su madre le escondía en un cesto cuando llegaban los hombres blancos.

En el lado venezolano tampoco han ido mejor las cosas. En 1998, pocos días antes de asumir la presidencia de la República Hugo Chávez, el gobierno de Rafael Caldera a través del Ministerio del Ambiente de Venezuela, firmó un contrato con la Universidad de Zurich, Suiza, mediante el cual se otorgan derechos de acceso a los recursos genéticos y a los conocimientos y prácticas ancestrales en territorio yanomami. Este compromiso fue denunciado y combatido por la Organización de Pueblos Indígenas del Amazonas (ORPIA), ya que no existió nunca el consentimiento previo informado de las comunidades. En el contrato final se establece que el Ministerio del Ambiente obtendría 20% por derechos de regalías, patentes, y comercialización de los «descubrimientos». El 80% restante es para los suizos.

Manatí del Amazonas. Imagen de Pixabay.

GUARDIANES DE LA BIODIVERSIDAD

“Los pueblos indígenas siguen siendo los guardianes de una espiritualidad que aún mantienen como una posesión entendida desde lo mágico y mítico. Ha tenido que transcurrir medio siglo para que los estudiosos de la universalidad entendieran que aquello, calificado como “misticismo ignorante” de los pueblos indígenas, resultó ser la fortaleza espiritual de la que adolecen las sociedades occidentalizadas”, asegura el antropólogo venezolano Esteban Mosonyi.

Basta echar mano de los manuales antropológicos para entender el valor de la ancestral sabiduría de estas tribus indígenas. Los Tukano habitan la cuenca alta del río Negro, no lejos de la invisible frontera entre Brasil y Colombia. Reichel y Dolmatoff, dos antropólogos que convivieron con ellos durante años, han llegado a la conclusión de que la filosofía de esta tribu es esencialmente ecosófica.

Los Tukano tienen una concepción totalmente holística y no antropocéntrica del universo; es decir, no se consideran hijos de Dios, ni poseedores de una inteligencia superior a los demás seres. Sus relaciones con el entorno son de igual a igual.

El antropólogo Darrell Posey estudió durante años las costumbres de los Kayapo del Amazonas y calculó que en una hectárea de bosque cultivado por estos indios, se encuentran hasta 606 árboles de 300 especies distintas, algo imposible de explicar sin la intervención humana. Todo ello constituye un patrimonio genético irreemplazable. Es inquietante comparar los logros de estas culturas primitivas con el panorama agrícola del mundo moderno, donde apenas 12 especies representan el 80% del volumen total de cultivos del mundo: cinco cereales (trigo, maíz, arroz, cebada y sorgo), una leguminosa (soja), tres raíces (patata, mandioca y batata), dos productoras de azúcar (caña de azúcar y remolacha azucarera) y una fruta (banano o plátano). Según Posey, algunos miembros del pueblo Kayapo son auténticos especialistas en agro biología. Conocen al detalle los suelos, las plantas, los microorganismos, los insectos y los animales de toda la región de los Apeté (islas de Bosques) y, por supuesto, también sus propiedades nutritivas y medicinales. Tienen, además, un completo conocimiento de las relaciones simbióticas entre suelos, plantas y animales, así como de la distribución geográfica de cada nicho ecológico.

Imagen de lubasi – Catedral Verde – Floresta Amazonica, CC BY-SA 2.0. Wikipedia.

Los Kayapo saben que ciertas plantas se desarrollan mejor si crecen juntas y sus plantaciones están siempre formadas por comunidades. En una de las comunidades de bananos se encuentran, además de éstos, unas 24 variedades de tubérculos comestibles y numerosas plantas medicinales amigas de los bananos; entre ellas, la planta denominada “no quiero niños”, que utilizan para regular la fertilidad.

La interacción o simbiosis es tan importante para este pueblo que no existe el concepto de planta o especie como lo entendemos nosotros, sino más bien el de una comunidad de plantas. Las comunidades interactivas de éstas son consideradas como el resultado de un equilibrio de energías, lo que implica un complejo ritual de jardinería, ya que las plantas deben distribuirse en el espacio y en el tiempo como si se tratase de pintar un cuadro. Lo que a nuestros ojos parece un simple conjunto de plantas, resulta, al observar detalladamente, un grupo de cinco zonas concéntricas donde alternan distintas especies y variedades que han sido plantadas de acuerdo a una secuencia programada.

Los Shuar viven en el valle de Nangaritza, al sur del Ecuador, en la zona de transición entre los Andes y la llanura amazónica peruana. Sus comunidades cultivan 185 especies y variedades de plantas, de las cuales, algo más de la mitad son utilizadas como alimentos y unas 40, con fines medicinales. Su entorno está considerado como una de las joyas de la biodiversidad y ha sido protegido bajo el Parque Nacional Podocarpus, ya que se encuentra amenazado por las extracciones madereras y la agricultura intensiva. Sin embargo, ya se percibe el cambio de mentalidad generacional que pone en peligro esta biodiversidad, ya que las huertas cuidadas por las mujeres jóvenes sólo muestran 20 especies, mientras que las de las mayores contienen unas 60.

Por algo, el llanto de Davi Kopenawa, el Dalai Lama de los Yanomamis, es la mejor recomendación para unos tiempos que la historia recordará siempre como los de la Era del cambio climático: “Debemos escuchar el llanto de la tierra que está pidiendo ayuda. La tierra no tiene precio. Ustedes tienen que dejar a los yanomami vivir y preservar la naturaleza. Porque la naturaleza nos da la salud, la alegría. Tenemos que dejar que la selva viva. No podemos dejarla morir…”.

Boletín 37
Diciembre de 2010