Boletín 14
Marzo de 2003

Texto: Luis Miguel Domínguez
Imágenes: Luis Miguel Domínguez y Nicolás Reynard

Luis Miguel Domínguez conoce bien la Amazonia. Por sus intrincada selva virgen viajó durante seis meses para filmar la serie documental ‘Amazonia, última llamada’. Recorrió 4.000 kilómetros de selva virgen, desde  Tabatinga hasta la desembocadura del gran río, en el Estado de Pará, en condiciones extremadamente difíciles, para transmitirnos la realidad de un espacio natural y unos grupos humanos amenazados de extinción.

Tres años después de volver de Brasil, mi cuerpo aun se resiente. La culpa de todo la tiene Blastocystis hominis, una ameba que, como en la canción de Raimundo Amador, se ha convertido en “una okupa dentro de mi paquete intestinal”; ella es la culpable de que “la cague” cuando menos lo espero, así que perdonadme si también la hago en este artículo. Estos son simples gajes de un oficio que nos apasiona, de una profesión cuyo combustible es la vocación, sin la cual seria muy difícil dar un solo paso.

Luis Miguel Domínguez con una cría de jaguar.

Salir al campo con unos prismáticos colgados del cuello es algo muy recomendable para los que quieran disfrutar del espectáculo de la naturaleza para sí mismos, en vivo y en primera persona. Pero nuestro quehacer es precisamente el contrario: debemos captar momentos naturales en la intimidad y hacerlos colectivos llevándolos hasta la ultima estancia en la que haya una pantalla de televisión. Eso complica un poquito nuestro paseo por el campo, pues hemos de desplazarnos hasta él con algunos kilos de más.

En esta ocasión viajamos hasta Brasil con seiscientos kilos de material técnico a repartir entre los nueve componentes del equipo de “Amazonia, última llamada”, que lo movimos durante seis meses ininterrumpidos a través de unos 4.000 kilómetros de selva virgen, desde Tabatinga hasta la desembocadura del gran río en el Estado de Pará. Alta tecnología expuesta a elevadas temperaturas, con medidas diarias de 40º C y con una humedad relativa del 80%. En fin, televisión al “baño María” en la gran selva tropical y sus peculiaridades climáticas.

Además, aquel es un paraíso natural en el que moverse no resulta sencillo, pues es muy escasa la tierra firme, ya que buena parte de su jungla permanece inundada por el desmadre del río Amazonas durante largos períodos.

Nunca como director de esta serie he pensado hacer un trabajo sobre la Amazonia basado exclusivamente en su exótica naturaleza. Desde el principio decidí asumir una máxima: los dolores de la Amazonia serán también los míos, y así fue.

Jaguar

La Amazonia posee una red natural de navegación fluvial de 25.000 kilómetros, y por sus ríos va y viene todo lo que incumbe al hombre. Nosotros aprendimos esa lección mientras realizábamos nuestro trabajo documental. En naos de todo pelaje surcamos varios miles de kilómetros del propio Amazonas o de algunos de los 1.100 afluentes que le nutren.

En una ocasión, en el ignoto valle de Javarí, fronterizo entre Perú y Brasil y tan grande como Portugal, nuestra embarcación reventó su anciano motor de gasoil. Eso nos hizo permanecer sentados durante 20 horas (por las dimensiones de nuestra barca era imposible imaginar otra postura mas terapéutica), a la espera de ser rescatados por los hombres de la Fundación Nacional do Indio (FUNAI). No había orillas donde poner nuestros pies agarrotados, y los pium, pequeños tábanos del tamaño de una cabeza de alfiler, se ensañaron de lo lindo con
nuestra carne fresca a la deriva.

Al final todo se solucionó, y con serenidad y sentido del humor, salimos de la situación con la piel cuarteada y pespunteada por los pium, convencidos una vez más de que la Amazonia es patria de agua y quien quiera recorrerla tendrá que emular a Orellana y deberá ser, mas que explorador y senderista, buen argonauta.

Luis Miguel Domínguez junto a indio contactado en el río Amazonas.

MUCHA FAUNA, PERO ESQUIVA A LAS CÁMARAS

Como amantes de la naturaleza y buscadores de secretos biológicos, hemos disfrutado como chiquillos sin malear en una tierra indómita y carnal, como las donnasfellinianas. En la Amazonia nos esperaban dos millones de  formas vivas repartidas entre 500 millones de hectáreas de tierra jugosa y arbolada, y nuestro noble propósito, como siempre, era el de hacer pasar a buena parte de las plantas y animales ante el ilusionado objetivo de nuestras cámaras. Nada mas difícil, porque los habitantes del “planeta amazónico” chillan, cantan, trinan, rugen o estridulan, pero sin posar ni un solo segundo ante nadie.

En la selva amazónica, la vida animal se oye, pero no se ve; por eso hay que descubrirla poco a poco y al ritmo que ella impone. Y eso es justo lo que hicimos con la reina de las aves de Brasil, pues ella tiene reservado el derecho de admisión para los intrusos que quieran entrar en su territorio. Con sus más de ocho kilogramos de peso y una envergadura digna de ser envidiada por nuestras rapaces holarticas, el águila harpía construye su nido en el dosel de la jungla, en ese artesonado inalcanzable formado por las copas entrelazadas de los árboles, a más de 50 metros del suelo. En la región de Manaus, a 200 kilómetros de Manaos, el “París del trópico”, filmamos las evoluciones cotidianas de un gran pollo totalmente emplumado al que sus padres alimentaban con macacos y perezosos.

CINCUENTA METROS DE ESCALADA SOBRE UN ÁRBOL

Para colocar nuestra cámara a su altura tuvimos que escalar la gran Castaña de Pará –que justamente estaba enfrente de su nido como si de un cortado rocoso se tratara– usando material de escalada similar al empleado por cualquier alpinista. Además de elevar nuestro peso corporal hasta su copa venciendo al vértigo y a las urticantes hormigas que se defendían de nosotros en la ascensión, tuvimos que repetir la operación con ópticas, trípodes, material virgen de grabación y nuestra inseparable cámara. Después de muchas horas de “cuelgue”, al fin conseguimos lo que buscábamos. Las imágenes de uno de los últimos pollos de águila harpía nacidos en libertad compensan cualquier mal rato.

A ras del suelo tampoco ha sido sencillo arrancarle una sonrisa a la fauna amazónica, tan misteriosa, tan reservada, tan desconocida.

Una de las tres especies de vampiros que viven en el mundo es ciertamente sanguinaria, como marcan los cánones de su grupo zoológico. Se trata de Desmodus rotundus, un murciélago hematófago al que seguimos durante tres largas veladas. Desde que el sol se ocultaba hasta que volvía a aparecer, nuestra cámara, con discreta pero imprescindible iluminación (para “ver” una cámara necesita una intensidad lumínica diferente a la nuestra) seguía el acoso de este vampiro tropical a una gallina. Después de mucho sudar, conseguimos grabar una de las secuencias más espectaculares de la serie, aunque de contenido poco noble: un vampiro succionándo la sangre a una gallina a través de la mordedura que sabiamente le había infligido en el ano.

Los felinos protagonizan un capítulo de nuestra serie, y a ellos hemos dedicado muchas horas de desvelo. Ocho especies habitan el territorio brasileño, no todas tan conocidas como el puma y el jaguar. Algunas son muy pequeñas, como le sucede al gato pequeño do mato, bonito y desconocido por igual, que alcanza un tamaño inferior al de un gato doméstico. Otras son muy raras y pocas veces han sido filmadas, como ocurre con dos especies grabadas en la serie: el gato pajero y el yaguarundi o gato morisco. Las dos llegaran a las casas de los telespectadores de la mano de esta serie que, con paciencia y oficio, ha espiado su hiperactivo universo felino, devolviéndoles el protagonismo eclipsado en ocasiones por las grandes fieras americanas.

Para grabar las evoluciones aéreas del segundo vertebrado más pequeño, después de algunas musarañas, hemos endulzado el paisaje. Sí, los colibríes se han acercado tanto a las cámaras, que han llegado a lamerlas con sus lenguas plegables. Y para eso, además de colocarnos cerca de la vegetación específica de la alimentación de ciertas especies –hay colibríes que sólo liban de una única especie de flor, a la que están asociados– , hemos atraído con cebos artificiales de agua y azúcar a estas aves de metabolismo acelerado que tan buenos ratos nos han hecho pasar.

En el veterinario, curando a un jaguar.

UN RÍO QUE DEVORA ÁRBOLES Y TIERRA

Nuestras cámaras también han estado trabajando allá donde el río es mas bravo –a punto de encontrarse con el Javarí– y le han visto tragarse arboles enteros aderezados con toneladas de tierra roja para alimentarse y para nutrir a millones de seres que lo necesitan para ser. Como glaciares tropicales de tierra y barro, las orillas del Amazonas se derrumbaban a pocos metros de nuestra proa, una acción en la que pocas veces reparamos, pero que más significado atesora.

En sus movimientos de crecida anual, el río le roba espacio a la tierra firme haciendo caer en su lecho árboles centenarios y tierras bajas que dan el color terroso a sus aguas y la materia orgánica a su caudal. Grabar estos estertores inesperados y esporádicos de una tierra en la que el hombre no interviene nos llevó muchas horas y muchos sustos. Teníamos que recoger el sonido impresionante de los arboles y la tierra cayendo al río, para lo cual necesitábamos que el motor de nuestra embarcación estuviera apagado, es decir, no había capacidad de maniobra si alguno de los arboles abatidos por el río nos caía encima. Afortunadamente, nada de eso ocurrió, y las imágenes del Amazonas engulliendo arboles y tierra con su lengua de agua hambrienta quedarán en la memoria de cuantos las disfruten desde el cómodo sofá de su cuarto de estar.

Haciendo la comida.

GRABANDO A RAS DEL SUELO

La selva amazónica impresiona por sus dimensiones y por su corpulencia. Nuestra mirada siempre suele ser de abajo a arriba, como el hijito que contempla a su padre desde su posición de cachorro. Pero para grabar esta serie a veces hemos invertido el eje de observación, echando mas de un vistazo al suelo. En él, la alquimia de su antiquísimo laboratorio produce procesos de manutención de la floresta que la hacen resistir. “Amazonia, última llamada” ha intentado que se entienda la mecánica de este ecosistema poderoso pero vulnerable, que no se olvide jamás que su fragosidad puede transformarse en desorden biológico si interferimos en muchos de los episodios cotidianos que se dan en sus entrañas.

La proverbial pobreza de los suelos amazónicos ha sido analizada por nuestra cámara a través de técnicas macrofotográficas, que elevan a su justa condición de protagonistas a los más pequeños seres vivos que fabrican suelo fértil a destajo, transformando la energía y haciéndola visible convertida en reino vegetal.

Las altas concentraciones de aluminio y la baja fertilidad de los suelos han obligado a la selva a crear un lecho de nutrientes de solo veinte centímetros de grosor; por eso, la agricultura monocultivista y extensiva es  contraproducente en este lugar. La selva solo puede y quiere ser selva, y, tanto conceptual como estéticamente, nuestro trabajo se ha propuesto hacer entender esta realidad biológica tan importante.

DOS MESES CON EL PUEBLO DEL PUTURU

Aún duermen, sin ser molestados de momento por el alarido de nuestra sociedad industrial, cincuenta y cinco grupos indígenas aislados en el seno de la selva inexplorada del Brasil amazónico. Miles de seres humanos pertenecientes a diversas etnias con culturas, lenguas y creencias diferentes aun resisten como dueños de su mundo, sin saber que 6.000 millones de personas, casi todas “pasadas por la piedra” de Occidente, estamos al otro lado.

Durante algo más de dos meses hemos convivido con uno de esos grupos, formado por 184 indígenas y al que ellos mismos reconocen bajo el nombre de Zo’e, el pueblo del puturu, un adorno facial muy característico que taladra su labio inferior y que no hemos visto en ninguna otra tribu amazónica. Para nosotros era muy importante evitar las miradas a cámara de las personas con las que íbamos a convivir, y por eso empezamos a grabar después de llevar allí varios días. Si a nosotros su desnudez y su puturu de madera nos llamaban la atención, a ellos nuestra “pinta” de alienígenas debió de perturbarles un poco. No obstante, sólo hicieron falta unos días de adaptación mutua para que ambos grupos de seres humanos nos dejáramos de impresionar. Los niños Zo’e intentaban comprobar nuestra valentía poniéndonos en la mano por sorpresa insectos horribles, de aspecto asqueroso, con el único fin de comprobar nuestra reacción asustadiza y correrse una buena juerga a nuestra costa. Las mujeres, muy interesadas por el vello de nuestro pecho o de nuestras piernas, no escatimaban toqueteos y escrutinios. Y los hombres, en mas de una ocasión, se ocuparon de nuestro paquete testicular con seriedad y solemnidad, como quien analiza el poderío de un motor revisando la configuración de los cilindros. Si, además de ser simpático, uno tiene la fortuna de estar bien “armao”, entre los indígenas probablemente adquirirá rango de capitán general y las cosas serán diferentes.

Durante algo más de dos meses hemos convivido con uno de esos grupos, formado por 184 indígenas y al que ellos mismos reconocen bajo el nombre de Zo’e, el pueblo del puturu, un adorno facial muy característico que taladra su labio inferior y que no hemos visto en ninguna otra tribu amazónica.

Contacto con los indios en el río

INMORTALIZAR A LOS VIGILANTES DE LA SELVA

Y nuestra cámara, mientras tanto, trabajando sin que ellos supieran en que y para que. No pueden imaginar estos dueños del mundo que otro va a conocerlos, a pesar de que nuestros embajadores en su mundo, los “sertanistas” (especialistas en selvas) Sydney Possuelo, jefe del Departamento de Indios Aislados de la FUNAI, y Joao Lobato, su hombre de confianza en territorio Zo’e y también funcionario de la FUNAI, les explicaran con todo lujo de detalles nuestras intenciones: demostrar que los pueblos indígenas aislados existen a pesar de todo, que son pocos, que están amenazados y que su presencia es buena, esperanzadora razón de ser para los que seguimos creyendo en la Tierra como en un milagro aun sin ejecutar.

Nadie, después de ver el segundo capítulo de nuestra serie, titulado Aislados, podrá decir que no conocía la existencia de este pueblo cuando un día fatídico se desayune con la noticia en los periódicos de la extinción de un grupo de indígenas a manos de los colonos. Los Zo’e son ya parte de la memoria colectiva, la razón de compromiso de nuestra sociedad con la defensa de la Amazonia y sus gentes, y a eso contribuye nuestro, a veces, esperpéntico trabajo, a abrir algún ventanal al mundo para que entendamos cuanto antes que nuestro planeta es el mismo para todos y que de su salud depende la nuestra.

Nunca como director de esta serie he pensado hacer un trabajo sobre la Amazonia basado exclusivamente en su exótica naturaleza. Desde el principio decidí asumir una máxima: los dolores de la Amazonia serán también los míos, y así fue. Grabamos durante meses el trabajo ilegal de las mafias madereras, de los buscadores de oro, de los colonos de la soja, de los traficantes de animales, de los biopiratas… Los enemigos de las selva y sus hijos son muchos, y esta serie también se ha encargado de ellos; pero contar como conseguimos meterlos a todos en el recuadro de la tele será motivo de futuros encuentros desde estas páginas.

Por ahora sólo te pido que disfrutes en primera persona, o en todo caso en segunda del plural, de un trabajo honesto que ya camina solo. La tele es así: unos pocos miran para que muchos vean.

Boletín 14
Marzo de 2003