Buzos y búzanos. Héroes anónimos de la conquista de los mares.

Los precursores

El inicio de la vida humana en la tierra según las últimas y más punteras investigaciones tiene lugar en el mar. Así, la simbiosis hombre – mar no puede ser más remota. Sin duda muy pronto el hombre intentó penetrar en el proceloso mar que le diera la vida, aun no pudiendo respirar en él, y guiado por su curiosidad y necesidad de alimento se sumergió en apnea cuanto le permitió su aliento.

Muy pronto sus inmersiones ampliarían su objetivo más allá de la búsqueda de alimento, y así tenemos noticias muy remotas de actividades como la pesca de esponjas, coral y perlas. Está documentado que hace más de 4.000 años tribus salvajes asentadas cerca del mar entregaron como tributo al emperador chino Yu un gran tesoro de perlas. Por su parte el historiador Plinio el Viejo nos dejó interesantes noticias de la función de los buzos en la guerra, que fue adquiriendo más y más relevancia en los combates navales. Noticias históricas avalan el protagonismo de estos héroes anónimos en el sitio de Siracusa (414 a JC) o en la guerra del Peloponeso (431- 404 a JC).

El primer historiador que da noticia de buzos rescatadores de tesoros sumergidos será Tito Livio, afirmando que en el reinado de Perseo (174-168 a JC) los buzos recuperaron de las profundidades del mar un fabuloso tesoro, lo que llevó a los gobernantes de Rodas a proclamar la que sería la primera ley de hallazgos y recuperaciones submarinas. Desde entonces la historia de esta gran aventura humana no deja de asombrarnos: conseguir alimentos, pescar perlas, esponjas o coral, combatir en la mar o recuperar tesoros sumergidos han sido y siguen siendo sus principales objetivos.

Hoy, con el desarrollo de tecnologías punteras, el hombre lleva a cabo muchas actividades que antes eran imposibles, tecnologías destinadas a la extracción de recursos energéticos, a tender bajo el océano infraestructuras para la comunicación o a explorar las grandes profundidades.

Los océanos, con 361 millones de km2 de extensión, casi el 71 % del total del planeta tierra, acoge las primeras especies animales hace más de 640 millones de años, y los primeros fósiles conocidos con 3.500 millones de años son también organismos marinos. No es extraño que este inmenso elemento cause la fascinación del ser humano desde los tiempos más remotos y que el gran reto de la conquista de sus turbulentas y hostiles profundidades constituya hoy la última frontera de la aventura humana. De hecho, desafiando las leyes de la fisiología humana, el hombre ha sido capaz de hazañas increíbles sumergiéndose solo con la reserva de sus pulmones. Algunos coraleros y pescadores de perlas han logrado inmersiones que parecen imposibles incluso para los buzos actuales, equipados con mezclas especiales de gases en función de la profundidad.

Pero lo habitual era, en épocas históricas, que estos “búzanos” (quienes se sumergían sin escafandra ni artilugio alguno), equipados tan solo con un lastre para caer más rápido y el aire de sus pulmones, no pudiera alcanzar cotas superiores a los 20 o 24 metros de profundidad y permanecer bajo las aguas apenas unos pocos segundos.

No quiero dejar de mencionar aquí que esta peligrosa actividad reservada a los hombres en todas las épocas y latitudes tuvo una excepción en Japón, donde desde tiempos remotísimos la pesca de perlas la ejercían las mujeres, buceando con arrojo a grandes profundidades, incluso las embarazadas, que realizaban esta peligrosísima actividad hasta horas antes de dar a luz.

La historia humana bajo las aguas es fascinante y heroica, y abarca miles de años, pero yo quiero abordar ahora una parte de esa historia que tiene mucho que ver con las exploraciones marítimas y con el conocimiento del mundo en los siglos XVI y XVII. El intenso tráfico marítimo entre España y América en el siglo XVI propició importantes inventos submarinos para recuperar la plata u otros objetos de valor de los galeones hundidos, escribiendo un capítulo interesantísimo y poco conocido de la historia de las navegaciones a Indias, y en general de la historia de la conquista de los mares. Los frecuentes  hundimientos y las cargas muchas veces valiosas que desaparecían con ellos hicieron que la Corona española, a través de la Casa de la Contratación, promocionara aquellos inventos que pudieran ser útiles para aumentar la seguridad de las navegaciones, lo que supuso un importante avance en la construcción naval y en las ciencias de la navegación desde épocas muy tempranas. Por otra parte las técnicas de recuperación submarina de los galeones hundidos o las reparaciones de los buques en la mar, bajo la línea de flotación, hicieron cada vez más imprescindible la presencia del buzo o “búzano” a bordo. Al mismo tiempo, la necesidad de la Corona y de los particulares de recuperar cargamentos valiosos hundidos impulsó la creación de auténticos “equipos” de recuperación submarina, que utilizaron en su arriesgada actividad toda clase de ingenios. Se conocen muchos de ellos, custodiados hoy en nuestros archivos. Muchos de estos ingenios desarrollados a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII permitieron el trabajo del hombre bajo el mar cada vez a mayor profundidad, durante más tiempo y en mejores condiciones de seguridad. Desde 1539 se tiene noticia documentada de tales artilugios, como el de Blasco de Garay, quien ofreció al emperador Carlos V un “Ingenio para que cualquier hombre pueda estar debajo del agua todo el tiempo que quisiera, tan descansadamente como encima”. El documento de este curioso y temprano invento se conserva en el Archivo General de Simancas. A pesar de su aspecto rudimentario, estos artificios proporcionaron a sus autores éxitos espectaculares, en una época en la que el mundo submarino estaba todavía prácticamente vedado al hombre.

Para recuperar las valiosas cargas hundidas, la Corona desarrolla una compleja regulación jurídica, mediante “contratos” con asentistas privados , aplicando complejas proporciones y tantos por ciento según las condiciones de dificultad, profundidad etc. El historiador Serrano Mangas ha estudiado la evolución de los porcentajes del “Asiento” a lo largo del siglo XVII y es muy llamativo cómo la Corona va perdiendo porcentaje en estos rescates. Como ejemplo, los siguientes datos recogidos por este estudioso: en 1604 la Corona se asignaba el 66,66% de lo rescatado, concediendo al asentista el 33,33 %; mientras en 1690 la Corona percibía tan solo el 30%, cediendo al asentista el 70 %.

Cuando se producía la pérdida de un buque la administración ponía en marcha una serie de medidas que podemos resumir en cuatro:

  • Rescate fiscalizado del pecio, mediante la fórmula contractual del “Asiento”, para rescatar los caudales, mercancías valiosas y artillería.
  • Apertura de un expediente o “causa” por parte del Tribunal del Consulado o de las Audiencias que pudieran tener jurisdicción en cada caso, seguido de un proceso judicial para poder determinar las posibles responsabilidades del naufragio.
  • Cómputo y prorrateo del posible rescate.
  • Reparto proporcional entre los afectados en dicho rescate.

El procedimiento a seguir estaba claramente establecido y legislado, pero es evidente que su aplicación, en la práctica, tropezó con serias dificultades. En las Ordenanzas de 1556, articulo 22, se establecen las medidas relacionadas con la pérdida de buques y el establecimiento de” registros”, tanto de ida como de vuelta, que permitieran cuantificar las pérdidas en caso de hundimiento.

Hombres y equipos para la recuperación de los galeones hundidos serán los protagonistas de esta epopeya apasionante. Buceadora yo misma desde hace más de treinta años, he estudiado con pasión y asombro la documentación que ha llegado hasta nosotros de esta aventura al límite de lo imposible, convertido en uno más de los “riesgos necesarios “ de la gran expansión marítima moderna. Urinatores , búzanos, somormujos , buzos o escafandristas, se denominan, según la época, estos héroes anónimos protagonistas de la historia submarina del hombre.

La recuperación submarina en la Carrera de Indias. A pesar de ser vital la acción de los buzos en esta primera fase de las navegaciones a América, hasta 1605, en una Disposición de Felipe III dada en Valladolid, no encontramos mención expresa escrita, de su útil y a veces indispensable función. En esta Disposición El rey dice: “Mandamos que en la Capitana y en cada flota vaya un buzo y otro en la Almiranta, porque son muy necesarios en la navegación para casos fortuitos y accidentes de mar”.

La importante obra de Tomé Cano “Arte para fabricar y aparejar naos”, editada en Sevilla en 1611, se ocupa en varios puntos de la figura del buzo y, pese a su baja remuneración (ocho escudos), Cano lo sitúa ya entre los oficios más importantes de a bordo: “El buzo es de mucha importancia en una nao, pues mediante su resuello va abajo y recorre por debajo del agua todo el galeón y busca por donde la hace (el agua) y con que repararla; lo que suele hacer y muchos navíos se salvan”. Él mismo señala ya la importancia de este oficio para reparar los daños del casco del buque causados en combate. Es asimismo muy curiosa la descripción que nos hace del oficio de buzo y sus herramientas:”Es forzoso que sea marinero y que sepa nadar. Sus herramientas son un cuchillo jifero, una macetilla pequeña de madera de pino de cinco libras, poco más o menos, con un cabo corto con que calafatea las costuras y clava estoperoles en las planchas de plomo (…) en las ocasiones de pelea ha de estar debajo de cubierta ayudando a tapar balazos que diere el enemigo: ha de ir por fuera a taparlos todos calafateándolos y echando planchas de plomo con sus estoperoles”.

Pero a medida que la necesidad de buzos era más imperiosa, lo fue también encontrar sistemas para que pudieran estar más tiempo bajo el agua. Desde mediados del siglo XVI se extendieron privilegios para incentivar la invención de equipos de buceo con destino a América. Los inventos se tramitaban a través del Consejo de Indias, donde “Juntas de expertos” dictaminaban sobre la viabilidad y utilidad del invento propuesto, otorgando, si era oportuna, la correspondiente patente al inventor o propietario del ingenio, así como exclusivas para su uso un determinado tiempo. Casi siempre estos privilegios se concedían a cambio de un tanto por ciento de lo extraído del mar, generalmente oro, plata, perlas o cualquier otro objeto valioso.

Entre 1556 y 1573 se van concediendo privilegios y exclusivas a diversos inventores de ingenios de recuperación submarina. Se conservan en el Archivo General de Indias varios de ellos, como los concedidos a Pedro de Herrera, Hernando y Cristóbal Maldonado o Francisco Soler, pero voy a destacar entre todos los documentos conservados tres de especial interés para la historia del buceo en España:

Documento relativo al siciliano José Bono y su campana de buceo ofertada a Felipe II. El expediente que abarca de 1582 a 1585 y el dibujo se conserva en el Archivo General de Indias. Memoria y dibujos de dos ingenios inventados por Jerónimo de Ayanz en 1603 para “sumergirse en el mar y sacar objetos de su fondo”. Es este un expediente muy interesante que incluye la descripción de lo que parece podría ser un pequeño “submarino”. El rey le concede privilegio para el uso de sus ingenios en América por 20 años. Este ingenio de Ayanz merece ser destacado, ya que parece ser el primer intento conocido de diseño de un equipo autónomo de buceo. También este valioso documento se conserva en el Archivo General de Indias. El tercero es el de Pedro de Ledesma, fechado en 1623, “Pesca de perlas y rescate de galeones”. Su interés y bellísimas imágenes merece que nos detengamos brevemente en su estudio. Este importante documento se conserva en el Archivo del Museo Naval de Madrid. Por ser especialmente atractivo y provechoso me detendré en él. Parece corresponder al año 1623, fecha en la que consta se utilizó con éxito alguno de los inventos descritos en dicho documento para la recuperación de la valiosísima carga de los galeones de la plata, hundidos en 1622 en los bajos de Matacumbé en los cayos de Florida. La responsable fue una gran tormenta causante de grandes pérdidas de vidas y haciendas, uno de los más importantes desastres conocidos de la Armada de la Guarda de Indias. Todas las láminas y textos del manuscrito aparecen firmados y rubricados por Pedro de Ledesma, posiblemente el mismo personaje que en esas fechas era Secretario del Consejo de Indias, primero con Felipe III y después con Felipe IV. Pero, a pesar de esta aparente evidencia de autoría, es posible que Pedro de Ledesma tan solo sancionara el documento con su firma, autorizando su uso. Aunque por otra parte bien podrían ser suyos los inventos, ya que su cargo de Secretario del Consejo, ejercido hasta 1622, lo había familiarizado con todos los ingenios. Así parecen indicarlo las anotaciones de su mano en el margen de alguna de las láminas : “ experimentado “ o “ esta invención hice yo” .

El manuscrito tiene dos partes, una primera dedicada a la pesca de perlas, y una segunda titulada por su autor “Otro modo y segura invençión para que una o dos o más personas abaxen a el fondo del mar en parte donde aya diez y seis hasta veinte y cinco braças de agua y que esté tres y cuatro oras”. Esta última, la más extensa del manuscrito, nos acerca con sus bellas e ingenuas láminas a las magníficas peripecias del hombre en su empeño por conquistar las profundidades marinas.

Aunque todo el manuscrito es interesantísimo, quiero resaltar la descripción pormenorizada que aparece en la primera lámina en la que se describe el equipo de buceo propuesto por el autor, que se asemeja mucho al descrito por Diego Ufano en su famosa obra “Tratado de artillería militar”, editado en Bruselas en 1612, y es la primera representación impresa de uno de estos ingenios submarinos. Sin embargo, en nuestro manuscrito la campana de respiración cubre por completo el cuerpo del buzo a modo de traje completamente estanco, hecho con una especie de baqueta muy bien adobada para que no deje penetrar el agua. Es muy de destacar la nota que figura al pie de la lámina tres que dice “Esta invención hice yo el año de 1623 en los dos cayos de Matacumbé para buscar los planes de los dos galeones con la plata, la Margarita y el galeón de D. Pedro Pasquier, hallé el uno en tres braças”.

Se conserva también en el Museo Naval la crónica de este desastre marítimo, cuyas pérdidas fueron enormes. En el Archivo General de Indias se encuentra la narración de los rescates llevados a cabo en la época por el procedimiento descrito en nuestro manuscrito. En este documento se dice que la Corona recuperó trescientos cincuenta lingotes de plata, miles de monedas, cañones de bronce y muchos lingotes de plomo, a pesar de lo cual el cazatesoros norteamericano Mel Fisher logró extraer entre 1974 y 1985 más de cuatrocientos millones de dólares en metales preciosos y joyas del galeón Nuestra Señora de Atocha, uno de los buques siniestrados en el desastre de Matacumbé. Teniendo en cuenta los medios y la sofisticada tecnología utilizada por Fisher en los años ochenta, llama todavía más la atención lo logrado en 1623 con los rudimentarios procedimientos descritos en nuestro manuscrito.

Colofón

Así, frente a las modernas escafandras y trajes estancos utilizados por los buzos de Fisher, nuestros “búzanos” del siglo XVII utilizaron en sus inmersiones los pintorescos equipos descritos en las láminas de este bello manuscrito. Atuendo a todas luces insuficiente y peligroso incluso a poca profundidad.

Es evidente que estos pioneros de la inmersión debieron sufrir gravísimos percances durante su actividad, y que la propia naturaleza provocaría una rápida y drástica selección de aquellos hombres no adaptados naturalmente para sobrevivir a las inmersiones en estas precarias condiciones. Aún hoy es un misterio para los científicos la natural adaptación a la inmersión profunda en apnea de muchos veteranos coraleros, que han sobrevivido, aunque con graves lesiones funcionales, a inmersiones consideradas peligrosas incluso hoy día con los adelantos logrados.

Este precioso documento de Pedro de Ledesma es otra evidencia de la voluntad del ser humano para vencer los elementos que le son adversos. Hoy, con una tecnología mucho más sofisticada que antaño, el hombre busca en el océano su supervivencia para un futuro ya inmediato. Y este viejo manuscrito del siglo XVII es sin duda un bello eslabón en esa remota obsesión por penetrar en los atractivos y misteriosos mares.

Si pensamos que el hombre puede trabajar y habitar hoy de forma continuada hasta los 500 metros en las profundidades marinas, aun en habitáculos especiales, y que es capaz, con ingenios teledirigidos, de explorar y explotar los recursos de los océanos hasta más de 10.000 metros de profundidad, estaremos en situación de valorar el avance humano en el apasionante reto por alcanzar las grandes profundidades marinas. Sin embargo, a pesar de los espectaculares avances tecnológicos, parece todavía lejano el momento de la total adaptación del hombre a las grandes profundidades. Pues mientras ha alcanzado la luna y se mueve fácilmente en su ambiente ingrávido, todavía es incapaz de sobrevivir a las altísimas presiones que ha de soportar en inmersión a partir de determinadas profundidades.

El reto sigue en pie y el empeño del hombre por triunfar en ese reto es hoy, más que nunca, vital para la raza humana. Empobrecidos y degradados los recursos terrestres, solo los mares, con sus riquísimas posibilidades alimenticias y energéticas, ofrecen a la humanidad soluciones de futuro. Así, estos valerosos “búzanos” de siglos pasados que lograron alcanzar con riesgo de sus vidas las “veinticinco brazas” de profundidad, dan la mano a sus sucesores, los intrépidos buzos modernos de alta profundidad que arriesgan igualmente sus vidas, intentando alcanzar cotas aún vedadas al hombre.

La aventura submarina tiene todavía lejanas y misteriosas fronteras.