Rubens. Un espía al servicio secreto de su majestad

Por Marga Martínez

Bibliografía: Boletín SGE Nº 55 – El sueño colonial español

 

Hablaba seis idiomas, era inteligente y discreto, de carácter fuerte y voluntarioso, tenía un alto nivel cultural, era un gran comerciante que se desenvolvía en las cortes europeas como si fuera su medio natural y, por si fuera poco, al Fiammingo también le acompañaba un muy buen físico. Con estas cualidades, y si hablamos de un espía, podría parecer que estemos describiendo al mismísimo Bond (Bond, James Bond) de cualquier película del afamado agente secreto británico; pero, no, hablamos  del gran maestro del Barroco, Pedro Pablo Rubens. El artista fue una figura imprescindible en la Europa del Barroco y uno de los artistas más cotizados y requeridos por las monarquías de su tiempo. Con una producción extensísima, sus eruditas alegorías históricas, la perfección de sus retratos y sus sensuales desnudos de mujeres robustas y generosas de carnes, es uno de los grandes pintores de la Historia del Arte, que, además, llevó una doble vida como diplomático y espía que intrigó en las cortes de España, Francia e Inglaterra.

 

Con todas estas cualidades y si eras miembro de una de las cortes europeas sería una auténtica torpeza no ficharle para tu equipo. Si tenemos en cuenta que en el siglo XVII Flandes, tierra natal del pintor, era de dominio español, lo propio es que la diplomacia de Pedro Pablo Rubens se pusiera al servicio secreto de la corte española.

 

Europa , un enorme tablero de ajedrez

A finales del siglo XVI y comienzos del XVII, cuando Europa estaba saliendo de su pasado feudal, la soberanía de los Países Bajos (hoy Bélgica y Holanda) pasó a depender de la España de los Austrias, que tenía grandes posesiones en todo el continente. Europa se convirtió en un enorme tablero de ajedrez con reyes más o menos pasmados, validos intrigantes, cardenales conspiradores y un enjambre de guerras, religiones, alianzas, y treguas que tenían al viejo continente sumido en un auténtico caos. El dominio español causó tantas divisiones que desató una prolongada guerra (de los Ochenta Años) en las diecisiete provincias de los Países Bajos. Las diez meridionales (la actual Bélgica) se mantuvieron fieles a España, pasando a conocerse con el nombre de los Países Bajos Españoles o Flandes. Las siete del norte, que lucharon por su independencia, pasaron a convertirse en Holanda. En este conflicto quedaron atrapadas todas las grandes potencias de Europa occidental, siempre envueltas en disputas políticas, comerciales, religiosas y territoriales.

Los Países Bajos españoles estaban bajo el dominio español, pero no soportaban la dictadura de Felipe II, y el 15 de abril de 1566 presentaron a Margarita de Parma, gobernadora general y hermanastra de Felipe II, una petición conocida como el “Compromiso de Breda”, que pedía la supresión de la Inquisición y la restauración de libertades. Los calvinistas destruyeron iglesias, profanaron imágenes e incendiaron pueblos. Margarita de Parma ante semejante panorama pidió ayuda a su hermanastro, que le envió al “duque de hierro”, el tercer duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, que instaló la paz tras, eso sí, feroces represiones.

En una carta dirigida a su amigo Pierre Dupuy escribía Rubens: “me gustaría que el mundo entero estuviera en paz, que pudiéramos vivir en una edad dorada y no en una edad de plomo”. Rubens añoraba la gran metrópolis que su Amberes natal había sido y que habían conocido sus padres. Durante el siglo XV y primera mitad del XVI, Amberes fue el más importante centro comercial y financiero de Europa occidental, gracias a la enorme actividad de su puerto y al mercado de la lana. Pero, en la segunda mitad del siglo XVI, se convirtió en el escenario de las luchas religiosas entre protestantes y católicos. En 1585 se cerró el paso al río Escalda, lo que certificó un verdadero desastre económico; para colmo, los protestantes huyeron de la ciudad, y, con ellos, la élite intelectual y comercial. De los cien mil habitantes con los que contaba en 1570 pasó a los cuarenta mil en tan solo veinte años.

 

Huyendo del duque de Alba

Los Rubens formaron parte de la primera gran diáspora que abandonó los Países Bajos españoles, y Amberes en particular. Jan, el padre de Rubens, había aparecido en una lista de sospechosos de haberse convertido al calvinismo y contrató a un abogado para su defensa. Mientras se estudiaba su caso, fue organizando la huída de su familia (su mujer María y sus cuatro hijos) a Colonia. Y cuando su caso aún no se había resuelto, Jan Rubens escapó y emprendió viaje hacia la frontera alemana para reunirse con el resto de su familia. Este primer éxodo fue liderado por Guillermo de Orange, el Taciturno, que estableció su base de operaciones en el castillo de Dillemburgo, a unos cincuenta kilómetros de Colonia, aunque su actividad principal se centró en la búsqueda de adeptos para enfrentarse al duque de Alba. Mientras tanto, su mujer, Ana de Sajonia, de gran fortuna y escasa belleza, que se aburría soberanamente “en provincias”, dedicó su tiempo a reclamar sus propiedades a los españoles. Para eso necesitaba un agente que gestionara el asunto y que conociera bien los estatutos de propiedad del país, y quien mejor se postulaba para el puesto era Jan Rubens. La contratación no resultó muy inspirada, o sí, según se mire. Entre gestiones y largas horas de trabajo, Jan Rubens y Ana de Sajonia tuvieron tiempo también para estrechar lazos y tanto los estrecharon que Ana se quedó embarazada. Jan Rubens fue detenido y acusado de adulterio, un delito penado con la muerte.

Mientras tanto, María Rubens, abnegada esposa, andaba preocupada con la desaparición de su marido, hasta que, a través de un comunicado oficial y una carta después del propio Jan, se enteró de lo sucedido. Jan suplicó perdón y María se lo concedió, tampoco contaba con muchas opciones, era extranjera en una tierra extraña y tenía que mantener a cuatro hijos. Pero el que no estaba tan dispuesto a perdonar era el cornudo “Taciturno”, aunque, tras las súplicas de María Rubens y dos años de cautiverio, se facilitó la libertad al adúltero.

Después de una época penosa y precaria en la que Jan estuvo incapacitado para ejercer las leyes, todo mejoró tras la muerte de Ana de Sajonia, ya que así ese “affaire” quedaba más o menos olvidado. Después de esto nacieron otros dos hijos del matrimonio Rubens, Felipe y Pedro Pablo, y volvieron a Colonia, donde posiblemente Pedro Pablo Rubens inició su formación artística. Dos años después de la muerte de Jan (1589), la madre de Rubens, entonces convertida al catolicismo, regresó a Amberes, donde el futuro pintor prosiguió con su formación.

 

Primer viaje a España, un desastre logístico

De 1600 a 1608 Rubens estuvo trabajando como pintor de corte en Italia para el duque de Mantua, Vicenzo Gonzaga. Los Gonzaga, unos buenos mecenas, tenían fama de ser grandes amantes de las artes, por lo que Rubens se encontró con gran cantidad de obras importantes de grandes maestros italianos como Tiziano, el Veronés y Tintoretto. El duque estaba encantado con el prestigio que le otorgaba su gran colección artística, aunque parece que tenía más interés en no dejar de aumentar una colección más peculiar, la de retratos de las beldades más impresionantes de Europa, algo que al parecer le reportaba otro tipo de placeres.

En 1602 llegaban ya a las capitales europeas las noticias de un nuevo y brillante talento en el mundo de la pintura, y Vicenzo estaba deseando poder presentarlo como miembro de su corte. La ocasión llegó cuando mandó a Rubens a Madrid con regalos para el rey de España, Felipe III, y sus cortesanos. La logística del viaje fue un auténtico desastre: acumuló retrasos en el calendario previsto, aranceles onerosos y otras calamidades provocadas por el mal tiempo. El itinerario trazado iba de Mantua a Pisa y por los Apeninos hasta Florencia. Una dificilísima travesía de montaña cuando hubiera sido mucho más sencillo tomar la ruta que se dirigía al puerto de Génova. De Pisa partió en barco hasta Alicante, desde donde estaban previstos tres días de viaje hasta Madrid: un verdadero error de cálculo, puesto que la travesía entre Alicante y Madrid, unos doscientos kilómetros, requería alrededor de dos semanas y, una vez más, el dinero se hacía insuficiente. Para colmo, cuando llegó a Madrid se encontró con que la corte se había trasladado a Valladolid, lo que suponía más días de viaje por terreno accidentado, en total veinte días bajo una lluvia y un viento intensos. Desde 1601 la corte se había trasladado a Valladolid para, entre otras cosas, aislar a Felipe III del cotilleo político de Madrid y aumentar el poder del entonces valido, duque de Lerma.

Además de los costes del accidentado viaje, Rubens se encontró, al abrir los arcones que contenían los regalos para el rey de España, con que las pinturas estaban “tan dañadas y echadas a perder que me parece casi imposible restaurarlas” dijo en una misiva a Mantua. Por suerte la situación no fue tan irreversible como había vaticinado y pudo restaurar todas las obras salvo dos, que sustituyó por una creación nueva suya.

Durante esta primera estancia en España está claro que Rubens pudo aprender mucho del proceder de la corte y sus intrigas. Para empezar, llegado el momento de entregar los presentes de Mantua al rey Felipe y al duque de Lerma, fue relegado, contra toda previsión, por el embajador de Mantua en Madrid, quedando Rubens en un segundo plano y bastante molesto por ello. No obstante, Rubens, muy sagaz en lo político, hizo muy buena relación con el duque de Lerma, de quien admiraba su gran influencia. De hecho años más tarde reflexionaría sobre ello, contando una anécdota de un comerciante italiano que consiguió una audiencia con Felipe III, quien le preguntó por qué no había despachado antes con el duque de Lerma. El comerciante respondió “Si hubiera logrado una audiencia con el duque, no habría sido menester presentarme ante su majestad”. El duque de Lerma también admiraba al joven pintor, y el resultado de esta relación se tradujo en una de las grandes obras maestras del flamenco: el retrato del duque con armadura negra sobre un brioso caballo blanco que avanza hacia el espectador.

Seguro que durante la estancia del pintor en España trataron de la situación de Flandes y de la ciudad natal del pintor, Amberes. De hecho, ambos dedicaron grandes esfuerzos por poner fin al conflicto de los Países Bajos. Rubens, de hecho, dedicó gran parte de su vida a la búsqueda de la paz en esos territorios. Pero por el momento estaba más preocupado en su vida profesional, y llegó a rechazar la oferta de entrar a formar parte del entorno de Lerma. A Rubens le halagaba enormemente el ofrecimiento de una de las cortes europeas más importantes del momento, pero consideraba España un vacío artístico. Culturalmente, Italia seguía siendo el corazón de Europa.

 

El pintor espía

En 1627 Europa se había convertido en un escenario complicado. El condeduque de Olivares apoyó a Francia para sofocar la rebelión de los hugonotes en La Rochelle, a quienes había estado financiando hasta entonces, con el objetivo de formar una alianza ofensiva contra Inglaterra. Los ingleses contraatacaron apoyando a los rebeldes de Flandes en contra de España. Y, por otro lado, el cardenal Richelieu intrigaba buscando la alianza con Inglaterra dando, sin ningún empacho, apoyo a los “herejes” holandeses. Era, en definitiva, una alianza de todos contra todos para conseguir la hegemonía europea. “Sin duda, sería mejor que esos jóvenes que hoy en día gobiernan el mundo estuvieran dispuestos a mantener buenas relaciones entre sí, en lugar de arrojar a toda la cristiandad a la turbación con sus caprichos”, llegaría a decir Rubens ante semejante panorama.

Tras su viaje a España, el pintor flamenco estuvo varios años en Italia aumentando su bagaje artístico y cultural. Después se instaló definitivamente en Amberes hasta su muerte. Además de su enorme prestigio como pintor, Rubens se había convertido en un auténtico empresario: había creado un taller con un buen número de aprendices a su cargo que le permitían aceptar un gran número de encargos, aprovechando su enorme popularidad. En 1609 entró a formar parte de la corte de los archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, los soberanos de los Países Bajos españoles, por un sueldo de quinientas libras anuales. Era tal su fama que, aunque la corte de los Archiduques estaba en Bruselas, le permitieron residir en Amberes. El 3 de octubre de ese mismo año se casó en la Abadía de San Miguel con Isabella Brant, de dieciocho años (él tenía ya treinta y dos), hija de uno de los secretarios del Ayuntamiento, y uno de los hombres más ricos y cultos de Amberes, con el que Rubens mantuvo una intensa relación.

La muerte del archiduque propició que Rubens estrechara su relación con la infanta Isabel y alentó la carrera de Rubens como espía en las cortes europeas. El archiduque, antes de morir, pidió a la infanta que siguiera los consejos del pintor, al considerarlo un hombre honesto, sabio y de mente clara. Cuando los rumores de una posible alianza entre Francia e Inglaterra eran cada vez más fuertes, la infanta Isabel pidió al entonces rey de España, Felipe IV, que enviara a Rubens a mediar en la corte inglesa. Se sabía que el rey Carlos I de Inglaterra estaba en disposición a negociar con España antes que con Francia y, cómo no, Rubens mantenía estrechas relaciones con miembros de las altas esferas del rey inglés. Fue entonces cuando Felipe IV mandó llamar a Rubens a España, esta vez no en calidad de pintor, sino de espía.

Como otros diplomáticos europeos, Rubens creía que la paz en el continente se realizaría a través de la colaboración entre Madrid y Londres. El pintor llegó a afirmar que: “admito que para el rey de España la paz con Holanda pueda parecer más necesaria; pero dudo que pueda lograrse sin la intervención del rey de Inglaterra. La paz entre Inglaterra y España, por otra parte, es una posibilidad concreta, y daría a Alemania tanto que pensar que incluso aceptaría la paz”.

El veinte de junio de 1626 moría la primera mujer de Rubens dejándole muy abatido y parando su producción pictórica; sin embargo no relajó sus deberes políticos, que tal vez le sirvieran de distracción. Por aquel entonces Rubens estaba próximo a la cincuentena, y ya era uno de los pintores más importantes en una Europa intrigante.

Felipe IV, pues, llamó a la corte a Rubens para darle instrucciones para las negociaciones con Carlos I de Inglaterra, y fue así como el pintor flamenco viajó por segunda vez a España. Durante su estancia en Madrid conoció e hizo amistad con Velázquez, y también tuvo tiempo para realizar unas cuarenta obras para distintos clientes. Cuenta Mark Lamster en “Rubens. El maestro de las sombras” que “Según Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, los dos pintores se hicieron amigos durante la estancia de Rubens en Madrid, llegando incluso a viajar juntos a la localidad de El Escorial, a una hora de viaje a caballo en dirección norte desde la capital.” Cuando su vida estaba a punto de acabar, en una de sus últimas cartas, Rubens se refirió con cariño a esa excursión, aunque sin nombrar a su compañero de viaje. El ascenso a Guadarrama fue arduo para los artistas, que sin embargo lo hicieron en un día cálido, de suave brisa. Desde la cumbre de La Nava, por debajo de una inmensa cruz de madera, se dominaba un gran valle que desembocaba en la gran fachada del monasterio, el pueblo que lo flanqueaba y el coto de caza regio –la Fresneda– con sus dos estanques de agua cristalina. A su derecha, un velo de nubes cruzaba Sierra Tocada. Un ermitaño que caminaba con un burro y un venado que los miraba a hurtadillas desde el bosque que había en derredor daban a la escena un aire tan idílico que Rubens no pudo por menos que ponerse a retratarla inmediatamente.

Tras recibir instrucciones, y una vez en Londres, Rubens consiguió que el embajador británico Francis Cottington viajase a España para firmar el Tratado de Madrid, que puso fin a las hostilidades entre los dos países. La estancia en Londres fue fructífera, porque el pintor trabó amistad con el rey de Inglaterra, para quien también realizó varias obras de arte, y cumplió otra misión, encargada por otro de los grandes conspiradores del momento, el condeduque de Olivares. Se trataba de entregar treinta mil ducados al representante de los hugonotes en Francia, para contraatacar a Richelieu quien, por su parte, ayudaba a la rebelión en Flandes contra España.

Rubens fue recompensado por la corona española con la patente de nobleza a lo que la infanta Isabel añadió el nombramiento de gentilhombre de cámara. Por su parte, Carlos I de Inglaterra le nombró caballero en una ceremonia celebrada en el Pabellón de Recepciones. La patente llegó a Amberes con el siguiente agradecimiento “Nos le concedemos este título de nobleza por su relación con nuestra persona y los servicios prestados a nos y nuestros súbditos, su singular devoción a su propio soberano y su destreza en el afán por restaurar el buen entendimiento entre las coronas de Inglaterra y España”.

La época en la que vivió Rubens, propicia a las intrigas, alianzas y luchas de poder, permitió desarrollar la diplomacia en las relaciones entre las cortes europeas. Pero la diplomacia estaba reservada a la élite social e intelectual por la necesidad de saber moverse en las cortes reales. Por este motivo, la figura de Rubens, un pintor-espía, es irrepetible. Sus dotes como maestro del Barroco han hecho que se olvide por completo su valor como diplomático, y que se asocie su nombre tan sólo al del pintor de las mujeres robustas y voluptuosas. Pero sus trabajos diplomáticos fueron fundamentales para que las potencias europeas forjaran alianzas duraderas y conseguir lo único que podría propiciar la prosperidad y la paz.

 

 

Para saber más:

Mark Lamster: “Rubens, el maestro de las sombras. Arte e intrigas diplomáticas en las cortes europeas del siglo XVII”. Tusquets editores.

– Javier Revilla Canora: “Rubens y el Tratado de Madrid de 1630. Oficios diplomáticos de un pintor”. Universidad Autónoma de Madrid.