La Expedición Hidrográfica a Filipinas Juan Vernacci (1803)
María Belén Bañas Llanos
Bibliografía: “Exploradores españoles olvidados del siglo XIX” SGE. 2001
Aunque el planeta que habitamos ha sido objeto de atención desde la antigüedad clásica, no será sino hasta finales del siglo XVII cuando aquellas primeras evaluaciones acerca de sus dimensiones se transformen en observaciones tendentes a precisar su figura real. Esta evolución es paralela al proceso de colonización de nuevos territorios y al incremento de intercambios comerciales.
Durante la expansión helénica se efectuaron las primeras evaluaciones del tamaño de la tierra. Y desde Ptolomeo hasta finales del quinientos fueron los geógrafos árabes quienes dedicaron su atención a estos temas. Sin embargo, los monarcas de todos los tiempos han sabido apreciar el interés de reconocer y mensurar la extensión de sus dominios. Lo que constituyó un poderoso estímulo para el desarrollo de un saber afecto al poder y vinculado a proyectos de dominación económica y militar.
Pero será durante la revolución científica en pleno siglo de la ilustración cuando antiguos métodos de observación unidos a la aparición de nuevos instrumentos de medida permitirán el nacimiento de una geografía cuya mayor precisión estaba en consonancia con las nuevas exigencias planteadas por los descubrimientos ultramarinos y la nueva escala que adquirían los intercambios comerciales en el sistema economía-mundo. Así surgió la geografía científica, que amparada en la astronomía y en las matemáticas, iría alcanzando cotas de precisión y autonomías crecientes. Al mismo tiempo que contribuía a la consolidación de una burocracia estatal o metropolitana que exigía políticas de intervención sobre el espacio, y que contribuyeron al desarrollo de métodos precisos para el levantamiento de planos y mapas.
1. L a Real Compañía de Caballeros Cadetes Guardias Marinas de Cádiz
Abrió sus puertas en 1717, según instrucción redactada por el ministro José Patiño, que intentaba crear las condiciones necesarias para que la nobleza ociosa se instruyera en las ciencias de la navegación y la construcción naval. Ha finales del seiscientos la Armada había llegado a tal extremo de penuria que algunos oficiales se vieron en el trance de limosnear. Era por tanto una profesión muy desprestigiada, que solo interesaba a la baja nobleza porque la Compañía de cadetes suponía una vía para el ascenso social. Pero pocos entendieron entonces el objetivo que perseguía Patiño agregando a la Compañía una academia.
Tres años después de su apertura, en 1720, el Intendente de Marina, que acababa de realizar una visita a sus dependencias escribió : “…reconocí… que no sólo no se habían adelantado los Guardias Marinas en los estudios, en la reformación de las costumbres, ni en la destreza y habilidades Académicas, sino que se habían engreído tanto en la extensión de su decoro, midiéndose por su fantasía, como ignorantes de sus límites, que cada paso era una etiqueta controvertida en poca cordura granjeándose con esto y otros lances de no poca gravedad el aborrecimiento del común y de toda la Marina.. .”.
Pero entre todos los obstáculos que limitaban las posibilidades de la academia, el más destacado era la resistencia de los cadetes a las matemáticas. Además, durante esta etapa los alumnos no tuvieron maestros de dibujo, construcción naval ni maniobra, limitándose la enseñanza a rudimentos de matemáticas, algo de náutica, fusil y ejercicios militares.
A las deficiencias de orden administrativo, habría que añadir las de orden ideológico y estructurales. Además, de la larga polémica que durante la primera mitad del siglo XVIII enfrentó a pilotos y oficiales de la Armada , sobre quiénes habrían de decidir en el gobierno de los buques; pues una vez embarcados, aunque debieran haber sido pilotos los responsables del gobierno técnico, de hecho las decisiones eran adoptadas –en última instancia- por el comandante del navío. Estos conflictos quedaron parcialmente resueltos en las Ordenanzas de 1748.
Para pasar a oficial, los guardias marinas después de dos años, debían realizar un examen, teórico práctico, para demostrar sus conocimientos. Ya en esta época, 1780, los alumnos de la escuela de guardias marinas de Cádiz, eran una élite de oficiales bien preparados en matemáticas, navegación, artillería, construcción y maniobras de buques, fortificación y dibujo, esgrima, danza e idiomas.
Y en esta joven generación se encontraba Juan Vernacci Retamal , quien –a juzgar por su apellido- debió ser de ascendencia italiana, aunque nació en el puerto andaluz de Cádiz. Fue hijo primogénito de Juan Vernacci, natural de Cádiz, y de María Retamal y Villarelo, natural de San Lúcar de Barrameda.
Vernacci, entró de guardia marina el 29 de abril de 1777 y empezó a servir como tal el 13 de septiembre de 1780. Por fin, el 21 de diciembre de 1782 recibió su primer ascenso a la graduación inmediata: alférez de fragata, después de probar sus conocimientos teóricos y prácticos.
Su hermano José Claudio, que nació en Cádiz el 9 de julio de 1774, continuaría también la tradición familiar ingresando en la Real Compañía de Guardias Marinas en 1788. Quien casó el 10 de mayo de 1798 con Carmen Aguado y Mejías, y tuvo a su primer hijo Joaquín, en Cádiz en 1799, que con el tiempo llegó a ser subteniente de infantería en el Puerto de Santa María. Dos hijos de Joaquín también seguirían la saga familiar en la Armada : Juan José (1834) y José (1835) Vernacci y Moreau.
2. Una carrera imparable y varios ascensos frustrados
El 3 de agosto de 1783 Juan Vernacci ascendió a subteniente de la 9ª brigada. Hizo varias navegaciones y estuvo en el combate de la escuadra del mando de Luis de Córdoba, en la campaña de Argel. Esta expedición, que salió de Cartagena en julio de 1783, pretendía imponer un correctivo a los argelinos, desmandados desde la malograda expedición de 1775. Llegada la expedición a Argel, empezaron las hostilidades. Durante muchos días hubo un continuo bombardeo por ambas partes, hasta que sobreviniendo un violento temporal, tuvieron que dar vela para Cartagena. Posteriormente, establecieron frente a Argel un bloqueo riguroso pero no tuvieron éxito, y finalmente negociaron la paz con los argelinos; de lo que se encargó el entonces comandante de las compañías de guardias marinas, José de Mazarredo.
El joven Vernacci ascendió a alférez de fragata el 15 de noviembre de 1784. En 1785 cursó estudios superiores y, durante un año, asesorado entre otros por el brigadier y cartógrafo Vicente Tofiño, hizo observaciones astronómicas en el observatorio gaditano . Terminado el entrenamiento integró el equipo que bajo la dirección de Tofiño realizó el levantamiento del Atlas Hidrográfico de España, en 1786-87. Posteriormente, la colección de instrumentos usados por Tofiño fue cedida a la expedición Malaspina, en 1789.
En ausencia de su hijo, su padre solicitó, el ocho de mayo de 1787, desde Cádiz, su ascenso en estos términos:
“Ruego a V.E. se digne admitir esta representación a favor de mi hijo Don Juan Vernacci y Retamal, alférez de fragata en cuyo grado ha servido embarcado en la última guerra pasada . Después en batallones, en brigadas, y después nombrado al observatorio en estudios mayores, bajo la dirección de Don Vicente Tofiño, con quien hizo campaña el año de ochenta y seis, y sigue navegando en la presente: siempre exacto en sus destinos, y sumamente aplicado, de que pueden dar informe a V.E. así el Capitán General de la Real Armada , como también Don Francisco Javier de Rovira, y demás jefes que lo han experimentado. Por todo lo cual, y en consideración de no haber sido comprendido en la reciente promoción. Suplico a V.E. sea servido de atender al referido Don Juan Vernacci, pues me mueve a este recurso, no la utilidad material, si solo el pundonor de mi hijo que con tanto esmero ha cumplido sus obligaciones. Resignándome en el natural dolor, de que habiendo sido nombrados sus compañeros del Observatorio, así en la promoción pasada, como también en la presente, él solamente no ha tenido cabimento , por lo que espero de la Benignidad y Justificación de V.E. lo protegerá ”. (Firmado Juan Vernacci).
El expediente pasó al T. Mayor General, que respondió : “este individuo fue ascendido a alférez de fragata en la anterior promoción, es el 70 de la lista por consiguiente no le corresponde…”. Pero dos días después, vuelve a escribir el padre otra representación: “con el mayor respeto a V.E. a nombre de mi hijo Don Juan Vernacci y Retamal, en su ausencia, elevado del amor de padre , expongo esta segunda representación…”.
El expediente volvió a pasar al T. Mayor General que contestó lo siguiente: ”esta solicitud no carece de mérito, según las reales órdenes de 26 de septiembre de 83 y 15 de noviembre de 84, pero en estas mismas están comprendidos muchos y entre ellos el capitán de fragata Don Antonio Echavarri y Don Vicente Emparan, con particular recomendación del general de la expedición; se hizo presente a la corte en oportuna ocasión, y nada resultó, por lo que si a esta se apoya su instancia, recurrirían los demás cuyos méritos no desmerecen en nada a los de este oficial como es notorio”.
No obstante, el ministro Antonio Valdés remitió la instancia a Luis de Córdoba el 5 de junio de 1787, desde Aranjuez, que respondió lo siguiente: “no le toca por antigüedad, está agregado con Vicente Tofiño quien habrá dado informe de sus adelantamientos, pero de estos nada se ha propuesto por aquí”.
Unos meses después, y por tercera vez , el propio Vernacci vuelve a solicitar el ascenso, por lo que el 23 de enero de 1788, Antonio Valdés insiste a Luis de Córdoba sobre el asunto, quien le contesta desde la isla de León, el 2 de febrero:
“En real orden de 30 de junio ultimo se sirvió V.E. prevenirme no haber tenido S.M. por conveniente promover, entre otros oficiales, al alférez don Juan Bernacci, pero si que se le atendiese en la primera promoción, cuyo caso no ha llegado, y pues en razón de sus servicios, y conducta, no resta que agreguen a lo expuesto en mi informe dado con fecha del 12 del propio mes por carta nº 639 respecto de haber continuado entonces embarcado a las órdenes del brigadier don Vicente Tofiño, me reduzco a hacerlo presente a V.E. en satisfacción a su orden de 23 del antecedente como devuelta de la inclusa instancia en que el mismo oficial solicita nuevamente el ascenso”.
3. Juan Vernacci en la expedición Malaspina (1789-1794)
La expedición del marino italiano Alejandro Malaspina, acompañado del español José Bustamante, no solo fue la de objetivos más ambiciosos, duración más prolongada y más dilatada singladura, sino que en cierta medida fue también el resumen y compendio de todo el ciclo de exploraciones españolas desarrolladas en el último tercio del siglo XVIII.
Organizada en España y aprestada en el puerto de Cádiz, estaba integrada por un brillante equipo de navegantes, científicos y artistas que acometieron la exploración sistemática de las costas occidentales de América del Norte y el litoral de Filipinas, el estudio minucioso de las islas de Tonga (de la que tomaron posesión para España) y toda una serie de observaciones botánicas, geológicas y etnográficas que conforman un corpus del más alto interés para el progreso de las ciencias, a la vez que en su largo periplo tomaron contacto finalmente con el continente austral, visitando Australia y Nueva Zelanda.
Esta sola travesía hubiera permitido a España figurar entre las naciones protagonistas de las grandes exploraciones del siglo XVIII, que constituyen sin duda uno de los grandes capítulos de la historia de los descubrimientos geográficos y científicos de todos los tiempos. Ahora bien, el plan presentado ante el Secretario de Estado de Marina, Antonio Valdés, en 1788, se inspiraba claramente en los viajes de Bougainville, Cook y La Pérouse , cuyos logros pretendía emular y superar.
Malaspina perseguía la realización de un viaje más útil que espectacular. Y, entre otras, las prioridades de la expedición eran los estudios cartográficos, precisar y señalar las rutas más convenientes tanto para la marina mercante como para la de guerra, considerar la posibilidad de establecer astilleros y evaluar las capacidades defensivas, ofensivas y comerciales de las colonias.
El equipo humano lo “acopió” de las filas de la Real Armada , altamente cualificado, e insistió en que debían incorporarse voluntariamente a la campaña. En cuanto a los oficiales, Malaspina indagó quiénes reunían los requisitos indispensables para ser invitados. Buscó hombres responsables, de honor y finos modales, disciplinados pero a la vez con iniciativa, valor y curiosidad científica. Intelectualmente bien preparados, trabajadores, diestros en el arte de navegar y dispuestos a sacrificarse por la patria y porque los objetivos de la expedición fueran alcanzados.
En cuanto a sus sueldos estarían regulados por el Reglamento del Mar del Sur . Cada corbeta tuvo una dotación de ciento dos hombres. La “Descubierta” capitaneada por Malaspina escogió como oficiales subalternos a Cayetano Valdés, Manuel Novales, Fernando Quintano, Francisco Javier Viana, Juan Vernacci y Secundino Salamanca… en total la oficialidad de mar la componían catorce personas, entre las dos corbetas
A los contratados, Malaspina les entregó de inmediato, y antes de embarcar, algunas responsabilidades. Efectivamente, el 8 de enero de 1789 encargó al joven Vernacci que copiara cuantas noticias encontrase en el Archivo de Capitanía, en la Dirección General de Pilotos y en archivos particulares, relativas a la navegación de Buenos Aires a Lima y, en especial, las relaciones de Joaquín Oliva a la bahía de San Julián, la de Ruiz Puente y Madariaga a las Malvinas, y la de Domingo Perler a la costa patagónica y Felipe González a las costas de Chiloé, Isla de Pascua y Palmerston.
Terminada la labor de recopilación, Vernacci se dedicó a la ingente labor de copiar planos del Archivo de la Dirección de Pilotos en Cádiz, algunos de los cuales estaban en manos de Juan de Soto y Antonio Domonte, jefes de escuadra. Planos, principalmente de costas, que comprenden el amplio territorio de las entonces posesiones españolas: Valparaíso, cabo de San Julián, Patagonia, cabo de Hornos, y toda la costa pacífica de América, hasta los lejanos confines de Oriente; una obra de titanes para un joven guardiamarina con más sueños que experiencia.
Todo listo, dos corbetas que fueron construidas en el astillero de la Carraca , bautizadas con los nombres de Santa Justa y Santa Rufina , aunque son más conocidas como la Descubierta y la Atrevida , soltaron amarras del arsenal de la Carraca el 13 de junio, y del puerto de Cádiz en la mañana del 30 de julio de 1789, bajo los auspicios de un viento favorable.
3.1. De Cádiz a Montevideo
El tres de agosto, y en aguas de Tenerife, los geógrafos calcularon la longitud del Pico del Teide (medición que había sido fijada anteriormente por el astrónomo José Varela y que fue considerada errónea por el capitán Cook), al que seguirían la observación de varias distancias al sol y a la luna, iniciando así un compendioso registro astronómico, titulado Cálculo de correcciones de distancias de la luna al sol y otros astros por las tablas de refracción y paralelaje , cuyas mediciones realizaron, entre otros, Alcalá-Galiano, Malaspina y el joven Vernacci.
Todos ellos, y según palabras de Malaspina, “… acudieron al auxilio de la astronomía, rigurosamente ceñida a sus justos límites hidrográficos” . Para realizar estas tareas los marinos de la expedición contaron con varios ejemplares de efemérides, o sea, tablas que indican la posición de los planetas y la luna para cada día del año. Las efemérides más consultadas por los marinos del siglo XVIII fueron: Conaissance des Temps, Nautical Almanac and Astronomical Ephemeris, Berliner astronomisches Jahrbuch ; además la Armada española publicaba también un almanak , y desde 1792, el almanaque náutico del Observatorio de Marina de San Fernando.
Siguiendo la costa africana, la navegación transcurrió sin otro acontecimiento que el encuentro, en las cercanías de Cabo Verde, con alguna embarcación dedicada al comercio de esclavos. Entre los días 6 y 7 de agosto cruzaron el trópico de Cáncer, lo que se conoce en el argot marinero como “cortar la línea” ; que días después, exactamente el 29 de agosto, volverían a cortar, en esta ocasión se trataba del trópico de Capricornio. La temperatura descendió considerablemente y el viento causó la rotura de dos maderos de la arboladura de la Descubierta . El 5 de septiembre avistaron la isla Trinidad, donde determinaron las coordenadas geográficas; fue la primera tarea de la expedición.
Continuaron rumbo sureste, y después de cincuenta y un días de navegación por el Atlántico llegaron a Montevideo, lo que significaba el inicio real de la expedición. Aquí tendría lugar el aprovisionamiento de las corbetas para las campañas venideras, y se iniciarían las observaciones astronómicas y geodésicas. El observatorio se situó en Montevideo, que serviría para la comparación de los relojes marinos, la determinación de longitudes y como referencia de los desplazamientos
Efectivamente, la oficialidad se encargó de hacer mediciones hidrográficas repartiéndose la región. Realizaron dos excursiones a Buenos Aires, donde contactaron con el virrey, y se internaron hasta la desembocadura del Paraná. Precisamente el 30 de septiembre Juan Gutiérrez de la Concha y Juan Vernaccirealizaron observaciones en Buenos Aires, y del 4 de octubre al 6 de noviembre de 1789, fueron comisionados para realizar las tareas cartográficas de reconocimiento y situación de la costa sur del Río de la Plata , ensenada de Barragán y cabo de San Antonio. Regresaron en noviembre a Montevideo, con lo que se completaba la oficialidad de ambas corbetas, e iniciándose, en ese momento, los preparativos para una nueva travesía. Se libró una paga a la oficialidad, tropa y marinería como premio a su trabajo y se les concedió un permiso de tres días para que pudiesen disfrutar de las fiestas en honor de S.M. Carlos IV.
Las optimas condiciones celestes las aprovecharon para ultimar los trabajos astronómicos con la observación de un eclipse de luna y la aparición del planeta mercurio. Posteriormente, realizarían el diario astronómico de Montevideo Malaspina, Galiano, Valdés y Vernacci.
A mediados de noviembre emprendieron la navegación rumbo a Puerto Deseado, donde llegaron el 2 de diciembre. Trazaron la costa entre este puerto y Puerto Negro. Desde donde partieron rumbo a las islas Malvinas el 13 de diciembre, donde intensificaron las tareas hidrográficas estableciendo comparaciones con los trabajos de la expedición de Fernando de Magallanes (1519-22) y James Cook (1768-1779), entre otros.
El año 1790 apareció con mal tiempo en estas latitudes, lo que dificultó la navegación, pero no impidió que se internaran en el difícil estrecho magallánico, para llegar posteriormente a la isla de Chiloé, donde realizaron importantes mediciones hidrográficas y astronómicas. Actividades que repitieron en Talcahuano por ser el “ verdadero término o frontera de nuestras posesiones en el hemisferio austral ”. En este punto las corbetas se separaron, la Descubiertareconocería Talcahuano y los puertos de San Vicente, Tomé y Coliumo, con la intención de indagar las posibilidades de establecer astilleros en ellos; y laAtrevida se dirigió a Valparaíso, donde fondeó el 11 de marzo, con la misión, entre otras, de realizar una serie de triangulaciones (para determinar la latitud y longitud de diversos puntos) y un catálogo de las estrellas meridionales.
A mediados de abril levaron anclas y el dieciocho llegaron a Coquimbo, ciudad fundada por Pedro de Valdivia en 1543, donde llevaron a cabo trabajos astronómicos y geodésicos, poniendo especial interés en sus minas de oro, cobre y plata, siendo una de las de mayor riqueza del continente americano. Esta región era objeto, en estos momentos, de especulaciones por parte de la metrópoli al descubrirse en la zona de Punitaqui nuevas reservas de azogue que podían reemplazar las importaciones que de este metal se hacían de Alemania.
El 3 de mayo se habían reconocido los fondeaderos de Guasco y del Totoral, alcanzándose en la línea costera hasta el morro de Copiacó, donde volvieron a separarse las corbetas, recorriendo desde distintos puntos la costa peruana, con dirección a Lima. Establecieron su centro de operaciones en el pequeño pueblo de la Magdalena , en el valle de Rimac, e instalaron el observatorio astronómico en la casa de los religiosos de la Buena Muerte , que poseía un magnífico jardín botánico. En Lima recibieron material científico procedente de Europa, como instrumentos y libros.
El 16 de junio de 1790, y desde la Magdalena , Malaspina comunicó al virrey Francisco Gil y Lemus la comisión de reconocimiento que había realizado a la fragata de comercio Mexicana , en compañía de Viana y Vernacci , y de los carpinteros y calafates de las corbetas.
El 15 de septiembre, y desde Lima, Dionisio Alcalá, Gutiérrez de la Concha yVernacci remitieron una carta a los señores Cesari, Oriani y Veggio del observatorio de Brera en Milán; al señor La Lande , del observatorio Real de París; y al director y oficiales del Real Observatorio de Cádiz, donde les comunicaban los trabajos astronómicos realizados hasta el momento, en la expedición
Recuperado el capitán Bustamante y Guerra de una larga febrícula, comenzaron los preparativos para la partida que realizaron el 20 de septiembre. Recorrieron el bello litoral ecuatoriano y a primeros de octubre arribaron al puerto de Guayaquil. Desde donde, del 3 al 9 de octubre (1790), al mando de la lancha de la Descubierta , Juan Vernacci se internó en el río hasta las bodegas de Babaoyo, para efectuar observaciones astronómicas y determinar la medida del volcán Chimborazo “sobre bases exactas para aproximarnos con estos datos a las precisas observaciones de la meridiana de Quito” , en compañía de Hurtado, y de los naturalistas y botánicos Pineda y Née. Reconocido el volcán Chimborazo, donde realizaron diversas experiencias sobre la velocidad del sonido y múltiples mediciones barométricas, se dirigieron a las inmediaciones del Tunguragua, ascensión que realizaron el 12 de octubre, pernoctando en él.
En este punto, Juan Vernacci dio por concluido la primera parte de su diario que había iniciado en Cádiz a la salida de la expedición. En él reseña entre otras muchas noticias, ricas aportaciones marítimas, etnológicas y vocabularios indígenas, como el patagón.
Levaron anclas, el 28 de octubre, y el 11 de noviembre divisaron la costa de Darién y varias islas (Las Perlas, la Galera.. .). En Panamá se volvieron a reanudar las excursiones científicas; una de ellas la realizó, del 24 al 25 de noviembre,Vernacci que realizó observaciones astronómicas en el Castillo de San Lorenzo, en Chagres. Los botánicos describieron el árbol del manzanillo. Y el 15 de diciembre volvieron a zarpar rumbo al noroeste. Durante la travesía trazaron la costa entre Panamá y las islas de Coiba, regiones escasamente pobladas de hombres.
Al comenzar el año 1791, la expedición se encontraba en aguas del Golfo Dulce, y el 6 de enero Malaspina dispuso una nueva separación de las corbetas. La Atrevidareconocería la isla de Cocos y posteriormente se dirigiría a Acapulco, donde la alcanzaría la nave capitana. Paralelamente, la Descubierta recorrería algunos puntos de Nicaragua, donde hicieron mediciones sobre la longitud y la latitud e investigaron sobre la posibilidad de establecer un astillero, debido a la riqueza forestal de la zona. Partieron del puerto de Realejo el 30 de enero y dos días después llegaron a la rada de Sonsonate, puerto de recepción y redistribución de producciones naturales de Guatemala, Perú, Chile y México.
Por fin, y después de calmas y corrientes contrarias, la Descubierta se acercaba a las costas de Acapulco, donde fondearon el día 27 de marzo. La Atrevida había llegado el 1 de febrero, víspera de la Candelaria , y fue amarrada en el mismo lugar que solía hacerlo el Galeón de Manila. Posteriormente, marchó a San Blas, según instrucciones de Malaspina, donde arreglaron la nao, y realizaron tareas astronómicas, cartográficas, etc. y recopilaron documentación para la travesía conjunta de las corbetas a los 60 grados de latitud norte en la costa pacífica, a las heladas tierras septentrionales.
Tras fondear en Acapulco, Malaspina ante lo avanzado de la estación, y debido a las adversas condiciones para la navegación, decidió posponer el proyectado reconocimiento de la costa noroeste americana, creyendo más conveniente reunir en este punto a toda la expedición. Se enviaron las oportunas órdenes a José Bustamante para que regresase con la mayor brevedad
Mientras tanto, Malaspina comunicó al ministro Antonio Valdés, el 28 de abril, las experiencias con el péndulo y otras mediciones astronómicas realizadas en México y Acapulco por Galiano, Cevallos, Vernacci y Concha.
Por fin, el uno de mayo levaron anclas y siempre al norte, y con vientos favorables, no volvieron a ver tierra hasta el 23 de junio, cuando se hallaban a 56º 17′ de latitud, frente al territorio comprendido entre Cabo Engaño y las islas septentrionales del Cabo San Bartolomé. Realizaron escalas en Mulgrave, Nootka y Monterrey, entre otras, y realizaron investigaciones hidrográficas, botánicas, antropológicas, políticas y un largo etcétera, entre Alaska y la costa occidental de Canadá y Estados Unidos.
De vuelta a Acapulco, los oficiales de la Descubierta , montaron el observatorio en una casa cercana al muelle del puerto, donde comprobaron con satisfacción que los cronómetros 71 y 72 coincidían con la diferencia de meridianos que había entre San Blas y Acapulco, que correspondía a la misma que había marcado el número 10 de la Atrevida en su última travesía.
Para obtener mayor precisión en los datos astronómicos, comparaban constantemente los datos obtenidos entre ellos, así las series se obtenían con un promedio de tres observaciones. Posteriormente, comparaban estos resultados con los de otros hombres de ciencia, como James Cook, Chappe, Doz y Medina y un largo etcétera. Siendo Acapulco uno de los puntos que mejor lograron situar astronómicamente en el océano Pacífico.
Paralelamente a estas actividades, y sin interrupción, los oficiales de las corbetas realizaron, desde el 11 de enero al 5 de octubre, el cálculo de la corrección de distancias de la luna al sol y otros astros por las tablas de refracción y paralelaje , realizadas entre otros oficiales por Vernacci.
Desde Acapulco, el 10 de noviembre de 1791, Malaspina propone al virrey de México, II conde de Revillagigedo, un plan para el reconocimiento y dictamen definitivo sobre el posible paso del Noroeste, en las goletas de San Blas, Sutil y Mexicana. Por recomendación de la Corte. Un mes después, el 14 de diciembre, y también desde Acapulco, le expresa los objetivos fundamentales de la comisión de las corbetas a Fuca y las instrucciones para Vernacci y Salamanca, para su comisión en las costas de Guatemala y Nicaragua.
4. el viaje de las goletas Sutil y Mexicana al estrecho de Juan de Fuca en 1792
A finales del mes de noviembre de 1791 se encontraban reunidos todos los miembros de la expedición Malaspina en Acapulco, a la espera de que llegasen desde San Blas las goletas Sutil y Mexicana , para equiparlas convenientemente. Y que bajo el mando de los oficiales Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés y Flores respectivamente, y teniendo como segundos a los tenientes de fragata Juan Vernacci y Secundino Salamanca, a los que se unió el pintor José Cardero y diez marineros de la expedición Malaspina, navegaría hasta el estrecho de Juan de Fuca.
Su objetivo era cerciorarse de la inexistencia del mítico paso de Anian, que supuestamente comunicaba el Atlántico con el Pacífico, y en segundo lugar reconocerían las costas de Tehuantepec y el golfo de Nicaragua. Se les asignó la colección de instrumentos empleados durante la campaña anterior en México, a la que se sumó un segundo repertorio recopilado del equipo instrumental de las corbetas
Durante su permanencia en México, los comandantes habían recibido órdenes estrictas del virrey de Nueva España, que ha su vez las había recibido de Madrid, sobre la prioridad de la exploración del estrecho de Juan de Fuca. Si descubrían el ambicionado paso hacia el Atlántico debían efectuar su navegación si las características de las goletas lo permitiesen, y dirigirse a España evitando atracar en cualquier puerto extranjero, y en cualquier caso ocultar celosamente el descubrimiento que debería comunicarse de inmediato y con absoluta reserva a los ministros de Estado y Marina y al propio Virrey.
El retraso en la llegada de las goletas, el grado epidémico alcanzado en la ciudad por las fiebres estacionales, y lo avanzado de la estación que ponía en peligro el plan previsto para las Marianas y Filipinas, obligaron a la expedición Malaspina a partir sin demora el 20 de diciembre de 1791. En Acapulco quedaron los futuros expedicionarios al estrecho de Juan de Fuca en espera de las goletas, que no hicieron su arribo hasta el día 28 de diciembre.
La inspección de las embarcaciones puso en evidencia su anómala construcción que las incapacitaba para cualquier empresa naval, viéndose obligados a múltiples reformas que dilataron su salida. Efectivamente, el 2 de enero comenzaron las reparaciones, pero la falta de mano de obra y materiales provocó continuos retrasos prolongándose los trabajos hasta el 7 de marzo de 1792. Al día siguiente, las embarcaciones se hacían a la mar en una nueva tentativa de cruzar a vela el continente americano.
En el mes de mayo alcanzaron el fuerte español de Nootka, en la costa oeste de Vancouver. Durante los meses siguientes continuaron explorando el actual estrecho de Georgia, llamado el canal de Nuestra Señora del Rosario la Marinera , en las cartas españolas. Coincidiendo en algunos momentos con la expedición de George Vancouver y William Broughton.
Juan Vernacci obtuvo muchos puntos a su favor en esta comisión, ya que tanto él como los otros tres oficiales, que en ella participaron, tuvieron que hacer las veces de pilotos, naturalistas, dibujantes, contadores, etc. Además, a él y a su compañero Salamanca, aparte de cumplir con sus tareas diurnas, por las noches se les confiaba el cuidado de los buques, así que su responsabilidad marinera nunca cesaba.
Volvieron a Nueva España con la relativa certeza de la inexistencia del paso del noroeste, con nuevas experiencias y sin contratiempos. El virrey, II conde de Revillagigedo, recibió con deferencia a todos los miembros de la expedición y les ayudó a resolver sus asuntos con extremado celo. Sin embargo, a comienzos de 1793, el virrey y Galiano tuvieron un altercado: el motivo fue la indignación con que reaccionó el marino cuando el virrey le pidió cuentas acerca del levantamiento defectuoso o incompleto de un mapa del estrecho de Juan de Fuca, realizado en la comisión de las Sutil y Mexicana . Revillagigedo le hizo notar que al mapa aludido le faltaba la parte que mediaba desde la entrada del estrecho, la punta de Martínez situada a los 48º 20´, hasta el extremo norte de la isla de Tejada, a los 49º 40´ de latitud norte.
Galiano se sintió herido en su amor propio y respondió al virrey una airada carta, firmada también por Juan Vernacci , en la que solicitaban que se examinaran los resultados de esta comisión en junta de generales y para ello se remitieran al ministro de Marina, Antonio Valdés, todos los mapas originales. La respuesta del virrey no se hizo esperar, en primer lugar le pareció excesiva y poco humilde la reacción de los oficiales y en segundo lugar le ofendió que no le considerasen suficientemente informado sobre la cartografía del noroeste americano. Al mismo tiempo, le molestó que Galiano no le entregase todas las copias de los documentos de esta comisión
Posteriormente Galiano le respondió en tono más conciliador. Lo mismo hizoVernacci , desde Veracruz, el 4 de diciembre de 1793, antes de partir hacia España “… agradeciéndole sus atenciones durante el tiempo que estuvo a sus órdenes con motivo de su comisión en la Sutil y Mexicana.
En su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España , Humboldt citó varias fuentes cartográficas tanto de la expedición Malaspina como de la expedición de 1792 a Fuca, que en su opinión fueron las dos únicas que tuvieron “el carácter verdadero de expediciones de descubrimiento”, y los marinos que las emprendieron eran acreedores “por siempre” a un puesto honorífico en la lista de los navegantes instruidos e intrépidos, a quienes debemos las nociones exactas de la costa N.O. del Nuevo Continente”.
5. Una comisión especial y un ascenso a capitán de fragata
Cuatro meses después de su salida del puerto de Veracruz, y ya en su tierra natal, Cádiz, Vernacci escribió al ministro de Marina, Antonio Valdés, el 4 de abril de 1794, donde le comunica que acaba de regresar de México y que trae consigo los papeles originales del viaje a Fuca de las goletas Sutil y Mexicana ; al mismo tiempo le noticia que Alcalá Galiano se ha quedado en la Habana.
Valdés le encargó entonces ordenar los resultados de la expedición al estrecho de Juan de Fuca en Madrid, de orden del Rey. Vernacci se traslada a la corte donde acomete la ingente tarea de ordenar papeles y pliegos, pero el tiempo transcurre y nadie se acuerda de abonarle los sueldos; por lo que se ve obligado a recordárselo al ministro, el 23 de julio de 1794:
“… Suplico a V.E. disponga que se abonen mis sueldos en esta tesorería general, igualmente que las gratificaciones de mesa y criado si tiene a bien concedérmelas…”. (Al margen: concedido).
ntonio Valdés lo comunicó de inmediato a Diego Gardoqui, que dos días después, desde San Ildefonso, escribió al ministro de hacienda , “… que su Majestad ha mandado se satisfagan por tesorería mayor a dicho oficial…” los sueldos vencidos y las gratificaciones de mesa y salarios de criado, debiéndose hacer el cargo a la consignación del Departamento de Cádiz.
Unos meses después, en octubre, se reunió con él en Madrid Alcalá Galiano para acometer conjuntamente la redacción del viaje, en cumplimiento de la Real Orden que había remitido el ministro Valdés. Las tareas les unen aún más.
Desde San Lorenzo llegaron rumores de que el Rey había ascendido a los oficiales embarcados en las corbetas Descubierta y Atrevida . Efectivamente, las noticias eran ciertas, el día 14 de octubre de 1794 el Rey había expedido una Real Orden para los oficiales con expresión de sus ascensos y antigüedad de cada uno ; y aunque habla de Vernacci y Secundino Salamanca no los asciende. La sorpresa se convierte, naturalmente, en crispación. Realizaron un escrito que entregaron a Alcalá Galiano, para que a través del ministro Antonio Valdés, le llegase al Rey:
”Don Juan Bernacci y Don Secundino de Salamanca, tenientes de navío de la Armada A.L .R.P. de V.M. con el respeto debido representan que estando en la expedición destinada a dar la vuelta al mundo desde julio de 89, fueron separados en el Puerto de Acapulco por diciembre de 92 para emplearse en el reconocimiento del Estrecho de Juan de Fuca y Costa N.O. de la América Septentrional… en dos goletas de 35 toneladas, que la mala construcción y disposición de estos pequeños buques al paso que multiplicaban los riesgos de la mar, del clima y de los salvajes habitantes de aquella costa, obligaban a que estos 4 oficiales reuniesen en sí los cargos de pilotos, naturalistas, dibujantes, contadores, maestres de víveres y otros desde los más sublimes a los mas mecánicos pues que solo contaba cada buque con los dos oficiales, un 2º guardián, y 25 marineros, contrayendo por esto en los nueve meses de la expedición un mérito extraordinario según representaron a V.M. con encarecidos elogios expresamente sobre hechos, el citado comandante Galeano y el Virrey de Nueva España en sus oficios números 121, 181, 209 y 210, a los Secretarios de Estado y de Marina, Conde de Aranda y D. Antonio Valdés; que su ascenso a tenientes de navío fue después de cuatro años del grado anterior y cuando quedaban en la antigüedad de la promoción que se hizo seguidamente, e igualados entonces a los oficiales de su grado que habían quedado en las corbetas al mismo tiempo que Galeano y Valdés antelaban en el suyo de capitanes de fragata a D. Antonio Toba más antiguo que estaba en ellas; pareciendo por esto que se distinguía sobre todo otro mérito el contraído en las goletas. Por tanto y porque la antigüedad de grado de estos oficiales ganado en la citada primera expedición, les ha privado lograr las gracias que V.M. ha dispensado a los riesgos y afanes de la segunda.
Suplican rendidamente se digne concederles su ascenso inmediato a capitanes de fragata, o bien el grado de tales, según se ha servido dispensar muchas veces en iguales circunstancias como lo esperanzan de la bondad de V.M.” Madrid, 13 de noviembre de 1794 (firmado) Juan Vernacci y Secundino de Salamanca”.
Efectivamente, Galiano entregó, el 13 de diciembre de 1794 en San Lorenzo, la antecedente representación al ministro para que intercediese ante el Rey; y además le añadió de su puño y letra las razones y los méritos contraídos por los dos oficiales en la expedición a la costa noroeste, en estos términos: .
“…Las razones que alegan son ciertas, y el mérito que han contraído en la expedición de mi cargo lo creo digno del premio que solicitan: se deja conocer mas, si se consideran las particulares circunstancias de la comisión; en ella después de haber ocupado el día atendiendo a todos los trabajos, que en los demás buques, en que se construyen cartas, ocupan a tantos facultativos, obligaba la noche a la mayor vigilancia, para guardar la conserva de dos buques que a muy corta distancia se dejaban de ver por su pequeñez, sin haber subalterno a quien confiarle el cuidado: los riesgos que han corrido, en la mar, sobre las costas, y en los largos reconocimientos, que en las lanchas de tan pequeños buques, han verificado, expuestos también a los insultos de fuerzas tan superiores por parte de indios guerreros, no se ocultan a los conocimientos de V.E. ni tampoco el que el haber cumplido con tantas atenciones ha sido con conocido detrimento de su salud.
No insisto en manifestar a V.E. con más extensión este punto, porque le hemos merecido la honra de que examine prolijamente nuestras tareas en medio de las muchas y graves atenciones de su Ministerio; y solo le suplico me la continúe, admitiendo bien esta nueva solicitud, que le hago en cumplimiento de mi obligación…”. Firmado: Dionisio Alcalá Galeano a Frey Antonio Valdés.
Por fin, el 24 de marzo de 1795, desde Aranjuez, Valdés comunicó a Antonio de Ulloa la siguiente noticia:
“Al mismo tiempo que el Rey se ha dignado premiar a los oficiales de que trató a V.E. en Real Orden separada de esta fecha, por el mérito contraído en la expedición de las corbetas Descubierta y Atrevida; ha venido S.M. en recompensar el particular que hicieron en el reconocimiento del Estrecho de Juan de Fuca los tenientes de navío Don Juan Bernacci y Don Secundino Salamanca, confiriéndoles grados de capitanes de fragatas . Lo que de orden de S.M. comunico a V.E. para su inteligencia y gobierno con inclusión de las patentes respectivas…”.
Una semana después, contestó Antonio de Ulloa, entonces director general de la Armada interino, a Valdés, desde la isla de León, que efectivamente : “A los fines de ordenanza , he recibido… las patentes de grados de capitanes de fragata que S.M. se ha dignado conceder a los tenientes de navío Don Juan Bernacci, y Don Secundino Salamanca”.
6. Otra misión especial: recopilador de material de la expedición Malaspina
En el pequeño y mal urbanizado Madrid del siglo XVIII, hay rumores sobre el comandante de la expedición Malaspina. Hace frío y el silencio de las calles se interrumpe con el ruido de las calesas que recorren sus calles. Es noviembre del año 1795; y el inspector general de Marina, Félix de Tejada, comunica a los oficiales que se encuentran en la corte, y que han participado en la expedición alrededor del mundo, de Real Orden, que se reintegren a sus departamentos. Firman la comunicación los oficiales: Galiano, Cevallos, Bauzá, Alí-Ponzoni, Murphy y Vernacci
Dos días después, el 29 de noviembre, desde San Lorenzo, llegó un oficio urgente, con minuta, del nuevo ministro de Marina, Pedro Varela y Ulloa, para Felix de Tejada donde le comunica que por resolución real “… quedan eximidos de reintegrarse a sus departamentos Galiano y Vernacci, por considerarse su comisión separada de la de Malaspina”.
Inmediatamente, Félix de Tejada transmitió a los interesados la real resolución, para que continuaran en la corte. A los demás oficiales les ordenó que, antes de reintegrarse a sus departamentos, entregasen a Vernacci todos los papeles relativos al viaje que aún tuviesen en su poder, especialmente sus diarios, para que dicho oficial los entregase, bajo inventario, a Florentino Rozo, archivero de la Secretaría de Marina, en cuyo poder estaban ya los restantes papeles relativos al viaje.
Por ello, el 4 de diciembre de 1795 el alférez Ali Ponzoni entregó en Madrid a su compañero de fatigas Vernacci los libros que aún tenía en su poder. La orden de entrega la había recibido el 29 de noviembre. Esta orden, enviada por Godoy, también la recibieron Cevallos, Bauzá, Murphy, Ezquerra, Díaz Hurtado, Más, Alcalá-Galiano, Brambila y Ravenet, entre otros.
Los cajones de Ali Ponzoni contenían, entre otros muchos manuscritos e impresos, libros sobre la historia e instituciones de Norteamérica, en inglés; sobre política indiana, entre las que destacaba la obra de Solórzano Pereira; obras relacionadas con las Indias Orientales; diccionarios; obras de botánica, historia natural y un tomo de las Noticias de América de Ulloa, entre otras.
Tal fue la ingente cantidad de libros, documentación administrativa, cartas, diarios, documentación científica, instrumentos, planos, dibujos y un largísimo etcétera recopilada por Vernacci de la expedición que necesitó diez carpetas para inventariarlos todos. Esta relación, según le habían ordenado, la entregó al archivero de la Secretaría de Marina a principios de enero de 1796.
Y parte de esta magnifica documentación, en cinco cajones y diez carpetas, fue entregada al capitán de fragata José de Espinosa para ser custodiada en el Depósito Hidrográfico, donde volvieron a realizar un nuevo inventario. Con posterioridad, se fue recibiendo documentación de procedencia diversa, entre la que se encontraba dos cajones cerrados y sellados de Alejandro Malaspina, después de verificada su prisión, y los que remitió Arcadio Pineda en 1816.
7. En el levantamiento cartográfico de la Península y herido en Brest
Terminada esta comisión especial en Madrid, el capitán de fragata graduado Juan Vernacci y su hermano José –alférez de navío- se integraron, como geógrafos, por encargo del Ministerio de Estado, y durante ocho meses (del 13 de enero al 3 de agosto de 1796), en el equipo que se ocupaba de la realización de la carta geométrica de España, a las órdenes de Dionisio Alcalá Galiano. Periodo durante el cual se enteraron que, el 20 de abril, el Rey había destituido de su empleo a Malaspina, mandándole encerrar en el castillo de San Antón, en la Coruña , por diez años y un día, “… de resultas de causa de estado formada contra él”.
Durante este tiempo, Juan Vernacci viajó a Inglaterra para adquirir instrumentos que, seguramente, estaban relacionados con estas tareas, que una vez concluidas no justificaban su estancia en la corte. Por ello, ambos hermanos recibieron notificación de su reinserción al departamento gaditano.
No obstante, Juan Vernacci el mismo día que recibió la citada notificación, solicitó por primera vez, que no será la última, como veremos posteriormente, este curioso permiso:
“Señor. Don Juan Vernacci puesto a L.R.P. de V.M. con la mayor veneración le hace presente, que necesita pasar a ese Real Sitio por varios negocios particularesque le interesan. Suplica rendidamente a V.M. se digne concederle Real Permiso para ello: Gracia que espera de la piedad de V.M.“ (firmado, Juan Vernacci).
Suponemos le fue concedido el permiso, y el 4 de octubre de 1796 le comunicaron que “… se le confiere el mando de la fragata Gertrudis”. Con ella participó en las escuadras de la guerra con Gran Bretaña (1796-1802). Al mando de la misma se encontraba José de Mazarredo y de segundo Federico Gravina, quien estuvo al frente de la escuadra del Atlántico que combatió contra la flota inglesa, mandada por Nelson.
Durante esta guerra, los ingleses pretendieron bombardear Cádiz las noches del 3 y 5 de julio de 1797, defendida de forma “heroica”, según las crónicas, por Mazarredo; posteriormente pasaron al Ferrol ( La Coruña ) y a la ciudad francesa de Brest (1799-1802). En esta última ciudad, los españoles se reunieron con la escuadra francesa del almirante Bruix, consiguiendo abortar el plan preparado por los ingleses de bombardear aquella plaza.
En 1798 nombraron a Mazarredo capitán general del departamento de Cádiz, quien propuso al gobierno que se trasladasen al observatorio astronómico de la isla de León, fundado por él, los instrumentos del ya viejo de Cádiz. También indicó la necesidad de enviar hombres al extranjero para formarse en la fabricación de relojes marinos e instrumentos náuticos. Y escribió importantes obras relacionadas con la instrucción naval.
De nuevo los hermanos Vernacci , Juan y José, volvían a coincidir; pero esta vez en circunstancias más adversas, una guerra. Y ambos, en la histórica ciudad de la bretaña francesa, Brest, fueron heridos. Era necesaria la recuperación de los oficiales. Por ello, los responsables de la escuadra decidieron que Juan regrese a España, por cuestiones de salud.
Efectivamente, se le expidió pasaporte; y el 28 de marzo de 1800, Federico Gravina, desde el navío Príncipe de Asturias en Brest, comunicó al ministro de Marina haber recibido, con fecha de 4 de febrero, el oficio donde le comunicaban la real orden de 10 de enero de 1800, en la que el Rey había nombrado a Juan Vernacci, Agente Fiscal de Marina en el Consejo Supremo de Guerra :
“…vacante por haber cumplido el tiempo señalado el teniente de fragata Don Antonio Leal de Ibarra, y habiendo expedido pasaporte a aquel oficial para que consecuente con real orden de 10 de enero pasase a España a restablecer su salud, según di cuenta a V.E. en 20 del mes próximo anterior, se lo participo en contestación”.
Juan Vernacci , hombre inquieto, y ya recuperada su salud, demandaba salir de la tranquila vida de agente fiscal en el Consejo de la Guerra , y decidió solicitar nuevo destino, personalmente y sin intermediarios, al responsable de la Armada. Por ello, y desde Madrid, el 16 de enero de 1803, pidió, de nuevo, un real permiso
“… a los Reales Pies de V.M. con el debido respeto hace presente que necesita pasar a ese real Sitio de Aranjuez a diligencias propias por lo cual: Suplica a V.M. se digne conceder su Real Licencia para poderlo verificar. Gracia que espera de la benignidad de V.M. “ (firmado: Juan Vernacci). Al margen: concedido.
8. Comandante de la Nao de Acapulco
La respuesta fue inmediata, y a los pocos días de sus conversaciones en la villa palaciega de Aranjuez con los responsables de la Armada , recibió la siguiente comunicación:
Aranjuez, 30 de enero de 1803 . “Al capitán de Fragata Don Juan Vernaci digo con esta fecha lo siguiente: S.M. se ha conformado con la elección que el Señor Generalísimo de la Armada ha hecho de vuestra merced para que se embarque de transporte en la última de las expediciones que despacha la Compañía de Filipinas a las costas de Coromandel y Bengala en la presente estación, y que desde el puerto a donde se dirige el buque pase vuestra merced por las escalas de la India a Manila en las embarcaciones extranjeras que comercian con Filipinas. Allí deberá vuestra merced tomar el mando de la nao de Acapulco , relevando en este destino a su actual Comandante. En consecuencia se presentará vuestra merced inmediatamente al expresado señor Generalísimo para recibir las ordenes e instrucciones relativas al desempeño de la comisión que se ha servido dar a vuestra merced”.
La nao de Acapulco, el galeón de Manila o el navío de la China comenzó su andadura en 1565 cuando el célebre agustino Urdaneta consiguió la “vuelta de poniente” , también llamada “el tornaviaje”, es decir, encontrar el camino de vuelta desde Filipinas a América.
El primer galeón cruzó el Pacífico en 1565 y el último en 1815. Durante los dos siglos y medio que duró la ruta, los galeones hicieron una vez al año el largo y solitario viaje entre Manila-Acapulco-Manila. Ninguna otra línea marítima ha durado tanto, ni ha sido tan arriesgada y peligrosa. El número total de galeones, que navegaron las aguas del extenso Pacífico durante los doscientos cincuenta años de viajes, fue de ciento ocho. Los capturados fueron cuatro y los hundidos, debido a fuerzas de la naturaleza, veintiséis. El último galeón salió de Manila en 1811 y regresó cuatro años después, en 1815, curiosamente se llamaba el Magallanesque había conducido con pericia, años antes, Juan Vernacci .
La distancia entre la latitud de ida y vuelta era de unos treinta grados, aunque dependía de los monzones. No utilizaron convoyes de protección, pues las rutas estaban muy estudiadas y la pericia de los marinos suficientemente probada. Esta monotonía en el trayecto no facilitó el descubrimiento de otras islas.
En los comienzos no existieron normas ni disposiciones sobre el tamaño de los navíos, ni sobre el número de ellos que podían realizar el viaje anualmente, aunque los manileños –por razones económicas- prefirieron solo uno. El tonelaje, al principio, se fijó en 300, pero con el tiempo algunos superaron las 2000. La mayor parte de los galeones fueron construidos con madera de las islas, teca, molave o “lanang”, de excelente calidad, en los astilleros de Cavite, con trabajadores chinos y malayos, principalmente.
De Manila a Acapulco solía zarpar entre finales de junio y mediados de julio, época donde podía aprovechar los vientos monzónicos más favorables. Una vez cargado, se celebraba la procesión con la Virgen de la Paz y del Buen Viaje , el arzobispo bendecía el barco y a su tripulación, repicaban las campanas de todos los templos de la ciudad y el gobernador daba la orden de zarpar. Desde Cavite se dirigían al embocadero de San Bernardino, entre las islas de Luzón y Samar, y luego en dirección nordeste remontaban hasta los 35º buscando las costas de la alta California para ir costeando hasta Acapulco. El promedio del viaje era de unos seis meses
De Acapulco a Manila zarpaba entre finales de febrero y primeros de marzo; el viaje era más fácil, por la placidez de las aguas y favorecidos por los vientos alisios. Dirigiéndose en línea recta hacia el sur, aprovechaban los vientos del N.O. y al llegar al paralelo de Manila viraba hacia el Oeste. La duración del viaje era de un promedio de tres meses. Cuando el galeón anclaba en la bahía, toda Manila exultaba de júbilo. La llegada de la nao, de la que dependía la fortuna material de la colonia, provocaba sonidos de campanas y las iglesias se llenaban de gente en acción de gracias.
El galeón era una especie de monopolio, cuyos beneficiarios eran el gobierno, empleados oficiales –incluido el clero- y el resto de los españoles en proporción diversa. Una especie de intercambio cultural y material entre dos mundos. Efectivamente Manila exportaba: seda, marfil, hierro, porcelana y lana, procedente de China; algodón y especias, de la India ; algodón de Ilocos, y cera de Filipinas, entre otras muchas mercaderías.
De vuelta traía el “situado” o subsidio real: una especie de sistema de cooperación entre las colonias de ultramar y la España peninsular, con el fin de hacer frente a las necesidades financieras que se presentasen. El “situado” procedía de la plata obtenida con la venta de las mercancías en la feria de Acapulco, por ello era la carga más valiosa. Barras de plata y pesos acuñados en México, que se entregaban al maestre de plata, y que una vez en Manila servía para pagar las mercancías procedentes de la China , destino final de la plata mexicana.
Filipinas también participó en el florecimiento que supuso el “despotismo ilustrado”. En el archipiélago, el Rey y sus reformadores ministros contaron con grandes colaboradores, de mentes abiertas a las nuevas ideas y extremadamente críticos de los errores del viejo régimen. Estaba claro, que la tradición del galeón era incompatible con el nuevo orden de cosas. Un documento redactado en 1805 por los funcionarios de la Real Hacienda en Manila incluía una censura contra el galeón:que había beneficiado muy poco a la agricultura y comercio de las islas.
Precisamente en 1800 se establece la Comandancia de Marina en Filipinas, bajo el gobierno de Rafael María de Aguilar (1793-1806). En estas fechas, el estrecho de san Bernardino era el punto desde donde salía la nao con destino a México. Por ello y por el interés que obviamente despertaba en la política económica, la Secretaría de Marina e Indias consideró necesario perfeccionar sus cartas, y a esta tarea se puso de inmediato Juan Vernacci cuando llegó a las islas, junto a Isidoro Cortázar.
Por lo tanto, su misión de comandar la nao de Acapulco tendría que posponerse. Al respecto, Malaspina sentenció en uno de sus diarios : “…un viaje hecho por navegantes españoles debe implicar… la construcción de cartas hidrográficas… y los derroteros que puedan guiar con acierto la poca experta navegación mercantil…”.
9. Una expedición hidrográfica (1803)
Efectivamente, la cartografía del siglo de las Luces, abarcaba dos modalidades: la náutica y la levantada tierra adentro. Para trazar las cartas náuticas, los marinos se valían de observaciones astronómicas y cálculos matemáticos. Se delineaban los perfiles de costas, se levantaban cartas hidrográficas de los litorales, de los puertos. Se procuraba indicar cuál era la dirección de las corrientes, cómo se presentaban las mareas en los puertos en las diferentes estaciones del año, qué bajos se hallaban en medio del océano o en las proximidades de la costa, etc.
El objetivo perseguido era facilitar la navegación de la Marina , para el caso tanto de guerra como mercante, por lo que se conjugaban perfectamente la parte científica con la parte práctica, con dos facetas: política y económica
El levantamiento cartográfico se materializó en la Carta esférica del estrecho de San Bernardino e islas adyacentes que comprende, desde la entrada del puerto de Palapa, en la isla de Samar, hasta la bahía de Manila y desde la lat. 11º 18′ hasta 14º 26′ Norte, construida en la Dirección de Hidrografía por las operaciones practicadas en 1792 y 1793 por los oficiales y pilotos de las corbetas del Rey Descubierta y Atrevida y por las que ejecutó en 1804 el capitán de fragata de la Real Armada D. Juan Vernacci.
A esta carta va anexa, y realizada en 1803, la Instrucción náutica que debe acompañar a la carta del Estrecho de San Bernardino en las Filipinas. Corregida de orden del Rey por el capitán de fragata de la Real Armada don Juan Vernacci y el teniente de navío don Isidro Cortázar.
Isidro Cortazar y Abarca, IV conde de San Isidro, nació en Oñate. Después de su estancia en Filipinas, junto a Vernacci, marchó al Perú a bordo de la fragata Ifigenia, armada por la Real Compañía de Filipinas para establecer tráfico permanente entre Cádiz, la costa del Pacífico y Manila. Se estableció en Lima como representante de dicha compañía y retirado del servicio activo con el grado de capitán de fragata fue elegido alcalde de la ciudad entre 1817 y 1818.
El virrey Pezuela le invitó a integrar la Junta para preparar el establecimiento de la Constitución de la Monarquía Española (20-9-1820). Nuevamente elegido alcalde en 1821 asistió a la evacuación de las fuerzas realistas y favoreció la proclamación de la independencia. Su nombre aparece el primero en el acta respectiva, con fecha de 15 de julio de 1821.
Posteriormente, fue nombrado director del Banco de Papel Moneda, el 16 de marzo de 1822. Y aunque en abril de 1823 inició el expediente para volver a España, obtuvo carta de naturalización el 4 de mayo de ese mismo año y decidió permanecer en Perú, donde continuó al frente de la Real Compañía de Filipinas, hasta que murió el uno de agosto de 1832. La Compañía desapareció definitivamente en 1834.
10. Solicita le exoneren mandar la Nao de Acapulco (1805 )
Era evidente que al capitán de fragata Juan Vernacci no le convenció, por algún motivo que desconocemos, la responsabilidad de comandante de la nao de Acapulco. Y en el mes de diciembre del año 1805, exactamente el día de Navidad, remite varios oficios a España solicitando se le exonere de mandar por segunda vez la nao. Al mismo tiempo informaba de su expedición hidrográfica al estrecho de San Bernardino. La respuesta, un tanto críptica, fue esta:
“ Su Alteza aprobó su desempeño y se sirvió resolver: que será atendido su mérito cual merece…”.
Pero no debieron exonerarlo. Lo que sí consta en el cuaderno de bitácora del piloto de la nao San Andrés , del año 1806, es la pérdida de treinta y seis hombres a causa del escorbuto. Era evidente que el combate que se libraba entre la vida y la muerte en aquel pequeño espacio que flotaba sobre las aguas del mar Pacífico, debió hacer mella en el espíritu de Juan Vernacci . Pero no era solamente el escorbuto lo que diezmaba a pasajeros y tripulación, también el beri-beri, que hinchaba todo el cuerpo y hacía que el enfermo “muera hablando”. Además, el navío que en un principio iba repleto de frutas y verduras, en las últimas etapas del viaje no contaba sino con un poco de agua putrefacta y pestilente
Un italiano, Juan Francisco Gemelli Careri, en su libro Giro del Mundo , relata su experiencia de 1697: ”… el viaje de Filipinas a América es el más largo y él más terrible del mundo, tanto por la inmensidad del Océano a cruzar, que es casi la mitad del globo terráqueo, como por sus vientos siempre a proa, como por las terribles tempestades que allí se forman… a veces junto al ecuador, otras en lugares helados… todo lo cual es capaz de destruir a un hombre de acero, y más a uno de carne y hueso” ; además describe con realismo los padecimientos del pasaje : “… el navío está lleno de pequeños gusanos, que los españoles llaman gorgojos, que se alimentan de galleta; tan activos que en un corto tiempo no solo invaden camarotes, literas y hasta los utensilios donde las personas toman sus alimentos, sino que invaden sus cuerpos…” .
A todos los inconvenientes anteriores, se añadían las persecuciones a que eran sometidos por parte de diversas naciones, para hacerse con sus ricos cargamentos. De su puño y letra, Juan Vernacci remitió, el 9 de noviembre de 1807, un informe a la Secretaría de Marina donde consta lo ocurrido con la nao de Acapulco, en concreto la Magallanes , de 30 cañones, de su mando, y donde narra el bloqueo inglés, al que fue sometida. Un año después, en 1808, Vernacci vuelve a tener problemas con los ingleses en su salida de Acapulco. Por lo que deciden embarcar en la fragata francesa la Cannoniére 2670308 pesos, de los cuales 532137 eran destinados a la Real Hacienda de Filipinas. Estas son las últimas noticias que tenemos de las actividades del marino andaluz.
11. Su último sueño frustrado: ascender a capitán de navío
Y mientras esto ocurría en aguas del mar Pacífico, su hermano, el teniente de fragata José Claudio Vernacci, desde San Lúcar de Barrameda, solicitaba, el 24 de noviembre de 1807, un ascenso para su hermano, en estos términos:
“Excelentísimo Señor. Don Joseph Vernacci teniente de fragata de la Real Armada , capitán del puerto de San Lucar, con el mayor respeto a V.A.S. hace presente: que su hermano el capitán de fragata Don Juan Vernacci, ha estado, y está en Manila el tiempo que ha habido dos promociones generales, y ascensos particulares de varios oficiales de marina. Su hermano, el suplicante, con el afecto propio, y el deseo que le es natural de los adelantamientos de un hermano, que parece acreedor a la benignidad de V.A., manifestará sus servicios, y el estado de antigüedad en que se halla.
Sentó plaza de Guardia Marina a principios de mil setecientos ochenta; hizo varias navegaciones, y estuvo en el combate de la Escuadra del mando de Don Luis de Córdoba. Estuvo en la formación de cartas hidrográficas de España, por lo que sus compañeros ascendieron en dos promociones, y el en ninguna de estas. Estuvo en las observaciones astronómicas del observatorio de Cádiz un año. Se embarcó en las corbetas que dieron vuelta al mundo, y después en las goletas al mando de don Dionisio Galeano, en cuyas comisiones ascendieron todos los oficiales de ellas dos grados, y el sólo uno. Fue destinado para la formación de la carta geográfica de España, y mandado por V.A. a Londres para la recolección de instrumentos; y a su regreso tuvo V.A. a bien pasarle un oficio prometiéndole su alta protección. Pasó a mandar una fragata, siendo solo capitán de fragata graduado. Después estuvo en las escuadras en la última guerra. Vino luego de agente fiscal del Supremo Consejo de Guerra; y por orden de V.A. pasó últimamente a formar la carta del Estrecho de San Bernardino, que ha remitido con bastante exactitud.
La grande aplicación a los estudios sublimes, con el resultado preciso de un gran adelantamiento; el número de trabajos particulares, y la conducta de este oficial, constan a V.A. según ha tenido a bien manifestarse muchas veces de palabra y por escrito. Muchos de su antigüedad son capitanes de navío, otros de mayores graduaciones, y tal vez ninguno ha reunido el estar en todas estas comisiones particulares; con la desgracia de no haber tenido los grados de los demás de cada una; y por todo lo expuesto:
Suplica a V.A.S. tenga a bien que sea ascendido a capitán de Navío, cuya gracia espera merecer por la benignidad de V.A.S. San Lúcar de Barrameda a 24 de noviembre de 1807. (Firmado Joseph Vernacci). Al Excelentísimo Señor Príncipe Generalísimo Almirante.
(Al margen: Diciembre 3 de 807. Hay resolución de que se le atienda ).
12. Muerte en México (1810).
Pero antes de que la resolución del Rey se hiciera efectiva, murió en México el 4 de enero de 1810, según oficio de Vázquez de Mondragón, con fecha de 24 de enero de 1812, donde comunicó las últimas defunciones. Su ascenso no llegó a buen puerto.
Dos años después de su muerte, en 1812, su hermano ofreció a las autoridades de la Armada la colección de mapas asiáticos realizados por éste, que pasaron a la mapoteca del Depósito Hidrográfico:
Cádiz, 30 de enero de 1812 : “Excelentísimo señor. El teniente de fragata Don José Vernacci ha ofrecido a S.A. en obsequio de la hidrografía española varias cartas de los Mares de Asia con ciertas correcciones que dice fueron hechas por su difunto hermano el capitán de fragata Don Juan y pide al mismo tiempo se mande al tesorero de Real Hacienda de Ejército, que de los primeros caudales que tenga la expresada tesorería se entreguen al recurrente mil pesos duros, rebajados los derechos reales, por igual cantidad que remitió desde México su dicho hermano en el Navío Asia para socorro del recurrente y su familia. En consecuencia ha resuelto la Regencia admitir la oferta de las cartas mandando las entregue Vernacci en el Depósito de Hidrografía a cuyo fin prevengo lo conveniente al interino director de él; y respecto a la reclamación que hace del dinero, que se pase oficio a hacienda, como lo ejecuto en esta fecha, para que justificando lo que expone Vernacci se le satisfaga su crédito cuando las circunstancias lo permitan. De Real orden lo digo a V.E. para que disponga su cumplimiento disponiendo su cumplimiento disponiendo se entere Vernacci de esta deliberación” . Firmado José Vázquez Figueroa a don Félix de Tejada.
Efectivamente, el 1 de febrero de 1812, Felix de Tejada comunicó el oficio antecedente a Miguel de Sousa y unos días después, el 4 de febrero de 1812 , y desde la Isla de León, contestó Miguel de Sousa a Félix de Tejada:
“Dirección General. Excelentísimo señor, la orden del Consejo de regencia que V.E. se sirve trasladarme en carta del corriente me deja enterado de haberse servido S.A. admitir la oferta que ha hecho el teniente de fragata D. José Vernacci de varias cartas de los mares de Asia, resolviendo al mismo tiempo en cuanto a la reclamación de los mil duros que hace Vernacci que justificado lo que expone se le satisfagan cuando las circunstancias lo permitan. Y habiéndolo hecho saber al interesado , lo manifiesto a V.E. en contestación”.
A modo de posdata:
Pero la memoria de este explorador olvidado, que dedicó su vida al servicio de la ciencia y del Rey, permanece en determinados puntos de todo el universo “orbe”:
“ Canal de Bernacci ” es el nombre que hasta el día de hoy tiene el estrecho que lleva su nombre en las heladas regiones de Canadá; y en las cartas náuticas españolas como “brazo de Vernacci” , nombre que se debe a la misión de explorar, en 1792, un brazo de mar que penetra ciento veinte kilómetros desde el océano Pacífico hasta el centro de las montañas costeras canadienses, y que constituía la última posibilidad de localizar el supuesto paso del noroeste, entre las latitudes de los 50º 53′ de latitud N y a 125º 26′ de longitud O, que el pintor José Cardero inmortalizó con su pluma, donde representó la pequeña embarcación de Vernacci y su tripulación de diez hombres al encuentro de siete embarcaciones indígenas, al pie de la cascada doble bajo los picos nevados.
Pero no es el único lugar que le recuerda. En el lejano oriente, en Filipinas, también hay un monte llamado “Bernacci Mount” , en la provincia de Camarines Sur, en el sur de la isla de Luzón. De altitud 704 metros , latitud 13º37′ ON y longitud 122º58’OE. Muy cerca del Estrecho de San Bernardino, entre la isla de Luzón y la de Samar. Probablemente lo bautizó cuando realizó la carta del famoso estrecho, o cuando lo divisaba en su salida al mar en la nao de Acapulco. Pero hay más, una pequeña isla en Argentina, también lleva su nombre, “Isla Vernacci” , probablemente la bautizó cuando participaba en la expedición Malaspina.