Si un geógrafo tuviese carta blanca para diseñar un lugar de geografía soñada -con paisajes fantásticos, casi increíbles-, seguramente empezaría por localizarlo en las antípodas del mundo occidental, justo al otro lado del sitio donde habitamos. Luego elegiría un conjunto de islas, defendidas por infinitos y bravos océanos. Ubicadas en el límite de las placas tectónicas, responsables de sus altas montañas y numerosos volcanes. Le daría un clima templado -entre la influencia de las regiones cálidas del norte y del frío de la poderosa Antártida, al sur-, para que existiesen bosques que recuerdan a selvas tropicales, grandes glaciares en las montañas más altas y profundos fiordos en las costas, labrados por el hielo en eras recientes. Aislaría esas islas del resto del mundo durante millones de años, para que todos sus organismos hubiesen evolucionado de forma diferente a la del resto del planeta. Por último, permitiría que el ser humano hubiese llegado a ellas hace apenas mil años -en una aventura marina extraordinaria incluso para nuestros días-, para que desarrollasen en ella una cultura original y casi única.
Ese lugar existe. Y se llama Nueva Zelanda.
La Sociedad Geográfica Española propone para 2019 un viaje a Nueva Zelanda, las islas de la geografía soñada. Donde se visitarán las costas de la isla norte, de arenas negras y ricas en fauna, y las manifestaciones geotermales de la caldera de Rotorua. Y en la isla sur el lago Tekapo, el Monte Cook (3.724 m.) y sus glaciares que llegan a descender hasta los 300 m. sobre el nivel del mar (un hecho excepcional a estas latitudes), y el Parque Nacional de los Fiordland, donde destaca el fiordo de Milford Sound, con montañas que se alzan casi 1700 m. sobre el agua, entre otros lugares de gran interés geográfico.