18 de octubre de 2022

Crónica 7

Crónica 7. Expedición Georgias del Sur

Campamento Fortaleza (54º 09’ 40’’S. – 37º 04’ 50’’O.) y Campamento Esperanza 54º 09’ 30’’ S. – 37º 02’ 25’’O.)

Crónica 7, Sobre hielo.

Hace dos días, poco antes del atardecer, llegamos al borde noroeste del Glaciar Compass. Sobre nuestras cabezas el Tridente, con montañas que superan los 1.300m. de altitud y que fueron la primera gran barrera natural que encontró Shackleton en su búsqueda de salida hacia el sureste, en una época en la que el interior de la isla continuaba sin cartografiar.

Decidimos instalar nuestro nuevo campamento allí por varios motivos. En primer lugar nos separamos suficientemente de la gran barrera para evitar ser alcanzados por posibles aludes. Pero además, los siguientes quince kilómetros nos adentraríamos en una enorme planicie helada, tremendamente expuesta a los vientos dominantes del oeste. Así que decidimos parar antes y esperar hasta el día siguiente que en principio sería de mal tiempo y luego habría una pequeña mejoría.

Para mi sorpresa, no fue así, al día siguiente el tiempo mejoró de manera repentina. El sol lució durante buena parte de la mañana y las cumbres nevadas brillaron sobre las nubes del valle. A medio día el cielo se abrió tanto que nos permitió poner a secar algunas prendas, maltrechas por la ventisca de aguanieve de las jornadas anteriores. Incluso a media tarde pudimos ver de nuevo a lo lejos Antarctic Bay.

Aunque la llegada de esta pequeña bonanza sonaba esperanzadora, al mismo tiempo me llenaba de incertidumbre, pues de momento no se ha cumplido ningún pronóstico meteorológico y me pregunto qué ocurrirá si sucede lo contrario, es decir, si nos llega un pronóstico bueno y cambia repentinamente cuando estemos expuestos.

Lo cierto es que aquí los factores locales como las masas de hielo, la dirección de los valles, la entrada del mar en los fiordos y las montañas son determinantes, modificando las tendencias generales de la atmósfera de forma abrumadora. Estas condiciones obligan a tener en cuenta un totum revolutum de factores locales y generales que crean una serie de microclimas imposibles de predecir con exactitud. Así que, aunque nos guiamos por las tendencias, soy consciente del peligro que supone tomar decisiones sin saber qué pasará exactamente sobre nuestras cabezas.

Aún así, animados por la jornada soleada, nos retiramos a los sacos de dormir con todo preparado para continuar la travesía al día siguiente. Sin embargo, la madrugada del sábado 15, sobre las 5:00 h. de la madrugada, una fuerte racha de viento sacudió la tienda como a un pelele. Sobre la marcha salí del saco, me puse chaqueta y pantalón, y saqué la cuerda. Al mismo tiempo que fijaba la tienda a cuatro puntos de anclaje con los piolets, mi compañero Ignacio siguió trabajado en el muro de contención que habíamos hecho para la primera noche. Luego, entre los dos escabamos un profundo hueco en la nieve y le pusimos los trineos como techo. El viento siguió aumentando hasta tal punto que apenas podíamos escucharnos en el interior de la tienda que ondeaba como cualquier bandera; apenas una fina membraba nos separaba de uno de los peores tiempos que he visto en montaña.

Hace muchos años tuve la suerte de realizar una travesía en el Hielo Patagónico Norte. De aquella experiencia salí mal parado y literalmente volví a nacer. Cometimos muchos errores, pero también algunos aciertos, de hecho salimos con vida. Pero sobre todo aprendí mucho, entre otras cosas a anticiparme a lo que puede pasar cuando el mal tiempo es tan feroz que no te va a dejar trabajar. Desde entonces, cuando estoy en este tipo de territorios y con estas condiciones de hielo, suelo hacer cueva de hielo a modo de trinchera.

Sin duda fue un día desolador; aún estamos aproximadamente a mitad de ruta y el tiempo parece no concedernos una tregua para terminar la ruta, o mejor dicho, no nos lo empieza a poner fácil para salir de aquí.

Lo que más me preocupa es que las tiendas no resistan los constantes cambios de velocidad y dirección del viento. Para ayudarlas, cada vez que viene una racha contrarrestábamos los tirones con la presión de nuestras manos y espaldas. Por suerte el día pasó, comunicamos con el barco y nos confirmó que para el domingo 16 el tiempo iba a ser mejor.

De nuevo dejamos todo listo para salir en caso de que se confirmara la bonanza. A las 4:30h. empezó a aclarar, no soplaba absolutamente nada de viento y pude ver algunas montañas que no sabía que existían, así que con esas condiciones de estabilidad y visibilidad teníamos que ponernos en marcha. Desperté a mis compañeros y en una hora teníamos todo preparado para continuar con la marcha. Lo que viene después es el caos, ese tipo de situaciones totalmente descontroladas donde poco puedes hacer más que apretar los dientes y tirar.

A este viaje vinimos un grupo de compañeros montañeros, pero por cuestiones que ahora no vienen a cuento, soy el que más experiencia tiene y aunque no vengo trabajando como guía de montaña, me ha tocado liderar. Después de muchos años de expediciones y dando formación, estas han sido las peores condiciones en las que me he tenido que cuidar a un grupo y gestionar responsablemente una situación de mucho riesgo y exposición. Un líder es alguien en que los demás depositan su confianza, y en este caso sus vidas, que es nuestro tesoro más preciado. En estas circunstancias, aunque también tengo miedo y el corazón encogido, me toca tirar el grupo y seguir adelante.

Luego vinieron tres de las horas más amargas que he vivido en montaña. A los quince minutos de empezar a andar, con todo recogido, el maldito viento hizo presencia de nuevo. Primero una ligera brisa que a los pocos minutos se convirtieron en rachas de entorno a 50km/h. En ese momento valoré la posibilidad de volver al agujero, pero sabía que debíamos seguir ganando terreno a la ruta para salir de esa ratonera lo antes posible. En el mapa había visto un resalte rocoso en torno a tres kilómetros hacia el este.

Las rachas eran tan intensas que no podíamos caminar erguidos. Nos doblábamos sobre nosotros mismos para ofrecer la mejor resistencia posible al viento. Cuando la racha era muy fuerte nos poníamos de rodillas e incluso a cuatro patas. En pocos minutos el viento empezó a divertirse con nosotros, como si fuéramos muñecos de trapo con los que jugar a su antojo. Rápidamente comprendí que estábamos en un huracán, vientos capaces de levantar a una persona el aire, lo que supone velocidades en torno a 120-140km/h.

Levantaba mi packraft y le daba vueltas en el aire caprichosamente para dejarlo caer. Al mismo tiempo, como si no le fuera poco imperdirnos progresar y arrastrarnos por el hielo, cayendo aquí y allá, pude ver a Juanma salir despedido un par de metros. Sentí más miedo aún, o algo peor, pánico, de ese que te paraliza, sobre todo porque nos estábamos acercando poco a poco a que ocurriera una tragedia.

Muy a nuestro pesar estábamos indefensos, jugando a la ruleta rusa y en unas condiciones con las que podíamos lesionarnos fácilmente. Ver a mi amigo Juanma tan indefenso y expuesto, me conmocionó, hasta tal punto que saqué todo el coraje necesario y les dije que de allí íbamos a salir sí o sí.

Teníamos que salir de aquel infierno lo antes posible. Una nueva racha le abrió a Riccardo la mochila y algunas de sus cosas salieron volando. Pasados unos minutos nos fuimos incorporando poco a poco y en cuanto nos recompusimos seguimos andando. De repente escuché de nuevo el aullido del viento contras las cumbres cercanas y no tuve tiempo a reaccionar. En un instante me sentí suspendido en el aire, había perdido un bastón y el viento me había arrancado las gafas de ventisca de la cara. Ahora sí que estaba en situación crítica; yo sin gafas de protección, vientos huracanados y el grupo dependiendo de mí.

Advertí a mis compañeros de que definitivamente cambiábamos de plan. Algunos caminando y otros medio arrastrándose, pudimos llegar a un pequeño montículo que nos sirvió de resguardo. Sobre la marcha, casi instintivamente, saqué la pala y me puse a excavar en el hielo. Una hora más tarde teníamos una cueva y con ayuda de los compañeros, un muro con los bloques de hielo que le iba pasando. Por suerte, Ignacio también tiene bastante experiencia y nos coordinamos perfectamente para ser eficientes. En este tipo de situaciones el equilibrio entre seguridad y velocidad es fundamental. Domingo, Juanma y Ricardo, menos experimentados, dieron todo de sí para colaborar con nosotros. Me sorprende sentir cómo en este tipo de situaciones la empatía mejora significativamente, pues la confianza sólo se gana poniéndose en la piel de los demás.

Una vez atrincherados consulté mi GPS y sólo habíamos avanzado dos kilómetros en tres horas. Me siento atrapado en este infierno blanco pero sé que no debemos tomar decisiones equivocadas ni precipitadas. Ahora lo mejor es volver a templar los nervios, recomponernos y reparar el equipo dañado. Me voy al saco de dormir agotado físicamente, mental y emocionalmente, recordando una de las célebres frases de Shackleton, cuando escribió que: “ninguna persona que no haya transitado por aquellas soledades desoladas y hoscas, comprenderá completamente lo que los árboles y las flores, el césped salpicado de sol y los arroyos que corren significan para el alma de un hombre” .

Hoy nuestro grado de compromiso y exposición han sido absolutos, ahora toca esperar por una nueva oportunidad. Buenos noches desde Campamento Esperanza.

Un abrazo,

Juan Diego Amador