Castilian Days. España vista por el sepulturero de su imperio colonial

Por Ramón Jiménez Fraile

Bibliografía: Boletín SGE Nº 64 – La primera vuelta al mundo

 

El diplomático y escritor John Hay residió en Madrid, durante 1869 y 1870, como primer secretario de la embajada de Estados Unidos. Aprovechó su estancia para conocer de cerca la vida de España y de los españoles, y para escribir una serie de artículos que luego reuniría en el libro Castilian Days.

 

PROTAGONISTA DEL FIN DEL IMPERIO ESPAÑOL

Hay una foto que ilustra como pocas la humillación que supuso para España el fin de su imperio colonial, a raíz de la guerra contra Estados Unidos de 1898. En ella se ve al Secretario de Estado norteamericano John Hay entregando en su despacho de Washington al embajador francés Jules Cambon un cheque de 20 millones de dólares.

Ese era la compensación que, de manera unilateral, Estados Unidos había fijado a cambio de las Islas Filipinas, que pasaban a ser de su propiedad al mismo tiempo que Puerto Rico y Guam, la isla a la que arribó Magallanes tras su travesía del Océano Pacífico. También como consecuencia de la guerra, Cuba obtenía la independencia bajo tutela estadounidense, y España se veía obligada a asumir la deuda nacional cubana, que ascendía a más de 400 millones de dólares.

El embajador francés formaba parte del equipo español que negoció –o mejor dicho vio cómo se le imponía– el Tratado de París, que ponía fin a la guerra hispano-norteamericana. Para evitar que un ciudadano español pasara por el mal trago de participar en la escenificación de la liquidación de su imperio colonial, fue el diplomático galo el que recibió el cheque de manos del jefe de la diplomacia estadounidense.

Debido a su sintonía con la diplomacia española, Jules Cambon sería nombrado embajador francés en España, un país que el otro protagonista de la histórica foto, el estadounidense John Hay, conocía probablemente mejor, ya que en su juventud ejerció de diplomático en Madrid.

Fruto de aquella estancia en España, cuando era apenas un treintañero, el sepulturero del imperio colonial español escribió coloridas estampas y agudas observaciones sobre España y los españoles, publicadas primero en la revista norteamericana “Atlantic Monthly”, y recogidas después en forma de libro bajo  el título “Castilian Days”.

Sin figurar entre las mejores obras de los viajeros extranjeros de la España decimonónica, “Castilian Days” merece salir del olvido, tanto por su contenido como por la relevancia de su autor, venerado en su país por su brillante hoja de servicios, que arranca como secretario personal del presidente Abraham Lincoln, y culmina como jefe de la diplomacia en la Administración Roosevelt. Las vivencias personales de Hay, y el material que recopiló sobre Lincoln, le servirían para publicar, junto a su amigo y colega John Nicolay, la más completa biografía del malogrado presidente.

 

UNA VIDA AL SERVICIO DE LA DIPLOMACIA

John Hay inició su carrera diplomática en 1865, justo después del asesinato de Lincoln, al ser nombrado primer secretario en la embajada estadounidense en París, desde donde pasó Viena y de ahí, en el verano de 1869, a Madrid.

Profundamente republicano en sus convicciones, la “Revolución de Septiembre”, que había mandado al exilio a Isabel II, hacía particularmente atractivo para Hay su desembarco en España. “He leído y pensado mucho acerca de las revoluciones y no puedo resistirme a una oportunidad tan favorable de levantar la tapa de la olla y ver lo que se está cociendo dentro”, escribió justo antes de llegar a Madrid. Otro aliciente para Hay era el hecho de que su superior, el nuevo jefe de la Legación estadounidense en Madrid, sería el impetuoso héroe de guerra el general Daniel Sickles, a quien el presidente Ulysses Grant había encomendado la misión de negociar con el hombre fuerte de España, el general Prim, la compra de Cuba, donde había estallado una revuelta independentista.

Los devaneos de la diplomacia estadounidense en España en aquella época turbulenta que condujo a la proclamación de la Primera República contarían con un testigo de excepción: el por aquel entonces corresponsal en España del “New York Herald” Henry Morton Stanley, a quien Hay trató con asiduidad (ver Boletín n. 63).

Ferviente partidario de la mano dura, incluso de declarar la guerra a España por el trato que daba a los insurgentes cubanos, Sickles no alcanzaría su objetivo, entre otras cosas porque su interlocutor, Prim, murió a resultas de un atentado. En “La berlina de Prim”, la premiada novela de Ian Gibson, sale a relucir John Hay, de quien se afirma “era un escritor de gran talento, con una extraordinaria capacidad observadora”. De su libro “Castilian Days”, Gibson señala en la misma novela que “evocaba brillantemente el ambiente de Madrid un año después del triunfo de la Revolución”. El testimonio de primera mano de Hay “sobre el casi increíble cambio operado en la realidad nacional en poco menos de doce meses, con agudos comentarios sobre la conflictiva vida parlamentaria del momento, así como las costumbres de la capital, era impagable”, añade Gibson.

 

UN OBSERVADOR AGUDO DE ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLES

Hay se implicó a fondo en la vida social, cultural y política de España, encontrando en su admirado político republicano, Emilio Castelar, un anfitrión y maestro a la altura de su curiosidad y entusiasmo. Prueba de su intensa relación con Castelar sería la traducción de Hay al inglés de la monumental obra del político español “El movimiento republicano en Europa”.

“El partido republicano – diría Hay en “Castilian Days” – tiene sólo un año o dos, pero ¡qué bebé vigoroso y ruidoso es! Pese a todas sus faltas y errores, parece tener la promesa de un futuro robusto y saludable. Se niega a estar atado por los recuerdos del pasado y mantiene sus ojos fijos en las posibilidades más brillantes por venir. Liberándose de todas las ataduras de la tradición, Emilio Castelar proclama su credo liberador del ‘derecho de todos los ciudadanos a no obedecer nada más que la ley’. Si se puede lograr que el pueblo español perciba que Dios es más grande que la Iglesia y que la ley está por encima del rey, el día de la liberación final estará cerca.”

Hay achacó el atraso de la sociedad española a su apego a la tradición, aunque subrayó que “el signo más favorable de los tiempos es que esta tiranía de la tradición está perdiendo su poder”. A ello habría contribuido de manera decisiva “el mero hecho de haber expulsado a la reina (Isabel II), lo que supuso un golpe a la superstición que dio a todo el cuerpo político un revulsivo muy saludable, ya que nunca antes en España una revolución había tenido como objetivo el trono”.

Echando mano de ejemplos de la vida cotidiana, describió la actitud servil del pueblo llano, y analizó el modelo patriarcal que regía las conductas de los individuos en familia, reflejo según él del autoritarismo imperante debido a alianza secular entre la Corona y la Iglesia.

En este sentido, Hay sacó a relucir el papel secundario reservado a la mujer en la sociedad española, en especial su exclusión del sistema educativo que consideraba nefasta.

“Hay que lamentar que a las mujeres españolas se las mantenga sistemáticamente en la ignorancia. Tienen una inteligencia más rápida y activa que los hombres. Con un buen grado de educación se podría esperar mucho de ellas en el desarrollo intelectual del país. En la vida diaria se advierte de inmediato su superioridad en inteligencia y capacidad de apreciación con respecto a sus esposos y hermanos. Entre los pequeños comerciantes, la esposa siempre acude al rescate de su lento cónyuge cuando lo ve atascado en una transacción. En el campo, si preguntas a un campesino sobre algo relacionado con tu viaje, dudará, tartamudeará y terminará con un ‘¿quién sabe?’, mientras que su esposa te proporcionará toda la información que precises.”

En clave de ironía, Hay sugirió que la explicación de la superioridad de las mujeres tal vez se debiera a que el humo del tabaco enturbiaba el cerebro de los hombres. También con humor se refirió a las connotaciones marianas de los nombres propios de las mujeres españolas: “Como a las jóvenes nunca se les llama por sus apellidos sino por su nombre, pasar una tarde en una tertulia a la que asisten jóvenes castellanas supone evocar todas las etapas de la vida de la Madre Inmaculada, desde Belén hasta el Calvario y más allá, o sea Concepción,  Anunciación, Dolores, Soledad, Asunción”.

John Hay no sólo se dedicaría a retratar en su libro la vida de los españoles, sino también las circunstancias de su muerte: “Ya sea por su modo de vida ordenada y activa, o por no poder pagar la asistencia médica, las clases más pobres sufren menos enfermedades que las acomodadas; un español corriente solo cae enfermo una vez en su vida, la que le lleva a la tumba”.

 

UN RECORRIDO POR LAS CIUDADES CASTELLANAS

Lógicamente, el libro contiene también las inevitables concesiones a la España de “magia y romance” típicas de la época, dedicando uno de sus diez capítulos a la tauromaquia, a la que, según Hay, “la aristocracia española ha comenzado a considerar vulgar, retirando su presencia de los ruedos, mientras que el pueblo español se sigue aferrando a ella”.

Madrid, Toledo (por indicación expresa de Castelar), Segovia, Alcalá, El Escorial y La Granja conforman las estampas más detalladas del libro, que contiene una enorme profusión de referencias al arte, la historia y la literatura, en particular a Miguel de Cervantes.

De Madrid, Hay señala que “es una ciudad de Castilla, pero no una ciudad castellana, como Toledo, que ciñe su elegante cintura con el Tajo dorado, o como Segovia, sujeta a su roca como si se tratara de un desesperado naufragio. Por su excepcional historia y carácter, Madrid es el mejor punto de España para estudiar la vida española. No tiene rasgos distintivos como tal, pero es un mosaico de toda España. Cada provincia de la Península envía a ella un contingente de individuos. Los gallegos cortan su madera y sacan su agua; las asturianas amamantan a sus bebés en sus pechos profundos y llenan los paseos con sus coloridas vestimentas; los valencianos cubren sus suelos de alfombras y sacian su sed a base de horchata de chufa; en cada calle verás el gorro rojo y las alpargatas del catalán; en todos los cafés, la cara afeitada y la coleta de un ‘majo’ de Andalucía. Madrid no tiene un carácter propio, sino que es un espejo donde se pueden ver todas las características de la Península”.

Hay ofrece también una interesante descripción de la colonia extranjera residente en Madrid, compuesta principalmente por franceses, ingleses, alemanes y “algún que otro despistado yanqui que intenta vender arados y máquinas de coser”.

 

UNA CARRERA POLÍTICA Y TAMBIÉN PERIODÍSTICA

La misión diplomática de Hay en España duraría un año. A finales de 1870 regresaba a Estados Unidos donde asumió funciones de editor del periódico “New York Tribune”.

De las dotes literarias de que hizo gala en “Castilian Days”, editado por primera vez en Boston en 1871, quedaría constancia en los numerosos libros, principalmente ensayos y poemarios, que publicaría a lo largo de su vida como complemento a su carrera política.

Antes de convertirse en jefe de la diplomacia estadounidense, fue embajador de Estados Unidos en Londres, siendo uno de sus logros conseguir que el Reino Unido se mantuviera neutral en la guerra de 1898 contra España.

Pese al nefasto papel político que tuvo de cara a los intereses españoles, nunca dijo sentir animadversión por España, sino todo lo contrario. En el prefacio a una de las numerosas reediciones de “Castilian Days”, en concreto una de 1890, aseguró que el arte, literatura, idioma y carácter de los españoles “despertaron mi mayor admiración, disfrutando con ellos de amistades que están entre los recuerdos más queridos de mi vida”.

John Hay falleció en 1905 a los 67 años, habiendo para entonces errado de manera estrepitosa en el vaticinio que dejó escrito en sus tiempos de diplomático en España, con el agravante de que él mismo contribuyó a que así fuera: “Antes se convertirá España al islam que Estados Unidos se hará imperialista”.