Stanley en Madrid. 150 años del telegrama que rescató a Livingstone

Por Ramón Jiménez Fraile

Bibliografía: Boletín SGE Nº 63 – Los lagos de nuestra Tierra

 

No hay enciclopedia de grandes viajeros que no recoja la escena de Henry Morton Stanley recibiendo en Madrid el telegrama que le puso en marcha hacia el Dr. Livingstone, al que dos años después saludó con flema en el corazón de África. Fue el propio Stanley el que quiso que el libro en el que dio cuenta de la aventura que cambió su vida, y que supuso un hito no solo del periodismo sino del devenir de África, arrancara con dicho episodio acontecido hace ahora 150 años. Al filo de la efeméride, Ramón Jiménez Fraile, autor de “Stanley. De Madrid a las Fuentes del Nilo”, aporta sobre este asunto nuevos datos e interpretaciones, algunas de ellas transgresoras respecto a lo que se creía hasta ahora al respecto.

 

Publicado en inglés en 1872 con el título “How I found Livingstone”, la primera edición española del mítico libro de Stanley no vio la luz hasta 1878, de la mano de la editorial barcelonesa “Montaner y Simon”.

En esta primera versión en castellano, el relato de Stanley arranca de la siguiente manera: “El 16 de octubre del año 1869, hallándome en Madrid, y en mi casa de la calle de la Cruz, presentóme mi criado, a eso de las diez de la mañana, un parte telegráfico expedido por Mr. James Gordon Bennet, director del New York Herald, de quien era yo corresponsal. Rasgué el sobre y leí lo que sigue: ‘Volved a París, asunto importante.’ Dos horas después tenía ya recogidos mis libros y papeles, cerradas las maletas y todo preparado. Como el tren correo no salía hasta las tres, quedaba todavía algún tiempo disponible, el cual aproveché para ir a despedirme de mis amigos. A la hora citada me había ya puesto en camino…”

Las posteriores ediciones en castellano, incluidas las más recientes, del libro “Cómo encontré a Livingstone” apenas difieren de aquella primera traducción, salvo en algunos añadidos, como el referido a que Stanley acababa de regresar a Madrid tras haber sido testigo de una masacre en Valencia, o que el criado que le tendió el telegrama se llamaba Jacopo.

 

UN TELEGRAMA QUE LLEGA CON RETRASO

Una aproximación a los escritos originales de Stanley, incluidos sus archivos personales, permiten hacernos una idea más precisa, y en todo caso menos errónea, de aquellos acontecimientos.

Para empezar, el telegrama en cuestión no lo recibió Stanley el 16 de octubre de 1869, sino un mes antes, en concreto el 15 de septiembre.

Dicho “despacho telegráfico”, cuyo original se conserva en el Museo de África de Tervuren en Bélgica, indica que fue expedido en París el 12 de septiembre y que quedó registrado en Madrid el 13, figurando como fecha y hora de entrega el 15 de septiembre a las 7 de la mañana.

Es probable que la burocracia interna de los servicios telegráficos madrileños no explique por sí sola los dos días que el telegrama estuvo retenido en la “Central de Telegrafía”, sino que también tuviera que ver en ello la censura. España vivía por aquel entonces un período particularmente convulso. Hacía menos de un año que Isabel II había sido derrocada y el gobierno del general Prim se enfrentaba a violentas revueltas carlistas y republicanas que desgarraban la Península, así como a la insurrección independentista cubana.

Stanley, que había llegado a España como corresponsal del «New York Herald» a finales de marzo de 1869, también tuvo que vérselas con la censura, como denota la reclamación que elevó el 10 de septiembre al director general de Comunicaciones para recuperar los 170 reales que había pagado por un telegrama “relativo a la cuestión cubana” que nunca llegó a su destino, la oficina del “New York Herald” en Londres.

Otra causa de retraso radica en el hecho de que, tal como indica la mención “Toward Stanley case American Legation Madrid” que figura sobre el documento, el telegrama no estaba dirigido al domicilio de Stanley, sino a la Embajada de Estados Unidos en Madrid.

La edición original del libro de Stanley indica que fue de “Jacopo” de quien recibió el telegrama. Eso no significa ni que el tal Jacopo fuera un criado suyo, ni que se tratara de un español llamado Jacopo, entre otras cosas porque Stanley respetaba en sus relatos los nombres propios de las personas en su idioma original. Lo más probable es que Jacopo fuera un empleado de la Embajada norteamericana en Madrid. Incluso podríamos pensar que fue el propio Stanley el que recogió el documento en dicha sede diplomática, donde se hacía enviar la correspondencia. El libro original en inglés contiene sentidos agradecimientos de Stanley hacia el personal de la Embajada estadounidense que no figuran en las ediciones españolas.

 

UN REPORTERO CON RELACIONES DIPLOMÁTICAS

El reportero, que por aquel entonces ejercía de ciudadano norteamericano, abjurando de su auténtico origen galés, había asistido en persona, a finales de julio, a la presentación en el Palacio de La Granja de San Ildefonso de las cartas credenciales al regente Serrano por parte del nuevo embajador estadounidense en España, el general Daniel Sickles. Héroe de la Guerra Civil estadounidense, Sickles había adquirido gran notoriedad en su país por haber asesinado en plena calle al amante de su mujer, crimen del que se libró de ser condenado aduciendo, por primera vez en la historia judicial estadounidense, trastorno mental transitorio. Además de sus muestras de amistad hacia los miembros de la diplomacia estadounidense en España, hay otros detalles que omiten las versiones en lengua española del libro de Stanley. Entre ellos, la mención que Stanley hizo en la primera página de su libro de un corresponsal londinense que vivía en el cuarto piso del número 6 de la Calle Goya, del que dijo haberse despedido antes de tomar el tren para París. Stanley no desvela en el libro el nombre de su colega, pero sí el de dos de sus hijos – Charlie y Willie – de los que asegura eran muy buenos amigos suyos y a los que les encantaba escuchar las aventuras que él disfrutaba contándoles.

Por los diarios personales de Stanley sabemos que el padre de Charlie y Willie era el corresponsal del diario londinense “The Standard” Charles Hamilton, a quien conoció al día siguiente de su llegada a Madrid. Stanley no solo disfrutó en Madrid de la compañía de los hijos de su colega, sino que también recibió consejos de su esposa escocesa sobre los enseres que la mujer de un corresponsal en el extranjero debía llevar consigo. Stanley mantenía por aquel entonces un romance epistolar con una joven galesa a la que transmitió estos consejos y con la que no se casó debido al viaje que le llevaría al corazón de África.

Stanley se presenta en su libro, así como en las cartas a su novia, como una persona totalmente dedicada a la causa del periodismo, textualmente como un “gladiador” dispuesto a sacrificarlo todo con tal  de cumplir las órdenes de sus superiores. Imbuido de la épica de entrega y sacrificio, aseguró en su relato que, nada más llegar de noche a París, se presentó en el hotel en el que se alojaba su jefe, el cual le lanzó la orden de encontrar, a toda costa, al Doctor Livingstone (“Find Livingstone!”), no quedándole más remedio que obedecer.

 

BUSCAR A LIVINGSTONE: UNA ORDEN O TAL VEZ UNA DECISIÓN PROPIA

Sin ser el mentiroso compulsivo que algunos pretenden (sus impecables crónicas periodísticas y la exactitud de sus descubrimientos geográficos demuestran lo contrario), Stanley era ante todo un hacedor de historias. Cuando le convenía, adaptaba la realidad a la lógica de sus relatos para hacerlos más creíbles. De hecho, si atendemos al contenido mismo del telegrama que Stanley recibió en Madrid, comprobamos que en él su jefe no le dice que tuviera que viajar a París para tratar un “asunto importante”, sino que le propone desplazarse a París en caso de que pensara que nada sorprendente fuera a suceder en España en los siguientes veinte días: “Unless you think something veri (sic) startling will take place within twenty days come to Paris on receipt of this telegram”.

Llegados a este punto, conviene sacar a relucir el interés que, desde muy joven, tuvo Stanley hacia la exploración y los grandes viajes. Sabemos que al poco de abandonar el asilo del País de Gales en el que pasó su infancia, leyó el libro “Missionary Travels” de Livingstone, personaje del que quedó prendado.

Tim Jeal, uno de los mayores especialistas sobre Stanley (autor del libro “Stanley. The Imposible Life of Africa’s Greatest Explorer”) sugiere que la idea de ir en busca de Livingstone fue de Stanley y no de su jefe Bennett. En apoyo de esta tesis, Jeal ofrece la declaración que hizo años más tarde un amigo de juventud de Stanley, Lewis Noe, a quien, en las navidades de 1866, confesó que estaba muy interesado por los trabajos de Livingstone y le manifestó el deseo “de ir él mismo a África como corresponsal del ‘New York Herald’ con objeto de causar sensación con el relato que escribiría, el cual le reportaría fama y dinero”.

Cuando, casi año y medio después de haberse reunido con su jefe en París, Stanley se presentó en Zanzíbar para emprender la búsqueda de Livingstone, descubrió que su periódico no le había hecho llegar a la isla ninguna suma de dinero, por lo que tuvo que empeñar su palabra y, con ella, su futuro. Fue una vez que supo que Stanley había encontrado a Livingstone que a Bennett no le quedó más remedio que sufragar, a regañadientes, los costes de la expedición.

 

REPORTERO Y JEFE: UNA RELACIÓN COMPLICADA

La situación de dependencia de Stanley respecto a su jefe, así como su deseo de apaciguar su ira, explicarían la profusión de dedicatorias y alabanzas que Stanley le dedicó en el libro y en sus manifestaciones públicas, mientras que en privado las relaciones entre los dos fueron siempre tensas y estuvieron marcadas por muestras de desprecio por parte del director hacia su corresponsal. Los diarios privados de Stanley contienen indicios que sustentan la idea del montaje urdido por él para hacer creer que la orden de buscar a Livingstone se la dio Bennett.

En uno de esos diarios figuran dos únicas entradas relativas al mes de septiembre de 1869. La primera se refiere al día 15 y en ella Stanley menciona el telegrama de Bennett, cuyo texto reproduce de manera literal, es decir sin pretender que su jefe le convocara en París para hablarle de un “asunto importante”. La otra entrada, relativa al día 26, dice “Barcelona. Republican rising”, en alusión a la revuelta republicana que se produjo por esas fechas en la Ciudad Condal, y que había prendido al socaire de la huelga de los obreros del sector textil. Cabe pensar que Stanley consideró que los sucesos de Barcelona eran lo suficientemente graves como para justificar su permanencia en España, en vez de viajar a París.

No menos graves serían las revueltas republicanas y su consiguiente represión, que Stanley presenció in situ, en octubre, en Zaragoza y Valencia, sucesos que menciona en sus diarios y de los que dio cuenta en impactantes crónicas. El caso es que el 21 de octubre, Stanley, procedente de Valencia, estaba de vuelta en Madrid, donde el 27 por la tarde cogió el tren con todas sus pertenencias. Según el diario privado que usaba para anotar sus gastos y desplazamientos, llegó a París el 28 a las 11 de la noche, y directamente se dirigió al hotel en el que se alojaba Bennett. Justo después del nombre del hotel, puede leerse “Orders to find Livingstone”. Un examen superficial basado en el tamaño y la disposición de esta última frase respecto a las anteriores permite concluir que la anotación fue realizada con posterioridad, en un claro afán de sustentar, a posteriori, la tesis de que la orden había partido del director del “New York Herald”.

 

UN SUSTITUTO DE STANLEY EN MADRID

Un asunto que a buen seguro sí abordó Bennett con su subordinado en París es el que aparece mencionado en otro de los diarios privados de Stanley, en el que, sin que haya indicios de manipulación, se puede leer textualmente: “October. Offered Hay position on “Herald” asked by Bennett”. De esta anotación se deduce que el puesto que Stanley había dejado vacante como corresponsal en España del “New York Herald” –al salir de España con todas sus pertenencias – le había sido ofrecido, por decisión de Bennett, a alguien apellidado Hay.

Ese alguien era John Hay, ni más ni menos que el que fuera secretario privado del presidente Abraham Lincoln, de cuyo asesinato fue testigo. Hay había llegado a Madrid en julio de 1869, junto al nuevo embajador David Sickles, para ocupar el cargo de primer secretario de la embajada estadounidense en Madrid, puesto que había aceptado no tanto por el salario, que reconoció era bajo, sino para contribuir a que Cuba cayera bajo la influencia norteamericana, tal como él mismo reconocería.

Conocedores de sus dotes como escritor (de su pluma salieron importantes textos atribuidos a Lincoln), los principales periódicos estadounidenses competirían por hacerse con los servicios de Hay desde España. Sus vivencias e impresiones de los dos años que residió en Madrid quedarían reflejados en su libro “Castilian Days”, publicado en 1871.

Ese mismo año 1871, concretamente en noviembre, Stanley, un perfecto desconocido que estaba a años luz del prestigio y la consideración que en el mundo anglosajón tenía John Hay, se quitó el ‘salacot’ al borde del Lago Tanganica y dijo: “Doctor Livingstone, supongo”.

 

DE VUELTA A ESPAÑA: UNA CIERTA NOTORIEDAD

Tras la efímera notoriedad que este hecho le reportó, en mayo de 1873 Stanley retomó, por orden expresa de Bennett que le negó un aumento de sueldo, la labor de corresponsal en España, donde muy pocos eran conocedores de su hazaña africana. Uno de ellos fue Manuel Iradier, fundador en 1868 de “La Exploradora”, primera sociedad geográfica española, el cual saldría al encuentro de Stanley en Vitoria para pedirle consejo sobre los viajes a África.

No sería hasta 1876 cuando se fundó la Sociedad Geográfica de Madrid, precursora de la actual Real Sociedad Geográfica. Por aquel entonces, Stanley, desafiando de nuevo al destino, había regresado a África para completar la obra del fallecido Livingstone, y estaba ocupado en circunnavegar a bordo de la “Lady Alice”, la barca desmontable construida a base de cedro español, los lagos Victoria y Tanganica, antes de emprender la primera travesía del que resultó ser el Río Congo. El secular espacio en blanco en el centro de los mapas de África quedaba así definitivamente rellenado.

En los archivos del reportero metido a explorador que se conservan en Bélgica, figura el original de la carta que, el 15 de diciembre de 1877, le envió Francisco Coello, presidente de la Sociedad Geográfica de Madrid, para rendirle “justo tributo de admiración… por la temeraria empresa de cruzar las ignotas regiones del África central”.

Coello le comentó que le hubiera gustado premiarle por ser “uno de los más ilustres campeones de la Geografía, compañera predilecta e inseparable de la verdadera civilización”, pero la falta de recursos de su sociedad geográfica le impedía otorgarle una medalla. “España no olvidará – añadió Coello – que ha tenido la dicha de que hayáis residido en ella durante algún tiempo”.