El viaje por España de Vasili Petrovich Botkin
Por Luisa Martín-Merás Verdejo
Bibliografía: Boletín SGE Nº 62 – El viaje de los alimentos
Cartas sobre España, el libro que recoge las impresiones de este ruso ilustrado en el viaje que llevó a cabo mediado el siglo XIX, constituye un material de primera mano y gran interés para conocer la vida cotidiana española en esta época.
CONSIDERACIONES PREVIAS
Los libros de viajes conforman un género literario que ha gozado de una enorme popularidad durante siglos, pese a que su definición sigue resultando difícil. Por lo general se entiende como libro o relato de viajes el que se ajusta a una o más de las siguientes características: relato no ficticio, escrito en primera persona del singular o plural, que describe un viaje a través de un país extranjero con numerosas observaciones sobre el paisaje, la geografía, la flora, la fauna, los habitantes, el modo de vida, la historia y las costumbres sociales del país. La obra que más ha contribuido a configurar el libro de viajes moderno y que ha generado el mayor número de imitadores ha sido el Libro de las maravillas del mundo, de Marco Polo, una de las obras más difundidas durante la Edad media y probablemente el libro de viajes más famosos de todos los tiempos. El libro de viajes alcanzó un período de esplendor desde mediados del siglo XVIII hasta mitad del siglo siguiente. El contexto cultural de la Ilustración hizo posible este desarrollo al introducir nuevas consideraciones sobre los viajes. A lo largo del siglo, viajar se convirtió en una experiencia crucial en la educación de las clases acomodadas y un bagaje difícilmente sustituible.
La práctica de anotar las experiencias viajeras traspasó la barrera del siglo y, durante el XIX, dentro del movimiento romántico, tuvo unas características bastante distintas. Una marcada preocupación estética y la atención por las sensaciones y los sentimientos se había sumado a este tipo de literatura. El libro de viajes posee un importante componente de subjetividad en la medida en que el viajero sólo cuenta de primera mano aquello que ve y, suponiendo que todo sea observado en sus justos términos, desconoce el resto, de modo que se produce una interpretación de la realidad en función de lo observado. Todas las experiencias políticas o culturales en este tipo de literatura están pasadas por el tamiz intelectual del viajero, cuyas coordenadas determinan significativamente el resultado final del testimonio.
Este testimonio puede estar expresado, como en el caso que comentamos, en forma epistolar, una fórmula que ofrece un recurso óptimo para transmitir, por escrito y de forma amena, a otra persona el caudal de información que se sucede durante el recorrido. Puede también estar organizado subsidiariamente según las etapas del camino tomando como unidades de contenido las entidades geográficas visitadas.
El resultado de esta época dorada de los viajes y de la literatura que se ocupa de ellos es un volumen inusitado de testimonios viajeros que ilustrados y románticos redactaron a raíz de su experiencia. Todos ellos juntos constituyen un importante corpus documental sobre la sociedad española de su momento.
EL AUTOR Y SU OBRA
En la primera mitad del siglo XIX comienza el interés de los viajeros rusos por España, que a su exotismo unía, como Rusia, la cualidad de haber rechazado la invasión francesa. El primer viajero ruso del que hay noticia fue el marino ruso Iván Fiódorovich von Kruzenster, organizador y comandante de la primera expedición rusa que circunnavegó el mundo. Los buques Nadezhda y Neva recalaron en el puerto de Santa Cruz de Tenerife en 1803, entre el 19 y 26 de octubre. Kruzenster hizo referencia a esta estancia en el relato su viaje.
Una de las obras sobre España que más impacto causó en la sociedad rusa de su tiempo fue las Cartas sobre España que escribió Vasilii Petróvich Botkin (1811-1869), miembro de la burguesía comercial, crítico de arte y viajero impenitente. Botkin había visitado en 1835 Inglaterra, Francia e Italia, lo que supuso para él una apertura al continente y un primer contacto con el arte europeo occidental. Dejó escritas unas breves pero interesantes impresiones sobre Italia, y unas notas de viaje sobre su estancia en Francia y en París que sólo se publicaron en 1976. En 1845, desde el 11 de agosto hasta finales de octubre, visitó España recorriendo Irún, Vitoria, Burgos, Madrid, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Jerez, Tarifa, Málaga, Gibraltar, Tánger, Alhama, Vélez-Málaga y Granada, donde se interrumpe el relato un tanto abruptamente.
DE IRÚN A MADRID
Inicia el viaje en Irún, donde toma contacto con las peculiaridades españolas en contraste con la más civilizada Francia y donde, animoso, empieza a superar las barreras producidas por las malas comunicaciones, el hospedaje y la comida. Pasa rápidamente por Vitoria y Burgos, y observa que por todo el camino se ven las huellas de las guerras carlistas.
Con cartas de recomendación dirigidas a altos funcionarios del Gobierno de Narváez, llega a Madrid, donde permanece un tiempo que no especifica pero que es sin duda la estancia más larga de todas. Allí participa del ambiente político de la capital y señala la franqueza de los españoles para hablar de política en los cafés y con los extranjeros. El autor se extiende, a veces excesivamente, sobre aspectos de la historia, la cultura, la sociedad y la política de España en 1845, con agudas observaciones sobre el caótico gobierno del reinado de Isabel II, deteniéndose en los odios políticos que se profesan los moderados y los progresistas, y en el recurso a los golpes de estado o pronunciamientos militares.
El foro político y comercial de Madrid es la Puerta del Sol, sobre la que el viajero hace agudas observaciones “desde la mañana temprano hasta muy entrada la tarde se apiña toda clase de gente que se renueva incesantemente” Observa que allí abundan tiendas, barberías, y los cafés, cada uno frecuentado por distintos partidarios políticos. Señala también que en los cafés madrileños se ven incomparablemente más mujeres que en los cafés de París, especialmente por la tarde.
Otro lugar interesante de Madrid es el Paseo del Prado, donde es imprescindible ir por la tarde para admirar las “beldades madrileñas”, que considera muy influenciadas por la moda francesa hasta el punto de que el sombrero comienza a sustituir la mantilla aunque: “¡Gracias a Dios, que por lo menos, aún conservan ellas el uso de su abanico… porque me aseguraron que la mujer puede decir con el abanico todo lo que quiera”.
Considera Botkin que Madrid es una ciudad de población foránea compuesta principalmente de funcionarios y comerciantes, y que su aire irrita los nervios y es “tan seco y penetrante que la mayor parte de sus habitantes fallece de enfermedades de los pulmones”. De todas sus calles, la más poblada y animada es la de Toledo, llena de figones, hosterías, bodegones y artesanos.
Sus cartas de recomendación le sirven para ser introducido en la vida cotidiana de los españoles y ser admitido en su círculo de relaciones: “En general el español es cortés y amable, sin resultar servil, manteniendo la dignidad: en su habitual tranquilidad no es derrochador de cumplidos, pero pueden estar seguros que nunca le verán a usted como una carga, y nunca le tratarán fríamente”. Cree percibir en los españoles aquellas dos Españas que tanta guerra darán a lo largo de los siglos venideros: la España vieja e inmóvil “que no entienden ni la industria ni las fuentes de la riqueza popular, miran a la unidad con animadversión y no ven nada más allá de su campanario aldeano y de sus derechos comunales” y la España entregada a las ideas y a las instituciones de Francia e Inglaterra. Como crítico de arte y estudioso hace una mención elogiosa del Museo del Prado.
ANDALUCÍA
El próximo destino de nuestro viajero es Andalucía, hacia donde marcha en diligencia pasando por Aranjuez y la Mancha que: “es en su totalidad una inmensa llanura en la cual no hay agua, tampoco una colina o un árbol” y el manchego le parece “perezoso, pobre, grasiento y andariego”, y con fama de ladrón. Este panorama cambia drásticamente a medida que la diligencia se acerca a Sierra Morena: “El clima, la arquitectura, la ropa y las costumbres, todo parece indicar que te hallas en otro país”.
Córdoba le parece una ciudad completamente mora muy alejada de los usos y costumbres europeos, donde admira sin reservas a sus mujeres y se asombra de la belleza de la Mezquita con sus más de 900 columnas, lo que le da lugar a una larga disertación sobre la civilización árabe en España.
La siguiente ciudad andaluza que visita es Sevilla, donde el mismo día de su llegada asiste a una corrida de toros que le disgusta y asombra. Considera que Sevilla es el resultado de la confluencia del elemento moro con el cristiano. Nuestro viajero ve la ciudad como algo singular, atractivo, original y poético. La morena mujer sevillana le atrae en especial por su color de piel, el brillo de sus ojos negros y sus movimientos “rápidos, vivos y además lánguidos”. “Si fuera posible juzgar a la raza de las mujeres por sus manos, pies y nariz entonces, sin ninguna duda, la de las andaluzas es la más perfecta de Europa”.
Alaba sin reservas, como crítico de arte que es, la colorida pintura de Murillo que le parece exquisita: “Nadie en el mundo ha expresado mejor el éxtasis religioso y la tendencia mística del alma hacia la divinidad”. La segunda maravilla, tras Murillo, es la catedral, cuya riqueza artística le sorprende. Observa la escasa religiosidad existente, medida por la asistencia de los fieles a los cultos, y cree equivocadamente que los sacerdotes han perdido su tradicional influencia y que la religiosidad permanece en el pueblo superficialmente.
En Triana asiste a una velada amenizada con bailes, sobre todo el fandango y la cachucha, y considera que los bailes andaluces “encantadoras danzas de pasión y forma excitantes” son “los únicos bailes del mundo que inspiran adoración a la belleza del cuerpo humano” y que para bailarlos son necesarias “la inspiración y una apasionada locura”.
Por las tardes, ente la 8 y las 9, el viajero pasea por la Alameda del Duque, “el reino de las sevillanas vestidas de negro” y se sorprende de la desenvoltura de las conversaciones y de la libertad de la que gozan las muchachas para hablar con su novios o pretendientes.
Cádiz le produce una gran impresión, ya que considera que en ninguna ciudad el extranjero es tan bien acogido como allí. En este sentido, la ciudad, por su hospitalidad y sus hermosas mujeres, es la ciudad más amable de Europa. Allí el monumento más famoso es la catedral, que considera “una de las mejores obras de la arquitectura moderna” y “la mejor de las catedrales contemporáneas que conozco”.
Se extiende a continuación sobre las causas y consecuencias del declive comercial de la ciudad, que tribuye a los altos aranceles, y sobre la mala situación de la industria y el comercio en España, que procede, según él, de la animadversión de los españoles hacia tales actividades. En su opinión, los viejos elementos de la España tradicional se encuentran en lucha “contra un civismo nuevo que comienza a surgir en ella”.
Desde Cádiz, el viajero se desplaza al Puerto de Santa María y a Jerez, y realiza una “excursión” marítima a Gibraltar, que considera lo más opuesto a Andalucía, donde se puede disfrutar de todas las comodidades inglesas, aunque “se vive como en un calabozo”, por lo que decide viajar por mar a Málaga. Por circunstancias imprevistas tiene que arribar a Tánger, que le produce una penosa impresión por su suciedad y “sus estrechas calles que parecen corredores” y donde “todo se parece más a una cárcel que a una ciudad”.
La siguiente etapa de su viaje es Málaga, que no le parece demasiado bonita, aunque posee “un puerto hermoso y una exquisita alameda”. Observa que “Málaga es el enclave comercial más importante después de Barcelona, aunque comercia exclusivamente con los productos de sus fértiles campos”. Como es su costumbre, no faltan en su descripción de la ciudad las pinceladas de color local: “Los vecinos de Málaga son en general gente alegre y osada, tienen pocas necesidades y trabajan solo unos cuantos días a la semana para pasear el domingo con el dinero ganado. El vino peleón, los moderados precios de los comestibles, la suavidad del clima y en especial la sorprendente belleza y gracia de las mujeres locales generan fuertes pasiones, y así es normal escuchar conversaciones sobre puñaladas y asesinatos, cuyo motivo no es el robo, sino la riña, la venganza o los celos”.
Botkin gusta de pasear a caballo por los alrededores de Málaga y se hace lenguas de la cortesía de los andaluces hacia los extranjeros. De las malagueñas cuenta que, junto con las gaditanas, son “la aristocracia de las mujeres de Andalucía… su principal especificidad… consiste en su total gracia original que los andaluces llaman con una significativa palabra: sal”, de donde se deriva su apelativo de malagueña salerosa.
Muy interesado en visitar Granada, inicia, atravesando las montañas, un arriesgado viaje a caballo, en una expedición conducida por un antiguo bandolero, pernoctando en Vélez-Málaga.
Granada “con sus jardines y su medio derruidos edificios moros, con su innumerable infinidad de fuentes y manantiales, cuyo sonido reverbera las calles, con su mundialmente incomparable alameda y su maravillosa vista a la llanura, a la nevada Sierra y las montañas que la circundan” produce a nuestro viajero la impresión de una ciudad encantadora.
En Granada visita la Catedral, de la que resalta su espléndida Capilla Real, la Cartuja, el Museo de pinturas y especialmente la Alhambra y el Generalife, donde admira salas, patios y jardines. Acaba instalándose en una casa cercana al barranco que separa la Alhambra y el Generalife. En Granada, a pesar de llevar tres semanas, sus días pasan, “en un incontrolado e indescriptiblemente agradable sueño” y “en una sensación rayana a la felicidad más absoluta”. Aquí se interrumpe el relato y Botkin no nos proporciona noticias de su viaje de vuelta.
EL REGRESO A RUSIA
A su regreso a San Petersburgo Botkin comenzó a publicar sus impresiones por entregas con el título de Cartas sobre España en la revista “Sovremennnik” (El Contemporáneo) durante 1847-1849 y 1851, que fueron muy bien acogidas por el público y la crítica, y dieron lugar a una edición completa en 1857. La obra volvió a aparecer en la edición de sus obras completas en 1890-93. En 1979 se publicaría en ruso otra edición de Cartas sobre España sobre la que se ha basado la traducción al español.
En España las Cartas sobre España de Botkin, consideradas como el mejor libro de viajes en ruso del siglo XIX, se han publicado por vez primera en 2012, en Miraguano Ediciones con traducción, prólogo y notas muy completas de Ángel Luis Encinas Moral, que es la edición que comentamos.