Ibn Jaldún, un viajero tunecino en Al-Andalus
La investigadora y colaboradora de la Fundación de El Legado Andalusí, Isabel Blanco del Piñal, nos acerca a la figura del pensador y viajero tunecino Ibn Jaldún, uno de los más importantes intelectuales del mundo musulmán que el siglo XIV recorrió el Mediterráneo y viajó por los reinos de taifas del Al Andalus peninsular. Ibn Jaldún reunió una amplia información en su periplo vital por los Reinos de Granada y Sevilla.
Por Isabel Blanco del Piñal
Bibliografía: Boletín SGE Nº 18 – España en Magreb
Ibn Jaldún fue un personaje ambiguo, conflictivo, pero de tanta importancia política, que suscitaba a donde estuviese criticas, envidias e intrigas. Las dos veces que viajó a España (siempre con destino Granada, a la corte nazarí) lo hizo para ponerse a salvo o de alguna intriga tramada en contra suya en su patria magrebí, o porque temía la venganza de un sultán de turno que le guardaba algún rencor.
El viaje más interesante suyo es el que realizó a Sevilla en misión diplomática enviado como embajador de Muhammad V de Granada para entrevistarse con el Rey Pedro I, (año 1362-3). Ibn Jaldún tendrá que dejar la corte nazarí porque suscita la envidia del famoso “vezir” y literato de la Alhambra, Ibn al-Jatib. El viaje comenzaba en 1362, cuando el historiador y diplomático emprende viaje a Ceuta. Cruzó el Estrecho, y apenas hubo desembarcado en Gibraltar anunció al sultán granadino y su visir Ibn al-Jatîb la noticia de su próxima visita. En la capital granadina obtuvo una cariñosa acogida, en compensación por los favores que anteriormente Ibn Jaldún había hecho al sultan y al visir. Se puso a su disposición un hermoso y confortable alojamiento en la corte y fue admitido en la sociedad íntima del sultán, llegando a ser en poco tiempo su mejor compañero y asesor inseparable. Explica textualmente:“El año siguiente este monarca me envió en embajada cerca de Pedro (D. Pedro el Cruel), hijo de Alfonso XI y rey de Castilla. Era yo el encargado de ratificar el tratado de paz que este príncipe había concluido con los soberanos de la costa africana, y con tal objeto había de ofrecerle yo un regalo, compuesto de hermosas telas de seda y de muchos caballos de raza con sillas de oro. Así que llegué a Sevilla, donde pude observar muchos monumentos que atestiguaban el poderío de mis antepasados, fui presentado al rey cristiano. Este me recibió con grandes muestras de honor, y me aseguró que experimentaba al verme una viva satisfacción. Su médico judío, Ibrâhîm ibn Zerzer, le había hecho ya mi elogio y le había dado noticias sobre la alta ilustración de mis antepasados. Quiso entonces el rey retenerme a su lado, prometiéndome que me serían devueltos los bienes que mis mayores habían poseído en Sevilla, y que se encontraban entonces en poder de uno de los magnates de su reino. Agradeciéndole como se merecía un ofrecimiento de esta especie, le supliqué que me excusase de aceptarlo, continuando yo conservando sus buenas gracias. Al tiempo de partir me proveyó de bestias de cargas y provisiones de viaje, así como también de una bellísima mula, equipada con silla y brida guarnecidas de oro, que debía yo presentar al sultán de Granada”.
Ibn Jaldún decidió establecerse en Al-Andalus, y trajo a su familia, instalándose en una hermosa alquería de Elvira, que le había sido regalada por el sultán granadino. Al final, debido a ciertas disputas respecto a temas ideológicos y de gobierno con Ibn al-Jatîb, visir granadino, decidió dejar Al-Andalus para marchar de nuevo a Ifrikiyya, e instalarse en la ciudad de Bujía en el año 1365.
El segundo viaje lo hace Ibn Jaldún, cuando, ya harto de la política y de sus peligros, decide ir a vivir definitivamente a Andalucía con el propósito de dedicarse a una vida más tranquila, solamente queriendo estudiar y escribir (en agosto/septiembre de 1374). En este segundo viaje, fue recibido al principio con toda suerte de atenciones por el sultán granadino, pero, después de llegar su familia y de establecerse en ésta vida tranquila que anhelaba tanto, se vería nuevamente envuelto en intrigas y caería en desgracia debido a los informes que sobre su actividad política recibió el emir de su amigo el sultán de Fez. Por ello fue expulsado de Granada y desterrado a Hunayn, ciudad marítima próxima a Tremecén.
Después de ocupar el puesto de juez sólo un año, al sultán no le queda más remedio que relevarlo de sus responsabilidades. Casi al mismo tiempo que sufre esta humillación, Ibn Jaldun vive una tragedia personal. El barco que lleva a bordo a su familia y todos sus bienes, se hunde en una tempestad camino de Alejandría. Todos mueren e Ibn Jaldun pierde toda su fortuna.
Aquello le suma en una profunda depresión, pero le queda un consuelo, y es que sigue gozando del favor del Sultán az-Zahir Barquq. Recibe varios nombramientos importantes como profesor en escuelas famosas, lo que le permite seguir trabajando en su obra. Solamente una vez más, en el año de 1399 a 1400, Ibn Jaldun vuelve al escenario político. Es cuando los ejércitos mongoles, después de invadir Siria, marchan sobre Damasco, capitaneados por el temible general Timur.
Bajo el mando de su sultán, el ejército egipcio se pone en marcha para socorrer la ciudad sitiada, seguido por un gran cortejo de altos dignatarios de El Cairo. También Ibn Jaldun se encuentra entre ellos. Cerca de Damasco, defensores e invasores luchan ferozmente pero la superioridad de los mongoles queda pronto establecida. Cuando empiezan las negociaciones para la rendición de Damasco, el campo de los egipcios queda dividido por graves diferencias de opinión. Algunos emires e importantes mandatarios regresan secretamente a El Cairo, a lo que pronto sigue su soberano, quién teme una conspiración. Los dignatarios de Damasco y los altos mandos del ejército egipcio que se quedan, no consiguen ponerse de acuerdo sobre las condiciones de la rendición.
En su obra Ibn Jaldun habla con bastante franqueza sobre el desarrollo de esta aventura y también sobre su propio comportamiento. Teme sufrir graves daños personales, o peor, perder su vida si Timur toma la ciudad por asalto. Decide visitarle personalmente en su campamento militar en las afueras de Damasco. Con gran credibilidad, el historiador consigue convencer al temido general del gran respeto que siente por él, y de que ha anhelado durante muchos años una oportunidad para conocerle. En el curso de esta larga conversación Ibn Jaldun intenta satisfacer la gran curiosidad de Timur, que le hace mil preguntas sobre Egipto, África del Norte y sus dinastías. Finalmente Timur le pide que escriba un ensayo sobre la historia norteafricana.
Es de suponer que Timur habló también con este literato, en misión diplomática muy personal, sobre la rendición de Damasco, ya que al poco tiempo del regreso de Ibn Jaldun a la ciudad sitiada, vuelve al campamento militar mongol con una delegación de altos dignatarios. Las condiciones para la rendición de Damasco son negociadas y estipuladas con el acuerdo de todos los presentes. Cuando los damascenos dejan el campamento, parece ser que Ibn Jaldun se queda durante algunas semanas, y escribe allí el resumen que Timur le pidió. Se dice que esta pequeña obra consistía en doce pequeños libros y que también fueron traducidos al idioma mongol. Sin embargo no se encontró rastro de la misma.
Finalmente, y a pesar de las debidas negociaciones, Damasco es tomada por asalto. Ibn Jaldun consigue de Timur un salvoconducto para sí mismo y algunos dignatarios. El grupo puede regresar sano y salvo a Egipto. Apenas llegado a El Cairo, Ibn Jaldun mueve todas sus influencias para recuperar la posición de juez. Sigue con sus actividades honoríficas en algunas escuelas, sin embargo parece echar de menos la satisfacción que da el poder. En contra de todas las intrigas y opiniones adversas, y a los dos meses después de regresar de Siria, Ibn Jaldun es llamado nuevamente a ocupar el honorable puesto. Apenas un año después, sus enemigos ganan nuevamente la partida y una vez más Ibn Jaldun se ve destituido. Pero no se da por vencido, y lucha obstinadamente por el cargo anhelado. Con interrupciones más o menos largas, vuelve a conseguirlo en dos nuevas ocasiones, para perderlo otra vez al poco tiempo. Cuando el sultán le nombra juez por sexta vez, el triunfo le duraría sólo unas pocas semanas. Con setenta y cuatro años, Ibn Jaldun se ve frente a un enemigo invencible: el 16 de marzo de 1406, la muerte se lleva al gran pensador, político e historiador.
Se dice que el viajero errante encontró su última demora en el cementerio sufí, cerca de la puerta Bab an-Nasr, donde entonces se enterraban los personajes importantes de la vida pública. Aunque su estancia en El Cairo le permitía trabajar sin descanso en su gran obra hasta terminarla, este período de su vida le procuró pocas alegrías creativas.
Sufría de la pérdida de su patria y nunca se sintió realmente como en casa en El Cairo. En secreto despreciaba la sociedad cairota, que tachaba de superficial y propensa a la corrupción. Durante sus últimos años está insatisfecho, además estaba cansado por la continua lucha por el poder y el reconocimiento de sus méritos. Raras veces un hombre reunía tantas contradicciones en su persona y ha sido objeto de tanta atención, admiración, pero también de tantas críticas y envidias como él. Y al final permanece la pregunta ¿quién era este ambicioso viajero errante? ¿cortesano oportunista, caballero de fortuna, astuto tejedor de intrigas o simplemente víctima de sus circunstancias?
La conclusión es que Ibn Jaldun ha sido todo esto y mucho más. Además de pensador sociopolítico apasionado y literato de gran mérito ha sido uno de los grandes políticos de su tiempo que incluso llegó a intervenir en los destinos de los sultanes de su siglo. Hasta hoy, es considerado como el más importante historiador magrebí del siglo XIV. Su obra universal es un auténtico y valioso documento de época, que sigue siendo una fuente imprescindible para la compresión del desarrollo histórico del Norte de África. Así Ibn Jaldun logró postmortem incluso más de lo que había perseguido durante toda su vida: reconocimiento y fama, más allá de los límites del mundo árabe. La historia de los bereberes y las dinastías musulmanas le abrió la puerta de la inmortalidad.