Jan van Eyck. El pintor flamenco en la Península Ibérica

Por Marga Martínez

Bibliografía: Boletín SGE Nº 60 – Portugal. Exploradores y viajeros

 

Van Eyck formó parte, en el siglo XV, de una embajada borgoñona para buscar esposa al duque Felipe III El Bueno, la quintaesencia de la extravagancia entre los nobles de la época. No es que “el hombre del turbante rojo” buscara mujer para su mecenas, en realidad formaba parte de una comitiva diplomática, la fórmula utilizada al comienzo de la Edad Moderna para buscar, además de uniones matrimoniales, el modo de resolver conflictos, establecer alianzas y fortalecer estrategias. La misión oficial de Jan van Eyck dentro de esta embajada era la de pintar “muy al natural” la figura de la infanta Isabel de Portugal.

 

No hay dos sin tres, debía pensar Felipe III El Bueno, duque de Borgoña. Tras enviudar dos veces sin descendencia, buscaba un heredero legítimo y de paso emparentar con la realeza europea. Estaba realmente preocupado por la continuidad de su linaje (no así por su capacidad reproductiva, ya que se le atribuyen, al menos oficialmente, hasta diecisiete hijos bastardos), y por alcanzar su deseo de convertir su ducado en un nuevo reino.

Con este doble objetivo envió una embajada (1428-1429) a la península Ibérica, más concretamente a Lisboa, para encontrar esposa en Isabel de Portugal. Hay que decir que antes ya lo había intentado, hasta en dos ocasiones, con Leonor de Aragón, hermana de Alfonso V el Magnánimo, rey de Aragón. El borgoñón envió recado con dos embajadas, en 1426 y 1427, que volvieron a Borgoña con sendas calabazas reales. El motivo no fue otro que las negociaciones de Joao I de Portugal. El luso, que sí tenía corona -cosa que le daba ventaja-, casó a Duarte, su primogénito, con Leonor de Aragón.

A modo de compensación para Felipe III El Bueno, el portugués le ofreció la mano de su hija Isabel. Con este movimiento, Joao I conseguía compensar al duque, consiguiéndole esposa de sangre real, y, sobre todo, favorecer las posiciones de Portugal y Flandes en el comercio entre el Mediterráneo y el norte de Europa. Una buena jugada.

 

EL DUCADO DE BORGOÑA, LO MÁS FASHION DE LA ÉPOCA

La etiqueta de la corte borgoñona era el lujo y las extravagancias sin límite: vestiduras de tejidos raros y preciosos, adornos costosos, fiestas, torneos, duelos, bodas, visitas solemnes… Baste como ejemplo de ese gusto exagerado por el fasto que, entre 1444 y 1446, la corte gastó el 2% de su riqueza en adquirir ropajes de seda y telas de oro a un único mercader, Giovanni di Arrigo Arnolfini (inmortalizado, por cierto, en el famoso cuadro de van Eyck).

Aunque el Ducado no tenía capital fija y movía la Corte por varios palacios situados en sus principales ciudades, como Bruselas, Brujas o Lille, estaba considerado como la sede del buen gusto y la moda en la época. Esto ayudó a su economía, propiciando que sus productos de lujo estuviesen muy solicitados por las élites europeas. Por si fuera poco, llegaron a crear su propia orden en 1430, la Orden del Toisón de Oro, a imagen y semejanza de la legendaria de los Caballeros de la Mesa Redonda.

En cuanto a las intenciones de la comitiva diplomática, habrá que señalar que Isabel de Portugal conseguiría un consorte con posibles y Felipe el Bueno, esposa de sangre real. El matrimonio de Felipe e Isabel es otra historia; apasionante, pero otra historia. Digamos solo que desde el primer momento el borgoñón confirmó a Isabel que no iba a guardarle fidelidad y siguió manteniendo a sus amantes, varias a la vez, cerca de la corte. Isabel de Portugal, que no era una mujer guapa pero sí inteligente, se convirtió en una importante mecenas apoyando a artistas y poetas, rompió esquemas en la época jugando un papel fundamental en las negociaciones de los destinos de Borgoña y, además, supo ver el papel que jugaría su imagen como reflejo del poder en la época que representaba. No en vano muchos autores señalan a Borgoña como el origen de la moda en el vestir.

 

EL RASTRO DEL DINERO: LOS “CIERTOS VIAJES SECRETOS” DE JAN VAN EYCK

Y, en medio de todo este juego de estrategias nupciales, encontramos al autor de “El matrimonio Arnolfini” en una embajada para retratar “muy al natural” a la futura esposa de su mecenas. Poco se sabe y mucho se ha estudiado sobre las posibles visitas del pintor flamenco a la península. Siguiendo el rastro que han dejado las referencias sobre las dietas pagadas al maestro de la pintura al óleo, se ha especulado mucho sobre sus viajes a lo largo y ancho de Europa: 91 libras, 5 sueldos y 3 groses abonados en agosto de 1426 para un “cierto viaje secreto”; 360 libras y 40 groses para otros “algunos viajes secretos” pagados en octubre de 1426; 160 libras y 40 groses para más “ciertos viajes secretos” a partir de 1428; o 360 libras pagadas el 20 de agosto de 1436 para “algunos viajes lejanos y extrañas marchas”.

Las dietas abonadas en 1426 han hecho elucubrar a muchos autores sobre la auténtica participación del pintor en la embajada a la Corona de Aragón, oficialmente con el objetivo de negociar el matrimonio fallido de Felipe el Bueno con la hermana de Alfonso V el Magnánimo. Se han hecho, además, muchos estudios sobre la relación entre van Eyck y Valencia, así como la influencia en artistas como Luis Dalmau. Sin embargo, los últimos estudios afirman que no se puede confirmar su estancia en Valencia. Hoy en día la única referencia segura de la presencia de van Eyck en la península es la de la embajada de 1428-29 gracias a la “Copie du verbal du voyage de Portugal” en la que se indica la participación de “un maestro llamado Jan van Eyck, ayuda de cámara del dicho monseñor de Borgoña y excelente maestro en el arte de la pintura”.

Lo que nos dice el documento es que la comitiva salió de Sluis el 19 de octubre de 1428, y que llegó a Lisboa el 18 de diciembre del mismo año. Su agenda era la siguiente: asistencia a la fiesta de recepción de Leonor de Aragón en Estremoz (la infanta que dio calabazas a Felipe el Bueno); negociaciones entre Portugal y Borgoña por el matrimonio que se estaba concertando; realización por parte de Jan van Eyck del retrato de la infanta; envío de mensajeros y espías para informarse sobre la reputación de la buena de Isabel de Portugal; envío de las condiciones y el retrato (que debieron ser dos) por mar y por tierra hasta Borgoña. Mientras tanto, varios miembros de la embajada visitan Santiago de Compostela, al duque de Arjona, al rey de Castilla, al rey de Granada y otros señores, tierras y lugares; regresan a Lisboa y firman el contrato matrimonial; celebran la unión por poderes con fiestas de por medio y viajan de vuelta, con la infanta, a Flandes (un viaje penosísimo, por cierto, del 8 de octubre al 25 de diciembre de 1429).

Desde que van Eyck pinta el retrato de la infanta, que desgraciadamente no se ha conservado, se envía a Borgoña y se recibe respuesta del Duque, pasan casi cuatro meses. En ese tiempo los borgoñones aprovecharon para explorar la península Ibérica y visitar, como se avanzaba antes, Santiago de Compostela, al duque de Arjona, a Juan II rey de Castilla posiblemente en Valladolid, al rey de Granada y otros señores, tierras y lugares que no se especifican en la documentación conservada. Este viaje y las influencias de la pintura de van Eyck en artistas castellanos y aragoneses ha originado numerosísimos estudios y especulaciones. Muchas de ellas giran en torno al cuadro “la Fuente de la Vida” procedente del taller de van Eyck y conservada en el Museo del Prado, pero sigue siendo incierto si el viaje del pintor, y su encuentro con Juan II, pueda tener algo que ver con esta pintura.

Parece clara, sin embargo, la influencia de la península Ibérica en la obra del flamenco: se evidencia en los nuevos paisajes, trajes locales, el exotismo nazarí, las costumbres, la vegetación mediterránea y los azulejos valencianos que aparecen en sus obras. Los expertos han analizado hasta el más mínimo detalle si esta influencia deriva del viaje de van Eyck a la península o si, debido a un comercio muy floreciente, la mayor parte de estos materiales eran ya conocidos en toda Europa. Se especula también con la posibilidad de que el maestro llevara consigo un cuaderno de bocetos durante el viaje, en el que fuera recogiendo los minuciosos detalles tan celebrados en sus lienzos.

Sea como fuere, la estancia de Jan van Eyck en la península duró casi diez meses, de los que apenas necesitó uno para pintar a la infanta Isabel de Portugal. Sobre el resto del tiempo, lo que sabemos a ciencia cierta son las visitas a los señores de la península, aunque por desgracia, no a todos. No hay documentos que atestigüen otras obras del flamenco ni la recepción de encargos. Sin embargo es de destacar la importancia del viaje debido, no solo a la información que aporta sobre la búsqueda de alianzas en una Europa en tránsito hacia la Edad Moderna, sino también a todos los detalles que proporciona a los historiadores del arte para el análisis de su obra e influencias posteriores.