Suenan cantos de sirena, e irremediablemente caigo absorto ante ellos. La llamada de las montañas resuena de nuevo en mi inquieta mente, que hace tiempo piensa con pasión en un nuevo reto, el volcán más alto del mundo. Desde de que este verano me dejara atrapar por esas bella melodías he pasado varios meses con mucho trajín, compaginando el trabajo en el laboratorio con la familia y los necesarios entrenamientos para poder llegar en plena forma a la ansiada montaña. Pero el tiempo pasa tan rápido que ya me hallo en Santiago de Chile, donde desde la terraza del hostal contemplo la emblemática Plaza de Armas. El dulce aroma de mi querida Sudamérica empapa ya mi todo mi cuerpo.
El viernes, 30 de Noviembre, me dirijo al aeropuerto de Madrid y facturo sin problema el petate de 27 Kg y la mochila de expedición. Me querían cobrar 100 euros por llevar 2 bultos y sobrepeso de 4 Kg, pero consigo convencer a la chica del mostrador de Iberia para que haga la vista gorda. ¡Está visto que no me libro de los contratiempos en los aeropuertos, el año pasado volé al día siguiente del previsto por overbooking, y éste casi me toca pagar! Al ir a facturar me encuentro con Diego, un amiguete, dueño de la empresa Kora Treks que viaja también a Chile junto con un grupo de clientes, para luego ir a la Patagonia. El viaje empieza con buenas sensaciones, y para colmo nos encontramos 70 euros en las escaleras mecánicas. Paso las horas de espera con Diego y sus clientes, compartiendo experiencias viajeras. Me siento dichoso.
A las 23:45 despega el avión con dirección a Santiago de Chile, a unos 11.000 Km de distancia. Serán 13 horas de vuelo, que no se hacen muy pesadas, entre ver alguna película y dormir. Las últimas horas de vuelo son verdaderamente espectaculares, y mientras sobrevolamos la cordillera de los Andes, columna vertebral de toda Sudamérica, contemplo el desierto montañoso y árido del norte de Chile. Llego a vislumbrar una montaña muy alta en la lejanía, ¿Será el Ojos del Salado? No lo sé exactamente, pero poco importa, esa visión me ha llenado de energía. Unas horas después, alcanzamos el aeropuerto de Santiago de Chile. Son las 09:15 del 1 de Diciembre.
Pasaré 2 días en Santiago, visitando la capital de Chile, una ciudad que me ha fascinado, situada en un entorno envidiable, en una llanura inmensa a los pies de la imponente cordillera de los Andes. Nada más aterrizar me choca la lentitud con la que suceden las cosas, en comparación con el ritmo endiablado de Madrid. El control de pasaportes se hace eterno, el equipaje tarda bastante en salir, aunque sano y salvo, y el taxi que tenía reservado se demora muchísimo. Todo esto, sumado al tráfico, con cortes en varias calles por un evento solidario, hace que llegue al Hostal Plaza de Armas, 3 horas después de haber aterrizado. Y como colofón, no tengo la habitación preparada, y me dicen que tardará 30 minutos en estar lista.
Como ya me pueden las ganas por conocer cosas nuevas y desentumecer las piernas, decido irme de visita por la ciudad y ya volver más tarde al hostal. El día está soleado, y es pleno verano, con 30 grados. Mis primeros pasos me llevan a la cercana Plaza de Armas, centro neurálgico de Santiago, desde su fundación en 1541 por Pedro de Valdivia. Es una plaza arbolada con más de 100 palmeras, varios edificios coloniales y la neoclásica Catedral Metropolitana de Santiago. Es sábado y hay mucha gente por la plaza, con varios grupos de turistas, y gente del lugar paseando tranquilamente, sentados en los bancos o buscando una sombra donde refugiarse del calor. Mientras, un grupo de niños aplaca el calor bañándose en una fuente, chapoteando ruidosamente y disfrutando del momento.
De la Plaza de Armas salen 2 grandes avenidas peatonales que hacen muy agradable el pasear por el centro. Tomo una de ellas y me dirijo al Palacio de la Moneda, residencia del gobierno presidencial chileno y tristemente famoso por ser uno de los lugares donde se perpetró el golpe de estado del general Augusto Pinochet el 11 de Septiembre de 1973, y donde como consecuencia falleció el presidente Salvador Allende. Un monumento hace honor a su figura. Detrás del palacio, en una gran avenida, una enorme bandera de Chile ondea al viento, recordándonos que los tiempos de la dictadura han pasado y Chile es ahora un país moderno, democrático y con mucho futuro.
Continúo mi visita en un pequeño barrio llamado París-Londres, cuyo símbolo es la Iglesia de San Francisco, el edificio colonial más antiguo de Santiago, que ha sobrevivido a multitud de terremotos. Cercano a la iglesia visito una casa llamada Londres 38, que era el centro de tortura durante la dictadura de Pinochet, y los pelos se me ponen de punta al ver lo que les hacían en este lugar.
Paseando bajo el calor veraniego alcanzo un oasis en plena ciudad, el Cerro de Santa Lucía. Es una colina que surge entre los altos edificios y da un toque de verdor a la ciudad. Hay multitud de jardines y fuentes que hacen que el lugar sea muy agradable y conforme voy ascendiendo voy disfrutando de las vistas. El culmen es la Torre Mirador, desde donde hay una vista 360 grados muy bonita sobre la ciudad.
Sigo callejeando, disfrutando de la ciudad. Uno de los barrios más encantadores es el barrio Lastarria, con callejones de puestos callejeros, restaurantes y coloridos murales. Luego llego al Parque Forestal, un alargado parque paralelo al río Mapocho, que está lleno de gente. Al llegar me sorprende que muchas personas estén mirando continuamente al móvil. Lugar donde posara mi vista, grupo de personas mirando el móvil sin interactuar entre ellos. Les pregunto a unos chicos que qué ocurre, y me dicen que están jugando a cazar “Pokemon”. ¡La tecnología nos brinda estos fenómenos tan raros!
Cruzo el río y me adentro en el barrio Bellavista, centro de la vida nocturna de Santiago, lleno de bares y restaurantes, y al final del cual se encuentra el Cerro San Cristóbal, una imponente colina que domina la ciudad. Al llegar a las faldas de la colina, tomo un funicular que te sube hasta lo alto. Las vistas son fantásticas y espectaculares, con la ciudad bajo nuestros pies y desde donde se ve perfectamente como Santiago está situado en una inmensa llanura a los pies de la cordillera de los Andes. El punto culminante del Cerro San Cristóbal es una estatua de 14 metros de la Virgen Inmaculada Concepción. En las escaleras bajo la misma, me siento a disfrutar del entorno. Santiago me está encantando y qué mejor lugar para descansar.
El día va tocando a su fin. Vuelvo al hostal con una muy buena sensación, después de haber visto una pincelada de los muchos tesoros que tiene esta magnífica ciudad. Mañana me esperan más sorpresas.
El domingo 2 de diciembre se levanta de nuevo soleado. Desayuno en el hostal y me dispongo a continuar mi periplo turístico por Santiago. Mis piernas están un poco cansadas después de la paliza de ayer, pero hoy me espera algo parecido. Servirá de buen entrenamiento para la expedición.
La primera parada es el Mercado Central, uno de los mejores mercados del mundo y donde es un verdadero espectáculo ver los puestos de pescados, con una gran variedad de crustáceos y pescados apilados. Me llaman la atención los grandes salmones, ostras diversas, congrios y mil tipos de pescados. Mi cámara no para de hacer fotografías.
Luego me dirijo al Museo de Arte Precolombino, toda una joya, que guarda una colección muy interesante de todas las culturas americanas, desde estatuas de madera, nudos incas (quipus), vasijas, y fascinantes textiles hechos con lana o incluso con plumas.
Continúo la ruta andando unos 3 kilómetros, entre grandes bulevares, atravesando de nuevo los Barrios Lastarria y Bellavista hasta llegar a uno de los lugares que me hacía más ilusión visitar: La Chascona. La casa de Pablo Neruda en Santiago es una maravilla, llena de buen gusto y hecha a medida de un gran hombre, como fue Pablo Neruda. Sus diferentes estancias son mágicas, y se diseñaron con aspecto de un barco, donde el comedor asemeja un camarote, y la bella sala de estar asemeja un faro, con grandes ventanas con vistas a la cordillera. El tiempo pasa lento en este lugar que irradia poesía por los cuatro costados.
Y como colofón a la ruta por Santiago no podía faltar una visita al rascacielos más alto de América Latina, el Sky Costanera. Allí me dirijo en metro, pues está situado un poco lejos de La Chascona. Sus 300 metros surgen imponentes cercanos al Río Machopo. En su base está el Costanera Center, un enorme centro comercial de 5 plantas, que es el mayor de Sudamérica, y desde cuya planta baja está el ascensor, que tras subir 62 pisos te deja arriba de la torre. Las vistas son sencillamente espectaculares, con una visión 360 grados de toda la ciudad de Santiago. Se divisa perfectamente la inmensa llanura donde se sitúa la ciudad, llena de rascacielos en los alrededores del distrito financiero, con la imponente cordillera de los Andes muy cercana como si fuera una muralla protectora, el Cerro San Cristóbal y al fondo el centro histórico con la Plaza de Armas, el Cerro de Santa Lucía y mil lugares.
Que mejor lugar que el rascacielos más alto de Sudamérica para poner punto final a mi visita a Santiago, una ciudad que me ha encantado y de la que guardaré un grato recuerdo. El destino siempre me lleva a las alturas, y desde el rascacielos más alto de Sudamérica mis siguientes pasos me dirigirán al volcán más alto de este bello continente. Así que: “Adiós Santiago, hola Ojos del Salado”.
Juan, desde Santiago, la perla de los Andes.
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