El plan del día de hoy es llegar hasta el Refugio Atacama, a 5.200 m, en el campo base del Ojos del Salado. Esos eran los planes, pero no todo sale como uno lo planea y la vida está llena de inconvenientes que cambian y trastocan todo lo que uno había pensado en el momento menos esperado. Ante los inconvenientes hay que ser flexibles y tratar siempre de buscar la mejor forma de solucionarlos y adaptarse a los cambios. De eso trata la crónica de hoy, de buscar soluciones ante problemas imprevistos, y no desesperarse ante una contrariedad.
Nos levantamos sobre las 8:00, mientras el sempiterno viento nos acompaña. Hace frío, pues el sol tarda en calentar todo el campamento, que está encerrado entre montañas, y con un muro de roca arenisca justo detrás que aunque corta el viento por ese lado, hace que los rayos del sol tarden en superarlo. Desayunamos, como de costumbre en la carpa comedor y al rato empezamos a desmontar el campamento. Organizamos todo el material en los petates y cajas y comenzamos con la rutina de cargarlo en la parte trasera del jeep para luego cubrirlo con la lona que sujeta todo.
Sobre las 10:30 iniciamos la ruta saliendo a la carretera internacional y al poco tiempo tomamos el desvío, ya en pista de tierra, en dirección al Refugio Atacama. En breve alcanzamos el Refugio Murray, a 4.530 m, un refugio abandonado que está situado en la entrada de una llanura inmensa con vistas espectaculares al Ojos del Salado. Su visión sobrecoge, elevándose casi 2.500 m desde nuestra posición en toda su majestuosidad. Me quedo estupefacto y mi mente no para de buscar nuevas conexiones entre las neuronas para memorizar esta visión para siempre. Es algo indescriptible, aunque en este momento no pensaba que los avatares del destino me iban a situar en esta misma posición dentro de unas horas. ¡Uno nunca sabe que le deparará la diosa fortuna!
Después de las fotos de rigor continuamos el avance con el jeep adentrándonos en esta enorme y bella llanura desértica de altura que está rodeada por las más altas montañas de la región, todas ellas por encima de los 6.000 metros y con el Ojos del Salado como un faro que los ilumina a todos. Cristian conduce con destreza el jeep en esta parte inicial. No hay un camino marcado, sino que los vehículos van por donde buenamente pueden, marcando multitud de roderas por toda la altiplanicie. De hecho el camino más utilizado está cortado por la presencia de multitud de campos de penitentes de nieve que han obturado su trayecto. Es toda una aventura digna del “Paris-Dakar”. Así, al estar el camino original cortado, Cristian se mete de lleno entre los inmensos arenales que cubren la parte baja de este inmenso valle. Vamos ascendiendo poco a poco entre tanta arena que dificulta el avance constantemente Cristian va metiendo la marcha reductora o conduciendo moviendo el volante para que la conducción sea lo más suave posible. Vamos disfrutando del entorno y de nuestra dosis de “Paris-Dakar” cuando de repente todo cambió. Son las 11:00. Le digo a Cristian que huelo a quemado y acto seguido paramos el coche. El coche se ha calentado con el esfuerzo realizado al navegar entre las arenas, y al abrir el capó cual es nuestra sorpresa cuando bajo un pitido continuo vemos como se vacía el depósito del agua delante de nuestras narices. Nos miramos estupefactos, y no me tiro de los pelos, porque no tengo. ¡No me lo puedo creer, hemos roto el coche! Es una ironía del destino.
¡Cuando casi tocaba la paredes del Ojos del Salado con mis manos! Desde la cima, seguro que la montaña se está riendo de nosotros.
Los primeros momentos son de desesperación y pienso que todo está acabado. Estamos en medio de la nada, en un lugar tan inhóspito y salvaje, a 4.780 m de altura, por donde no pasa apenas nadie, con el coche averiado. No paro de acordarme que a mí me paso algo parecido con mi coche este verano pasado cuando se calentó, de forma similar al jeep, y el resultado fue la rotura de la junta de culata y un mes en el taller. No sé si habrá pasado algo parecido, pero la cosa pinta mal.
Decidimos esperar a que el motor se enfríe para valorar los posibles daños, si los hubiera. Así, bajo un sol radiante, con el continuo viento y en un lugar sin apenas tránsito me quedo cabizbajo penando qué haremos si el coche no arranca. En momentos pienso que es el fin y que el destino es muy cruel, pero no desespero nunca. Tras un rato, añadimos agua al depósito de agua para rellenar el agua perdida y cuando el motor se ha enfriado un poco logramos arrancarlo. ¡Hurra! ¡Parece que no ha pasado nada grave y el coche está bien! Ahora toca sacarlo del mar de arena en el que nos encontramos, cual bote a la deriva. La tarea no iba a ser nada fácil y al poco de avanzar, el coche se queda enterrado en la arena sin poder moverse. Colocamos piedras planas enfrente y detrás de las ruedas para hacer contacto, y con la pala quitamos la arena a ambos lados de las ruedas, que desinflamos un poco para que no tengan tanta presión y puedan agarrar mejor. Con todos estos trucos, Cristian arranca el jeep y consigue salir airoso del infierno arenoso para llevar el todoterreno a un camino cercano más seguro.
En el camino nos toca tomar una decisión, de la cual dependerá nuestro destino. Subir hasta el Refugio Atacama y seguir con el plan previsto para el día de hoy o bajar hasta el Refugio Murray, donde nos quedaríamos Lena y yo mientras que Cristian y Julio bajarían hasta Copiapó a por anticongelante para el jeep. Resulta que nos hemos quedado sin anticongelante, al vaciarse del depósito del agua con el calentón, y sin el preciado líquido elemento el jeep no podría arrancar a los 5.200 metros del Refugio Atacama, donde hace mucho frio. Por lo tanto es fundamental disponer del anticongelante. Lo hablamos entre nosotros y decidimos que la mejor opción es bajar al refugio Murray.
Nos bajamos, conscientes de haber tomado la decisión correcta. Son momentos duros, pero no cabe lamentarse y hay que pensar en buscar soluciones. Gracias a esa búsqueda incesante de soluciones ante los problemas que se presentan, podremos tener una oportunidad de poder intentar subir el Ojos del Salado. ¡Seguro que podremos! Sobre las 12:00 alcanzamos el Refugio Murray. Descargamos todo el material de la expedición y nos quedamos Lena y yo, mientras que Cristian y Julio se marchan hacia Copiapó, a unos 300 Km de distancia a por el anticongelante para el coche. Las grandes distancias hasta la población más cercana te hacen darte cuenta de lo inhóspito, salvaje y lejano a la civilización del lugar en el que nos encontramos. Quedamos en llamarnos con el teléfono satélite sobre las 17:00 para averiguar que tal ha ido todo. Nos abrazamos deseándonos vernos a media noche, si todo va bien.
El refugio es del grupo de socorro andino de Chile, pero está completamente abandonado. Es una verdadera pena, pues con un pequeño lavado de cara sería un estupendo refugio montañero. Al subir las escaleras de entrada tiene una terraza al aire libre y al abrir la puerta nos encontramos un pequeño recibidor con una habitación pequeña para dejar material. Luego tenemos una cocina amplia y a la derecha una habitación con una litera. En la parte de arriba hay 2 habitaciones con 2 y 4 camas respectivamente. La parte de debajo de la estructura del refugio es la peor, con un garaje lleno de basura que hace tiempo que no se limpia. Sin embargo, a pesar del abandono y algo de suciedad, no está del todo mal.
Una vez colocado todo el material, Lena y yo nos vamos a dar una vuelta por los alrededores para desentumecer las piernas y despejar la mente. Detrás del refugio hay una pequeña colina cuya base está llena de penitentes y decidimos ir hacia allí a explorar un poco. Atravesamos la llanura que nos separa de la pendiente y la ascendemos con facilidad. Al llegar a su cima, la visión que tenemos nos sobrecoge. Justo enfrente tenemos un mar de rocas completamente plano, infinito, un desierto de altura que te hace sentir como si estuvieras en otro planeta o en la mismísima luna. Es algo indescriptible y tenemos los ojos maravillados. Caminamos por la llanura, cual astronautas, bordeando el borde de la colina por la que hemos subido. Al llegar al final, bajamos adentrándonos en otro espectacular campo de penitentes, de tal forma que hacemos una ruta circular de vuelta al refugio. En la meseta, bajo un sol radiante y en un lugar sin apenas viento cercano a los penitentes, decidimos quedarnos a descansar y disfrutar de las vistas al altiplano andino, donde el Mulas Muertas, el Muerto y el Ojos del Salado se levantan imponentes. Me quedo mirando al Ojos del Salado y me pregunto qué me deparara el destino. Son momentos de duda e incertidumbre. Tanto tiempo esperando esta expedición y quizás no tendré oportunidad ni de intentar ascender la montaña por la avería del jeep. Sin embargo soy positivo y confío en tener una segunda oportunidad. Es cuando al mirar a los “ojos” al Ojos del Salado, prometo que mis “ojos” serán “salados” dentro de unos días; “salados” porque de ellos seguro que brotaran lágrimas de alegría por haber coronado su cumbre.
Tras unas 2 horas regresamos al refugio. Parece un lugar del fin del mundo, sin nadie en muchos kilómetros a la redonda. A las 17:00 llamo a Cristian con el teléfono satélite y me confirma que ya han comprado el anticongelante, que el coche está bien y que sobre las 19:00 saldrán de camino. Planean llegar a media noche. Contentos por la buena nueva nuestras sonrisas dibujan un paisaje más halagüeño.
De cena nos preparamos unos espaguetis con sardinas y tomate frito que nos sientan de maravilla. Nos vamos a dormir con los últimos rayos de sol, sobre las 21:00 con la esperanza de reencontrarnos con nuestros compañeros, que llegan finalmente sobre las 00:00.
Juan, buscando soluciones ante problemas imprevistos.
E-mail: siete_cumbres@hotmail.com