Hace mucho tiempo, un inquieto niño de 12 años coge su bicicleta y se dirige en solitario, junto con el bocadillo de jamón serrano que con cariño le ha hecho su madre, hacia el horizonte, en dirección a unas montañas nevadas que han llamado su atención. Desde la Fuenlabrada de su niñez, la Sierra de Guadarrama queda muy lejos, pero él lo desconoce, y algo extraño le empuja irremediablemente a explorar esos lugares desconocidos. Un intenso espíritu aventurero ha anidado para siempre en su tierno corazón y siente con fuerza que quiere conocer esas bellas montañas. Obviamente no llegó muy lejos, las montañas quedaron sin ser holladas y el niño se volvió cabizbajo a su casa sin hacer realidad su sueño aventurero.
Hoy, unos 30 años después, mientras escalo una pared vertical cercana a la cumbre del Ojos del Salado, miro atrás en mi memoria y recuerdo con cariño a ese niño que fui, tan inocente, pero lleno de una gran ilusión por conocer cosas nuevas y buscar en la naturaleza el sentido de una vida. En esa ocasión no pude alcanzar las deseadas montañas, pero no me rendí y mi pasión y lucha por hacer realidad mis sueños han logrado que las montañas formen parte de mí mismo y que hoy día esté a punto de coronar el volcán más alto del planeta…
Aún es noche cerrada cuando a la 1:00 me levanto del saco de dormir en la comodidad del Refugio Tejos, a 5.800 metros. Apenas he podido dormir unas horas, tal y como viene siendo costumbre en el día previo a la ascensión de altas montañas. Los silencios se apoderan de este momento y estamos concentrados cada uno con nuestros pensamientos, enfrentándonos a nuestras dudas e incertidumbres, y preguntándonos qué nos deparará la ascensión. Calentamos agua para rellenar el termo de 1.5 litros al que le añado varias bolsitas de té y la cantimplora de 1 litro llena de zumo. Como algunas galletas y poca cosa más. No tengo mucha hambre y ya pararemos al cabo de 1 hora de marcha. La mochila se me hace un poco pesada con la comida, arnés, crampones y todo el equipo necesario para afrontar un reto tan demandante como la subida a este volcán, pero no queda más remedio que aceptarlo.
Sobre las 2:00 salimos los cuatro del refugio, mientras las estrellas tintinean allá arriba en el cielo y cual paraguas protector observan nuestros diminutos pasos por la montaña. Por suerte apenas tenemos viento y solo una ligera brisa nos envuelve con su halo misterioso. Hace frío, alrededor de -10ºC, por lo que iniciamos el ascenso con todo el abrigo que disponemos (3 capas de ropa en la parte superior: camiseta térmica, forro polar y plumas de expedición; y 2 capas en las piernas: malla térmica y pantalón cortavientos). El inicio de la ruta se hace bastante llevadero, mientras vamos con paso lento, pero firme, a un ritmo acompasado. Nos espera una larga jornada y será clave el saber dosificar el esfuerzo. No conviene ir muy rápido, pues la fatiga y la falta de aire conforme ascendamos pueden hacer que más arriba lo acabemos pagando.
Las lámparas frontales nos nuestro nexo de unión con la realidad. Iluminan los 2-3 metros que hay enfrente de nosotros y nos van guiando por el camino a seguir, mientras a nuestro alrededor reina la más profunda oscuridad. Siempre me han atraído estos momentos de incursión nocturna por las montañas, bajo un cielo estrellado y al frescor de la noche. Es como un nacimiento al mundo exterior, y me resulta cómodo avanzar entre la oscuridad guiado por la luz de mi frontal. Esta situación es un símil perfecto del avance lento y pausado necesario para alcanzar un objetivo en la vida, pues la luz es como un faro que se encarga de guiarte hacia tu próximo paso, sin otros estímulos visuales que puedan interferir con tu avance. Si miras alrededor no ves nada, por lo que solo queda concentrarse en ir avanzando paso a paso, siguiendo la luz. Por otro lado, el no ver la inmensa ladera que nos toca por subir hace que caminar por la noche tenga su parte positiva.
Durante el primer tramo caminamos por un sendero bien marcado entre los restos de antiguas erupciones del volcán, donde abundan grandes piedras. Vamos en grupo, unidos en busca de un objetivo común y tras 1 hora y media de marcha alcanzamos los 6.000 metros de altura, momento en el que hacemos nuestra primera parada para reponer energías en mitad de la noche. Como un gel proteico y una barrita energética y bebo parte del té caliente, para así ir reponiendo parte de las calorías que perderé en el día de hoy, que calculo en unas 20.000 calorías. Retomamos el ascenso tras esta corta parada, y avanzo a buen ritmo. Me siento en forma caminando junto a Cristian, mientras Lena y Julio empiezan a quedarse ligeramente rezagados. Alcanzamos los 6.100 metros de altitud tras 2 horas de ascensión, sobre las 4:00. En ese momento nos reunimos y Lena nos comunica que está muy resfriada y le cuesta mucho avanzar. No ha podido aguantar el esfuerzo realizado hasta el momento y prefiere no arriesgar más y bajarse. Julio le acompañará en la bajada. Nos abrazamos efusivamente entre los cuatro y le prometemos a Lena que haremos la cima por ella.
Cristian y yo nos quedamos solos en la inmensidad de la noche andina. Somos las únicas personas que intentaremos la cumbre el día de hoy, pues luego nos enteraremos que las chicas eslovacas se bajaron con mal de altura. Somos dos puntos luminosos que seguimos avanzando hacia arriba, cual hormiguitas. Voy muy concentrado y noto que mi cuerpo funciona como una máquina en pleno rendimiento. Es un momento clave de la ascensión y me siento eufórico, en una muy buena forma física y mental. Siento internamente que hoy es el día señalado, donde me voy a vaciar físicamente para poder conseguir el objetivo planeado hace tiempo y donde lucharé hasta el final por hacer realidad un nuevo sueño. Llevo 2 semanas buscando este momento, preparándome para ello y me siento en el culmen físico y mental, justo en el instante adecuado. Es de lo que se trataba, dar el todo por el todo justo en el momento oportuno. Este entrelazamiento de lo físico y lo mental solo se da cuando uno cree verdaderamente en lo que hace. Creer en ti y en tus posibilidades te hará llegar muy alto, y te permitirá afrontar con garantías retos importantes.
Retomamos la ruta. Somos dos amigos, dos compañeros que peleamos por un sueño común y con fuerza y determinación, paso a paso, avanzamos esta vez por una de las zonas más duras de la ascensión. Nos toca ahora ascender por una empinada ladera rocosa-arenosa con tramos de hasta 45 grados de inclinación que se sitúa entre los 6.100 y los 6.500 metros de altura. Ascendemos por la izquierda de un inmenso nevero que tiñe de blanco la cara norte de la montaña. Concentrados en este tramo, subimos firmes, haciendo continuos zig-zags sobre la arenosa pendiente para cansarnos lo menos posible y hacer más llevadero el ascenso de un desnivel tan brutal en tan poco espacio. El esfuerzo es considerable, pero aún es fácilmente soportable. El avance es lento y bastante engañoso, pues descubro que a pesar del continuo caminar apenas ascendemos 100 metros de desnivel, cuando me esperaba haber subido más. Esto pone de relieve la complejidad de la ascensión y como la altura modula nuestras sensaciones.
Así, poco a poco, vamos alcanzado los 6.200, 6.300 y 6.400 metros. La noche va dando paso a una tenue claridad que envuelve la montaña. Hace mucho frío y apenas siento los dedos del pie derecho. Me voy dando golpes y muevo los dedos de los pies constantemente para así activar la circulación. La temperatura es de alrededor de -20ºC, aunque por suerte no corre mucho viento. Caminamos como caracoles con una mochila a cuestas que avanzan lentamente esperando a que salga el sol, para sacar los cuernos y disfrutar de su calor reparador.
Sobre los 6:30 alcanzamos los 6.400 metros y el sol empieza a aparecer brindándonos un espectáculo ansiadamente esperado, al poder contemplar como la sombra de la montaña se desliza hacia el horizonte formando un triángulo perfecto. Una visión sobrecogedora solo destinada hoy día a nosotros, que nos sentimos privilegiados por poder estar en este momento tan alto y observar semejante belleza. En la soledad de las alturas, bajo un frío extremo y con un perenne cansancio, la naturaleza nos hace un regalo que impregnará para siempre mis retinas, como un dulce recuerdo. Aprovechamos el momento para parar un poco a comer algo y descansar.
Retomamos la ascensión tratando ahora de alcanzar los 6.500 metros, para luego buscar un punto lo más estrecho posible que nos permita atravesar fácilmente el nevero que nos acompaña a nuestra derecha desde hace más de 400 metros de desnivel. Después de un rato lo encontramos y sin necesidad de ponernos los crampones, pues la nieve está muy bien, lo atravesamos en apenas 10 pasos. Son las 7:30 y entramos ahora en la siguiente fase de la ascensión, mediante la cual trataremos de llegar al cráter, a 6.700 metros. Caminamos por un sendero en travesía diagonal ascendente que nos dirige hasta la ancha arista que termina en el cráter. Aunque son solo 200 metros de desnivel, se me harán eternos. Quizás es la parte de la ascensión que más me cuesta y avanzo muy lentamente, debido a la suma del esfuerzo previo y a la altura a la que nos encontramos. Cada pocos pasos debo parar a tomar aire y reposar apoyado sobre los bastones. El cansancio empieza a hacer mella y me acuerdo de los 100 pasos en el Cerro 7 Hermanas. No puedo dar tantos pasos seguidos, pero por lo menos me esfuerzo en dar unos 20 pasos del tirón. Hace viento y el sol ya nos calienta de pleno. El momento de más frío ya quedó atrás y eso por lo menos reconforta algo.
Las vistas allá abajo en el altiplano andino son tan espectaculares que nos sentimos pájaros sobre un mirador extraordinario, mientras divisamos un sinfín de volcanes aislados y esparcidos sobre la bella llanura desértica. Distingo perfectamente los lugares por los que hemos pasado y las montañas que nos han ido acompañando durante estas dos semanas, desde la bella perspectiva que te brinda hacerlo desde lo más alto. El color rojo del Refugio Tejos refulge muchos metros por debajo.
Estamos a mucha altura, casi tocando el cielo con los dedos. Sin embargo, sigo avanzando lentamente, como en una pesadilla. Soy plenamente consciente de ello, de estar pasando por los peores momentos de la ascensión, los más sufridos, aquellos en los que toca luchar hasta la extenuación para poder así salir del túnel y obtener la recompensa deseada. De este tramo dependerá el destino del ascenso. Así, concentrado, motivado, apasionado, con perseverancia, pero prudencia, asciendo metro a metro. Por fin, sobre las 09:30, tras 7 horas y media de esfuerzo continuado diviso el final de la amplia ladera y consigo llegar al borde del cráter, a 6.700 metros. La vista es tan increíble que me quedo petrificado. Al otro lado del circular cráter cubierto de nieve y justo delante de mí, emerge como si fuera un inmenso mascarón de proa de un enorme barco transatlántico, un torreón rocoso vertical de unos 100 metros de altura que domina todo el entorno y nos desafía desde las alturas. Es sencillamente fantástico.
Nos echamos al suelo sobre unas rocas al borde del cráter, bajo el soleado ambiente. Aquí descansaremos bastante tiempo a reponer todas las energías perdidas durante la ascensión, para luego poder afrontar con garantías el último tramo de la subida, el más demandante física y mentalmente, pues incluye los pasos de escalada. Bajo la visión hipnótica del torreón rocoso bebo té caliente y como geles y barritas energéticas. Estoy muy cansado y necesito descansar un rato largo. Además el tiempo acompaña, sin apenas viento, por lo que no tenemos una prisa excesiva en llegar a la cima. Estoy convencido de que lo vamos a lograr, pero aún nos quedan unos 200 metros de desnivel. Durante este descanso nos ponemos el arnés y el casco que serán necesarios para escalar con seguridad el muro vertical y la arista que preceden a la cumbre.
Tras 45 minutos de descanso retomamos el trabajo sobre las 10:15. Bordeamos el cráter por un claro camino que surge a la izquierda del mismo, pero que luego no es tan evidente y nos metemos de lleno en un caos de rocas dispersas y sueltas que se aglomeran debajo de las imponentes paredes verticales que se elevan sobre nuestras cabezas, y que se han desprendido de las mismas con el paso del tiempo. Vamos gateando, como gatos salvajes, saltando de roca en roca y ganando altura rápidamente. Es difícil avanzar y vamos con cuidado para no resbalar, pues el terreno es cada vez más empinado. Con esfuerzo llegamos a la base de una gran pared, donde se encuentra un pequeño nevero que debemos atravesar hacia la derecha para poder acceder al muro vertical que tenemos que escalar para poder llegar a la cumbre. Nos ponemos los crampones, sacamos los piolets y nos encordamos para atravesar el nevero con seguridad, pues está tan empinado que un pequeño resbalón podría ser fatal. Con premura y destreza lo atravesamos sin problema, bajo un ambiente muy alpino.
Dejamos los crampones y el piolet al final del nevero, y afrontamos entonces el deseado muro vertical que finaliza en la arista cimera. Lo he visto tantas veces en fotos y vídeos que no me creo estar justo en su base a punto de encaramarme en sus rocas. Es un muro vertical de unos 15 metros de altura, con grandes rocas y agarres y de dificultad media, pero su verticalidad junto con la gran altitud a la que estamos, sobre los 6.850 metros, hace que vayamos muy concentrados y no podamos descuidarnos ni un segundo. Es el punto clave de la ascensión, la puerta que nos llevará a la cumbre. Cristian va delante de mí, a apenas unos metros, mientras me encaramo al abismo. Metro a metro me elevo sobre la verticalidad, calculando milimétricamente donde poner las manos y los pies. Para facilitar el tacto con la roca me quedo con los guantes finos, pero las botas de expedición que llevo son tan aparatosas que debo ir midiendo con calma los movimientos a realizar e ir muy pendiente de donde poner los pies. Así, cual lagartija me adhiero a la roca con fuerza y no hay quien me separe de ella.
Desde el final del muro caen dos cuerdas fijas en bastante buen estado. Me anclo a una de ellas con un aparato llamado “jumar” que es un mecanismo de seguridad que me sujetará a la cuerda en caso de una caída. ¡Espero no tener que probarlo! Estoy en el tramo más vertical, pero los buenos agarres hacen que ascienda rápidamente sin complicaciones. Cristian va delante de mí y avanzamos como una cordada de amigos, de compañeros de cordada, en estos momentos tan sublimes.
Cuando me quiero dar cuenta he llegado al final del muro, al punto donde están ancladas las cuerdas fijas. Al mirar al otro lado del muro, hacia la vertiente argentina, veo un vacío tan profundo que siento un bofetón en mi cara. Un abismo sin fin surge debajo de mi cabeza, mientras que a mi derecha la afilada arista cimera me recuerda que aún no hemos acabado. Estos ambientes tan verticales y aéreos dan un poco de mareo, pero voy tan concentrado que no me dejo sobrepasar por el abismo.
Ahora queda sobrepasar el paso más complicado, técnico y aéreo de la ascensión, sobre una arista de apenas 2 metros de ancho que cae hacia ambos lados a un vacío infinito. Cristian ya ha superado el paso y me espera animándome desde un poco más arriba. Me aupó sobre una roca y me encaramo a la arista, que en este tramo está compuesta de grandes rocas lisas ligeramente inclinadas hacia la derecha, hacia un precipicio que da miedo solo de mirarlo. Una caída aquí seria mortal. Por suerte no hace mucho viento que pueda desequilibrarte e imposibilitar la escalada. Aun así, de nuevo dos cuerdas fijas se deslizan entre las rocas y me anclo a una de ellas para asegurarme en el paso más delicado. Me dispongo a afrontar el paso más complicado. No pienso en nada, solo en fundirme con la roca y escalar como bien sé hacer, sin miedos y con pasión, concentrado mientras siento el tacto de la fría roca que aun así me transmite mucho calor vital. Pongo mi pie derecho sobre una pequeña repisa, cerca del precipicio, y cargo mi peso sobre él. Es el paso clave y un resbalón o la pérdida del equilibrio me pondrían en un compromiso. Confío en mí y digo: uno, dos, tres…. ¡Todo bien! Agarrado como una lapa a la roca con las dos manos y con el pie derecho en la repisa busco ahora un apoyo para mi pie izquierdo. Encuentro una fisura, pero mi bota es demasiado grande y aparatosa para entrar en ella. Sin embargo, encuentro un poco más arriba una zona más ancha y apoyo por fin el pie. Un empujón final y sobrepaso sin problemas la escalada de la arista. Estoy muy contento y a pesar de la gran altura, apenas noto la falta de oxígeno. Cristian me observa desde unos 10 metros más arriba. ¡Ya está hecho amigo! ¡Eres un campeón!
Se me caen unas lágrimas de alegría. Siempre me ocurre lo mismo a unos metros de la cumbre. Es como un ritual interno que brota de mi cuerpo en esos metros finales cuando ya sé que nada me impedirá que alcance el punto más alto. Es algo indescriptible y difícil de explicar, son emociones tan intensas que revelan por sí solas el por qué escalo montañas. El Ojos del Salado toma su nombre porque de él nace el Río Salado. Pero ahora en este momento pienso que yo también soy un “Ojos Salados”, con lágrimas saladas que brotan de mis propios ojos. ¡Qué ironía tan casual! ¡No sé si es por la altura, pero me hace gracia el símil!
La arista se ensancha un poco, unos 5 metros, y deja de ser vertical. Avanzo andando con cuidado entre las rocas, alcanzo a Cristian y juntos damos los últimos pasos hasta el punto más alto, que está marcado por un palo metálico. – ¡¡¡Cumbreeeeeeee!!!
Nos fundimos en un fuerte y sincero abrazo. Juntos hemos logrado coronar el volcán más alto del mundo tras un esfuerzo sobrehumano. Son las 12:00 de la mañana y hemos tardado 10 horas en ascender los 1.100 metros de desnivel que nos separaban de su cumbre. Para Cristian es la quinta vez que corona su cumbre, después de unos 25 intentos, lo que pone de relieve lo complicado que es alcanzar la cumbre del Ojos del Salado. Solo un 20-25% de la gente que lo intenta acaba coronando su cima.
Grito de alegría desde la cumbre y el viento esparce mi sonido por toda la región. Es algo bonito, muy bello y soy inmensamente feliz. Tenemos una visión de 360 grados sobre nuestros pies y me siento como un cóndor andino posado desde una inmensa atalaya divisando todo un continente, el Sudamericano, que me fascina y me llena el alma. Una América Latina que llevo en el corazón desde mi primer viaje en 1998 a Perú, y que siento muy adentro, disfrutando siempre de su gran diversidad natural y su belleza paisajística, así como de sus amables gentes con las que he compartido mil vivencias; un continente cuya columna vertebral es esta magnífica cordillera de montañas de Los Andes, y desde la cual, con los pies sobre su volcán más alto, el más alto del mundo, me siento dichoso. Mi corazón late con fuerza en las frías alturas, y sobre sus raíces de fuego siento que me elevo con ardor sobre la fría y ventosa cumbre. Mi sangre fluye por unas venas oxigenadas de pasión, llenas de verdad. Estoy justo donde quería estar.
Diviso desde la cima todos los volcanes que nos han acompañado durante las 2 semanas de expedición, el Muerto, el Incahuasi, el Fraile, el Mulas Muertas, el Vicuñas, el San Francisco y un sinfín de cumbres que rinden pleitesía al todopoderoso Ojos del Salado. Enfrente tenemos la otra cumbre del Ojos, pues esta montaña es única en el mundo al poseer 2 cumbres de altura similar que están separadas unos 30 metros en línea recta. Me hallo en la cumbre del torreón chileno, ligeramente superior a la cumbre que corona la vertiente argentina por apenas unos centímetros. Sin embargo, ambas se consideran la cumbre al no haber una diferencia entre ellas de más de 1 metro.
Como no podría ser de otra forma me acuerdo de Lena y Julio, que se tuvieron que bajar hace unas horas. Juntos luchamos por un objetivo común durante dos semanas, y la cumbre se la dedico a ellos. Otra parte de la cima va para mi mujer Marta, la mejor compañera de vida que podría tener, una magnífica madre y una continua luchadora. Sin ella no estaría aquí y le agradezco enormemente su gran comprensión hacia mi pasión montañera. Ella está ahora embarcada en otra expedición de mucho mérito, pero desde casa, cuidando de nuestros hijos Alejandro y Lucía, de apenas 5 y 2 años de edad, y que son unos pequeños terremotos que no paran quietos. A los tres los echo muy en falta, les dedico la cumbre y a pesar de la distancia los siento muy cercanos. Otro recuerdo va para mi amigo Germán, con quien el año pasado compartí las ascensiones al Tajumulco y Orizaba, en Guatemala y México, respectivamente. Este año no pudo acompañarme por falta de días, pero seguro que en años venideros podremos seguir ascendiendo montañas juntos. Un abrazo muy grande para mi madre y mis hermanos y para el resto de mi familia, que siempre los llevo muy dentro del corazón. También para mis suegros y cuñado por todo el amor y cariño que me demuestran cada día, y al resto de su familia que también es la mía. Mando un especial abrazo a Javier Alonso Iñarra, de la Sociedad Geográfica Española, por su incondicional apoyo y por todo el amor que compartimos por esta tierra tan maravillosa. También a Agustín Martín, concejal del Ayto. de Móstoles, por todo su continuo apoyo y por confiar en mí. Otro recuerdo va para María, Patricia y Adrián. Juntos trabajamos duro en el día a día para sacar adelante los experimentos y desde la cima un pedacito también va para vosotros. ¡Recordad que con una pizca de pasión, perseverancia y lucha por tus sueños, al final todo llega! Parte de la cima también se la dedico a todos mis amigos que siempre me apoyan y están en los buenos y malos momentos, como a mi querida “chupipandi” por estar siempre ahí, a los incondicionales amigos de la facultad, a “los matritenses fuenlabreños” por estar desde los inicios, y a las “amigas everywhere” por vuestros continuos mensajes de ánimo. Un recuerdo especial va por todos mis amigos de los inicios montañeros en el Club de Montaña Altair de Fuenlabrada. Todo empezó con vosotros, hace 20 años, cuando nos comíamos el mundo y no parábamos de disfrutar cada fin de semana con mil actividades, como la escalada, bicicleta, cañones, senderismo, etc. ¡Sin vosotros no habría llegado hasta aquí! Finalmente, perdonadme todos aquellos a los que no os he nombrado por falta de espacio, pero también me acuerdo mucho de vosotros y os dedico un pedacito de cima.
Pero la dedicatoria final se la hago a un niño, a un chiquillo de apenas 12 años, que un día se aventuró inocentemente en busca de nuevos horizontes, hacia unas lejanas montañas que él pensaba que no estaban tan lejos. A ese niño le digo que al final lo logró, que llegó adonde quería, adonde su corazón le guiaba y hoy me reencuentro con él desde la cima del volcán más alto del mundo. ¡Bienvenido!

Juan, un niño con piel de adulto encaramado sobre una inmensa montaña y con una sonrisa dibujada en el rostro.

E-mail: siete_cumbres@hotmail.com