3ª-EXPEDICION “JUAN DE BETANZOS-VILCABAMBA 99”

Llegan a Patibamba

Tras las noticias del emplazamiento de Patibamba la expedición se puso como objetivo llegar hasta allí y reconocer la zona Esta expedición fue presentada oficialmente en el Museo de América de Madrid en Abril de 1999 y se desarrolló en Junio de aquel año.

Tras doce horas por pistas de tierra desde Cusco llegaron a Vilcabamba la Nueva. A partir de allí sólo se puede avanzar a caballo hasta  Pampaconas y durante dos días, con tres caballos y dos mulas, avanzaron hacia el oeste  recorriendo un camino inca muy escarpado de 3.000 a 4.000 metros sobre el nivel del mar. Después la ruta desciende de golpe mil quinientos metros, entre grandes barrancos hasta llegar junto al río Pampaconas. Otra jornada siguiendo el cauce hacia el oeste entre vegetación selvática cada vez más densa que les llevó a Patibamba. Una barrera de nevados rocosos que superan los cinco mil metros de altura cierra esta zona por el sur. Al norte se extiende otra gran cadena de montañas y luego la selva amazónica mientras que al oeste el río Apurímac con sus rápidos y sus riberas rocosas es casi infranqueable.

Esta tierra fue escenario de terribles historias en épocas modernas. En torno al Apurímac se escribieron algunas páginas de la cruenta guerra librada por los campesinos para sobrevivir, atrapados entre la rebelión sangrienta de Sendero Luminoso y la represión de las fuerzas armadas. El valle del río Pampaconas-Chancavine está muy poco poblado. Por la margen derecha discurre un sendero, que recorren de vez en cuando grupos de campesinos que transportan café desde el río Apurímac hasta Vilcabamba la Nueva. En la actualidad sólo vive una familia campesina en Patibamba en la margen izquierda del río Pampaconas y ninguno de sus miembros había subido nunca a la montaña. Todos sabían que hace cuarenta años un joven vecino subió allá persiguiendo a su ganado. Al bajar contó que había encontrado muros de piedra y extraños recintos, pero entre las ruinas se le apareció una víbora con cabeza dorada que le provocó un gran susto; y al poco tiempo murió.

Una vez localizado sobre el terreno el Patibamba actual, ahora se trataba de comprobar si su entorno correspondía a las características del territorio descrito por los cronistas y por el “Acta de Ocupación” de Vilcabamba redactada por Pedro Sarmiento de Gamboa. La crónica de Martín de Murúa precisa que al llegar a Patibamba el capitán Martín Hurtado de Arbieto ordenó que se detuviera el avance de las tropas, advertido por un capitán Inca que salió a su encuentro, de que los incas tenían preparada una terrible emboscada con montones de piedras amontonadas en la ladera en torno a una fortaleza ubicada en las alturas con forma de media luna y cuatro baluartes, llamada Wayna Pukara, o “Joven Fortaleza”.  Ante el aviso “el campo español hizo alto para tratar de cómo se había de embestir  al fuerte y prevenir las cosas necesarias para el asalto, que se esperaba sería muy difícil y peligroso“. Desde allí  “a pié y gateando” subieron la montaña para conquistar  Wayna Pucara con el apoyo de un pequeño grupo que venía avanzando por las alturas de la montaña por el llamado “camino de los fuertes”. Tras este combate el ejército acampó en Marcanay y durante la noche vieron el resplandor del incendio provocado por los Incas que habían incendiado su capital Vilcabamba la Grande para tratar de huir por la selva en varias direcciones. Al día siguiente las tropas españolas entraron en la ciudad.

Desde Patibamba iniciaron la exploración de la zona. Durante varios días con la ayuda de varios macheteros abrieron senderos a través de la selva para subir la ladera de la montaña. A media ladera llegamos a un conjunto de  ruinas, conocido por los campesinos como Lauramarka  Markaana, que por situación y toponimia supuse ser los restos de Marcanay. En una planicie en lo alto de la montaña y  encontraron nuevos andenes, restos de muros y recintos entre una vegetación muy densa.

Según creencias ancestrales en Perú, el acceso a ruinas desconocidas puede desatar la venganza de la “Pachamama”, la diosa tierra, en forma de graves males  por lo que cada avance hubo de estar acompañado de quemas rituales de hojas de coca. En estas circunstancias un probable enfriamiento nocturno de nuestro guía Jerónimo, con mareo y dolor de cabeza se convirtió para su padre, don Leocadio en motivo de gran inquietud; y finalmente alegó el comienzo de los trabajos de recogida de café para interrumpir la colaboración de su hijo. Fue el momento de retornar a Cusco y analizar  los hallazgos.

La densidad de la vegetación no permitió por el momento conocer la disposición de todas las estructuras y recintos arqueológicos existentes en aquella zona. Pero en base a la documentación histórica disponible, la toponimia identificada a lo largo del camino y las características del terreno concluí que estábamos en buena dirección cerca del emplazamiento de la gran ciudad perdida, aunque la vegetación dificultaba el trabajo e impedía reconocer los antiguos caminos incas.