Diario Australia – Noviembre 2009

Noviembre 2009

Estos días pasados en Darwin no han estado exentos de emociones añadidas. Una de las noches, note un pequeño bamboleo en el Toyota. Al día siguiente me dijeron que habíamos sufrido un terremoto, que se había originado a 700 kms. al norte de Darwin, en el mar. Los residentes del edificio más alto de la ciudad, 33 pisos, salieron a la calle aterrorizados. Algunos recordaron la Nochebuena de 1.974, en la que el ciclón Tracy destruyó el 95% de los edificios de Darwin. Han exigido a sus autoridades que instalen sirenas en las calles para avisar, con la debida antelación, la llegada de un tsunami. En esta ocasión, afortunadamente, todo ha quedado en un pequeño susto. Menos mal, porque yo seguí durmiendo.

Los territorios del Norte, con una superficie casi tres veces la de España, es la zona más despoblada del país, únicamente cuenta con 200.000 habitantes, de los que un 30% son aborígenes. Los principales ingresos los proporciona el turismo y la minería. En el centro, grandes fincas dedicadas a la cría de ganado. Zonas aisladas que pueden quedar incomunicadas por carreteras o pistas en la estación lluviosa. Se necesita inversión extranjera para desarrollar esa parte del país, en la que últimamente se han descubierto unas importantes reservas de uranio. China necesita ese material para alimentar las centrales nucleares que ha proyectado construir en los próximos diez años. Se han iniciado conversaciones que sin duda finalizaran en acuerdos satisfactorios para ambos países. Antes, deberán resolverse algunos “problemillas”. Para construir el puerto, cercano a la zona donde se ha localizado el mineral y para la extracción del mismo, se necesitan unos 10.000 operarios especializados que, por supuesto, no puede ofrecer el despoblado territorio norteño. Los chinos sí disponen de personal cualificado, pero los australianos se resisten a conceder los visados de entrada. Por otro lado China ha prohibido la importación de carne procedente de Australia porque se detectó en algunas reses el virus de la lengua azul. Se intenta que las limitaciones únicamente se apliquen a las reses procedentes de los estados que sufren la enfermedad, no a todo el país. Llegaran a acuerdos. Australia está donde está. Sus principales relaciones comerciales deben establecerse con los países más próximos. La presión de China cada año será mayor.

Kakadu National Park

Me encuentro muy a gusto en el camping donde me alojo estos días que paso en Darwin. Incluso me llevo bien con los insectos. No me pican y yo les permito pasearse por la pantalla del ordenador, cuando oscurece. Aunque las predicciones meteorológicas no anuncian próximas lluvias, tengo que seguir viaje hacia el sur. No me gustaría verme atrapado por tormentas e inundaciones. Quedamos pocos en el camping. He leído que en el parque al que me dirijo, Kakadu, uno de los más grandes del país, los “rangers” ya han cortado el acceso a unas cataratas espectaculares, “Twin falls”, a las que se llega por un accidentado camino, apto sólo para vehículos con tracción en las cuatro ruedas. Puede empezar a diluviar en cualquier momento, prefieren no correr riesgos con visitantes imprudentes que queden inmovilizados por fango y arena en zona de cocodrilos.

Los aborígenes han vivido en el área de Kakadu durante los últimos 40.000 años. En 1.978 se les reconocieron títulos de propiedad de la tierra, en esta zona. Hoy en día, viven algo más de trescientas personas, en distintos emplazamientos, según distribución territorial de clanes. Una tercera parte de los “rangers” del parque, pertenecen a esas comunidades. Es fácil, cómodo, visitarlo. En numerosos lugares se te ofrece todo tipo de información. Diversos folletos, mapas, gratuitos, facilitan la selección de puntos interesantes, según las aficiones personales de cada visitante. Algo que me llama la atención al entrar en el parque, son los pequeños, pero numerosos incendios activos por los que paso. A ambos lados de la carretera pueden apreciarse los efectos de esos fuegos. Después me entero que es práctica común, desde la prehistoria, por parte de los aborígenes, quemar controladamente los bosques. Se ha hecho para cazar y para revitalizar el entorno arbóreo. Se han seleccionado plantas que sobreviven al fuego. Han logrado modificar el medio ambiente, sin causar un desastre ecológico, adaptándolo a sus necesidades. Queman una parte, manteniendo otra libre del fuego. Los animales pueden desplazarse hasta un lugar en el que se sienten a salvo. Se forma un mosaico de zona negra, quemada por el fuego, y zona verde, que no se ha visto afectada. Ciclos que se alternan siguiendo los cambios de estación. Las nuevas lluvias permiten una rápida recuperación de las zonas quemadas. Los beneficios que han aportado estos métodos tradicionales han sido reconocidos por las autoridades. Kakadu es el ejemplo perfecto.

Lo que más me atrae de este parque son las pinturas rupestres que se encuentran localizadas en conjuntos rocosos. Se han construido carreteras asfaltadas que han sustituido antiguas pistas de tierra. Pistas que mucho antes ensancharon trochas y senderos permitiendo llegar en automóvil hasta esas galerías de arte que se inauguraron hace miles de años. Aquí, en Territorios del Norte, a diferencia del Estado de Australia del Oeste, la entrada a algunos parques naturales es gratuita. Gozan de la misma atención, mantenimiento y servicios. Carteles indicando itinerarios a seguir, caminos despejados, bancos en lugares con sombra para efectuar un descanso, carteles explicativos de todo aquello que se muestra. El primer lugar al que me he dirigido es Ubirr. Sus pinturas muestran diferentes estilos. Se cree que las más antiguas son de hace 20.000 años y las últimas del siglo pasado. Unas flechas rojas, clavadas en las rocas, indican un camino para acceder hasta el punto más alto del promontorio pétreo, desde el que se disfruta del paisaje de esta zona del parque. A 73 kms, de excelente calzada asfaltada, se encuentra Nourlangie, otro conjunto con numerosas paredes pintadas. Una de las galerías fue repintada en 1.960 por un respetado artista local, pescador y cazador. Visitar estos lugares, en soledad, acompañado por el silencio, que rompe de vez en cuando el viento, al zarandear las ramas de los árboles, compensa ampliamente de las incomodidades inevitables que deben aceptarse. Calor, caminata, escaleras, senderos entre pedruscos, pendientes… moscas, molestas moscas que se empeñan en acompañarte, posándose en la cara. No siempre, en algunas zonas. También debieron soportarlas aquellos que, a lo largo de los siglos, pintaron estas rocas que ahora contemplo. Distintas formas, fines, símbolos. Los carteles explican algunos detalles que ayudan a comprender el significado de los dibujos. No hay firmas. Artistas desconocidos del pasado que, en ocasiones, personalizaron su obra dejando un sello inequívoco, sus manos.

Cocodrilos

Hay numerosos lugares para dormir en Kakadu, desde hoteles de gran lujo, hasta campings con bungalows, con aire acondicionado y televisión. También zonas de acampada con servicios y rejas de barbacoa, totalmente gratuitos. Me decido por un Hotel-camping cercano a “Yellow Water”, una zona pantanosa que se comunica con el “East Alligator”, uno de los principales ríos del parque. Ofrece la posibilidad de pasearse por sus aguas contemplando la variada flora y fauna del lugar. Cuando compro el billete, para el día siguiente, me dicen que el primer grupo está completo. El segundo sale a las nueve de la mañana. Perfecto. Tengo tiempo de desayunar copiosamente en el buffet del hotel. Desayuno a lo australiano. De todo y en cantidad. La travesía dura dos horas. Desde el hotel, un autobús nos acerca al embarcadero.

El conductor-guía del bote conoce por supuesto muy bien todos los rincones donde se esconden los cocodrilos, los árboles en los que posan los pajaritos más difíciles de contemplar, los agrupamientos de ánades más espectaculares. Le encanta su trabajo o por lo menos, eso hace creer a todo el mundo. No para de hablar, de indicarnos con terminología militar aérea, la que yo conozco por películas norteamericanas de la segunda guerra mundial, la dirección a la que debemos dirigir nuestra mirada, para ver un reptil, un pájaro o una planta. “A las dos, un cocodrilo. Está sumergido.” “A las nueve, vemos el pájaro cazador de peces más pequeño del mundo. Sobre la rama, detrás de las hojas”. A continuación, cuando ya todos estamos mirando a donde él quiere, nos cuenta la historia, vida y milagros de todos los animalitos que nos va mostrando. Contesta con prontitud, sin dudar, cualquier pregunta que se le hace. Me aclara que en la época de lluvias, todo esto que estamos viendo queda inundado, muchos de los arbustos que nos rodean desparecerán bajo el agua. Viene menos gente, se reduce el número de salidas del barco, pero que se mantiene el servicio. El hace tres viajes al día, seis horas, y el resto del tiempo es el que emplea para comer en el hotel. Podemos ver cómo un cocodrilo atrapa y se traga un pez de buen tamaño. Otro tiene menos suerte y lo que pilla es un chaleco salvavidas que debe haberse caído de alguna barca de pescadores. Nuestro guía, en cuanto ve que el cocodrilo está intentando engullirse el chaleco, de rayas rojas y blancas, telefonea inmediatamente a un ranger para que acuda e impida que el animalito se trague algo que luego puede causarle problemas gástricos.

El nombre de la zona, “Yellow wáter”, lo da una flor acuática blanca y amarilla. La región de Kakadu es variada. Alguna de sus áreas, inaccesible, como el altiplano de Arnhem, 500 kms hacia el este y sudeste del parque. Conjunto rocoso con desfiladeros, barrancos, paredes de 30 a 300 metros de altura. El mejor medio, para contemplar esa maravilla, ese impresionante conjunto de picos, cañadas, torrentes, ríos, es el helicóptero o la avioneta. Si estuviera avanzada la época de lluvias, no dudaría en subirme a un helicóptero para ver, desde ese punto de vista único que ofrecen esos aparatos, las cascadas, el aumento de caudal de los ríos que recorren e inundan la selva tropical. Pero no es el momento adecuado. No han empezado las grandes lluvias. Y mejor que salga corriendo de aquí antes de que se inicien.

Estos días ha tenido lugar la carrera de coches propulsados únicamente por energía solar. La prueba se celebró por primera vez en 1.987. En esta ocasión han participado 38 equipos, de 17 países. 3.000 kms. Australia de norte a sur. De Darwin a Adelaida. Aunque ya se ha descartado el uso comercial de un vehículo de estas características, la investigación y las mejoras continúan. El ganador de las últimas cuatro carreras había sido diseñado por una universidad holandesa. Este año el ganador ha sido un coche, muy superior al resto de competidores, presentado por la universidad japonesa de Tokai. En algunos tramos ha alcanzado velocidades superiores a los 140 kms. hora, aunque su velocidad de crucero ha sido de 110. La carretera que une las dos ciudades parece proyectada para esta competición. Rectas interminables, llano, curvas muy abiertas, poco tráfico y mucho sol. Hay que compadecer a los sufridos pilotos. En la minúscula cabina han debido soportar temperaturas superiores a los 50 grados. En el momento de darse la salida yo estaba en el parque de Kakadu, así que no pude tomar ninguna fotografía de ese instante. Jean Beliveau, el canadiense que está dando, a pie, la vuelta al mundo me ha dado unas cuantas, ya que coincidió con los participantes una noche. No adjunto ninguna ya que supongo que se han ofrecido suficientes imágenes por televisión. Bien.

Esa es la carretera que debo seguir. No hay alternativas. Salvo el este de Australia, el país cuenta con pocas carreteras asfaltadas. Tampoco tengo un especial interés en seguir pistas solitarias que cruzan las grandes extensiones ocupadas por granjas. Me acercaré a algunos lugares destacados pero desecho la idea de llegar a Queensland siguiendo una de las antiguas rutas. Este eje central Darwin, Adelaida, que enlaza, en el sur, con la carretera que comunica el este con el oeste, sigue el recorrido que en 1.862, después de dos intentos anteriores fallidos, cubrió el explorador escocés John McDouall Stuart. En el mismo trayecto, se construyeron once estaciones telegráficas, repetidoras, que utilizando el sistema Morse, podían transmitir noticias y telegramas desde Australia al resto de mundo. El enlace Darwin-Singapur se logró gracias a la utilización de un cable submarino. El primer mensaje llegó desde Londres, en 1.872, a las pocas horas de haberse cursado. Antes de que funcionara el sistema de repetidores telegráficos las órdenes, noticias y mensajes llegaban en barco, empleando unos tres meses en el recorrido.

Todo esto que os cuento lo estoy descubriendo. Podía haberlo leído antes de venir, pero no fue así. Veo todo lo relacionado con esa época como algo muy cercano. ¿Será porque el entorno no ha variado? ¿O tal vez porque los australianos conservan con especial cuidado ese pasado tan próximo? Junto a la carretera, piedras conmemorativas del paso de Stuart o restos de estaciones. Algunas especialmente bien conservadas, como las Alice Springs y Tennant Creek. En Daly Waters, el colmo, incluso se protege, con un cerco metálico, un trozo de tronco seco, en el que, según explica una placa al pie, “Se presume que el 23 de mayo de 1.862, el explorador Stuart grabó una “S”, inicial de su nombre, en este tronco”. Por supuesto es imposible descubrir una S en ese resto de árbol cortado, muerto. Las múltiples fotografías, de esa época, que se exhiben en muchos lugares, me ayudan a imaginarme como fue el entorno del lugar donde me encuentro, cien años atrás. Veo una fotografía, de la segunda guerra mundial, con numerosos camiones atrapados en el barro. Por aquel entonces, la carretera, sin asfaltar, entre Port Augusta y Darwin, era conocida como “la pista”. En esta parte Norte-Centro, se establecieron varios emplazamientos militares, aeródromos, campamentos, bases de avituallamiento. Paseo por antiguas pistas, hangares… con las fotografías de los aviones listos para despegar. En este lugar, Daly Waters, donde está el tronco de Stuart, restos de la estación repetidora, hangar y pista de aterrizaje, se conserva un pub que sigue funcionando desde 1.930. Sujetadores, calzoncillos, camisetas deportivas, sandalias, tarjetas de estudiante, gorras… cubren techos y paredes. Este pub, como otros que estoy encontrando en la ruta, me recuerda “Bagdad café”. Mucho calor, seco, polvo, soledad, billar, cerveza…, en mitad de la nada.

Dunmarra

Tendría que haber encontrado ya a Jean. No le he visto pero en Kathrine y Daly Waters converso con conductores que se han cruzado con él. Decido detenerme en Dunmarra. Los que van hacia Darwin no lo han visto. Los que vienen de Darwin, sí, pero no recuerdan a qué distancia lo han pasado. No importa. Ya llegará. Me siento en una mesa del bar, conecto el ordenador, clasifico fotografías y escribo algo. Después de contemplar cómo alimentan con saltamontes unos lagartos, encerrados en jaulas de cristal, veo entrar a Jean por la puerta. Ya sabía que le estaba esperando gracias a una pareja checa. Le han dicho que nos hemos conocido en Dunmarra. Le han regalado una botella de vino para que nos la bebamos a su salud. Por la noche nos bebemos la botella y… muchas cervezas. Invitación del dueño, australiano, descendiente de convicto, casado con una mujer de Botswana. Formamos grupo con tres franceses, Vanesa, Mathieu y Robert. La furgoneta en la que viajan ha dicho basta. Calentón. Esperaran, siguiendo los consejos del dueño del bar-reaturante-gasolinera-camping, a que algún camión les acerque a Tennant Creek, 365 kms. Allí, tal vez, puedan arreglar el motor. Se temen lo peor, cambio de junta de culata. Me despido de Jean. Volveré a encontrarle cuando vaya hacia Queensland, dentro de dos semanas. Acerco a Robert a Ternnant Creek, tiene que encontrase con su familia. Por la noche toma un autobús que lo llevará hasta Alice Springs. Allí buscará avión, tren o autobús para llegar a Sidney. En el camino nos topamos con otra persona de la que nos hablaron ayer noche. Un australiano que está dando la vuelta al país, a pié, con parte de la carrocería de una furgoneta, utilizada como vivienda, tirada por dos dromedarios. Increíble. Mucha gente me ha llamado loco, imprudente, temerario, por pretender dar la vuelta al mundo en coche, solo. Vamos a ver. Soy un privilegiado. Coche, aire acondicionado, música. He encontrado a Álvaro y Salva, que están dando la vuelta al mundo, también en solitario, en bicicleta. Eso sí que es duro. Creo que llevan cada uno, entre cuatro y cinco años. Luego descubro a Jean, diez años dando la vuelta al mundo… andando. Y ahora a este australiano sonriente, a buen ritmo, que nos saluda al pasar por delante. Creo que lleva recorridos más de 6.000 kms.

Tennant Creek

En Tennant Creek me quedo un par de días. Esa misma tarde llegan Vanesa y Mathieu. Un camión que venía descargado los ha traído gratis. No era junta de culata. Es el radiador. Pero en Tennant Creek no encuentran el repuesto adecuado. Deben acercarse a Alice Springs, 500 kms. más. Pueden utilizar el coche, pero no el aire acondicionado. Circularan despacio, controlando la temperatura. Visito los alrededores de la ciudad -¿pueblo?, 3.000 habitantes. Creció rápidamente al descubrirse oro, en 1.932, en las cercanías. Jack Noble, 1.886-1.966, encontró y explotó la mina más rica de Australia. Un verdadero personaje. Incluyo una foto, bicicleta y rifle. Se decía que si le dabas una cantimplora con agua, podía ir a Australia del oeste y volver. Durante la segunda guerra mundial, llegaron a estar abiertas cerca de un centenar de minas. Una de ellas permite la visita guiada por el túnel del nivel superior. Un antiguo trabajador te muestra los distintos tipos de perforadoras empleadas para colocar los explosivos en la roca. Hace funcionar algunas maquinas. Explica todas las características de la mina, los diez niveles de profundidad, las medidas de seguridad. Entretenido. Más interesante, para mí, el pequeño museo que han montado con fotografías, objetos, cartas de antiguos trabajadores de las minas de Tennant Creek. Las condiciones en que vivían los que llegaron hasta aquí debían ser terribles. Chabolas con techos metálicos, sin servicios, ni ventanas. Escasez de agua. Compartían la habitación, dormitorio-comedor, tres o cuatro hombres, solteros. Moscas y mosquitos eran compañeros inseparables. Muchas horas de trabajo. En realidad, el mejor lugar, por temperatura y ausencia de insectos, era el interior de la mina.

He de tomar una decisión. ¿Me acerco a Alice Springs, cerca de Uluru, Ayers Rock o retrocedo 26 kms y sigo la ruta que me conduce a Queensland? Todavía no llueve en Alice Spring, mejor ir ahora. Por el camino paso por Devil’s Marbles, un singular conjunto de granito, que el paso del tiempo, con la ayuda del viento, agua y brusco descenso de temperatura, ha modelado caprichosamente, dejando esferas y grandes bloques en posiciones aparentemente inestables. De aquí a Alice Springs, línea en el horizonte. A ambos lados de la calzada, zona de sabana, ocupada por granjas de ganado. En uno de los pocos puentes sobre la vía del tren me detengo para fotografiar la línea férrea. Me acuerdo de Jean y el australiano de los dromedarios. Mal país éste, para recorrerlo caminando.

Largas distancias de conducción monótona. Me detengo de vez en cuando para ver alguna piedra o lápida conmemorativa del paso de Stuart. Es útil para despejarme. Se repiten los carteles aconsejando paradas. Algunas pistas salen de la carretera principal dirigiéndose hacia granjas. En una zona despejada, lo que debe ser una estación de camiones para transportar ganado. Espacios cercados con troncos. Pasillos y vallas para separar y alinear. Al final, una rampa para facilitar la subida de las reses a los remolques. Nadie. No se ve a nadie, fuera de los pubs, situados estratégicamente cada 100 o 200 kms.

Me detengo en Barrow Creek. No tengo por qué cubrir grandes distancias. Puedo quedarme aquí, parece un sitio agradable. Cuando aparco el coche en la zona de acampada, cambio de parecer. Un lugar decadente que conoció épocas mejores. Esta descuidado. Varios edificios cerrados, semiderruidos. Me acerco al bar. Una mujer vestida con un traje de principios del siglo pasado se pasea sonriente entre los aborígenes que, sentados en el exterior, a la sombra, beben cervezas calmosamente. Desayuno un bocadillo de filete de novillo con cebolla. Tierno, jugoso, sabroso. El interior del bar, a semejanza con el de Daly Waters, decorado con fotos, notas, sombreros, carnets, billetes de distintos países… A unos treinta metros de la gasolinera, los edificios de la estación telegráfica. Se han conservado introduciendo silicona en sus paredes. Techos nuevos protegen el interior. Delante, a unos cuarenta metros, un muro rodea dos tumbas. Ahí fueron enterrados los dos operarios de la estación. Fueron asesinados por los aborígenes en 1.874. La respuesta, como en anteriores ocasiones, en otros lugares en los que los nativos se habían rebelado contra aquellos que ocuparon sus tierras, fue cruelmente desproporcionada. Un grupo organizado de hombres con armas de fuego cazó y abatió a más de 50 aborígenes. Hace apenas 100 años un coche cruzó por primera vez Australia de sur a norte. La fotografía está fechada en 1.903. Sigo camino. A unos 120 kms de Alice Springs, veo un hombre muy grande, 13 o 14 metros de altura, sobre una colina. No es tierra de gigantes, sólo una peculiar escultura. Al acercarme, descubro a su mujer e hija. He llegado a Aileron donde reside una comunidad aborigen. El camping se encuentra en excelentes condiciones. Sorprendentemente puedo conectarme a internet, desde la lavandería. Wi-fi abierta. La primera que encuentro en Australia. El bar tiene una sala de juegos y otra de billar y música. En una de las paredes, un mítico Wurlitzer, el tocadiscos por excelencia. Subo hasta la colina para disfrutar de un buen punto de observación. Dos canguros esperan a saber qué dirección sigo para alejarse en la opuesta. Doy una gran vuelta para descender. Me encuentro muy a gusto caminando por el sendero que me devuelve al camping. Antes de llegar a Alice Springs, vuelvo a cruzar el trópico de Capricornio. Volveré a pasarlo dos veces más. Por esta misma carretera cuando regrese hacia el norte y en Queensland cuando descienda hacia Sidney.

Alice Springs

Alice Springs creció rápidamente después de que se asfaltara, en 1.987, la carretera que la une a Port Augusta. Visitando la estación telegráfica es fácil imaginar cómo nació y se desarrolló la ciudad. Primero fue la estación. Punto de descanso para los numerosos buscadores de fortuna en minas del norte y del oeste. Luego se levanto la ciudad a unos 3 kms, al sur. Esa estación, cerca del centro del país, se encontraba en el corazón de la nada. En 1.866, Thomas Elder importó 120 camellos de la India. Hasta 1.929, que por fin llegó la vía de tren a Alice Springs, la mayor parte del transporte de todo aquello que necesitaba la ciudad, llego a lomos de camellos. Desde Oodnadatta, al sur, las caravanas empleaban dos semanas en cubrir el recorrido. Hileras de 50 camellos que transportaban sobre sus lomos 250 kilos cada uno. Hoy en día, el conjunto de camellos, en el territorio australiano, supera el millón. Los edificios de la estación telegráfica son dignos de visitar. En el interior de los mismos se conservan muebles, ropa, utensilios de la época. Viviendas, oficina de transmisión, almacenes, herrería… Si se rompía algo, había que fabricarlo, si era posible.

Alice Springs es un centro turístico, bien situado para llegar a varios lugares interesantes cercanos. Por supuesto el más atractivo es el parque de Uluru, Ayers Rock. Hay muchos más, consultando el mapa, a derecha e izquierda, arriba y abajo, de la ciudad. Alice Springs es apacible, con gran oferta de alojamiento. Calle comercial, peatonal. Restaurantes, bares, agencias de turismo ofreciendo circuitos de uno a cinco días. Uno de los edificios más antiguos es la Residencia del primer gobernador de Australia Central. Fue construido en 1.926. Una de las noches me apunto a una especie de planetario “natural”. Una clase de astronomía práctica en una finca, en la que se ha habilitado un espacio con bar, sala de proyección y varios telescopios. Grupo reducido a diez personas. Dos horas muy agradables. Nos señalan las estrellas o planetas, sirviéndose de un rayo laser manual de gran potencia.

Por si no se presenta la oportunidad de encontrarme con el “Thorny devil”, un lagarto australiano de aspecto horrible, estos próximos días, en mis salidas a los lugares recomendados, me he acercado al “Centro de reptiles”. He coincidido con la hora dedicada a explicar las distintas características de los reptiles de la zona. Lagartos y serpientes. Nos hemos juntados siete personas. Cinco adultos y dos niños. Todos, salvo yo, han tenido lagartos en sus brazos, serpientes por brazos y tronco. Algunas se subían a la cabeza. Los niños encantados y los mayores… como si fueran niños. Me he dado una vuelta por el terrario, viendo serpientes muy venenosas que, según nos han explicado, no atacan si no se las molesta. Vale. Procuraré recordarlo, si llega el caso. Por fin he visto de cerca el “terrible Thorny devil“, o diablo espinoso. Pobrecito. No llega a los veinte centímetros, incluyendo la cola. Se alimenta de hormigas. Es totalmente inofensivo. Cuando le atacan, esconde la cabeza entre sus patas delanteras y muestra una cabeza falsa, rodeada de púas. Suele vivir unos veinte años.

Uluru

Hay fotografías que identifican un país. Por ejemplo, La Torre de Londres, la Tour Eiffel, el Taj Mahal, Machu Pichu, la Alhambra… innumerables. En Australia, dos. La Opera de Sidney y Ayers Rock, considerado el mayor monolito de nuestro planeta. No es una montaña, es una roca. En realidad hay otro más grande aún, el Monte Augustus en Australia Occidental, el doble de volumen, pero poco conocido. Lo que no hay duda es que todo viajero que llegue a Australia se acerca a contemplar esa gran masa pétrea que se levanta en el desierto rojo del centro de la gran isla. Aunque las tierras donde se asienta la roca pertenecen a una tribu de aborígenes, el parque “Uluru-Kata Tjuta” está administrado por el departamento gubernamental de parques nacionales. Los propietarios reconocidos reciben una sustanciosa cantidad de dinero anualmente, además de un elevado tanto por ciento de la suma final que recauda el parque. Cuando llego a la entrada, a mediodía, me indican que el billete es válido durante tres días. Me aconsejan que me acerque al centro de visitantes, reserve plaza para dormir y regrese unas horas más tarde. El sol abrasa. Está en su punto más alto. Me acerco a Yulara, hoteles, bares, restaurantes, bungalows y camping. Es un centro creado para acoger a todos aquellos que desean visitar el parque. Fuera de este recinto, está prohibido acampar. Encuentro mi parcelita. Dejo mesa y silla para reconocerla cuando regrese por la noche. Los servicios del camping, correctos, inferiores a los que ofrecen los pertenecientes a compañías privadas.

No espero a que el sol inicie su descenso. El termómetro señala 37 grados. Carretera asfaltada que permite acceder a todos aquellos lugares en los que está permitido detenerse o aparcar. Veo la gran roca sobre el llano, elevándose sobre secos arbustos. Me acerco a un punto de observación, permitido, situado sobre una duna. Aparco el coche, sigo el camino arenoso que me conduce hasta el punto más alto, desde el que puede observarse esa punta del “iceberg” rocoso que es Ayers Rock. Más o menos, tres kilómetros y medio de largo por dos kilómetros y medio de ancho. Su punta, redondeada, por el efecto de viento y lluvia, “sale” del mar de arena que le rodea con unos 350 metros de altura. Se calcula que la parte “sumergida” de este rojo “iceberg” mide cinco kilómetros. Impresiona. He visto muchas fotografías de la roca. Según la hora en se han tomado, varía el tono rojizo del conjunto, totalmente distinto al que muestra después de haber llovido. Soporto bien el calor. Lleno de agua el sombrero de tela, que utilizo en contadas ocasiones, y me lo encasqueto, dejando que el líquido resbale sobre mi cabeza y empape mi camiseta. En esta hora son pocas las personas que se atreven a seguir los senderos que rodean la roca. Dejo para mañana Kata Tjuta (las Olgas), otro grupo de rocas, a 45 kilómetros, que encierran gargantas y valles, con senderos que pueden recorrerse. El Centro cultural del parque ofrece información geológica, histórica y cultural. Sus edificios han sido construidos siguiendo las formas tradicionales de las viviendas de los aborígenes. Lamentablemente no se permite fotografiar. Cuando se acerca la puesta de sol, llego hasta el lugar donde se reúnen todos los visitantes para contemplar el cambio de color con que Uluru despide el día. Ahí nos juntamos todos, todos los que vamos en coche. Los que han llegado hasta aquí en autobús, se concentran en la duna en la que he estado antes, alejada. Trípodes, cámaras de vídeo y de fotografía. Frustración. Aparecen nubes, el rojo se convierte en marrón. Mañana será otro día.

Las Olgas, Kata Tjuta, ofrece la posibilidad de seguir dos caminos entre las rocas. Uno de ellos conduce al Valle de los Vientos. Hay tres puntos de observación, diferenciados, en el camino. El circuito completo son siete kilómetros y medio, con algunos pasos difíciles. Decido ir hasta el segundo punto, dos kilómetros menos. A las once de la mañana se cierra el paso, para que la gente no corra riesgos de insolación o deshidratación. Antes de llegar, la buena obra del día. En mitad de la carretera que me lleva al aparcamiento, un Thorny Devil. Detengo el coche en la cuneta. Lo fotografío y le digo que no puede quedarse ahí, lo atropellarán. Nada, no se mueve. Lo cojo con cuidado. Sé, gracias a mi visita al parque de reptiles, que son inofensivos a pesar de su aspecto. Lo deposito sobre la arena. Inmediatamente, a gran velocidad vuelve a la carretera. No se detiene, la cruza. Menos mal, ha regresado a un lugar seguro. Camuflaje perfecto, se confunde con la piedrecitas rojas del arcén.

El sendero del Valle de los Vientos transcurre en gran parte por zonas sin sombra. Eso endurece las subidas y bajadas por rocas de fuerte pendiente. Es agotador. Algunas paradas de recuperación bajo arbustos. El camino pasa entre gargantas con altas paredes de roca. Cuando llego a donde me había propuesto decido seguir el circuito hasta el final, en vez de regresar por donde he venido. Bajada y gran vuelta por zona desértica. La primera sombra que encuentro es junto a un depósito de agua. El segundo camino que decido seguir, a la garganta de Walpa, es peor. Corto, incómodo, sin sombra. Cuando llego a la entrada del cañón, donde crecen los árboles, se muestra un pequeño cauce de agua, cantan los pájaros. Es prometedor, pero… se acaba el camino. Una plataforma para ver lo que no te permiten hollar y vuelta para atrás.

Hay un camino de ascenso a Uluru, Ayers Rock. En la base, un cartel indica que a las ocho de la mañana se cierra el paso, debido a las altas temperaturas. En la entrada del parque, otra indicación advierte que no se permite la subida. No tenía intención de llegar hasta arriba. He leído en varios lugares que te ruegan que no uses esa vía, ya que es un lugar santo para los aborígenes. En octubre han abierto otro punto de observación para fotografiar Uluru a primera hora de la mañana. Perfecto. Espacioso. Aparcamiento gigantesco. Bancos rústicos de madera, bajo techos de ramas. Apartados unos de otros. Servicios. Agua potable, sin sabor a cloro, en fuentes estratégicamente situadas. Funcionan. La energía necesaria para mantener el lugar, se logra gracias a placas solares.

Por la tarde, esta vez sí, las últimas fotos de Uluru, sin nubes.

De vuelta en Alice Springs. Averias

En el centro de atención a los visitantes, de Alice Springs, me recomendaron todos los lugares interesantes de los alrededores, en un radio de cuatrocientos kms. Descarté Kings Canyon porque había que subir, caminar seis kilómetros y luego seguir unos 200 kilómetros por una pista con suelo ondulado. Mientras esperaba la puesta de sol, ante Uluru, unos franceses, explicándome lo que más les había gustado en los dos meses que llevaban en Australia, me mencionaron precisamente Kings Canyon. Al llegar al cruce con el desvío, golpe de volante a la izquierda. Tengo que verlo.

Hace días que al arrancar el coche por la mañana, oigo un ruido que, según creo, produce una correa. Como desaparece enseguida, he dejado para más adelante la revisión. Ya lo haré en Alice Springs, donde hay varios talleres. Los coches suelen avisar con antelación cualquier anomalía, especialmente los diesel. No he respondido con suficiente diligencia el aviso que me estaba enviando mi sufrido Toyota. A unos seis kms, pasado un bar-restaurante-gasolinera-alquiler de helicóptero, en donde me he detenido para desayunar, veo que la temperatura se ha disparado. Detengo el coche, abro capó y espero que se enfríe el radiador. Restos de la correa del ventilador. Bien, hay que colocar una nueva. Llevo de repuesto. Pero… ¿cómo se pone?. En el Land Rover lo tenía por la mano. En veinte minutos solucionaba el problema, pero este sistema es distinto. El libro del usuario no aclara nada. Decido regresar a la estación de servicio. Seguro que allí hay quien me pueda ayudar. Arrancar, parar, enfriar, arrancar… llego después de cuatro paradas. No hay servicio de taller. Cerca del helipuerto, doy con un “manitas” que, después de “estudiar” el motor del Toyota, me indica un orden lógico para aflojar, poner la correa y tensar. No es exactamente como él me indica pero su aparición ha sido providencial, como la de Michael, un holandés que conocí en Australia Occidental, hace un mes, que me presta una llave articulada que me permite aflojar un tornillo más fácilmente. El motor abrasa. Coca cola fría, conversación con Michael y su pareja. Es carpintero. Están pensando vivir en España. Eso si encuentra trabajo. Problema resuelto. Ahora ya conozco el orden. Puedo cambiar la correa más difícil en veinte minutos, la otra en un cuarto de hora. Por la noche ceno con un grupo de españoles con el que he coincidido en Uluru y en un par de pubs. Cena entretenida por la música en directo que ofrece una pareja “veterana”. Buen ambiente. Barbacoas, cervezas, música country.

A las siete de la mañana inicio la ascensión a la parte más alta del cañón. Una subida dura, corta, pero exigente. En el camino reencuentro a una pareja alemana que conocí en Kakadu, cerca de Darwin, hace algo más de dos semanas. Un país enorme, con varios puntos en los que es fácil coincidir. Hace millones años el mar cubría esta zona. Después se formaron grandes dunas. Todavía pueden observarse las líneas que traza el viento sobra las dunas, hoy convertidas en rocas. La acción del agua y el viento, con el paso del tiempo, ha convertido esta meseta en un conjunto de cúpulas y escaleras naturales. El cañón está flanqueado por paredes verticales de 100 metros de altura. En el fondo, un pequeño río es fuente de vida para fauna y flora. Hay medusas fosilizadas en algunas paredes. Después del descenso, formo convoy con los dos coches que lleva el grupo español. Hemos decidido regresar a Alice Springs, pasando por Palm Valley. Una larga carretera polvorienta, con duro suelo ondulado, atravesando zona aborigen. Hemos tenido que tramitar un permiso, por el que hemos pagado y que luego nadie nos ha pedido.

Cuando llegamos al asfalto, nos encontramos con el desvío a Palm Valley. Les incito a llegar hasta ese lugar perdido en el que sobreviven las palmeras rojas (Livistona mariae), últimas supervivientes de cuando esta región de Australia central, hace millones de años, fue una zona tropical. Los kilómetros finales son duros, difíciles. Rocas y arena. Terreno de 4×4. Los dos coches que me preceden se detienen en una plataforma rocosa. Seguirán caminando. Llego hasta el final, dejando el coche a la sombra. Mañana deben tomar el avión que les conducirá a Darwin, desde allí, regresarán a España. Después de un breve paseo, nos despedimos. Nos encontraremos, por la noche, en su hotel, en Alice Springs. Yo dispongo de tiempo. El calor no me afecta. Paseo por ese estrecho cañón, encajonado entre altas paredes, en el que resisten 1.220 palmeras rojas, las únicas en el mundo. Al día siguiente, sigo otro itinerario recomendado, cercano a Alice Springs. Cañones, gargantas, pozas de agua, caminos sugeridos para efectuar caminatas por el bosque. A pesar del esfuerzo físico que exigen estos paseos, la sensación placentera de disfrutar en soledad estos parajes me reafirma, una vez más, que tomé una decisión acertada al iniciar este viaje. Ignoro que me depara el futuro, pero puedo asegurar que, en este momento, no me preocupa lo más mínimo.

De vuelta a Tennant Creek

En mi camino de regreso a Tennant Creek, desde donde me dirigiré hacia Queensland, paso por Wycliffe Well. Restaurante-bar-gasolinera-camping, como otros varios en esa carretera central que une norte y sur del país. En la anterior ocasión no paré. Esta vez hago una pausa, un descanso, para distraerme de la monótona conducción por las rectas interminables. Wycliffe Well, según algunos, se encuentra en un cruce de líneas de energía, que lo convierten en uno de los lugares más visitados por OVNIS y extraterrestres. En el interior del bar, paredes cubiertas con noticias sobre el tema. Un seguro contra abducciones, comprometiéndose a pagar 100 millones de dólares, si el asegurado es abducido. 200 millones en caso de que los extraterrestres practiquen sexo no seguro. Por supuesto todo contemplado con sentido del humor. Paredes pintadas, carteles anunciando que los humanos son bienvenidos, en la entrada del camping…Pero lo que realmente me ha impactado, llegado de otro mundo, ya lejano, es el contenido de un escaparate kitsch, en el que se exhiben, entre otros objetos, una flamenca, un torero, una caja de jabones Myrurgia, una foto de Joaquín Bernadó, un matador, catalán, que triunfó desde finales de los 50 hasta finales de los 70, creo –si la memoria no me traiciona. ¿Quién convirtió todos estos objetos en piezas dignas de exhibición?

Los campings son lugares de encuentro. La hora de la cena, momento propicio para conversar. Sigo coincidiendo con jóvenes europeos que eligen Australia como primer destino al finalizar sus estudios. Un año para mejorar el inglés y conocer el país. Pueden trabajar, según determinadas condiciones, e incluso llegar a fijar su residencia. Es una posibilidad. Muchos ingleses, franceses, alemanes, holandeses, algunos belgas e italianos, pero ningún español. ¿Por qué? Ya no viajamos en barco.

Al este, hacia Queensland

Abandono la carretera que cruza Australia de norte a sur, para tomar la que me conducirá a Queensland, en el este. Es una de las calzadas con menos pueblos de todo el país. Sé que encontraré a Jean Bealiveau, camina en esa dirección. Pregunto en la primera gasolinera. En esta ruta, al igual que en todas las que unen apartadas ciudades o pueblos, de la Australia menos poblada, cada 200 kms., se encuentra un conjunto formado por estación de servicio, bar, restaurante y camping. -“Ha salido esta mañana. Ha dormido aquí.” Lo encuentro, a veinte kilómetros, bajo un árbol, tomando un té y un bizcocho energético de frutos secos. Abrazos, sonrisas, alegría en las miradas por el encuentro. Está contento, según me cuenta, porque está disfrutando plenamente de esta larga caminata por carreteras sin fin. Es su última prueba de resistencia física y mental. Lo que queda en su programa, hasta llegar a Montreal, será menos duro. Emplea cinco días en recorrer la distancia que separa un punto habitado de otro. La temperatura diurna alcanza los 37 grados. Está bebiendo ocho litros de agua por día. Eso serían cuarenta kilos para transportar, además de la carga habitual, comida, ropa, tienda, cocina, etc. Llena su bidón en los depósitos de agua que se encuentran cerca de la carretera, cada 30 o 40 kms. Un cartel advierte que el agua puede no ser potable. Jean me dice que jamás ha tenido ningún problema a causa del agua. Me muestra un vídeo que tomó con su cámara fotográfica hace dos días. Ya he comentado anteriormente el acoso habitual de moscas. Estaba descansando, bajo un árbol, con el sombrero sobre la cara, protegiéndola de ese insufrible coleóptero, cuando oyó un ruido inconfundible. No se movió. Cogió la cámara con su mano derecha y grabó. Un lagarto, de lengua azul, se había acercado, posando sus patas delanteras sobre la pierna derecha. Un banquetazo de moscas que estaban posadas en la camiseta de Jean.

Naturaleza. Ha tenido suerte de no sufrir todavía ninguna tormenta en ese gran desierto. No hay donde refugiarse. Le fotografío una vez más, iniciando la caminata de la tarde. Nos despedimos hasta enero. Nos encontraremos en Sidney. No dejo de pensar en él, cuando más adelante me encuentro con otra zona en la que han desaparecido los arbustos. No hay ninguna referencia. Nubes, si las hay, carretera y… una línea en el horizonte, a derecha e izquierda. Caminará toda la jornada y tendrá la sensación de permanecer en el mismo lugar. No hay que asustarse. En estas condiciones, el principal peligro es uno mismo. Es una carretera importante, con poco tráfico, pero cualquier conductor detendría su vehículo, para ayudarle, si Jean se lo pidiera. Es un caminante con gran experiencia, más 75.000 kms recorridos. Está en buena forma física. Sonrío. Nos veremos en Sidney.

Cruzo una de las fincas más grandes de Australia. Cuando digo “grandes”, ¿qué quiero decir? ¿Qué es una finca grande? La de mayor extensión del mundo se encuentra en Australia. Es cuatro veces mayor que la más grande de EEUU. Para comprender esas magnitudes hay que comparar con algo que conozcamos. Por ejemplo, que sus 24.000 kilómetros cuadrados superan en 695 a la comunidad de Valencia. O que la finca que estoy atravesando, la segunda del mundo, viene a ser como las provincias de Barcelona, Gerona y Tarragona juntas. ¿Se comprende ahora el significado de “grandes”?

Queensland

Entro en Queensland. El entorno se mantiene sin cambios, durante 200 kms. Poco antes de llegar a Mount Isa, el terreno empieza a ondularse, colinas, luego zona montañosa. He llegado a un importante centro minero que se encuentra en plena actividad. No tuvo la misma suerte Mary Kathleen, que se construyó en 1.954 y que desapareció treinta años después, cuando se agotó el filón de uranio que proporcionó vida y fortuna a la ciudad. Me paseo por sus calles. Únicamente se conservan los bordillos de las aceras. Todos los edificios fueron demolidos. Busco un lugar donde pasar la noche. No en la zona minera, no en la ciudad que tiene el record de temperatura más alta. Me detengo en Normanton. ¿Pueblo? ¿Ciudad?. Pueblo. 1.100 habitantes. Un restaurante, un pub, Un monumento al cocodrilo de agua salada más grande del mundo, que fue abatido en 1.957 por Krystina Pawlowsky. Dos toneladas en un cuerpo de 8 metros 63 centímetros. Record Guiness. Se merecía un monumento respetando las medidas. Sigo el Savannah Way, un itinerario recomendado entre Cairns, Queensland, en la costa este, y Broome, Australia Occidental, en la costa oeste. Tiene muchos desvíos y posibilidades.

Undara National Park

El paisaje cambia. Los árboles son más altos y crecen más juntos, empiezan a formar bosques entre los que pasa la calzada que, en numerosos tramos, se encuentra en obras. Por supuesto, indicaciones, limitación de velocidad. Cuando desaparece el asfalto, la pista de tierra en perfectas condiciones, sin baches, ondulaciones o desniveles. Llego hasta el parque nacional volcánico de Undara. Este parque ofrece algo distinto a los que he accedido hasta ahora. Hace 200.000 años el volcán Undara estalló, rompiendo la corteza terrestre por innumerables lugares. No fue la típica erupción de un cono lanzando lava, cenizas y humo. Muchas bocas, casi a ras de suelo, lanzado lava incandescente. Ríos de lava siguiendo el curso torrencial del agua. Mientras la parte superior se enfriaba y detenía, por debajo seguía fluyendo la masa ardiente. En algunos lugares se formaron túneles de basalto que es posible visitar hoy en día. La zona es propiedad de una familia que se estableció aquí en 1.860. En 1.990 abrieron al público el “Undara Experience”. Únicamente puede visitarse el parque utilizando el servicio de sus guías. Se ofrecen cuatro opciones, dos horas por la mañana, medio día, jornada completa o noche. Como ya ha pasado la época alta de turismo, que finaliza el 30 de Septiembre, sólo puedo apuntarme a la visita de dos horas. Suficiente, visto lo visto. Supongo que la jornada completa ofrece más túneles en distintas partes del parque. Está bien. Impresiona. Supongo que si fuera geólogo me resultaría más interesante. No entiendo por qué no se iluminan esas grandes cavernas. Serían espectaculares. Verlas sirviéndose únicamente de la linterna del guía es limitar su efecto. La zona dedicada a alojamiento se encuentra en mitad del bosque. Hay varias opciones. La más “lujosa” es la que utiliza como dormitorios, antiguos vagones de tren. Es una pena haberme perdido un evento especial que se ha presentado el mes pasado, una mezcla de ópera, teatro y musical de Broadway, entre árboles y rocas volcánicas.

Cairns

Estoy acercándome a Cairns. Ante mi se alzan montañas cubiertas de bosques. La temperatura ha descendido unos grados. Prados sobre laderas de colinas, vacas pastando. ¿Dónde estoy? ¿Australia o Cantabria? Tenía dos opciones. He elegido al azar. Me encuentro remontando una montaña por una serpenteante carretera. Cuando llego al punto más alto, más de lo mismo, pero descendiendo. 50 kms. de curva y contra curva. Cairns no engaña. En una ciudad dedicada a las vacaciones. Hoteles, agencias de turismo, centros comerciales, restaurantes, bares, un casino… Algo más de 100.000 habitantes que en su mayoría viven directamente de los recursos aportados por todos aquellos que llegan hasta aquí. La principal atracción “La gran barrera de coral”. Sé que la mayoría de vosotros no comprenderéis que haya decidido “pasar” del tema. Ya he visto muchos pececitos de colores en el Índico y el mar Rojo. Es caro. Los grupos son numerosos. No me sentiría a gusto. Si se presenta la oportunidad de acercarme a algún arrecife, más al norte, con menos gente, tal vez me decida a darme un chapuzón.

He dado un largo paseo por el gran parque que se extiende paralelo a la orilla. Áreas dedicadas a los más pequeños, con fuentes y chorros de agua que surgen del suelo. Una gran piscina, de diseño irregular, con surtidores. Poca profundidad. No está pensada para nadar, sino para refrescarse. Llama la atención que se encuentra a cuatro metros de la orilla del mar. Un estrecha franja de arena solitaria. ¿Por qué no se bañan en el mar? Muy sencillo, además de tiburones y cocodrilos de agua salada, serpientes y pulpos venenosos, en primavera (estación en la que nos encontramos) aumenta la temperatura del agua y se presentan las medusas, con el agravante de que aquí, precisamente, hay unas cuya picadura puede causar la muerte al ser humano. O sea, piscina y tomar el sol sobre el cuidado césped del parque. En el puerto deportivo numerosas embarcaciones preparadas para la pesca de altura, otro de los atractivos de Cairns. El camping en el que me encuentro tiene gran ocupación. Cairns es punto final para muchos que han partido de Sidney. En la zona de cocina y comedor, junto a las neveras, carteles de compra-venta de coches y furgonetas. Por 3.600 euros se puede comprar una furgoneta preparada para camping, con cama para dos, utensilios, bidones, pantalla de dvd, en un estado aceptable. Luego es fácil venderla, casi por el mismo precio. Vendedores y compradores se ponen pronto de acuerdo. Una pequeña rebaja y se cierra el trato. Unos empiezan el viaje y otros vuelan hacia Europa o Nueva Zelanda.

Compro billetes para la segunda atracción de Cairns, Kuranda. Un pueblecito en la montaña, a la que puedo llegar por un tren y regresar por un teleférico, con un trayecto de siete kilómetros y medio, sobre el bosque tropical que cubre las montañas. El tren un fiasco. No vale la pena, pero gracias a las explicaciones me entero de que fue este tren el que decidió el futuro de la ciudad. En 1.876 el poblado de Cairns se convirtió en el puerto al que llegaba todo lo que se necesitaba en un yacimiento de oro, en el altiplano cercano. Las grandes lluvias de verano convertían la ruta en infranqueable. Dependían de los suministros, así que se decidió construir una línea férrea para asegurar, en cualquier época del año, la llegada de alimentos. Se presentaron tres opciones. Se eligió la de la garganta del río Barron. Eso decidió el futuro de Cairns, en detrimento de las otras dos, presentadas por Port Douglas y Geraldton. El trayecto no vale la pena, por lo que cuesta. Kuranda otra frustración. ¿Qué esperabas? Un pueblecillo constituido, única y exclusivamente, para mayor entretenimiento de los turistas. Tiendas, restaurantes, bares, mercadillos, jardín de mariposas, pájaros y koalas, salas de arte aborigen… En un tenderete, diversos objetos confeccionados con piel de canguro. Se aprovecha todo. El escroto se transforma en una bolsa para guardar monedas. En la puerta de un supermercado dos niñas recogen unas monedas, tocando guitarra y tambor. Llegarán lejos, si a esa edad ya buscan la manera de ganar dinero. El regreso de Kuranda fascinante, sobrevolando el bosque, deteniéndome en dos ocasiones para pasear por la jungla, sobre pasarelas, llegando a unos miradores bien situados, desde los que se goza de una extraordinaria vista sobre cascadas y cauce del rio Barron.

Seguiré algo más hacia el norte. No es la mejor época. Han empezado las lluvias, pero de momento se alternan con horas de sol. Me acercaré al cabo Tribulación. A pesar del nombre, se ofrece como un pequeño paraíso perdido. Ya sé que no existen, pero voy a comprobarlo.

Enviado desde Cairns 26 de Noviembre, 2009

Kilómetros recorridos 86.274