Miércoles, 30 de Diciembre de 2009 (ascensión al Monte Orio, 2800m)
A pesar de las 24 horas constantes de luz, hemos dormido del tirón casi 9 horas. La tienda es cómoda y nos encontramos a gusto dentro de ella. Al salir a la inmensidad blanca nos quedamos sobrecogidos. A nuestras espaldas se intuye entre las nubes el inmenso farallón rocoso del macizo del Vinson, y a nuestro alrededor los glaciares colgantes que caen de las montañas cercanas nos dejan perplejos. Todo es tan blanco que parece irreal. El tiempo no es muy bueno, con muchas nubes, que dejan entrever a ratos pedazos de cielo azul. El Vinson no nos ha recibido como nos hubiera gustado, pero el goze que tenemos de estar en pleno suelo antártico nos llena de felicidad.
Nos acercamos a la tienda comedor, donde a las 9:30 desayunamos en compañía de nuestra guía Pachi, y del resto de montañeros que comparten expedición con nosotros; 2 checos y 2 neozelandeses. La cocinera es una mujer inglesa muy simpática que nos prepara unos platos que nos hacen sentir como en casa. También está Scott, otro guía que es el que controla todo el campamento; y Namgya un guía nepalí que ha subido 9 veces el Everest. Tras reponer energías nos entregan en la tienda almacén comida que utilizaremos en los días de ascensión y también unas bolsas especiales donde tendremos que hacer nuestras necesidades. El Vinson es quizás la montaña más limpia del mundo, y todos los desechos orgánicos se llevan de vuelta a la civilización, porque a estas temperaturas nada se degrada y perdura ahí por años.
Nos equipamos con las prendas técnicas, y nos dirigimos a ascender una pequeña montaña que se eleva cercana al campo base, que tiene unos 2800 metros de altitud. La subida nos servirá para aclimatarnos a la altura y como primera toma de contacto con el ambiente antártico. Nos encordamos con Pachi por cuestiones de seguridad y los 3 empezamos a dar los primeros pasos. Como ha nevado estos días el camino no está marcado. El cielo se cubre al poco de empezar la ascensión y vamos concentrados en donde ponemos los pies, pues algunas grietas traicioneras se esconden bajo nosotros. De repente nos sorprende un ruido estremecedor. Estando parados, con nuestra respectiva distancia de seguridad, la placa de nieve que tenemos bajo nuestros pies cruje con fuerza y un atronador sonido. Nos quedamos sorprendidos, con el corazón en un puño y un poco atemorizados. Pachi nos dice que debido a que trás una nevada la nieve no se asienta tan rápido, se forman capas de aire entre las placas de nieve, y al pisar éstas se asientan con este terrorifico ruido característico. La sensación es que el mundo va a desaparecer repentinamente bajo tus pies. Con ojo avizor proseguimos la marcha. Varios metros más adelante Juan mete una pierna en una pequeña grieta oculta bajo la nieve. Todo queda en un pequeño susto y seguimos avanzando hacia arriba. Las primeras rampas hacen acto de presencia y vamos ascendiendo haciendo zig-zags, ya envueltos por una neblina permanente y un viento constante que nos impide disfrutar todo lo que quisieramos. El avanzar en semejantes condiciones se hace duro, las gafas de sol se empañan constantemente, mientras vas ascendiendo mirando donde pones los pies. Tras la ladera, alcanzamos una arista y ascendemos por ella, pegados a una línea de rocas, hasta llegar por fin a la cima del Monte Orio. Hemos tardado unas 2 horas, nuestro primer logro antártico. No está mal para desentumecer los músculos!!!
La bajada se hace pesada a ratos, y Pablo no deja pasar la ocasión para también meter un pie en una pequeña, pero profunda grieta. Por fin llegamos al campo base. Nos acomodamos un tiempo en nuestro dulce hogar de la tienda de montaña y luego cenamos en la tienda comedor, donde a pesar del frío exterior con – 10ºC, se está muy cómodo. Aprovechamos para escribir la crónica de estos días y luego vemos una película de Carstensz que ha traído uno de los checos. La sensación es indescriptible, viendo cine en la Antártida!!!
Juan y Pablo, rodeados de un blanco inmaculado.