Sábado, 2 de Enero de 2010 (visitando las pirámides)
Durante la supuesta noche de hoy, hemos pasado bastante frío. Al despertar todo el interior de nuestra tienda se hallaba sumido bajo una gruesa capa de escarcha. Nuestros sacos de dormir eran totalmente blancos, las botellas de agua eran un sólido bloque helado y con tan solo rozar la tela del techo de la tienda, comenzaban a desprenderse trocitos de hielo formando una auténtica nevada en el interior. No cabemos en nuestro asombro cuando nuestra guía Pachi nos dice que su termómetro le marcó -42ºC a las 10:00.
Pese a contar con 24 horas de luz diaria, el valle en el que está situado el campamento I se ve cubierto por la sombra del Vinson entre las 3:00 y las 11:00, concentrándose ahí las horas de menor temperatura. A media mañana el sol comienza a reflejar en la tienda y la temperatura se hace bastante más agradable. Resulta más que curioso que, cuando el viento no sopla, el calor que llega a concentrarse en el interior de la carpa alcanza los 25ºC, que contrastan con los -15ºC del exterior. Esperamos tranquilamente a que el sol siga su curso y termine de expulsar las zonas sombrías del valle en el que nos encontramos. La mañana está un poco venteada, pero aun así, a las 16:00 nos aventuramos a hacer una incursión hasta un collado cercano al campamento.
Nuevamente salimos encordados para evitar poder caer bajo el abismo de alguna grieta traicionera. El collado se ve cercano, pero la progresión se hace lenta ya que hay que ir abriendo huella. El viento azota con crueldad nuestros cuerpos, levantando a su vez una brisa de nieve que se va pegando a nuestra ropa. Pese a ello no nos rendimos y continuamos cabizbajos, pero con paso firme.
Tras una hora atravesando el plató, conseguimos llegar al último repecho que nos llevará hasta el collado. Los últimos pasos se hacen duros pero por fin conseguimos hallar la recompensa. A nuestros pies se abre la inmensidad antártica que llega poco más que hasta donde nuestra vista alcanza y en el medio de ésta, como un capricho de la naturaleza, se halla el Pico Pirámide, con sus perfectas y estilizadas aristas. Las vistas son impresionantes y durante un momento parece no importarnos mucho el frío que estamos sufriendo. Pronto se nos une la cordada de Rob-Peter-Steve y disfrutamos juntos de la magnífica función. Sin embarco el frío comienza a hacer mella y optamos por regresar nuevamente al campamento. A nuestros lados se abren las montañas que componen el inmenso valle glaciar. Especialmente nos llama la atención la de nuestra izquierda; vertiginosa, con sus glaciares y farallones de hielo desafiando a la gravedad, y que será la que nos toque ascender en el día de mañana. De reojo miramos los casi 1200 metros de cuerdas fijas que descienden desde lo más alto e intentamos ir mentalizándonos de lo que nos espera.
A última hora de la tarde, con el sol tan reluciente como a cualquier hora, llegamos nuevamente al campamento. Nos reunimos todos en la tienda comedor a intentar recuperar las energías consumidas, hasta que por fin, llega la hora de acostarse. De nuevo nos metemos en los sacos, nos vendamos los ojos intentando fingir la oscuridad de una noche inexistente y nos enfrentamos nuevamente a clausurar un día.
Juan y Pablo, mentalizándonos para lo que nos espera.